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Capítulo Veintitrés

Capítulo dedicado a writtenbooksbykar que a pesar de que te queden varios capítulos para llegar a este, tengo que agradecerte todo el amor y apoyo que le estás dando a taym 🥺❤

(Canción: Say you won't let go de James Arthur)

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Mi cuerpo entero se ha ido convirtiendo en un manojo de nervios cuánto más cerca estábamos del aeropuerto. Mi pierna se mueve de arriba abajo constantemente. Centro mi mirada en el exterior soleado que se abre paso por la ventana. A pesar de ser invierno, el sol brilla sobre el cielo azulado. Aprovecho para bajar la ventana y que el suave viento de la mañana sople en mi rostro, consiguiendo que el aire frío tranquilice un poco más mis nervios. Siento una mano cálida entrelazándose con la mía, como si se tratase del acto más cotidiano.

Le doy un ligero apretón. Giro mi rostro, desviando mi mirada de los coches que conducen al lado nuestra para enfocarla en el chico de rizos castaños y mirada grisácea que conduce con una mano en el volante y otra enlazada con la mía, mirándome de reojo varias veces.

—¿Nerviosa? —pregunta ligeramente divertido.

«Él sabe la respuesta perfectamente».

—¿Nirvisi? —lo imito irritada.

Oigo su risa ronca cuando termino y acaba contagiándomela, consiguiendo que libere la poca tensión que se seguía adueñados de mi cuerpo. Una pequeña sonrisa invade mi rostro mientras Enzo toma el cruce que nos desvía en dirección al aparcamiento del aeropuerto.

Enzo quita las llaves de la toma de mando y nos vemos obligados a separar a nuestras manos al él salir del coche. Veo por el espejo retrovisor como abre el maletero y saca nuestras dos maletas. Yo me bajo del vehículo también y me acerco para arrastrar mi maletita. Cojo mi mochila del asiento del copiloto dónde está mi libro, el móvil y mis auriculares.

Uno de los brazos de mi novio rodea mis hombros y andamos los dos juntos hacia la entrada del lugar. Al entrar, el sonido de las ruedas siendo arrastradas por el suelo de granito resuenan por todo el aeropuerto junto a la voz monitorizada que va avisando de las salidas y las llegadas para que los pasajeros vayan a dicha puerta.

Paseo mi mirada por el sitio en busca de la gran pantalla dónde están reflejados todos los vuelos que saldrán en estas horas. Al localizarlo, arrastro a Enzo por el aeropuerto hasta acabar en frente de esta. Reviso cada uno de los nombres amarillentos que están escritos en la pantalla. «Irlanda, 9:30. 201-205». Miro a nuestro alrededor en busca de los mostradores señalados con uno de esos números hasta que lo encuentro.

Caminamos, arrastrando nuestras maletas hasta colocarnos al final de la fila. Hay bastantes personas por delante de nosotros a pesar de que hemos llegado casi una hora antes al sitio. Apoyo mi cabeza en su brazo y suelto un suspiro de aburrimiento. Sin poder contenerme, bostezo por la falta de sueño. Estos últimos días no he dormido casi nada, los nervios me han estado carcomiendo y la presión de conocer a mis suegros parece incrementar cuanto menos tiempo queda para verlos.

—¿Tienes ganas de volver?

—¿A Irlanda?

Asiento en respuesta.

—La verdad que sí. Además, puede que conozcas a algunos de mis amigos de allí —dice, con una pequeña sonrisa dibujándose en su rostro—. Les he hablado mucho de ti.

—¿Les has hablado de mí? —pregunto, con los nervios renaciendo en mi interior.

—Mhm, que una personita muy pesada se hace llamar mi novia —susurra, acercando su rostro al mío.

—¿Y ellos saben que tienen un amigo muy capullo?

Arrugo la nariz cuando siento la suya fría contra la mía. La sonrisa torcida tan característica de él se hace paso por su cara. Me pongo de puntillas y acorto la distancia entre sus labios y los míos. Su aliento cálido se entremezcla con el mío. Con el simple movimiento de su boca contra la mía, consigue tranquilizarme y calmar cada uno de mis nervios. Al separarnos, le muestro una sonrisa de boca cerrada. Alguien al lado nuestra carraspea y una pareja de abuelitos nos mira ligeramente divertidos.

