Capítulo Veinticuatro
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(Canción: Burning de Sam Smith)
Irlanda tiene un montón de lugares que visitar que nunca habían llamado mi atención. Al final de la semana soy capaz de recorrer las calles de Dublín sin necesidad de ir mirando el GPS. El ambiente callejero es muy diferente al español. Los artistas y músicos callejeros no están tan mal vistos y reciben un mayor apoyo del que recibirían en las calles españolas. Siempre que andamos por la avenida central alguna de las fundas instrumentales consigue una moneda de mi parte.
He acabado acostumbrándome al frío, aunque no demasiado. Sigo llevando mi abrigo y mi bufanda a todas partes mientras que el chico que camina a mi lado simplemente viste un jersey con las mangas arremangadas y su abrigo colgado en el brazo libre que no rodea mis hombros.
De forma rutinaria andamos por las calles de alrededor del hotel en busca de un nuevo lugar de restauración. Entre mi novio y sus amigos he acabado comiendo la mayoría de platos típicos del sitio. Incluso llegamos a ir un día a casa de Kenji y nunca en mi vida había comido mejores tallarines. Ni siquiera los del restaurante que tenemos debajo de casa en España y que a Iván tanto le gusta.
Un pequeño garito con un cártel parpadeante dónde descansa «Fish and Chips» llama la atención de mi chico. Me arrastra al interior del pequeño lugar. El olor a fritura inunda mi nariz de golpe. A pesar de ser pequeño, tiene bastantes clientes en comparación al tamaño. Con curiosidad observo que es lo que sirven y soy capaz de ver a un grupo de adolescentes con cajas de cartón con la tapa abierta dejándome ver el interior de esta conformada por un lomo de pescado frito y una cantidad desproporcionada de patatas fritas.
No obstante, el estómago me ruge en respuesta al ver la comida. Una pequeña risa se escapa de los labios de mi novio al escucharlo.
—¿Tienes hambre después de lo que comimos con Charlie y Scarlett? —pregunta divertido.
Hoy al mediodía las chicas habían acabado convenciéndome para que fuera con ellas a comer y acabé arrastrando a Enzo conmigo. No iba a ir yo sola. El restaurante era increíble y el aroma a comida lograba que el hambre solo incrementase por momentos. Les dejé pedir por mí y según ellas había que aprovechar el increíble «Sunday Roast» que tenían los domingos y eso comimos. O de una manera un poco personalizada.
Mi carne se la di a mi novio mientras el montón de verduras que había en su plato me lo daba él a mí. Pensé que me quedaría con hambre, pero nada más lejos de la realidad. Aunque lo mejor sin duda fue el crumble.
—No me lo recuerdes que me entra más hambre.
—¿Qué dirían Iván y Mar si te vieran comer tanto?
—Es culpa tuya por malcriarme.
Enzo abre la boca para responderme, pero la voz grave del cocinero hace que los dos desviemos nuestra atención a él. Nos acercamos al mostrador y Enzo pide nuestros fish and chips. Tarda menos de diez minutos en volver al mostrador con dos pequeñas cajas de cartón. Mientras él paga nuestro pedido yo las cojo y me doy cuenta del tremendo error que he cometido cuando siento el calor ardiente que desprende la comida a través del cartón. Muerdo mi labio inferior intentando contener el grito que se quiere escapar por ello.
—Be careful, the boxes are pretty hot —dice el cocinero, ligeramente divertido.
«Ya incluso el cocinero irlandés se burla de mí».
Nos despedimos de él y salimos de vuelta a la fría noche. En cuánto perdemos el garito de vista y sé que nadie más aparte de Enzo va a juzgarme le doy las cajas a él mientras sacudo las manos y les echo aire intentando disminuir la sensación abrasadora que experimento.
—¡Ay! ¡Ay!
Vuelvo a soplar de nuevo. El silencio de la noche es interrumpido por mis repetidas quejas, aunque una risa ronca resuena con más fuerza. Me giro y entrecierro mis ojos en su dirección y parece que ese gesto solo consigue que incremente la intensidad de la risa.
Acorto la distancia entre los dos y le doy un codazo en las costillas enfurruñada.
