Capítulo Veinte
Capítulo dedicado a RenataPeafiel amo que ames la historia y estoy amando tus comentarios ❤😍
(Canción: Falling in Love de Daniel Kruissen)
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Leo el mensaje de nuevo.
ENZO:
La misión «sacar a Inma» está a punto de completarse. En cinco estamos.
Sonrío a la pantalla. Llevábamos planeando este viaje desde que nos dieron las notas finales de este trimestre. Le mando un simple «ok». Al levantar mis ojos del teléfono me encuentro con la mirada castaña y curiosa del que era mi novio. Esta vez vuelve a llevar su pelo rubio oscuro repeinado hacia atrás y viste una camisa formal que es capaz de añadirle un par de años de más.
Retiro la servilleta de mi regazo y la coloco elegantemente —como me enseñó mi madre en su momento— encima del plato. Carraspeo para llamar la atención del resto de asistentes que hay en la larga mesa acristalada de mi comedor.
—Tengo que preparar la maleta —me disculpo con falsa lástima.
«Estoy deseando irme de aquí».
Tía Esme me sonríe con complicidad y se levanta a la misma vez que yo y me acompaña a dejar el plato a la cocina. Ella al igual que yo, viste de forma menos arreglada y estirada. Un vestido largo y suelto de color claro destaca sobre su bronceada piel y su castaña melena con mechas de colorines. A pesar del frío, camina por el piso de mármol con los pies descalzos. Yo, por otro lado, voy vestida con unos vaqueros pitillos y una camisa que no tardaré en sustituir por una camiseta de alguna de mis bandas favoritas.
—Antes de huir, me tienes que presentar a cierto señorito —susurra mientras mete los platos en el lavavajillas.
—Lo haré.
Le doy un beso en la mejilla antes de subir las escaleras con rapidez. Al llegar a mi cuarto me encuentro con dos montones de ropa y mi maleta abierta. Cojo únicamente toda aquella que sea de deporte y muy, pero que muy calentita. Arrastro mi silla del escritorio a través del cuarto hasta acabar al lado del armario. Me subo a ella, para alcanzar la caja de cartón dónde tengo toda mi ropa de esquí junto a mis botas. Aprieto los pantalones de nieve dentro de la maleta. Acabo colocando la tapa y sentándome encima de ella para poder ser capaz de cerrarla. El abrigo, sin embargo, lo llevo colgado en el brazo porque no soy capaz de entrarlo en mi pequeña maleta.
Guardo mi portátil, móvil y libro en la mochila junto a un cambio de calcetines y varios paquetes de clínex. Las gafas y los guantes acaban en el fondo de la mochila mientras que el casco lo engancho en el asa de la mochila. Ordeno por encima la cama antes de salir de mi habitación.
Bajo las escaleras dando tumbos con la maleta y la mochila porque si soy torpe sin llevar nada...
«Con las manos ocupadas multiplícalo por dos».
Al llegar al último escalón me encuentro a mi madre y a Tía Esme observándome expectantes.
—¿Así que el hijo de los Rubio va a venir a por ti? —cuestiona mi madre.
Fulmino a mi tía Esme que me mira entusiasmada. Siento cómo me sonrojo sin saber qué contestar.
—Mar, Iván, Hugo y Mikel también vienen —le susurro a ambas porque no quiero que nadie más se entere.
Si Eva se llegase a enterar montaría un drama por conocer a su cuñado y lo último que quiero es que Enzo se vea obligado a presentarse a mi ex y a su estirado primo.
«Uf, no».
—Sed discretas, por favor —mascullo entre dientes, ambas mueven las cabezas en asentimiento.
«Esto es muy, muy mala idea».
Siento la vibración de un teléfono y tardo menos de dos segundos en llegar a la conclusión de que se trata del mío. Dejo mi maleta en el suelo y esta, al tener poca estabilidad, se acaba cayendo al suelo formando un estruendoso ruido. Tía Esme la recoge y comienza a arrastrarla a través del salón, dirección al exterior mientras yo revuelvo las cosas de mi mochila en busca de mi móvil. Cuando lo encuentro, este vibra en mi mano.
ENZO:
Equipo de rescate en posiciones.
¿Necesitas que te secuestremos o algo?
Yo lo haría encantado por muy pesada que seas.
INMA:
Estoy saliendo, idiota.
ENZO:
¿Volvemos a los motes con poca imaginación? Porque te aseguro que el mío es insuperable.
INMA:
Ah, ¿sí?
ENZO:
Efectivamente, querida y pesada novia.
Ahora sal ya, que parece que voy con cuatro niños pequeños en vez de adultos.
