«Solo somos amigos»
«Solo somos amigos»
(Canción: Love Is a Bitch de Two Feet)
ENZO
Veo como Inma se despide de su amigo antes de acercarse a mí. Como era de esperar se queja sobre el «inocente» comentario que le había hecho a él. Intento prestarle toda mi atención al sermón, pero no soy capaz. Va vestida solo con una falda y un jersey y con mi historial el hecho de que esté vestida con ello puede provocar de todo menos buenas decisiones y soy muy dado a tomar malas. Desvío mi vista de sus piernas cuando ella se frena.
Ella me mira un par de veces de reojo antes de retomar el paso. Es ahí cuando me doy cuenta de que se está retorciendo los dedos. Está más nerviosa de lo que pensaba. Acorto la distancia entre los dos y rodeo sus hombros, estrechándola más cerca de mí. Su aroma a vainilla me rodea por completo, aunque me distraigo al notar como se tensa ante la cercanía de nuestros cuerpos.
«Podría ser interesante y todo».
—Una película de miedo, ¿no? —cuestiono divertido, sintiendo como se relaja.
—¿Tú quieres morir? —responde, alzando una ceja.
Intenta parecer amenazante al mirarme así, pero no lo consigue. Lo único que consigue en respuesta es que sonría un poco más que antes. Acerco mi rostro a su oreja antes de decir:
—Si es a besos, sí.
Al llegar a las taquillas, localizo a Érica. Cuando yo la conocí ella se pasaba todas las tardes aquí y yo todas las noches en la discoteca porque teníamos mucho menos personal que antes. Entonces cuando Óscar decidió buscar más personal se lo conté y ella partió su turno conmigo, para no estar tantas horas de taquillera amargada. Había pasado un año de eso ya. Su mirada azabache cae sobre nosotros y por la manera en que entrecierra los ojos en nuestra dirección sé que no podré librarme de su interrogatorio. La saludó y ella —como siempre— saca el dedo corazón en respuesta antes de sonreírle a Inma.
Entramos sin necesidad de hacer cola porque pillé las entradas esta mañana. En la barra solo está Guille. Le hago un gesto con la cabeza antes de adentrarme al otro lado. Apoyo mis brazos en esta sin despegar mis ojos de Inma. Parece ligeramente confundida. Enarco una ceja, intentando contener la sonrisa que amenaza con surcar mi rostro.
—¿Qué quiere tomar?
Si antes parecía confundida, ahora puedo afirmar que lo está por completo.
—¿Ein?
Pongo los ojos en blanco antes de preguntar:
—¿Palomitas dulces o saladas?
Ella se acerca con paso cauteloso hacia a mí. Observo cómo pasea su mirada por los carteles que cuelgan detrás de mí, anunciando los precios y los aperitivos que tenemos a la venta. Entonces su mirada cae sobre mí de nuevo. Abre la boca para decir algo, pero es en ese preciso momento cuando decidido hablar yo, interrumpiéndola. Siendo consciente de lo que le irrita que le hagan eso.
—No sé ni para qué pregunto. Dulces, ¿no?
Inma entrecierra los ojos en mi dirección, a la misma vez que cruza los brazos sobre su pecho.
—Pues no, ahora me gustan saladas —miente, sin disimular lo que le ha irritado.
—Le voy a perdonar esa mentira porque no suelo tener clientas tan guapas. —Le guiño un ojo.
Me acerco a la máquina de palomitas dulce, llenando una de las bolsas grandes. Luego le diré a Érica que me lo quité del sueldo. Siento un codazo en mi costado. Aparto mi vista de la máquina y me fijo en Guille, que mueve las cejas arriba y abajo ante de mover los labios y decir: «Hacéis buena pareja».
Gruño en respuesta. La máquina hace un ruido extraño cuando se llena la bolsa. La cojo y la dejo en la barra, justo en las narices de Inma antes de apoyar los brazos encima de la superficie metalizada.
—¿Eso significa que me invita? —pregunta jocosa.
No me había dado cuenta hasta ahora que se le marca un hoyuelo casi imperceptible al sonreír de esa forma.
—¿Y no cobrar? No, ni hablar.
—¡Tacaño! —dice indignada, pero pierde toda credibilidad cuando se le escapa una pequeña risa al final.
—Tengo niños que mantener.
Entonces rompe a reír. Hace el amago de coger la bolsa de palomitas, pero cuando veo sus intenciones, las retiro de la barra. Su par de ojos verdes me fulminan con enfado.
—¡Oye!
—¿No era que no te gustaban dulces?
—Te he mentido, pesado. Ahora dámelas.
—Solo te las voy a dejar porque me voy a ir a cambiar y a quitarme este polo horrible.
Señalo el polo rojo, con el logo del cine en el lado izquierdo y con el eslogan en el lado derecho. Inma asiente y abraza las palomitas como si su vida dependiese de ello. Cruzo la barra y entro a la sala de descanso por la puerta que hay al final del pasillo. Me acerco a mi taquilla, que está a mi izquierda. Le doy un par de vueltas a las ruedecillas con número hasta que doy con la clave y esta se desbloquea. Entonces escucho como la puerta se abre.
