Capítulo Treinta y Dos
Capítulo dedicado a valeria_rocio24 gracias por todos los comentarios, aunque no sea capaz de respondertelos todos, sí que los leo. 👉👈
(Canción: Unwritten de Natasha Bedingfield)
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Me retiro un par de mechones del rostro. El sol brilla en el cielo con intensidad y la temperatura en solo un par de semanas han aumentado drásticamente. Al menos sopla una ligera brisa, que disminuye la sensación de calor que experimento. Me recoloco el bolso y poso una mano encima de mi abdomen, en cuanto entra en contacto con el abultado estómago siento una patada en respuesta de forma automática. La sonrisa en mi rostro no se borra en ningún momento.
Cuando el bus llega a la parada que hay en frente de mi edificio, me abro paso a través del resto de pasajeros para salir. Incluso una mujer me ayuda a bajar. Ha sido una de las pocas ventajas de estar embarazada. La gente se aparta de tu camino como si se tratase de una bomba a punto de explotar. Las personas a mi alrededor intentan tener el máximo cuidado posible y mantienen la distancia conmigo. Mi espacio personal en ese sentido lo agradece enormemente.
Aunque no todo han sido ventajas. Ya no tengo los vómitos matutinos, pero estos han sido sustituidos por el insomnio nocturno. A la hora de dormir es cuando el bebé parece estar más activo y me desvela por completo. Otro de los cambios no beneficiosos ha sido que la ropa cada vez me queda más ajustada. He intentado vestirme a base de ropa de un par de tallas más grande que la mía o con chándales y leggins, pero a la hora de reunirme con Teo y personas de ese estilo, resultaría poco profesional que apareciese con una sudadera ancha y roída junto a unos leggins. Por eso le pedí un par de vestidos a Eva, aunque tampoco han surtido demasiado efecto porque para mí es como vestir una camisola.
Me acerco a la puerta del edificio. Estoy a punto de entrar cuándo siento mi teléfono vibrando en mi bolso. Lo saco, dándome cuenta de que tengo un nuevo mensaje.
ALICIA:
¡Ey! ¿Tienes planes para este viernes por la noche? ¿No? Pues ahora sí que lo tienes. Te invitamos a la presentación de la banda de música "Nights" que hacen una pequeña parada en el Bar Melifluo antes de continuar con su gira.
¿A qué estás esperando? Ven a disfrutar de la buena música.
Septiembre. Este viernes. Hora: 21:30.
INMA:
¿Desde cuándo le haces la promoción a tu hermano?
ALICIA:
Desde que es un inepto con las tecnologías.
No le da golpes a la tele cuando no funciona por miedo a romperla y que tenga que comprar una nueva.
Sonrío a la pantalla. A pesar de su apariencia formal, Eloy ha dejado ver varias veces que él y cualquier cosa electrónica no son los mejores amigos. El otro día no sabía a qué botón pulsar para que la cafetera comenzase a verter café.
Bloqueo el teléfono y entro al edificio. Entro al ascensor y espero a llegar a la planta del apartamento. Camino por el rellano hasta acabar frente a la puerta. Debería de estar ya mentalizada sobre lo que me voy a encontrar al otro lado de la puerta, pero no lo estoy. Todavía, una pequeña parte de mí sigue queriendo llorar su pérdida. A veces, me gustaría encerrarme aquí, y vivir a base de recuerdos, de «y si...» infinitos de lo que pudo ser y que nunca será.
Suspiro y entro al apartamento. El olor a humedad ya no es lo que me da la bienvenida. En su lugar es el aroma a lavanda del ambientador que me compró Lara hace unas semanas. Dejo el bolso encima de la mesa del comedor y me quito los zapatos, dejándolos al lado de la puerta. Ando descalza por el parqué en dirección a nuestra habitación. Sí, en plural. Al lado de la cama de matrimonio hay colocada, muy cerca de la ventana, una cuna de madera blanca con varias prendas de ropa de bebés. Me acerco a ella y observo las sábanas de dibujos que hay colocada en ella.
