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Segundo beso

Lume arqueó su rostro sin dar crédito a lo que sus ojos presenciaban. Quería creer que se lo estaba imaginando, pero la sonrisa que Ace le dedicó la hizo deducir que no, que realmente él estaba allí.

Después de cenar con su padre, Lume siempre solía dirigirse al pequeño pueblo de la isla. Allí había una taberna en la que casi todas las noches algunos trabajadores hacían fiesta. Ella era invitada de honor en varias porque, pese a ser de la alta clase, Lume era muy querida por los habitantes de la ciudad. Su padre comprendía que no podía atar a su pequeña hija y estaba completamente enterado de esto, lo que era más, lo aprobaba.

Repetir su rutina era algo que no esperaba que saliera tan mal el día de hoy, pero el destino parecía estar en su contra. Al abrir las puertas del bar, toda contenta y entusiasmada, lo primero que vio fue la espalda descubierta del chico de la mañana en la barra, tomando descuidadamente, a su alrededor había una aglomeración de personas que lo observaban.

El ruido de las puertas abriéndose llamó la atención de todo el local, y en ese instante todas las miradas cayeron sobre ella, incluída la de él.

—Oh, es la señorita Lume —informó uno de los campesinos, alzando su botella de ron—. ¡Ya pensábamos que no venías!

—¡Señorita Lume! —gritaron todos a la vez con grandes sonrisas.

Lume esbozó una sonrisa igual. Soltó las puertas de la taberna y comenzó a caminar en silencio hasta llegar a la barra, colocándose frente a Ace, pero no le dirigió en la palabra, en cambio de volteó a ver a uno de sus amigos.

—¿Y este que hace aquí? —preguntó apuntándolo sin vergüenza.

—¡Oh, escucha, Lume, te vas a sorprender! —exclamó contenta la camarera—. Cuando Ace-san llegó todos nos asustamos, pero resultó ser mejor tipo de lo que creíamos.

—Ah, ¿este idiota? —inquirió Lume, posando nuevamente su vista en el azabache.

Ace no había borrado sus sonrisa hasta ese instante, que de la nada cayó rendido de sueño.

—¡¿Se durmió?! —gritó Lume, estupefacta. 

—También suele hacer mucho eso —informó un campesino, restándole importancia—. Ya se despertará.

—Ah, quiero matarlo —susurró Lume, mirándolo fijamente mientras todos seguían con su fiesta. Sus ojos perdieron brillo alguno y se mantuvo quieta sin apartar la vista—. Me provoca tanta rabia.

En ese instante Ace alzó su cabeza bruscamente provocándole un susto de muerte a la jóven. Había despertado.

—¡Otra ronda! —exclamó eufórico el azabache, alzando su jarra de cerveza.

Lume trató de controlar su instinto asesino y lo ocultó bajo la fachada de una falaz sonrisa cuando él volvió a mirarla. Debía mantener la compostura, así que se esforzaría. Volvió a guardar silencio y se dio media vuelta para alejarse de él.

Desde varios metros de distancia, pero sin dejar de observar a su presa, Lume pasó casi toda la fiesta. Muchos bailaron con ella, otros cantaron juntos. Lume era una mujer hermosa, pero su voz no era su mejor atributo, aún así ella entonaba con toda su fuerza las letras de las canciones. Trató de controlarse a la hora de la bebida, no podía regresar borracha a casa.

Toda la noche estuvo observando a Ace, como ese cazador que siempre está al pendiente del ciervo. Verlo la irritaba, pero aún así quería seguir viéndolo. Nadie se había burlado de ella de tal modo en la vida.

Ace sentía de vez en cuando la potente mirada de Lume, así que él también se la devolvía, hasta que el alcohol en su sistema lo hizo ver el mundo rosita y hasta olvidó las intenciones de la joven. Ahora le sonreía y hasta la sacó a bailar.

Lume sentía que se ahogaba allí adentro. El ejercicio físico, tantas personas y el lugar cerrado la habían hecho sudar mucho. Así que cuando encontró la posibilidad se escabulló de la fiesta y fue rumbo al muelle, su lugar favorito.

La brisa marina era lo mejor del mundo tanto de noche como de día. El fresco que la despeinaba le trajo tanta paz. El silencio. Todo era tan perfecto a la orilla del mar.

—¡Eso! ¡Eso fue increíble! ¡Amo este pueblito! —llegó canturrando una voz.