—¿Ya? ¿Puedes parar?
—¡Ay! ¡Ay! —exclama poniendo voz aguda, imitándome.
—Capullo —mascullo arrebatándole una de las cajas de cartón de las manos.
Le quito la tapa y el olor de fritura me da de golpe inundando mis fosas nasales. Mi estómago vuelve a rugir en respuesta. Relamo mis labios antes de llevarme una patata a la boca. Con ella continúan las siguientes.
Enzo camina a mi lado, comiéndose con las manos el pescado frito. Le enseño mi caja que ya no tiene patatas y solo quedando el pescado frito intacto. Intercambiamos nuestras cajas, acabando yo con una nueva ración de patatas y él con otra porción de pescado. El calor de la comida hace desaparecer el frío helado de la noche o que por lo menos no lo sienta tanto.
En cuanto diviso una papelera tiro la pequeña caja de cartón vacía y me frotó las manos grasientas contra el vaquero.
—No entiendo la importancia del fish and chips, solo es pescado frito con patatas. Fácil.
El chico de mi derecha está a punto de pegarle un nuevo bocado a su comida, pero al escucharme lo deja en la caja y frena nuestro paso con dramatismo.
—Si te escuchase un irlandés te echarían de Irlanda.
—Menos mal que solo me escucha un capullo, ¿no?
Niega con la cabeza, divertido y comienza a acortar la distancia entre los dos hasta que nuestras narices se tocan y siento su aliento cálido contra mis labios fríos. Me pongo de puntillas y rodeo su cuello antes de plantar mi boca contra la suya. La mano que no tiene ocupada con la caja se ancla en mi cadera acercándome más a su cuerpo si es posible hacer desaparecer aún más la distancia entre los dos.
Al separarnos, los dos nos estamos sonriendo y esa sensación que experimento cada vez que veo que soy yo la causa y la razón de esa sonrisa vuelve a invadir cada célula de mi cuerpo.
—Te amo —susurro, todavía con nuestros labios muy cerca.
—Te amo —responde él de vuelta, con su voz enronquecida más grave de lo normal.
Besa la punta de mi nariz antes de separarse del todo. Entrelazo mi mano con la suya mientras él termina el último trozo de comida que le queda. Paseamos por las calles iluminadas del lugar lluvioso. Incluso por la noche las nubes reinan el cielo oscuro.
Antes de siquiera darnos cuenta ya estamos en la entrada del hotel. Saludamos a los recepcionistas que nos desean un «Good night». Últimamente acabamos acostándonos muy tarde y mi cuerpo ya reclama horas de sueño. Apoyo mi cabeza en su brazo, sintiendo cómo los párpados hacen un gran esfuerzo por no cerrarse. Las puertas del ascensor se abren al llegar a la tercera planta y andamos por el suelo de moqueta en busca de la puerta de nuestra habitación.
Enzo pasa la tarjeta por el lector y tras un clic la puerta se abre. Él la cierra detrás de nosotros mientras yo me voy quitando el abrigo y la bufanda de un solo movimiento y dejando que todo caiga al suelo me quito el jersey y los vaqueros quedándome en camiseta y ropa interior. Me acerco a la maleta de Enzo para quitarle una de sus camisetas y tomarla prestada para dormir. En medio del proceso, el sujetador deja de molestarme también.
La puerta del baño se abre y de él sale Enzo ya vestido con su pantalón de pijama y una camiseta de estilo parecido a la que yo llevo. Se acerca a mí y rodea mi cintura con sus brazos. Sus labios van dejando pequeños besos por todo mi rostro hasta llegar a los míos y los deja ahí por un par de segundos.
—¿Vamos a dormir?
—Mhm, estoy agotada.
Todavía abrazados, nos dejamos caer en el colchón. Me separo de él y me meto bajo las cálidas sábanas antes de volver a acercarme a mi novio y acurrucarme a su lado.
—Buenas noches, pesada —dice mientras apaga la luz.
—Buenas noches, capullo.
Dejo que los párpados se cierren y que el sueño me invada.