Yo enrojezco en mi lugar mientras el capullo de mi novio les hace un movimiento de cabeza antes de mostrarle una de sus sonrisas más amplía. El hombre mayor le hace un gesto con su sombrero.

«Ojalá llegar así algún día».

La fila comienza a moverse y la distancia entre el mostrador y nosotros, afortunadamente, se acorta. Veo familias con niños pequeños, yendo y viniendo con los carros a tope de maletas, grupo de adolescentes que se ríen y comentan los mil planes que quieren llevar a cabo, algún que otro lobo o loba solitario que camina con tranquilidad o parejas acarameladas —como nosotros— que no se separan ni para poder pasar a través de las columnas.

Minutos más tarde, facturamos las maletas y nos marchamos hacia el control de policía. Esa fila parece acortarse con más rapidez y aunque sé que no llevo nada peligroso, siempre temo pasar por debajo del arco y que este pite por tener algo que no se puede entrar. Recogemos las bandejas y caminamos por los largos pasillos de la tienda de souvenirs que hay nada más entrar hacia los vuelos que despegan.

De nuevo, tenemos que buscar una de las pantallas para encontrar la puerta de nuestro vuelo. Localizo esta vez con más rapidez nuestra puerta de embarque y vuelvo a arrastrar a mi novio por el aeropuerto mientras él va refunfuñando por lo bajo.

—El avión no se va a ir sin ti, lo sabes, ¿verdad?

—Ya lo sé, pero no quiero llegar tarde.

—Si siempre llegas tarde a todos lados —se queja mi novio.

Escucho sus pasos pesados contra el suelo. Vuelve a bufar algo mientras subimos por una pequeña rampa que nos desvía a la zona de puertas D. Al final del pasillo soy capaz de vislumbrar una fila de pasajeros, de pie esperando a que abran las puertas para subir al avión.

Acelero mi corto paso hasta llegar a la zona de los asientos. Resoplo. Hay más gente de lo que parecía en la lejanía. De forma inconsciente, empiezo a repiquetear mi pie contra el suelo. Llevo mi pulgar a la boca y comienzo a mordisquearlo mientras los nervios vuelven a invadir mi cuerpo.

Unos dedos ásperos me rodean mi muñeca y apartan mi pulgar de mis labios. Enfoco mi vista en el dueño de ellos y me doy de bruces con unos iris grises ceniza.

—Ven aquí.

Da un pequeño tirón hacia su dirección, haciendo que acabe de pie entre sus piernas. Aunque está sentado encima de su maleta, ni siquiera de esa forma soy capaz de ser más alta que él.

—No estés nerviosa, ¿vale? Vas a caerles genial —dice, con una pequeña sonrisa en su rostro.

—Que tú le cayeras bien a mis padres, no significa que yo les vaya a caer bien a los tuyos —mascullo.

Siento cómo la ansiedad se afianza con más fuerza en mis huesos. Los nervios me carcomen por dentro. Sin embargo, Enzo está demasiado tranquilo en comparación a mí.

—Mi padre ya te conoce y Carol ya te adora sin haberte visto, amor.

—¿Volvemos al amor? —pregunto divertida.

Beso las comisuras de sus labios castamente antes de esbozar una sonrisa en la mía.

—Es mi mejor táctica para distraerte.

—Qué malas tácticas entonces.

Sus manos rodean mi cintura y acortan aún más la distancia entre los dos. Esta vez, es la sonrisa lobuna la que aparece en su cara y mis nervios vuelven a tambalearse, aunque por un motivo totalmente diferente.

—Mi mejor táctica en lugares públicos —susurra, logrando que su voz suene incluso más ronca de lo normal.

—Idiota.

—Pesada.

—C...

«Pasajeros con destino a Irlanda, embarquen por las puertas 65D y 66D».

Me separo de mi novio y me coloco como puedo en la fila, intentando no darle a nadie con mi mochila gris. La abro y rebusco dentro de ella mi móvil, mis auriculares y el libro. Alguien tira del asa de mi mochila, provocando que dé un traspié. Me giro sobre mi propio eje para cantarle las cuarenta al graciosillo que haya hecho eso.