La paz de Lume se esfumó. Cómo era de esperarse, cuando se giró para descubrir de quién se trataba, encontró a Ace caminando como podía hacia donde estaba ella.

El azabache sostenía en una mano una botella media llena y con la otra un trozo de carne. Daba de vez en cuando algunos traspiés, pero lograba equilibrarse y no caer al suelo. Tenía dibujada una gran sonrisa y le dió una mordida a su bocado. Nada más ver a Lume alzó la mano del alcohol para saludarla.

—Hola, terremoto —dijo, colocándose a su lado. En ese momento se le escapó un pequeño hipo.

—¿Terremoto? —preguntó ella, alzando una ceja.

—¿No... —Ace se detuvo en seco al no poder seguir de inmediato la oración. Luego amplió su sonrisa y se comió el último trozo de carne antes de proseguir—. ¿No te has dado cuenta de que eres un terremoto?

—¿Estás acosándome? ¿Por qué me sigues? Y es el nombre más ridículo que me han puesto en la vida, soy una señorita.

—¿Dónde? —cuestionó Ace, mirándola de arriba hacia abajo. No importaba cuanto buscara, no encontraba a la señorita de la que ella hablaba.

—¡¿Te estás burlando de mí?! —Lume se quitó un zapato para amenzarlo con él.

Ace, en respuesta, solo le dio otro largo trago a su botella ya casi vacía. El ron le descendió por la barbilla. Cuando terminó soltó un ruido complacido.

Lume arqueó una ceja y se cruzó de brazos, aún con su zapato en la mano.

—¿Estás borracho? —Aunque era más que obvia la repuesta, igual lo miró inquisidorammente.

—Puede que un poco —confesó Ace. Luego se volteó a ver el océano—. ¡Ah, pero en serio que el mar es hermoso!

La joven esbozó una sonrisa retorcida y socarrona en ese momento, ignorando las últimas palabras del chico. Era el momento perfecto para obtener su venganza, así que sin miedo al éxito lo dejó hablando solo y se colocó detrás de él.

Bon voyage —murmuró antes de empujar con todas sus fuerzas los hombros de Ace para que cayera al agua.

Estaba desprevenido y borracho, así que poco pudo hacer el varón antes de estar en el fondo del océano.

Lume dejó escapar una risa maquivélica totalmente orgullosa. Él la había llenado de agua, ahora ella le estaba devolviendo el favor. Se sentía satisfecha. Se colocó el zapato y se cruzó de brazos mientras esperaba que él saliera del agua para recibirlo con la mayor expresión burlesca que tenía.

Pero la espera se hizo un poco más larga de lo que esperaba.

Lume comenzó a notar sospechosas las cosas cuando luego de unos segundos no había ni rastro de Ace fuera del agua. Pestañeó consecutivas veces y su sonrisa se borró.

—¿No será....? No puede ser.

Se respondió a sí misma, pero la preocupación y la ansiedad pudieron más que ella. Se lanzó de rodillas en el muelle y sacó su cabeza fuera de este para observar el lugar donde había empujado al chico, no había ni rastro de burbujas. Aquello la hizo ponerse más nerviosa.

Lume se levantó y comenzó a dar vueltas en el lugar. La posibilidad existía, y ella no quería convertirse en una asesina, no tan pronto. Trató de controlarse y rápidamente se lanzó al agua.

Nadó rumbo a lo profundo y en el camino encontró el cuerpo de Ace incosciente flotando. La impresión la hizo escupir parte de su aire. Lo agarró rápidamente y todo lo veloz que pudo nadó a la superficie.

Al sacar su cabeza del agua tomó una gran calada de aire. Se agarró del muelle. Primero trepó a Ace como pudo y luego subió ella.

Segunda vez en el día que le temblaron las manos al tenerlo acostado frente a ella incosciente. Ni siquiera quería fijarse si tenía pulso. Se frotó los dedos por el frío y comenzó a hacer presión en el estómago del chico, un poco en shock. Se mordió el labio y siguió en su tarea incansablemente. No había respuesta.

—No me conviertas en una asesina, maldito —suplicó aunque en tono de orden. Recogió un mechón de su cabello mojado detrás de su oreja y se acercó a su rostro.

Lo siguiente que pasó es un poco obvio. Lume se vio en la necesidad de darle respiración boca a boca. Casi como si fuera mágico, cuando se separó e hizo presión de nuevo en su estómago, Ace comenzó a toser el agua que había tragado.