Sin embargo, pasa tan solo unas pocas horas antes de que sienta movimiento a mi lado y escuche la voz enronquecida de mi novio susurrando. Entreabro un ojo encontrándome con la imagen de su espalda encorvada mientras habla por teléfono. Parpadeo un par de veces en el momento en el que él cuelga. Observo cómo deja el móvil en la mesilla de noche y su cuerpo comienza a temblar.
Me quito las sábanas de encima y me acerco a él por detrás. Rodeo su cintura y apoyo mi barbilla en su hombro mientras acaricio su espalda intentando tranquilizarle. Una de sus manos se enlaza con la mía, siendo capaz de sentir el temblor que ha adquirido esta también.
—¿Qué ha pasado? —susurro con dulzura.
La primera respuesta que recibo es un sollozo por su parte. Entierro mi rostro en el hueco de su cuello y afianzo un poco más el agarre de su cintura, cómo si así pudiera juntar las piezas que comienzan a caerse de él por el sufrimiento.
—S-e ha muerto... mi p-padre... se ha muerto.
Cierro los ojos con fuerza, tragándome el nudo que se ha asentado en la base de mi garganta. A pesar de que lo único que me apetece hacer en ese momento es ponerme a llorar, no puedo. No ahora que es él quién necesita a alguien que lo consuele y no al revés.
Las últimas horas parecen que todo va a cámara lenta. Al llegar al hospital nos hemos encontrado con la peor de las imágenes. Dos enfermeras arrastran la camilla dónde se encontraba el Señor Rubio estos últimos días, aunque ahora hay una sábana ocultando su cuerpo moribundo. Detrás de la camilla y con su habitual taconeo aparece Carol llorando a moco tendido junto a otra mujer muy similar de aspecto a ella.
Siento cómo Enzo me da un apretón a través de nuestras manos entrelazadas en el momento en que los ojos castaños de Carol se posan en nosotros. La mujer se acerca a nuestra altura, y abraza a Enzo que se queda estático ante su acercamiento, yo, por otro lado, le devuelvo el gesto, soltando la mano de Enzo para poder abrazarla en condiciones.
Carol rompe a llorar de nuevo y yo siento cómo cada parte de mí se despedaza ante el llanto desconsolado de ella.
—Debería de estar mejor, ¿no? —pregunta entre lágrimas—. Ya sabíamos que le quedaba poco...
Esta vez soy yo quién la abraza a ella, en un intento de consolar su sufrimiento, pero sé perfectamente que no hay palabras ni acciones que puedan llenar el vacío que deja un ser querido tras su marcha.
—Nadie está preparado para perder a nadie —susurro con la voz enronquecida por el cúmulo de sentimientos que colisionan dentro de mí.
—Vuelve con él. Te necesita más que yo —dice, al separarse de mí—. El miércoles será el funeral.
Asiento y dejo a Carol con la otra mujer mientras yo me acerco a mi novio que sigue inmóvil con la mirada pérdida en el pasillo por el cual ha desaparecido la camilla con su padre. Entrelazo mi mano con la suya, pero él ni se inmuta de mi cercanía y me duele su estado de indiferencia. Parece que ahora mismo es un cascarón vacío. A veces dudo que siquiera respire.
—¿Amor? ¿Nos vamos? —pregunto con dulzura.
Veo como parpadea un par de veces y traga con dificultad. Con la mano que tiene libre se peina y despeina sus rizos castaños antes de cerrar sus ojos con fuerza y soltar un suspiro tembloroso. Se limita a asentir con la cabeza.
Durante todo el camino hasta el hotel no es capaz de articular una sola palabra. Al pasar por recepción, ambos recepcionistas nos observan con curiosidad mientras nosotros subimos al ascensor. Lo único que interrumpe el silencio sepulcral que se ha instalado entre los dos es la musiquita que suena en el pequeño cubículo. Las puertas se abren al llegar a la tercera planta. Enzo sale antes que yo y camina por los pasillos sin ni siquiera esperarme.
Llego a la puerta en el momento justo en el que esta hace su característico clic al ser desbloqueada. Escucho los pasos pesados y amortiguados de Enzo adentrándose en la habitación cuándo dejo de escucharlos. Cierro la puerta detrás de mí, encontrándome de frente con la espalda de mi novio, tensa. Entonces, sus hombros vuelven a temblar y escucho los leves sollozos que se escapan de él.