Sigo sin creerme que apenas queden dos meses para poder tenerlo entre mis brazos. Justo en ese momento siento una nueva patada en la pared de mi abdomen. Acaricio la zona pataleada, notando directamente la planta de su pie contra la palma de mi mano.
—Yo también te quiero ver ya —susurro con voz dulce.
Hace unos días comencé a hablarle cada vez que sentía sus movimientos. Al bebé parecía emocionarle más aún, como si fuese capaz de oírme y entender lo que le estaba diciendo. Me tumbo en la cama, cerrando los ojos. Tarareo la melodía de una de las canciones que más solía reproducir mi padre cuándo éramos pequeñas. No sé en qué momento ocurre, pero acabo sucumbiendo al sueño.
Aunque la «peor» parte llega cuándo aparece él. Entonces la alegría con la tristeza se funde en un sentimiento tan abstracto como concreto que resulta abrumador siquiera intentar comprenderlo.
* * *
Una año y nueve meses atrás...
—No está quedando blanco... —me quejo en voz alta.
No recibo respuesta de su parte. En su lugar, oigo pasos acercándose a mí. Siento su brazo rodeando mi cintura y como apoya su barbilla encima de mi hombro. Noto un par de rizos acariciando mi mejilla cuando él gira ligeramente la cabeza.
—A ver, es más blanco oscuro.
—¿Blanco oscuro?
—Claro —dice, con más confianza que antes—. Blanco oscuro y blanco claro.
—¿Y desde cuándo existe eso?
Me giro sobre mi propio eje, acabando cara a cara. Enarco una ceja divertida, en espera a su respuesta. Enzo, sin embargo, no parece amedrentarse, sino que sonríe de esa forma tan peculiar suya.
—Desde que lo he dicho hace dos segundos —bromea, guiñándome un ojo.
—Eres idiota —bufo.
—¿Volvemos a los insultos poco originales?
—Nunca los dejé de utilizar. Solo que eran menos frecuentes.
—Prefería que me dijeses amor, si se me permite opinar.
—Nadie te pidió opinión, amor —digo, intentando ocultar la sonrisa que amenaza con surcar mi rostro —. ¿Mejor así?
La sonrisa en el rostro de Enzo en lugar de empequeñecerse, se ensancha. Entrecierro mis ojos en su dirección. No puede significar nada bueno. Entonces, antes de que sea capaz de reaccionar siento la brocha acariciando mi mejilla izquierda, dejando un rastro húmedo en el recorrido. Enzo empieza a reírse a mi costa mientras yo intento retirar con mi mano la pintura de mi cara, consiguiendo todo lo contrario. Esta parece esparcirse un poco más y encima acabo manchándome la mano. Frunzo mi ceño. Antes de que pueda arrepentirme de lo que voy a hacer trazo una línea gruesa con la brocha, desde la frente hasta su barbilla.
La risa se silencia abruptamente. Nos quedamos mirando el uno al otro, expectantes.
—Acabas de empezar la guerra —anuncia, y vuelve a rodear mi cintura apuntándome con la brocha.
Me retuerzo entre sus brazos, intentando zafarme de su agarre. Ni siquiera me preocupo en sí estoy manchando algo al moverme de esa forma. Oigo un sonido hueco, cuando la brocha cae al suelo. Entonces siento sus manos en mis costados, logrando que me retuerza incluso con más intensidad.
—¡Para! ¡Para!
—¿Por...?
—¡Para por tu vida, si no quieres morir!
—¡Bip! Palabra incorrecta —anuncia, rompiendo a reír.
—¡Capullo!
—Tampoco es. Lo siento.