Enzo me mira sin disimular la diversión en sus facciones.

—Eres un capullo.

—También tu novio, esa parte es importante.

—¿Debería cambiar de novio entonces?

Él me mira con la indignación reflejada en su cara y ahora soy yo la que rompe a reír. Una de las azafatas nos mira las tarjetas de identificación y nuestros billetes.

—¡Que tengan un buen viaje! —nos desea ella.

Andamos por el pasillo. Al ser acristalado, me deleito de la imagen de los aviones paseando por el recinto, algunos despejando y otros aterrizando. Los nervios son sustituidos por el miedo. Dos azafatos nos dan la bienvenida al vehículo que surcara los cielos en dirección a Irlanda. Camino a través del estrecho pasillo intentando no chocarme o tropezarme. Llego a nuestros asientos y freno. Miro por encima de mi hombro a Enzo que me observa confuso por la cara de pánico que seguramente tenga.

—¿Qué te pasa?

—¿Puedes ir tú en la ventanilla? —pregunto, intentando mostrarme calmada.

—¿Eh? Sí, claro.

Avanzo un poco más, para dejarlo pasar a él primero y que se siente junto a la ventanilla. No tardo en imitarle y me siento a su lado.

—¿Miedos a las alturas?

—¿No deberías saberlo ya a estas alturas? —respondo de vuelta, irritada.

—¿Música?

Asiento. Observo cómo saca su móvil, y sus auriculares. Se mete en la aplicación de música y empieza a reproducir una canción que al principio me resulta desconocida, pero no tardo en darme cuenta de lo familiar que es en realidad.

—¿No actualizas repertorio? —bromeo.

—Es nuestra playlist. Esto... —dice, enseñando la lista de canciones que tiene en su teléfono—, es intocable.

Niego con la cabeza divertida. Me apoyo en su hombro y cierro los ojos, dejando que las notas musicales sean lo único que inunde mi cabeza. No sé en qué momento acabo sucumbiendo a Morfeo, pero lo que sí sé es que dos horas y media de vuelo más tarde, mi novio me zarandea. Bostezo antes de abrir los ojos.

—Estamos a punto de llegar —dice con suavidad.

Froto mis ojos y me estiro como puedo en el pequeño espacio en el que estoy. Paso mis dedos por mi pelo, intentando dominar la maraña de mechones ondulados que deben haberse enredado.

—¿Te he molestado? —pregunto con voz somnolienta.

—No, solo has babeado, pero es algo que haces todo el tiempo.

—Capullo.

—Yo también te quiero...

—Yo te quiero, pero sigues siendo un capullo.

«El vuelo España a Irlanda está a punto de aterrizar».

—Esto no se moverá mucho, ¿verdad?

—Cierra los ojos y te aviso —dice en tono burlón.

—No estoy bromeando...

—Ni yo. Te aviso cuándo estemos en tierra firme.

Sorprendentemente, aunque no mucha, Enzo cumple con su palabra. Al abrir los ojos, soy capaz de ver por la pequeña ventanilla un nuevo aeropuerto en el que el nombre de la ciudad descansa en el techo. «Dublín» resalta a pesar de la niebla y el día nublado en el que nos hemos adentrado. Esta vez, hacemos un recorrido al revés. Caminamos por el pasillo acristalado y salimos por el mostrador. Ahora soy yo quien intenta seguirle el paso a Enzo mientras que él pasea con tranquilidad con sus grandes zancadas, y yo veo obligada a tener que ir un poco más rápido.

No dejo de mirar a mi alrededor. El aeropuerto irlandés es muchísimo más grande que el español. Tiene varias plantas y variados establecimientos de restauración. La fluidez de movimiento también incrementa en comparación a España. La mezcla de idiomas invade mis oídos.

Enzo se recarga en la barandilla de las escaleras metálicas mientras yo peleo con mi pequeña maleta y mi torpeza para no matarme por ellas. En diez minutos somos capaces de salir por las grandes puertas del aeropuerto. Las personas esperan tras la barandilla con carteles de bienvenida, de «te hemos echado de menos» ...