Rodeo su cuerpo hasta posicionarme frente a él y rodear su cintura apoyando mi cabeza en su pecho. En un principio la única diferencia que noto es el acercamiento de su rostro al hueco de mi cuello, sin embargo, sus brazos no tardan en abrazarme de vuelta y yo suelto un suspiro, aliviada por ello.
Acaricio su espalda con suavidad cómo si haciendo un movimiento más brusco de la cuenta pudiera romperle.
—¿Vamos a dormir? —pregunto en susurros.
Lo único que recibo de respuesta por su parte en un sonido de asentamiento antes de separarnos. Esta vez soy yo quién se va al baño para cambiarse porque también necesito una ducha. Es en ese preciso instante cuando parece que todos los sentimientos dentro de mí colisionan y yo lo único que soy capaz de hacer es tragármelos todos, sintiendo cómo se atascan en mi garganta. Lavo mi cara y observo mi reflejo en el espejo.
A pesar de que no tengo mal aspecto, la mirada que recibo de vuelta está llena de tantas desolaciones que no me atrevo a seguir observándola. Cierro los ojos y tomo una respiración profunda antes de salir del baño. Al llegar al pie de la cama me encuentro con la imagen de mi novio ovillado en un lado de la cama, dejando el otro lado libre para mí mientras sus ojos grises no pierden detalle de cada uno de mis movimientos.
Me adentro bajo las sábanas. Sorprendentemente, Enzo se acerca a mí y sus brazos acaban rodeando mi cintura mientras nuestras piernas se enredan entre ellas. Su cabeza acaba apoyada en mi estómago. Yo, por otro lado, paso mis dedos por sus rizos. Noto cómo el agarre con el tiempo va perdiendo fuerzas y su respiración se vuelve acompasada.
Él acaba sucumbiendo a los brazos de Morfeo, sin embargo, yo no soy capaz. Tengo un nudo en el pecho que me oprime un poco cada vez que recuerdo la imagen desoladora que tuvimos que presenciar tan solo unas horas. Me estiro hacia atrás en busca de mi teléfono que no he cogido en todo el día. Al desbloquearlo lo primero que llama mi atención es la hora que marca la pantalla.
«04:55».
Entro en la aplicación de mensajería y leo todos los mensajes pendientes que no he contestado y a pesar de ser muy tarde, los contesto todos sin esperar las respuestas porque la mayoría está durmiendo.
CASA DISFUNCIONAL
MAR:
¿Necesitas algo para el encrespamiento?
IVÁN:
¡Inma, vuelve! Nadie salvo tú aprecia mi lasaña vegetariana.
HUGO:
¿Qué tal todo por ahí? ¿La lluvia os ha estropeado mucho los planes?
Y ahora es la parte dónde me toca mentir.
INMA:
Todo bien. Yo también os echo de menos.
Pero al parecer, hay una minoría que cómo yo, tampoco es capaz de pegar ojo.
HUGO:
¿Seguro que estás bien?
Sonrío a la pantalla con los ojos llorosos al leer su mensaje.
INMA:
¿Puedo llamarte?
HUGO:
No debería considerarse una pregunta siquiera.
Aparto con cuidado los brazos de Enzo de mi cintura. Él, por inercia, se da la vuelta, acabando de espaldas a mí. Me retiro las sábanas de encima y me levanto de la cama. Me muevo por la habitación sigilosamente en busca de mis zapatos y mi abrigo. Me visto con todo y cojo la tarjeta de la habitación antes de salir por la puerta. Cierro con cuidado detrás de mí.
Bajo por las escaleras de emergencia y paso por recepción hasta acabar apoyada en la fachada fría del hotel. Pequeñas gotas chocan contra el suelo. Las nubes grises ocultan el cielo negro de la noche y con ello también la luna y las estrellas. Tomo aire antes de llamar a Hugo. No da tiempo a que suene el segundo bip antes de que descuelguen en el otro lado de la línea.
—¿Inma? —pregunta el rubio desde el otro lado al no hablar yo.
Y solo necesito eso, escuchar una voz familiar para darme cuenta de la falta que me hacen en esos momentos, consiguiendo un sollozo en respuesta.