No puedo evitar sonreírle a la pantalla. Estoy a punto de responderle cuándo siento que algo me impide el paso. De forma automática bloqueo el teléfono y levanto la vista encontrándome con unos ojos oscuros que me observan con curiosidad. Doy un par de pasos lejos de Edu. Este pasa sus manos por la camisa, retirando las arrugas invisibles que hay en ella.
—Deberías tener más cuidado si vas a andar escribiendo con el teléfono.
Elevo una ceja en respuesta. «¿No estará hablando en serio?». Aunque por la seriedad de su rostro puedo llegar a la conclusión de que, efectivamente, estaba hablando en serio. Pongo los ojos en blanco antes de mostrarle una sonrisa tensa y rodearle, ignorándolo por completo.
—¿Te has echado nuevo novio o qué?
Ni me molesto en girarme para responderle. Dejo que la puerta de cristal se cierre detrás de mí en un sonoro portazo y bajo las escaleras de piedra de la entrada molesta, aunque todo enfado se esfuma cuándo entreveo una melena castaña y rizada entre tía Esme y mi madre. Sin tener que forzarlo, una sonrisa se dibuja en mi rostro y se va ampliando mientras acorto la distancia entre los dos.
—¿Hace cuánto que estáis Inma y tú juntos?
Reconozco perfectamente la voz autoritaria de mi madre. Veo como Enzo pasa una mano por sus rizos. Está nervioso.
—Bueno, mhm... su hija y yo...
—¿Podéis no agobiarlo? —les pregunto a ambas, abriéndome paso entre las dos.
Siento la mirada grisácea sobre mí, pero ahora mismo mi máxima preocupación es que nos marchemos antes de que alguien más salga a curiosear y no nos dejen irnos nunca.
—Mamá, tía Esme, son varias horas de carretera y tenemos que irnos ya si queremos llegar...
—Vale, vale, no os retenemos más —bromea tía Esme, antes de guiñarme un ojo.
—Espero que un día te animes a venir aquí para comer con nosotros —le comenta mi madre.
Enzo simplemente asiente con la cabeza y le releva a mi tía la responsabilidad de cargar con mi minúscula pero pesada maletita. Mi madre me atrae a sus brazos y comienza a repartir besos por toda mi cara hasta que se queda satisfecha.
—Abrígate, no bebas alcohol y no hace falta que hagáis la compra que ya le pedí a Gertrudis que se acercase ayer a que llenase la nevera.
Le doy un beso en la mejilla a las dos mujeres que hay en el marco de la puerta antes de girarme y andar hacia el coche. Estoy a punto de abrir la puerta de los asientos traseros, cuando escucho el clic que hace una puerta al ser abierta y veo que es la del copiloto.
Me acerco a ella para adentrarme al vehículo. Dejo mi mochila en el suelo junto a mis pies y recuesto mi cabeza en el asiento, soltando un suspiro de alivio. Siento una mano cálida sobre mi rodilla a pesar del vaquero y clavo mi mirada en el dueño de esta. Enzo me ofrece una sonrisa ladeada. Acorta la distancia entre los dos y me besa. Es un beso suave y cariñoso de esos que dicen «te he echado de menos». Sonrió con mi boca pegada a la suya y soy capaz de notar como se elevan sus comisuras también.
—¡Iugh! —vocifera Iván.
—¡Mis ojos! ¡Mis ojos! Soy todavía muy pequeño para estas cosas —comenta Mikel, sin disimular la diversión en su voz.
—¿Podéis buscaros un hotel? —se queja Hugo.
—No se come frente al hambriento. ¿No tenéis un poco de empatía o qué? —pregunta Mar, chasqueando la lengua.
Me separó a regañadientes de mi novio y miro mal a mis cuatro amigos. En los asientos traseros están Iván y Mikel, con Mar en medio de ellos dos mientras que Hugo está sentado en el maletero junto a las maletas. Todos parecen más o menos preparados para la nieve excepto el que está vestido con una de sus camisas hawaianas.
—¿Qué llevas puesto?
—Ropa con estilo, obviamente —responde él, cómo si le estuviese preguntando algo demasiado lógico.
—¿No tendrás frío así?
—Inma, querida, ¿sabes lo que son los aparatejos esos llamados: calefacción?
En cuánto termina, los otros tres se parten de risa. Los observo atónita antes de dirigir mi mirada a Enzo en busca de ayuda. Este simplemente se gira hacia delante y enciende el coche antes de arrancar el motor. Me recoloco en mi sitio y le frunzo el ceño a cualquier cosa que haya frente a mí.
—Llevan todo el viaje así, no te lo tomes como algo personal —dice Enzo.