* * *
Parpadeo un par de veces, aturdida todavía por el recuerdo. Siento una nueva punzada en el pecho. Las ganas de llorar vuelven a invadirme. La sensación de estar encerrada me consume por completo. Estoy en un continúo bucle de recuerdos que no me deja continuar. Me retienen los «y si...» que nunca obtendrán respuestas porque él se marchó, hace muchos meses.
Nada de lo que teníamos planeado para nuestro futuro será lo mismo. Y, ahí, observando el techo gotelé me doy cuenta de que nadie va a darme las respuestas a nada. Nadie va a venir a levantarme. Nadie va a hacer que lo supere. Todo eso depende de mí.
Antes de ser capaz de arrepentirme, me calzo con mis botines y me visto con mi abrigo más grueso. Cojo el móvil y las llaves del bol de la entrada con la idea de ir al bar de Mikel, en busca de algo que me distraiga, que me demuestre que hay algo más que la repetición de recuerdos. Puede que suene egoísta, pero quiero —necesito— superarlo.
Empujo la puerta de cristal. El cambio drástico de temperatura entre el frío del exterior y la calidez que desprende la calefacción logra que me sonroje por ello. Me quito el abrigo a la misma vez que oigo como la puerta se cierra detrás de mí. Lo engancho en mi brazo mientras camino por el establecimiento, cautelosa. Como si en lugar de encontrarme en un bar se tratase de un campo de minas. Aunque de alguna forma lo es, son bombas de recuerdos que amenazan con arrastrarme de nuevo al hoyo de la memoria.
Intento centrarme en la música. Es más enérgica que cuando Eloy y Alicia tocaban aquí. Observo el escenario dándome cuenta de que también son más jóvenes, aunque no demasiado. Es un grupo formado por cinco integrantes: hay un chico de pelo azul que no deja de teclear con rapidez mientras que una chica de rostro redondo y sonrojado aporrea con fuerza la batería, una pareja de rubios, con un bajo y una guitarra eléctrica pegando botes por el escenario como si fuese suyo. De vez en cuando se acercan a los micrófonos para hacerles los coros a otro chico que, con una guitarra acústica en las manos, canta con voz grave y rota la canción. Su mirada azulada parece estar clavada en un punto del público. Lo más probable es que se trate de alguien.
Es divertida y pegadiza. Incluso me doy cuenta de que estoy sonriendo mientras ellos siguen con su espectáculo. La mayoría de las personas están sentadas en su mesa, aunque hay un pequeño grupo que está de pie cerca del escenario balanceándose al ritmo de la canción.
Antes de ser capaz de nada más, siento una mano encima de mi hombro y como alguien me da un ligero apretón. Aparto mi vista del escenario para centrarla en el camarero que me observa divertido.
—Desde la barra se ve mejor —comenta Bruno, burlón. Me guiña un ojo antes de zigzaguear por las mesas para llevar el pedido.
Como hice la vez pasada, obedezco a Bruno y me acerco a la barra. Efectivamente, se ve muchísimo mejor. Incluso soy capaz de detectar con mayor claridad las notas del teclado. De forma inconsciente, repiqueteo mi pie contra el suelo al ritmo de la canción.
Escucho el tintineo de los vasos al ser colocados sobre la barra de mármol. Aparto mis ojos del escenario para centrarla —por segunda vez— en Bruno. Este me sonríe, apoyando sus brazos sobre la barra.
—¿Un chupito de jagger? —cuestiona, divertido.
—Mejor dame una botella de agua.
Él enarca una ceja, pero no hace ningún comentario al respecto. Veo cómo se acerca a una de las neveras y saca una pequeña botella de plástico. Me la coloca frente a mí junto a un vaso, aunque lo segundo no lo acabo usando.
—Son buenos —comento.
—La verdad es que sí. Son amigos de la hermana pequeña de mi novia.
—¿Eso quiere decir que ya te has ganado a la pequeña Carlota? —bromeo.
Bruno niega con la cabeza antes de decir: —Es un hueso duro de roer. Su hermana fue más fácil de seducir.