Solo en ese instante Lume se percató de que había estado conteniendo la respiración. Volvió a ser persona.

—¿¡Acaso quieres matarme!? —preguntó el varón, poniéndose en pie rápidamente. Sus ojos ardían de furia.

—¿¡Yo cómo demonios voy a saber que no sabes nadar!? ¿¡Un pirata que no sabe nadar!? ¡Eso es ridículo! —rebatió Lume, siguiendo su ejemplo. Se recogió todo el cabello hacia atrás y chocó su frente contra la de Ace.

—¡Todos saben que los portadores de las frutas del diablo no pueden nadar! ¿¡En qué mundo vives!? —refutó el azabache, haciendo presión contra la frente de Lume. No era fácil molestarlo, pero esa chica tenía la increíble capacidad para hacerlo.

—¿¡Y yo por qué demonios tendría que saber que eres un portador de una fruta del diablo!? ¡¿Qué crees, que te acoso?! —siseó la joven, devolviendo con fuerza la acción arremetida por Ace.

—¿¡Puño de Fuego, Ace, no te dice nada!? —exclamó. Si las miradas mataran, Lume ya estuviera a tres metros bajo tierra.

La protagonista pestañeó consecutivas veces y se separó. Ace tenía razón y ella recién se daba cuenta. La verdad era que se trataba de un nombre bastante claro. Además, casi todos los grandes piratas habían comido alguna fruta del diablo.

—¿Acaso eres estúpida? —inquirió Ace, un poco más tranquilo, colocándose su sombrero. Afortunadamente las cuerdas habían impedido que se perdiera en el mar.

Lume volvió a salir de sí. Sus ojos brillaron con furia y una vena se le marcó en la frente—. ¿¡Tú no estabas borracho!?

—¡Lo estaba antes de que casi me mates! —contestó el azabache, endurecido su expresión nuevamente—. ¡Con el susto se me pasó!

—¡Obvias la parte en la que te salvé la vida!

—¡Después de intentar matarme! ¡Estás loca!

—¡Podía haberte dejado ahogarte en el mar, pero no lo hice!

—¡¿Debería agradecerte por qué me hayas salvado luego de casi provocar que me ahogara?!

—¡Pues sí! ¡Idiota!

—¡Pues no! ¡Terremoto!

—¡Deja de llamarme así! —ordenó agitando sus manos.

—¡Deja de comportarte como un terremoto! ¡Terremoto! —contraatacó Ace, llevando ambas manos a su cintura—. Casi me matas.

—¡Lo siento! ¿¡Vale!? ¡No era mi intención matarte en serio! ¡Solo quería devolverte el chapuzón de esta mañana! —confesó ente dientes. Había perdido el control después de jurarse no hacerlo.

—Tienes formas muy retorcidas de devolver las cosas, terremoto —dijo Ace, seguido de un ataque de risa.

Lume se abrazó a si misma cuando una brisa le recordó que estaba cubierta de agua y que esa noche había un poco de frío. No tenía como contestarle a Ace, así que guardó silencio luego de apartar la mirada.

—¿Tienes frío? —cuestionó él, acercándose.

Lume dio dos pasos hacia atrás y se abrazó aun más.

—No, hago esto porque me divierte —respondió sarcástica.

Ace chirreó los dientes y casi se tiene que morder la lengua. Que mujer más complicada. Simplemente se puso frente a Lume, extendió su mano y una llama brotó de ella.

—Anda, terremoto, coge un poco de calor antes de que te congeles.

Lume dejó caer sus brazos a los lados de su cuerpo y se inclinó para ver más de cerca la llama. Sus orbes magenta volvieron a tomar un brillo único mientras observaba el oxígeno consumirse en aquel profundo y hermoso fuego. Era la primera vez que veía una habilidad, estaba embelesada. Por un momento hasta se le olvidó que el portador era la persona que de lejos menos soportaba.

—¿Te gusta el fuego? —preguntó él, percatándose de la reacción de la joven.

—No es eso. —Lume estiró un dedo y lo acercó a la llama para sentir su calor. El dedo sufrió una pequeña quemadura, pero esto provocó una sonrisa en ella. No se trataba de una ilusión—. Es la primera vez que veo algo así. Muchas cosas interesantes no pasan en esta isla.

—Ah, ya veo... —dijo Ace serio, todavía vislumbrándola. Una idea surcó su cabeza y eso le provocó una gran sonrisa—. Hey, terremoto, voy a enseñarte algo verdaderamente interesante.

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