Su mano vuelve a colocarse en mi rodilla. Enciendo la radio y entre risas, ronquidos y más risas pasamos las siguiente dos horas de viaje. He llegado incluso a quedarme dormida por el camino. Agradezco que hayan venido a por mí, aunque ellos hubiesen llegado una hora antes si no me hubieran recogido.
Al despertar, me retiro el hilo de baba de mi mejilla sin disimular muy bien.
—¿Qué tal, babosa? —pregunta mi novio. Lo miro de malas formas y él suelta una pequeña risa.
Otra vez se está riendo a mi costa.
«No sé por qué me sorprendo a estas alturas ya».
—Muy bien, ¿tú?
—Me voy a echar una larga siesta en cuánto lleguemos.
Acorto la distancia entre los dos y le doy un beso en la mejilla. Ahora soy yo quién le pone una mano en su rodilla, al principio se tensa ante el contacto, pero no tarda en relajarse al instante. En la parte trasera escucho a alguien haciendo ruidos de arcadas y otros dos se ríen.
—¿Os podéis callar? Quiero leer... —se queja nuestro rubio y gruñón personal.
Por el espejo retrovisor veo cómo Iván se gira hacia él y le saca la lengua, Hugo le responde con un corte de manga.
—¿Sabes dónde puedes meterte ese dedito?
—¿Dónde?
—Por el culo.
—¿Por qué no me lo metes mejor tú? —cuestiona Hugo con sus dos océanos como mirada clavados en Iván.
Si yo llegase a estar en el lugar de Iván no soportaría tanta atención después del comentario. No obstante, Iván bufa algo cómo: «creído de mierda» y se gira al frente. Ese pequeño enfrentamiento logra apaciguar las bromas hasta el final del viaje. Cuando nos adentramos en el pequeño pueblo tengo que ir indicándole a Enzo por cuál calle se tiene que adentrar. Después de dos callejones sin salida más tarde, conseguimos aparcar en la carretera nevada en frente de la pequeña casa.
No sé a cuántos metros estaremos sobre el mar, pero siento cómo me pitan los oídos por el cambio de presión.
Y no he cogido las pastillas.
«Qué lista soy».
Me abrigo con el pluma negro antes de salir al exterior. Piso sobre un charco y agradezco mentalmente a mi yo de hace unas horas de que se cambiase los zapatos por unos viejos para no preocuparme por llenarlos de barro. Inhalo profundamente, disfrutando del aire frío de la montaña. Siempre me gustó subir aquí con mi padre. Veníamos siempre que teníamos tiempo y que, en su opinión, sacase buenas notas y me lo mereciese. Practiqué tanto esquí como snow, y a pesar de que el segundo siempre ha sido mi predilecto en este viaje he optado por el primero para poder ayudar a mis amigos.
Mar se recoloca su gorro rosado que lleva un llamativo pompón en la cima. Las rastras de Mikel no tardarán en congelarse cómo me solía ocurrir a mí cuando pasaba mucho tiempo en la nieve con el pelo suelto. Iván no deja de temblar de frío e intenta que no lo notemos. Sin embargo, su nariz roja y los labios púrpura lo delatan.
—¿Puedes ponerte un abrigo, insensato?
Y no, no he sido yo quién se lo ha dicho. Con los ojos hinchados de dormir, Hugo se acerca a Iván con una manta vieja y roída que habría en la camioneta de Mikel.
—G-Gracias —tartamudea el castaño.
«Cabezota hasta que se muera».
Le doy las llaves a Iván para que entre a la pequeña casa mientras nosotros sacamos las maletas del coche y las vamos adentrando al lugar. La mayoría de maletas son pequeñas menos una grande y rojiza que pesa demasiado. Fulmino a Mar con desaprobación, pero esta me arrebata una grisácea, que resulta ser la más pequeña de todas para llevarla a su habitación.
«Entonces de quién es la...».
El chico de tez oscura y mirada azulada se acerca a mí con una mueca de disculpa instalada en su rostro.
—¿Cuál es mi habitación? —pregunta Mikel, cogiendo su gran y pesada maleta roja.
—Eh, sí... Las del lado derecho. Son las que tienen mejores vistas.
Este asiente y sube cómo puede a la segunda planta. Suelto un nuevo suspiro y cierro los ojos. El olor a madera y pino inunda mi olfato. Había echado de menos el ambiente que se respiraba aquí. Al abrirlos me fijo en el techo de madera que hay sobre nosotros. A mi derecha está la cocina rústica que tiene esos fogones de gas que tanto le gustaba encender a mi abuela. Camino hasta llegar al acogedor salón. Un par de sillones marrones y envejecido con distintas mantas de lana colocadas en el respaldo están repartidos por el lugar. Me sorprendo al ver que la chimenea ya está encendida. «Gertrudis», pienso. Las llamas lamen la madera en un baile sincronizado y el reflejo anaranjado es lo que ilumina esa estancia de la casa.