Esta vez soy yo quien niega con la cabeza.
—Los representa Eloy —suelta, cuando vuelve de servir la bebida a un par de clientes.
—¿Eloy? —pregunto, Bruno se limita a asentir con la cabeza —. Pobres, lo que tienen que aguantar.
Pero antes de que ninguno de los dos pueda decir nada, una tercera persona interrumpe nuestra conversación.
—¿Qué problema tienes tú conmigo? —pregunta una voz aterciopelada.
Solo con oírlo sé de quién se trata. Después de tener que escucharlo dos veces a la semana, por cada vez que voy a las clases de su hermana si no es más porque Ali nunca pierde oportunidad para usar a Eloy de chofer. Entonces son más veces.
—¿Yo? Ninguno, ¿tú?
No dice nada. Observo como niega con la cabeza, provocando que los pocos mechones que tenía peinados acaben tapando su frente. Tiene la camisa abierta en los primeros botones y las mangas dobladas, pero sin estar arremangadas. La chaqueta la tiene colgada en el taburete. Le da vueltas al vaso de bebida ambarina con aire distraído. Sus cejas pobladas y azabaches se fruncen. Sus ojos oscuros como la noche están clavados en la barra. Está perdido en sus pensamientos. Creo que ni siquiera se inmuta del escrutinio que le hago.
Pero claro, una cosa es creer y otra que sea lo que está ocurriendo.
—Sabes que, si sacas una foto dura más, ¿no?
—Ja, ja, muy gracioso. ¿Y para qué quería una foto tuya exactamente? —cuestiono, dándole un trago largo a mi botella de agua.
Se limita a encogerse hombros. Aunque lo intenta, no es capaz de disimular la pequeña sonrisa que invade su rostro. Sin embargo, toda felicidad momentánea se esfuma cuando mi mirada se cruza con la azulada de Mikel. Este me observa con seriedad.
—¿Qué haces aquí?
«Sigo sin superar la muerte de tu mejor amigo. Cuanto menos quiero pensar en él, con más frecuencia aparece en mi mente. Pienso en que lo estoy superando y en realidad, me estoy ahogando un poco cada vez...»
Eso me pasa. Sin embargo, no digo nada de eso en voz alta. Me limito a forzar una sonrisa y decir: —Necesitaba despejarme.
Sus ojos no se despegan de mí. Sé que no he sido demasiado convincente, por mucho que lo haya intentado. A esta altura debería intuir que a papi Mikel, pocas cosas se les escapa. Hago un nuevo intento de sonrisa, sintiendo mis mejillas estiradas. En lugar de tranquilizarlo, observo como frunce un poco más el ceño.
—¿Tienes calor?
—¿Eh? —Coloco ambas manos sobre mis mejillas, notando lo acaloradas que están—. Un poco, sí.
—¿Quieres tomar el aire? —pregunta. Sus ojos solo se desvían un momento de mí, para mirar de reojo al chico que hay a mi lado.
Estaba tan centrada en no mostrarle a Mikel la verdad que me había olvidado por completo que Eloy seguía junto a mí. Puedo sentir como las mejillas me arden y no por el calor de la calefacción sino por la vergüenza.
El silencio entre nosotros solo es interrumpido por el solo de batería que se está llevando a cabo. Un par de segundos más tarde, asiento con la cabeza. Mikel rodea la barra hasta acabar frente a mí, ni siquiera se inmuta de la presencia de Eloy, que tiene su mirada clavada en nosotros. Él, por otro lado, tiene su atención enfocada solamente en mí. Señala la puerta de la entrada con un gesto de cabeza. Entonces, camina en dicha dirección. Lo sigo, un par de pasos por detrás. Salimos al exterior. La noche es más cálida de lo que pensaba, aún así, escondo mi rostro en el cuello del abrigo. Las calles a pesar de las altas horas siguen llenas de gente yendo y viniendo de los lugares de restauración.