—¿Quién es? —cuestiona Érica, dándome la espalda mientras se quita el polo.
—Una amiga.
—¿Solo amigos?
—Sí, solo somos amigos —digo, ligeramente molesto por el interrogatorio.
Paso la camiseta negra por la cabeza y me arremango las mangas antes de girarme.
—Ya —responde ella, alargando la «a».
—¿Qué?
Veo cómo cierra su taquilla. Ya no viste el polo rojo del cine sino un top morado que oculta bajo una sudadera gris. Sonríe divertida, antes de volver a hablar.
—Los amigos no se miran así, Enzo.
—¿Y cómo nos miramos?
—Como si tuvieseis ganas de empotraros el uno al otro contra la pared.
Niego con la cabeza. Antes de dejar que la puerta se cierre detrás de mí la escucho reírse. Aunque no me molesta, solo me sorprende. Sé cómo miro a Inma. Lo sé a la perfección porque no soy capaz de despegar mis ojos de ella, pero me sorprende que Érica haya usado el plural. Soy consciente de que le pone nerviosa mi cercanía, pero nunca había dado a entender nada más.
Al llegar a su altura me doy cuenta de que está con el móvil.
—¿Vamos?
Inma levanta la vista de la pantalla y sin molestarse en disimular me mira de arriba abajo. Sus ojos se clavan más tiempo del debido en los tatuajes visibles de mis brazos y en uno pequeño que se entrevé gracias al cuello de la camiseta. Se guarda el teléfono en el bolsillo y asiente con la cabeza. Comienza a andar en dirección a la sala con mi bolsa de palomitas en sus brazos.
—Gracias por guardarme las palomitas —digo, haciendo el ademán de cogerlas.
Sin embargo, no soy capaz porque ella aprieta las palomitas más cerca de su cuerpo y se aparta de mi lado.
—Que te lo crees tú.
—¿No era que querías saladas? —pregunto, divertido.
—Ni iri qui quiris silidis —me imita.
—Se me había olvidado lo fácil que es irritarte.
—Y a mí lo pesado que eres.
—Y guapo, talentoso y simpático, también. De eso no te puedes olvidar —enumero con los dedos.
—Creído —masculla, aunque acaba sonriendo al final.
Entramos a la sala. Todavía están las luces encendidas y la mayoría de las butacas están vacías.
—Otras de mis virtudes.
—Lo que tú digas.
—Ya nos vamos entendiendo.
Vuelve a entrecerrar los ojos en mi dirección antes de negar con la cabeza, como si estuviese intentando quitarse una idea de la mente.
No tardamos en sentarnos en nuestros asientos. Las luces se apagan y la sala se sume en un silencio que tan solo es interrumpido por los créditos iniciales que aparecen en la gran pantalla. Miro de reojo un par de veces a mi izquierda. Tiene la vista clavada en la pantalla y solo la desvía un pequeño segundo para llevarse un nuevo puñado de palomitas a la boca. Retiro mi mirada de su rostro por miedo a que me pille observándola.
Me estiro sobre el asiento. Coloco mis brazos en los reposabrazos y abro ligeramente las piernas para estar más cómodo. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero estoy empezando a aburrirme. Ni siquiera estoy atento a lo que está ocurriendo en la película porque la mitad del tiempo he estado mirando de reojo —y no tan de reojo— a Inma.
Cuando veo que va a coger un nuevo puñado de palomitas, aprovecho para acercarme a ella y meterle mano a su preciada comida. Sin embargo, no pienso demasiado bien mi estrategia para hacerla irritar. Ahora nuestras caras están demasiado cerca. La idea de besarla cruza una y otra vez por mi cabeza.
No mueve su mano, que está justamente al lado de la mía. Tampoco se aleja. Al final acabo siendo yo quién saca la mano de la bolsa. Me hormiguean los dedos por la posibilidad de haber podido entrelazar su mano con la mía en lugar de retirarla. Aun así, no soy capaz de apartar la mirada de ella. Es... hipnótica, de alguna forma. Aunque se desvían un momento a su garganta al ver como traga saliva y va ascendiendo hasta observar cómo se relame su labio inferior. Entonces clavo mi mirada de nuevo en la suya, aunque ella sea ahora quién está recorriendo mi rostro. Al darse cuenta de su descaro, aparta sus ojos de mí.
Pero no pienso dejarlo estar. No ahora que sé que no es algo que solo me ocurre a mí, sino que es recíproco. Acuno una de sus mejillas. Gira su rostro hacia mí sorprendida. Trazo círculos con mi pulgar en su piel. Parece dudar. Entonces siento uno de sus dedos dibujando mis cejas, también recorre mi nariz y al final noto la palma de su mano contra mi mejilla.