—Ey, ¿qué pasa? Dime...
—E-l p-adre de Enzo se ha muerto. Un día estaba b-bien y al otro...
Pero antes de que pueda ser capaz de terminar la frase, el llanto se abre paso y lloro. Las lágrimas cálidas recorren mi rostro frío, mientras yo intento mantenerme de pie cuando siento que me estoy demorando con cada nueva lágrima que se escapa de mis ojos.
—¿Cuándo es?
—¿C-cuando es qué?
—El funeral.
—El miércoles —digo antes de sorber por la nariz.
—Ahí estaremos.
—G-gracias —susurro, con la voz enronquecida por el cúmulo de emociones que batallan dentro de mí—. Avisa a Mikel también. Le vendrá bien a él.
—¿Y a ti? ¿A ti que te viene bien? —pregunta con tono calmado.
—Un abrazo —respondo conteniendo las ganas de volver a llorar.
* * *
El miércoles llega y sin sorprendernos a ninguno, con la lluvia cayendo sobre nosotros. Cierro las cortinas y camino hasta mi maleta. Saco la ropa negra que me trajo Mar ayer cuando llegaron. Escucho cómo el agua de la ducha se corta y la puerta del baño se abre. Vestido simplemente con una toalla enredada en su cadera, Enzo camina por la habitación. Pequeñas gotas de agua brillan en su piel y aunque en otro momento le hubiese hecho alguna broma o comentario, hoy simplemente me limito a observarlo antes de adentrarme al cuarto de baño con el silencio inundando el lugar.
Al salir de la ducha, una nube de vaho me persigue por el pequeño espacio. Me visto con las medias y mis botines negros, junto a un vestido de manga larga del mismo color y la gabardina que tengo colgada detrás de la puerta. No me molesto en disimular las ojeras que decoran mis ojos ni la palidez de mi rostro. Me recojo mi pelo claro en un moño y con eso me doy por satisfecha.
Al salir me encuentro a Enzo vestido de traje y corbata. Los colores negros y blanco resaltan el gris de su mirada y está muy guapo. En otro momento se lo hubiese dicho, pero dado los días que hemos pasado, una vez más, me quedo en silencio.
—¿Estás lista? —pregunta mientras coge una chaqueta negra.
—Solo necesito coger el abrigo.
—Mikel y el resto nos esperan en casa de mi... en casa de Carol.
Asiento. Descuelgo mi gabardina negra y abrocho los botones. Mi móvil acaba en el pequeño bolso azul marino. Salimos los dos de la habitación. Cómo los días anteriores el recepcionista nos desea un buen día, yo le ofrezco una pequeña sonrisa y Enzo le ofrece como al resto de la humanidad su sepulcral silencio.
No es hasta que salimos al exterior que recuerdo que tendría que haber cogido un paraguas y me percato del que cuelga del brazo de mi novio. Enzo al darse cuenta de mi susto repentino parece que un atisbo de sonrisa surca su rostro, pero tan rápido como aparece se esfuma y no te sabría decir si ha sucedido o solo ha sido una mala jugada de mi mente.
Abre el paraguas y andamos los dos bajo este en busca del coche de Sebas que está aparcado a una calle de distancia de nuestro hotel. Al llegar a él, froto mis manos y espero pacientemente a que la calefacción me haga recuperar un poco del calor corporal que he perdido al estar en el exterior. Enzo arranca y sin música ni conversación circulamos por la carretera irlandesa en dirección a la casa de su padre y Carol, aunque ahora solamente será de Carol.
En el trayecto, Hugo aprovecha para mandarme mensajes de ánimo que no consiguen surtir efecto por mucho que el rubio lo intente.
«¿Cómo va a volver todo a la normalidad si apenas hablamos?»
No debería de estar pensando en eso, pero no puedo evitarlo. Es una pregunta que ha ido y venido a mi mente durante estos días dónde nuestros pocos intercambios de palabras han sido sobre temas sin importancia, sobre la organización del funeral o la llegada de nuestros amigos.
No culpo a nadie de la situación, pero sí que comienza a preocuparme. No sería la primera vez que tras la muerte de un ser querido la relación entre dos personas se rompe. Siento como se me encoge el corazón tan solo con pensarlo.