Observo como Mikel se apoya en la fachada del edificio. Enarca una de sus cejas en espera a que sea yo quien rompa el silencio entre nosotros. Trago saliva, nerviosa. Intento contener la necesidad de retorcerme los dedos delante de él. Bajo la mirada al suelo y carraspeo un par de veces antes de atreverme a hablar.
Sin embargo, cuando abro la boca para decir algo. nada sale de ella. O bueno, nada que sean palabras. Sin ser consciente de ello comienzo a llorar y acabo temmblando por culpa del llanto. Me abrazo a mí misma mientras las lágrimas se escapan de mis ojos sin yo hacer nada para retenerlas. Entonces noto como alguien rodea mi cuerpo y me pega a él. Su gesto lo único que consigue es que llore con más intensidad.
—P-Perdón —susurró contra su jersey.
—No pidas perdón por llorar, Inma. Nunca —susurra Mikel, con tono calmado.
—L-Lo s-siento —digo, entre sollozo y sollozo.
No soy capaz de oír su risa. Pero sé que se ha reído, aunque sea un poco por la vibración de su pecho. Me separo un par de centímetros de él. Me retiro el rastro de lágrimas con la manga del abrigo. Sorbo por la nariz y trago saliva, otra vez. Intento armarme de valor para hablar, pero sigo sin ser capaz de decir nada.
Aunque por la forma en que los ojos turquesas de mi amigo se clavan en mí, sé que no necesita que diga nada. Una mirada vale más que mil palabras, ¿no? Vuelve a acercarse a mí. Me abraza de nuevo y besa mi frente de forma paternal.
—¿Quieres que te lleve a casa con Mar?
—¿No te importa?
Mikel niega con la cabeza, haciendo que sus rastras vayan de un lado al otro. Me muestra una pequeña sonrisa antes de rodearme los hombros. Entramos de nuevo al bar. Bruno y él intercambian una mirada rápida y esto lo que necesita el moreno para cubrir su puesto en la barra. Volvemos a salir del local. Mikel me da un apretón en los hombros y me guiña un ojo al abrir la puerta del coche. Musito un gracias a la misma vez que me siento en el asiento del copiloto. Espero a que él rodee el coche y se sienta en el asiento del conductor. Pone en marcha el vehículo, saliendo del aparcamiento.
Yo, por otro lado, observo el exterior. El grupo de música que es representado por Eloy sale por las puertas del bar, bromeando y sonriendo entre ellos. Un par de pasos por detrás está su representante, observándolos con el orgullo brillando en su mirada.
Entonces, sus ojos azabaches se cruzan con los míos una milésima de segundos antes de que Mikel se desvíe en el cruce. Al perderlo de vista enfoco la vista al frente.
Trago saliva, pero por unos nervios totalmente distintos.
N/A: Perdón, otra vez. Últimamente llevo una rachita de actualizar tarde. Pero es que ayer me dolía muchísimo la cabeza y me pongo de mal humor, y no quería corregir el capítulo así.
Yo solo digo una cosita, y es que ese grupo de música lo vais a conocer a fondo... relativamente pronto jeje. ¿Os gustaría?
Y ahora vamos a centrarnos:
➡️¿Qué teorías tenéis?
➡️¿Qué os ha parecido Mikel?
➡️¿Qué pensáis de Eloy?
➡️¿Soy la única que quiere achuchar muy fuerte a Inma?
En fin, amo los flashes (que yo misma escribo porque así de egocéntrica soy), creo que es la única historia (por ahora) que siempre me pide ir un paso atrás de vez en cuando y me gusta, mucho, además. Aunque ya hayan pasado casi dos meses desde que la terminé. 🥺💔
Estamos a nada de llegar a los 40 K y no puedo ni creermelo, mil gracias porque nada de esto pasaría sin vosotras.
Nos vemos el próximo viernes, pesadas. ❤
(Esta vez sí, eh)
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