Mi novio se para en frente de un chico pelirrojo y pecoso. Sus ojos azules resaltan con su anaranjado pelo. Aparte de Mar, no había visto a nadie de un aspecto similar. El chico nos ofrece una sonrisa de dientes imperfectos, que le da un aspecto más noble. Ellos dos se abrazan por encima de la barandilla.

—Sebas, está es Inma —me presenta Enzo.

Me acerco hasta estar a la altura del pelirrojo. Sus ojos azules recorren mi rostro con curiosidad antes de desviarse y mirar a mi novio con sus dos cejas naranjas enarcadas.

—¿Ima?

—Inma —lo corrijo.

—¿Ina?

—In-ma.

—¿In-ma? —pregunta él, con su acento irlandés plagando el español.

 Asiento en respuesta.

—¡Inima! —exclama antes de abrazarme.

Suelto una risa divertida.

—Nos ha hablado mucho de ti —explica—. Yo llevo los maletas.

—No hace falta, puedo yo...

—Tú eres invitada. Maletas llevo yo.

Busco ayuda en Enzo, pero este se limita a encogerse de hombros, entretenido por la situación. Acabo cediéndole mi pequeña maletita a Sebas. El pelirrojo nos indica cómo llegar al lugar donde ha aparcado. El chico de rizos castaños se sienta en los asientos traseros, pero antes de cerrar la puerta me alienta a sentarme en la parte de delante. Abro la puerta de la derecha y me coloco en el asiento, aunque me sorprendo al ver el volante en el lugar del copiloto.

Me giro en su dirección y veo cómo él intenta aguantarse la risa. Escucho un golpeteo en la ventanilla del coche. La bajo y me encuentro con el pelirrojo sonriéndome divertido. Pone los ojos en blanco antes de hablar.

—Españoles siempre confunden —se queja, aunque no parece molesto en absoluto.

—Perdón, la costumbre yo creía...—balbuceo nerviosa y avergonzada.

—No preocupes. Enzo tardó meses en acostumbrar.

La risa de mi novio se silencia ante el comentario de su amigo.

—Eso no es verdad.

—Sí es, si no preguntamos ahora a Charlie.

—¿Charlie? —hablo confundida.

—Charlie nos espera en el bar con todos.

«¿Todos?»

Vuelvo a buscar a mi novio con la mirada, esta vez me ofrece una pequeña sonrisa con la que intenta tranquilizarme, pero que solo logra ponerme más nerviosa de lo que ya estoy. Salgo del vehículo y lo rodeo por delante hasta acabar en frente de la puerta de la izquierda. La abro y me siento, extrañamente, en el lado izquierdo del coche sin el volante en mis manos. Sebas arranca y sale del aeropuerto. En la radio suenan unas gaitas tenuemente.

Aunque apenas le estoy prestando atención a la música. Toda mi atención está centrada en todos los paisajes que pasamos solamente por la autovía. La tierra verde y húmeda predomina en cada lugar en la que posas los ojos.

Según tengo entendido por Enzo aquí no necesitan aspersores debido a la cantidad de lluvia que cae día sí y día también. Irlanda se podría resumir, en una palabra: verde. Porque aparte de la abundante y verdosa naturaleza, los bares tienen tréboles del mismo color junto a las banderas.

La temperatura en la guantera refleja que hace quince grados y aún la gente camina por las calles, incluso hay algunos en manga corta. Un escalofrío al pensar en el frío que deben de estar pasando me recorre de pies a cabeza.

Sebas se desvía hacia la izquierda y un par de metros más adelante nos encontramos en calles conformadas de piedra. El gran parlamento aparece por mi campo de visión junto a los edificios antiguos de otra época que invaden cada rincón que observo. En el poco tiempo que Sebas tarda en buscar aparcamiento en el pleno corazón de la capital, comienza a llover.

—No tenemos paraguas —digo en voz alta, preocupada.

—Nadie usa paraguas, Inima —comenta Sebas mientras aparca.

—El bar está cerca. Yo te hago de paraguas humano—bromea mi novio.

—Igual de gracioso que siempre.

—Gracias.

—Nunca eres gracioso, Enzo —digo irritada.

I like this girl —escucho decir a Sebas.