«No pienses en eso ahora».
Respiro profundamente Ahora lo que importa es que él esté bien y no sufra más de lo que ya ha sufrido, aunque para eso tenga que pasar por alto el hecho de que ni siquiera ha puesto su mano en mi pierna mientras conducía o la ha entrelazado cuando era algo tan cotidiano para nosotros.
Enzo va ralentizando la velocidad del vehículo al estar más cerca de una pequeña casa adosada, a las afueras de Dublín. En la acera de en frente hay varios coches y un par de personas en el exterior vestidas de negro.
Bajo del coche cuando Enzo quita las llaves de la toma de mandos. Camino, abrazándome a mí misma por el frío a pesar de ir abrigada. Entre toda la gente vestida de negro soy capaz de localizar dos melenas pelirrojas, pero es la más larga que pertenece a una chica bajita que me dibuja una sonrisa en su rostro al verme a la que busco. Acorto la distancia entre las dos, con Mar observándome.
—¿Cómo está mi niña? —pregunta con tono dulzón.
Esta vez no me molesto por el dichoso mote y disfruto del calor familiar que experimento al estar entre sus brazos. Cierro los ojos e inspiro profundamente, disfrutando de su aroma tan peculiar.
—Vais a poder con todo ya veréis —susurra.
—Espero que tengas razón.
—Siempre tengo la razón.
Se oye el crujido que hace una puerta al ser abierta y el taconeo de una mujer al bajar las escaleras. Carol aparece ante nosotros vestida con un vestido negro y una chaqueta del mismo color. Su mirada amable está oculta por unas gafas de sol y su pequeño cuerpo se oculta y se deja ver dependiendo de cómo coge el paraguas.
Veo por el rabillo del ojo como mi novio sube los escalones que hay de distancia para abrazarla. Trago saliva, sintiendo cómo el nudo en mi garganta parece afianzarse con más fuerza en ella en vez de disminuir. Siento un ligero apretón en mi mano provocando que desvía mi atención a la chica de mirada verdosa y melena pelirroja que me observa con lástima. Le muestro a Mar una sonrisa de boca cerrada.
Detrás de Carol hay cuatro personas alzando un ataúd de madera oscura. Enzo rodea los hombros de su madrastra y son ellos dos quiénes encabezan la marcha hacia el cementerio que tengo entendido está a dos calles de aquí. Lo único que irrumpe el silencio son las de lluvia chocando contra el asfalto, el ruido de las pisadas o los leves sollozos que se intentan disimular.
La entrada del cementerio de estilo gótica aparece en nuestro campo de visión después de andar un par de metros. Toda la valla metálica está oculta por enredaderas que se enrollan en los barrotes. El gran portón metálico hace un chirrido al ser abierto. Las pisadas suenan más suaves al pisar la hierba verde del lugar. En la lejanía se divisa otro grupo de personas vestidas de negro.
En ese otro grupo localizo a Hugo, Iván y Mikel, junto a otras personas y el cura. Hay unas cuántas sillas colocadas en el césped, pero nadie se ha atrevido a sentarse. En frente de una lápida de mármol hay un agujero en la tierra del tamaño del ataúd. Las personas que lo llevaban, mediante cuerdas lo acaban colocando en el fondo de este. Todos rodeamos la lápida. Intento, de nuevo, disipar el nudo que se forma en mi garganta y no echarme a llorar, pero no soy capaz.
Entonces una lágrima se escapa de mis ojos, siendo el detonante de un llanto que pensaba tener controlado y nada más lejos de la realidad. Noto una mano en la curvatura de mi cintura, pegándome a un cuerpo cálido. Su aroma inunda mi nariz y la realización de que es la primera vez que estamos así de cerca desde que su padre murió solo logra que incremente la llorera.
Me giro sobre mi propio eje y abrazo su cintura ocultando mi rostro en su pecho tembloroso porque él también está llorando. Acarició su espalda de arriba abajo, en un gesto de calma.
—L-lo siento mucho.
—Lo sé, yo también —susurra con la voz ronca.