—¿Nos vamos a dormir o qué? —susurra Enzo detrás de mí.
Con un simple susurro consigue erizarme toda la piel. Siento sus brazos alrededor de mi cintura y mi espalda pegada a su pecho. Sonrío observando el fuego y asiento. Me giro sobre mi propio eje para acabar frente a frente con él. Me pongo de puntillas y mis labios se rozan sutilmente con los suyos en una inocente caricia o esa es mi intención. Pero mi novio parece tener otra idea en mente. Sus manos acarician mi baja espalda mientras que sus labios se entreabren a la misma vez que los míos. Mis manos se enredan en sus rizos y lo obligo a agachar un poco más su cabeza. Las manos inquietas de él comienzan a bajar un poco para llegar a...
—Aquí tenéis habitaciones lo sabéis, ¿no? —pregunta Iván cruzando el pasillo en dirección a la cocina.
Enrojezco en mi lugar y me separo ligeramente del chico de la mirada dilatada y los rizos revueltos. Enzo niega con la cabeza, ligeramente frustrado.
—¡Sois unos malditos pesados! —grita.
—Es lo que pasa cuándo sois la única pareja en un grupo de solteros —rebate Iván volviendo a nosotros con dos bolsas de patatas y unas latas de cervezas.
—Deberíais iros a dormir para mañana.
—Vale, mamá —responde él, subiendo las escaleras.
Escuchamos cómo se cierra una puerta en la planta de arriba. Enzo vuelve a acortar la distancia entre nosotros y antes de que pueda replicarle nada me coge detrás de mis muslos, alzándome. Rodeo su cintura con mis piernas y me agarro de sus hombros para no caerme.
—¿Por dónde íbamos? —ronronea con su voz ronca.
Una sonrisa traviesa se pinta en mi rostro antes de juntar de nuevo nuestras bocas. Su lengua y la mía se encuentran. Mis dedos hormiguean por querer enredarse en sus rizos castaños y no me detengo. Un gruñido ronco brota de su garganta. Río en respuesta, consiguiendo que él sonría con sus labios pegados a los míos. Sus manos van ascendiendo a través de mi ropa. Pego un respingo al notar sus dedos clavándose en mi culo. Mis dedos dejan de enredarse en su pelo y comienzan a deslizarse por su camiseta hasta llegar a la doblez de esta. Tiro de ella para quitársela cuando...
—¡Ay, no! ¡Otra vez no! —se queja Mikel.
—¿Qué parte de: «buscarse un cuarto», no entendéis? —cuestiona Mar, sin disimular que, en vez de estar molesta, se está burlando de nosotros.
Enzo me baja al suelo. Apoyo mi frente en su pecho sintiendo cómo este sube y baja, escuchando su corazón acelerado. Suelto un suspiro tembloroso por las sensaciones anteriores.
—Ya nos vamos, plastas —digo.
Entrelazo mi mano con la de Enzo y subimos el tramo de escaleras de madera pulida hasta llegar a la segunda planta. En vez de ir hacia el ala derecha dónde se están quedando los otros cuatro, me encamino al ala izquierda que solía ser la zona que usaban mis padres cuándo veníamos aquí porque es la que está más apartada, aparte de tener un baño propio y con un jacuzzi en el exterior colocado en el balcón.
«No sé si sería capaz de bañarme en el exterior con este frío».
Al entrar en la espaciosa habitación, cierro con un portazo. Al girarme me encuentro a Enzo tirado en la cama bostezando. Subo a la cama y me acerco a él a gatas.
—Creo que lo mejor sería dormirnos.
—¿Qué? ¡No!
—Estabas bostezando.
—¿Y? No estoy cansado.
—Enzo... mañana vamos a esquiar y necesitas descansar.
—Pero por un par de horas más sin sueño no me voy a morir.
—Enzo...
Él suelta un bufido y se vuelve a dejar caer hacia atrás, con un brazo cubriendo su rostro.
—Eres muy pesada.
—No es lo peor que me han dicho.
—¿Y qué ha sido lo peor que te han dicho?
—Tu novia. —Aunque intento mantenerme seria ante mi afirmación, al ver la cara de estupefacción de mi novio no puedo evitar comenzar a reírme.
—Tu novia, je, je, je —me imita, con molestia.
Enzo se retira la camiseta de un solo movimiento junto a los pantalones quedándose en calzoncillos. Se mete bajo las sábanas no sin antes estirarse para darle al interruptor y apagar las luces de la habitación.
—Aburrido.
—Vete a dormir, pesada.
«Mañana se iba a enterar».
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