Sonrío satisfecha ante el comentario. Los tres bajamos del coche. La lluvia nos da la bienvenida. Escondo mi rostro en el cuello de mi abrigo mientras siento como un brazo me rodea los hombros y me acerca a un cuerpo igual de frío y húmedo que el mío debido a las gotas de agua. El pelirrojo, por otro lado, anda con naturalidad consiguiendo que su cabello se empape y adquiera un tono de naranja más oscuro. Yo intento resguardarme bajo los tejados de las tiendas por las que caminamos, aunque al final de una, me acaba cayendo una gota en la cabeza.

—Mierda.

—Irlanda te acaba de dar la bienvenida —bromea el chico de ojos grises.

Irlindi ti icibi di dir li binvinidi.

—Estabas tardando, amor.

—¿Sabes que, aunque digas amor me sigue ofendiendo?

—¿Y tú sabes que sigues mintiendo fatal?

—Eres insoportable —mascullo, molesta.

Una sonrisa torcida se le dibuja en su rostro. Me aguanta la puerta para dejarme pasar. Antes de que pueda entrar en el restaurante, siento sus labios tibios contra mi mejilla fría por las bajas temperaturas del exterior.

—Y por eso solo me soportas tú.

Le sonrío de vuelta a su comentario. Escucho cómo la puerta se cierra junto al tintineo de la campana que hay encima. Enzo posa su mano en mi cintura y me alienta a caminar por el establecimiento. El ambiente familiar mezclado con el minimalista le da un aspecto demasiado peculiar. Hay una pequeña barra en el lado derecho mientras el resto del establecimiento está lleno de mesas y sillas o mesas altas con taburetes. Miro a mi alrededor en busca de la melena pelirroja de Sebas. Oigo una carcajada exagerada proveniente de alguna mesa de las del fondo.

—Son esos de allí —susurra mi novio, señalándome con el dedo la mesa de dónde proviene la risa escandalosa.

Nos acercamos a ella. Sebas está de pie bebiendo una cerveza negra de un vaso alargado y ancho. En frente del pelirrojo hay una chica de pelo corto y rubio muy claro, casi que parece blanco, un chico de ojos rasgados y una chica pelirroja observándonos con curiosidad.

Guys, esta es Inima. Inima ellos son Charlie, Kenji y Scarlett.

Ni siquiera me molesto en corregirle porque podría confundirlos más aún. Me acerco a cada uno y nos saludamos con dos besos. Veo por el rabillo del ojo a Sebas arrastrando dos nuevos taburetes a nuestra mesa. Enzo se sienta de un salto y cuando termino de saludar a Kenji, lo imito.

—¿Una Guinness? —pregunta Sebas.

«Una, ¿qué?»

La chica rubia me ofrece una pequeña sonrisa al darse cuenta de mi confusión y me señala el vaso de cerveza negra que tiene delante. Formo una «O» con mi boca al comprenderlo.

—Nunca la he probado.

Im really dissapointed—dice Scarlett ofreciéndole una mala mirada a mi novio.

—¿En España no tenéis? —pregunta Kenji con un español increíble.

—No, no hay o tienes que ir a tiendas específicas. No saben apreciar las buenas cosas —bromea el chico de ojos grises.

—Tú tampoco lo hacías —responde con sorna Charlie antes de darle un largo trago a su cerveza.

Enzo simplemente se encoge de hombros.

Sebas llama a uno de los camareros del lugar y pide una nueva ronda de cervezas. La conversación acaba centrándose en mí, en mi vida en España, en cómo conocí a Enzo y que me parece Irlanda por ahora. Hablar con ellos no es tan diferente a charlar con Iván, Hugo, Mar, Lara y Miriam salvo que ninguno de los irlandeses discute entre ellos cada dos segundos. No entiendo por qué me sentía tan cohibida al principio por conocerlos. El camarero no tarda en volver con una bandeja de Guinness.

Sláinte! —exclama Sebas alzando su largo vaso de cerveza.

Sláinte! —sigue el resto.

—Sloncha —los imito, aunque por la sonrisa divertida de Enzo, no lo he dicho demasiado bien.

Le doy un codazo justamente en sus costillas. Él deja su vaso en la mesa y me rodea con ambos brazos y comienza a besuquearme el rostro consciente de la vergüenza que me da y más en público. Soy capaz de escuchar un «oh» femenino. Gruño frustrada, intentando escapar de él.