Soy capaz de fijarme en como las pupilas de sus ojos claros —a pesar de la oscuridad del cine— engullen su iris verde. Deslizo mi mano hasta llegar a su barbilla y recorro con cuidado su labio inferior. Me percato de cómo se le entrecorta la respiración ante el gesto. A mí se me acelera el pulso. Siento la sangre recorriendo con velocidad mi cuerpo por la anticipación, llegando a zonas indebidas de mi pantalón.
Si antes no prestaba atención a la película, ahora simplemente me da todo jodidamente igual. Solo quiero perderme en su mirada. En el sabor de su boca y en el calor de su cuerpo. Trago saliva ante la imagen que comienza a formarse en mi cabeza. De forma instintiva bajo la mirada a sus labios de nuevo, en el momento justo en que los entreabre. Estoy a punto de acortar la distancia entre los dos para besarla cuando noto como una boca choca contra la mía. Me quedo un par de segundos quieto, sorprendido por el giro de tornas.
Aunque no pienso desaprovechar la oportunidad. Comienzo a mover mis labios contra los suyos. Retiro mi mano de su mejilla y la coloco en su nuca, acortando —aún más— la escasa distancia que hay entre nosotros. La beso como si sentir sus labios contra los míos me dieran oxígeno. En realidad, no. Es como si los movimientos de su boca con la mía me arrebatasen cada parte de mí para devolvérmela con más intensidad que antes.
Sus manos comienzan a escalar por mi abdomen hasta llegar a mi pecho. Se agarra a mi camiseta con fuerza. Nuestras lenguas se alejan y se encuentran cada vez con más pasión que la anterior. El pantalón cada vez me está más ajustado y tengo la sensación de que nos sobra ropa. El espacio también, a pesar de estar prácticamente el uno encima del otro. Apoyo una de mis manos en su muslo, notando el calor que emana su piel. Voy ascendiendo a través de su pierna, dándome cuenta de sus reacciones ante mis caricias. Si pensaba que no podía estar más cachondo, la escucho jadear.
Le doy un pequeño apretón al escucharla. Si no estuviésemos en un lugar público se lo haría ahí mismo y ese jadeo no sería nada comparado a lo que sería capaz de arrebatarle. Cuelo mi mano bajo su falda. Siento como se estremece al darse cuenta hasta donde he llegado. Recorro de manera sutil su ropa interior con un dedo, tanteando el terreno. Esta vez ahoga un gemido. Sus manos escalan del todo hasta llegar a mis hombros. Pienso que va enredar sus dedos en mi pelo, pero no lo hace. Yo sigo acariciando su ropa interior, que se humedece ante mi contacto cada vez más. Inma cuela sus manos dentro de mi camiseta y me araña la espalda cuando vuelve a ahogar un nuevo gemido. Gruño en respuesta cuando en lo único que soy capaz de pensar es en su forma de gemir.
Sus manos dejan de arañarme la espalda y sus dedos se enredan en mi pelo, acercándome aún más a ella. Si no fuese por la palpitación incesante de mi entrepierna y la sensación de que en cualquier momento sería capaz de correrme solo por seguir escuchándola gemir en bajito, por la adrenalina de estar en un cine y de saber que ella está igual que yo; la seguiría besando, pero no puedo más. No si esto no continúa su curso. A regañadientes, separo nuestras bocas.
Oigo a Inma suspirar. Tengo la respiración acelerada y el corazón bombeando sangre sin parar. La veo colocar las manos sobre sus mejillas. Si no estuviésemos a oscuras, sería incluso capaz de ver el sonrojo que decoraría su rostro. Eso sí, al estar tan cerca puedo percatarme de que tiene los labios más hinchados que antes y su pelo está más despeinado. Se muerde su labio inferior.
«Esta chica va a ser mi sentencia de muerte», pienso en un suspiro.
Me estiro en el asiento de nuevo, pero me arrepiento al instante al darme cuenta de lo incómodo que me siento. Bajo la vista la pantalón encontrándome con un bulto muy difícil de disimular. Me la recoloco como puedo, mirando de reojo a Inma para que no se dé cuenta y estiro al camiseta hacia abajo, en un intento de disimularlo un poco más. Cuando vuelvo a mirar en su dirección me encuentro con sus ojos clavados en mi pantalón. Eleva la mirada a mi rostro, sonriendo con una picardía que no había visto hasta ahora.
Acorto la distancia entre los dos, otra vez.
—Si lo sé antes, te hubiese besado el día en que me abriste en toalla.
—Capullo —susurra con voz más ronca de lo normal.
—Un capullo que has besado —respondo de vuelta.
«Y con él que vas a hacer muchas más cosas que eso. Espero...», aunque no lo digo en voz alta.
Rodeo sus hombros. Acaricio con mi mano su brazo desnudo, notando como esta vez en lugar de tensarse ante mi cercanía, se relaja. Apoya la cabeza sobre mi hombro y el aroma a vainilla vuelve a invadir mis fosas nasales.
N/A: Esta es una de los extras "sorpresas" en las Historias Pagadas. Espero que os haya gustado jeje.
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