Apoyo mi mentón en su pecho y lo observo confundida por lo último. Enzo parece darse cuenta y simplemente se limita a negar con la cabeza y besar la punta de mi nariz antes de estrecharme de nuevo. Suelto un suspiro de alivio ante el acercamiento.
No eres consciente de lo que llegas a echar de menos a alguien cuándo lo más cotidiano cómo abrazarse se vuelve algo extraordinario entre ambos.
Tras el discurso del cura y el pésame de familiares y de amigos volvemos a casa de Carol dónde se hará la comida, aunque en realidad ni a Enzo ni a mí nos apetece y él no tarda en comentárselo a ella, que lo comprende a la perfección. Nos despedimos de nuestros amigos, tanto españoles como irlandeses antes de subirnos al coche de vuelta al hotel.
A pesar de que hemos tenido un acercamiento en el cementerio, parece que solo ha sido cosa de un momento porque el silencio vuelvo a reinar nuestro alrededor y el contacto se convierte de nuevo en algo poco normal entre los dos.
Salimos del coche y subimos a nuestra habitación, y por primera vez, no tengo fuerzas ni para sonreírle al recepcionista cuando nos saluda. Lo único que me apetece hacer es meterme bajo las sábanas, cerrar los ojos y esperar a que este mal sueño llegue a su fin en algún momento.
Me voy al baño a quitarme todo y vestirme con mi pijama. Salgo de él, con la ropa hecha una bola para meterla en la bolsa cuándo escucho un llanto proveniente de la cama. Dejo la ropa en una esquina y me acerco hasta el colchón, gateando por él hasta acabar al lado del chico que tiembla y llora desconsoladamente la muerta de su padre.
Apoyo mi cabeza en su pecho y vuelvo a abrazarlo con los ojos cerrados por miedo a que rechace mi gesto, aunque no lo hace. Sus brazos rodean mi cuerpo y acercan aún más si es posible el suyo al mío. Una de mis manos sube hasta su rostro, acariciando una de sus mejillas húmedas por el llanto. El gris de su mirada parece verse más claro por las lágrimas derramadas.
—¿Quieres hablar? —pregunto en susurros.
Enzo se limita a negar con la cabeza sin decir nada más.
—¿Quieres escuchar música?
Esta vez recibo de respuesta que uno de sus brazos deje de rodearme para alcanzar su teléfono y los auriculares, acabando entre los dos. Desbloqueo su móvil y entro en la aplicación de música, más concretamente en nuestra playlist. Busco entre todas las canciones que hay hasta que doy con una que me gusta. Me coloco uno de los casquitos y Enzo se pone el otro. La melodía inicial llena el silencio vacío que reinaba la habitación hace unos momentos.
Such a burden, this flame on my chest
No insurance to pay for the damage
Yeah, I've been burning up since you left
Cierro los ojos dejando que la voz de Sam Smith exprese mediante su canción todo el cúmulo de sentimientos que estoy experimentando. Un escalofrío me recorre la espalda al sentir los dedos de Enzo dibujando círculos en mi piel, logrando ponerme la piel de gallina.
—¿Inma?
—¿Mhm?
Sus iris cenizos me observan con una intensidad tan abrumadora que no haría falta que dijese nada para comprender todas las emociones que abarcan su mirada.
—No te vayas tú, por favor —suplica.
You reached the limit
I wasn't enough
It's like the fire replaced all the love
—No me voy a ir a ningún lado. Estoy aquí, ¿vale? —respondo con la voz cogida por lo abrumador que me resulta todo.
«Voy a estarlo siempre» me gustaría decirle en realidad, sin embargo, es una confesión que se pierde en los acordes de la canción.
Y es cuándo comprendo que estaría ahí para él, tanto en las buenas como en las malas hasta que él mismo me lo permitiese porque yo no pensaba irme de su lado. No ahora, que nos habíamos reencontrado.
N/A: Amé al papá de Enzo... muy parecido a su hijo, sí señor. Siento el sufrimiento que os haya podido causar 🥺
No me voy a enrollar mucho por aquí porque si deslizas hacia abajo vas a encontrarte con un "Especial de San Valentín" muuuuuy interesante, se llama: La primera noche. ¿Alguna teoría?
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