—Te odio —mascullo cómo puedo.

—Yo también te amo.

Y me suelta. Me peino el pelo con los dedos. No necesito un espejo para saber que debo de estar roja cómo la camiseta de rugby que hay delante de mí. Siento una mano en mi rodilla y cómo el dueño de esta me da un ligero apretón, mientras esa sonrisa torcida tan suya hace presencia en su cara.

—Eres igual a Enzo cuando nuevo —dice Sebas, ligeramente entretenido por la situación.

«Mikel versión irlandesa».

—¿Nuevo?

—Se ponía rojísimo cada vez que alguna de estas dos la hablaban —comenta Kenji antes de romper a reír.

Charlie y Scarlett asienten con la cabeza, divertidas, mientras mi novio frunce el ceño. Y con ese comentario es cómo empiezan a relatarme cada una de las travesuras y aventuras que vivieron los cinco en el país lluvioso. Así sin darme cuenta, entre cervezas y anécdotas transcurre la tarde con velocidad.

—¿Tu padre qué tal? —pregunta la voz melosa de Scarlett.

—Vamos a ir a verlo ahora —responde, señalándome con la cabeza—. ¿Me dejas tu coche? —le pregunta a Sebas.

El pelirrojo se limita a lanzarle las llaves y él las coge al aire. Nos despedimos de todo el grupo con la promesa de volver a quedar mientras sigamos por aquí y Enzo les comenta que un día podrían venirse a vernos, las chicas parecen más encantadas con la idea que los chicos. Vuelvo a ponerme el abrigo y me coloco la bufanda que oculta parcialmente mi rostro.

En las horas que hemos pasado dentro del bar parece que ha dejado de llover, aunque las nubes grisáceas siguen reinando el cielo. Andamos por las calles hasta llegar al coche de Sebas. Esta vez me siento en el asiento de copiloto correcto.

Conducimos por las calles del centro hasta desviarnos de nuevo a la autovía. Los campos verdes con caballos corriendo salvajemente por ellos inunda mi visión. Enzo se introduce en un desvío y aunque el verde sigue abundando a nuestro alrededor ya no hay caballos correteando. Pequeñas gotas comienzan a chocar contra el cristal, pero no llueve tan fuerte como hace unas horas. Enzo aparca lo más cerca que puede de la entrada del hospital y bajamos del coche.

Sin haber sido capaz de cerrar la puerta ya siento su presencia detrás de mí. Cierro la puerta a la vez que el clic que hace el coche al bloquearlo suena y entrelazo mi mano con la suya mientras cruzamos el paso de peatones.

—¿Nerviosa?

—Bastante.

—No lo estés. Ya te adoran —dice, dándome un ligero apretón con nuestras manos enlazadas.

—Sí, seguro...

—Fíate de mí por una vez en tu vida.

—Eres muy pesado, ¿lo sabías?

—¿Y tú sabías que está mal copiar los apodos ajenos?

Bufo en respuesta, pero al final acabo sonriendo. Enzo besa mi frente antes de posicionarnos frente al mostrador de hospitalización.

Good evening... —nos saluda la enfermera mientras continúa tecleando en su ordenador.

Enzo y ella hablan. De vez en cuando veo cómo mi novio frunce el ceño, pero al ver que tiene mi mirada fija en él, suaviza sus facciones y me sonríe.

—Henry Rubio: room 43, floor 6.

Enzo asiente y seguimos las indicaciones de la enfermera. Andamos por los pasillos blancos e iluminados del hospital en busca del ascensor y cuando lo encontramos, entramos en él y subimos hasta la planta seis. Salimos a un nuevo pasillo, aunque a diferencia de la planta principal este tiene enfermeras de aquí para allá, arrastrando camillas o sillas de ruedas. También hay algún que otro paciente con el gotero caminando por el lugar.

No es hasta que llegamos a la puerta con el número 43 en ella cuando frenamos. Enzo toca con los nudillos. Escuchamos un «ahora voy» en un inglés con el acento irlandés muy marcado y no me hace falta ver a la mujer bajita y rechoncha de pelo castaño que nos abre la puerta para saber que se trata de Carol, la mujer del padre de Enzo.

—¡Enzo! Tú debes de ser Inma, ¿verdad? ¡Ay! Entrad, entrad —dice entusiasmada, mientras abraza a Enzo para luego pasar a abrazarme a mí.

Enzo va por delante de mí y Carol me pisa los talones. Voy quitándome la bufanda y me la cuelgo en el brazo.

—¿Enzo? Pensaba que vendrías más tarde —habla una voz grave, pero en un tono bajo sin fuerzas.

—Yo también me alegro de verte, papa.

—Sabes que yo también.

El chico de rizos castaños se acerca a la camilla hasta rodear a su padre en un abrazo padre e hijo. Al separarse los ojos grises de Henry se fijan en mí. Su rostro es más delgado y las ojeras junto a las arrugas en su cara destacan más debido a la palidez de su piel. Los rizos cortos y canosos que tiene en los recuerdos de mi infancia ya no están.

Se me forma un nudo en el estómago por los sentimientos encontrados que comienzan a embargarme al ver el brillo del reconocimiento en su mirada y como me hace un gesto —como puede—con la mano que tiene inyectada para que me acerque a la camilla. Obedezco y me siento en el borde, con miedo a dañarlo de alguna forma.

El señor Rubio vuelve a sonreír y las arrugas en su rostro se marcan un poco más. Siento su mano fría encima de la mía y me da un ligero apretón.

—Inma, querida. Hace mucho que no te veía —habla en susurros y su voz está teñida de cansancio.

—Lo mismo digo, Señor rubio.

Intento sonreírle de la forma más natural posible, aunque las ganas de romper a llorar están muy latentes. El aspecto enfermizo de ahora es un fantasma del hombre que recordaba, robusto y enérgico. Trago saliva.

—Siempre tan educada como siempre. ¿Qué tal tus padres?

—Bien.

—Deben de estar muy orgullosos de ti. Has pasado de ser así. —Señala una altura muy baja, incluso para mí—. A estar así, toda una adulta. Enzo me dijo que te habían contratado en uno de los mejores hoteles de la ciudad.

—Es un periodo de prueba. Su hijo puede llegar a ser muy adulador cuando quiere —bromeo.

Una pequeña risa brota de los labios del señor Rubio, aunque tarda poco en convertirse en una tos violenta que lo obliga a dejar de estar tumbado. Escucho el taconeo rápido de Carol y como le alcanza un vaso de agua. Yo me levanto de la camilla como si tuviese un resorte debajo de mí. Las ganas de llorar se afianzan en cada parte de mi cuerpo. Comienzo a retorcerme los dedos con nerviosismo y culpa.

Aunque cierto señorito no tarda en enlazar su mano con la mía, impidiendo que pueda seguir retorciéndomelos.

—Lo siento mucho —logro decir cuando la tos de Henry desaparece.

—No te preocupes, hija. Solo necesito descansar.

—Lo mejor será que vengáis mañana un poco más temprano, queridos —añade Carol, observándonos a los dos con ese amor maternal reflejado en sus ojos castaños.

—Enzo, ven aquí.

El chico de rizos castaños y ojos grises obedece a su padre y se acerca de nuevo su camilla. Veo como Henry le da un par palmaditas suaves en su hombro y vuelve a sonreír.

—Escúchame bien... ni se te ocurra dejarla escapar.

Enzo mira por encima de su hombro y sus iris cenizas se clavan en mí antes guiñarme un ojo consiguiendo que yo ponga los ojos en blanco.

—No te preocupes. No lo haré.

N/A: Amo al papá de Enzo, son tan para cual. ¿Y podemos hablar de Sebas? Me encanta este hombre. Os voy a decir un secreto xd, está basado en alguien real de una de las veces que fui a Irlanda, se pasó las semanas que estuve allí llamándome "Teki". Así que bueno, siempre hay alguna que otra anécdota por aquí y no sé si os hace ilusión que os las cuente o no, la verdad. Ya me decís si es así, os cuento alguna que otra más adelante jeje.

También lo de los asientos. De un año para otro se me olvida y siempre hacía el ridículo el primer día, ya después me acostumbraba y la liaba en España. Tengo memoria "Dory" y yo para los cambios me acostumbro rápido pero primero tengo que meter la pata un par de veces.

Gracias por leerme y nos vemos la próxima semana.

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