Capítulo Trece
Dedicado a Mmurcia23 estoy in love contigo, con tus comentarios, audios y todas las cosas lindas que haces 🥺❤
( Canción: Almost is never enough de Ariana Grande)
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Ha pasado una semana desde la última vez que lo vi.
Que lo vi a punto de besarse con una chica mientras yo los observaba desde la distancia con los ojos llenos de lágrimas.
Desde ese momento decidí que no lo buscaría. Estoy cumpliendo con eso y puede ser que al final si me buscase. Pero he cambiado de parecer y directamente lo ignoro. Evito ir a la cafetería del campus, escabulléndome para irme a la pequeña cafetería del centro, a veces voy sola, otras veces viene Teo conmigo e incluso Mar ha llegado a ir por no dejarme ir en solitario. He venido antes de tiempo a la cafetería, Lucia ya me ha dejado el macchiato en la mesa mientras que yo tengo los ojos clavados en la ventana buscando a Teo con la mirada.
Desvío los ojos un momento para centrarla en mi taza de café y el timbre de la puerta suena por la entrada de un nuevo cliente, alarmándome. Levanto la vista rápidamente con la esperanza de encontrarme a Teo, pero con lo que me encuentro es mil veces peor.
Él está ahí. Después de casi cuatro meses sin vernos está ahí. Su pelo rubio oscuro está más corto de lo que recordaba y las bajas temperaturas no le dejan llevar las camisetas de tirantes que solía llevar en los meses de verano. Veo como se acerca a la barra. Yo me pego a mi asiento todo lo que puedo intentando camuflarme con el mobiliario. Subo mi bufanda ocultando parte de mi rostro para evitar que me reconozca.
«Menos mal que escuché a Mar y me teñí el pelo».
Estoy tan enfocada en que Edu no sé de cuenta de que estoy en la misma cafetería en la que está él que no es hasta que tengo a Teo delante de mí que me percato de su presencia.
—¿Inm...?
—¡Sh, Sh! —Hago gestos silenciándolo de malas formas. Teo me observa entre confundido y divertido por mi actitud—. Mi ex está en la barra —susurro.
Una pequeña sonrisa se dibuja en el rostro oscuro de mi amigo y yo gruño por la frustración.
¿Por qué me sorprende?
«La gente siempre se divierte a mi costa».
—¿Cuál de todos? —susurra de vuelta.
—El del cárdigan azul marino.
Teo mira por encima de su hombro. Veo como alza ambas cejas antes de volverse en mi dirección. La sonrisa se amplía más que antes y hay un brillo burlón en su mirada.
—No sabía que los pijos eran tu prototipo de tío —comenta, sin disimular el tono divertido.
—No lo son —mascullo molesta.
Sorbo con más fuerza de la que debo a través de la pajita y esta hace un sonidito bastante molesto provocando que me sonroje por la vergüenza.
«Tengo ocho años mentales».
—Claro que lo son, no lo niegues. ¿Qué te hizo?
—¿Por qué asumes que me hizo algo?
—Porque estás huyendo de él como si se tratase de la lepra —dice de forma más comprensiva.
Relajo mis hombros y tomo una inspiración para dejar de estar encorvada. Me acomodo en mi asiento mientras reúno la valentía para decirlo en voz alta a alguien más que no sea Lara.
—En mi época "mala" me enamoré de él, estuvimos juntos casi por un año y lo pillé engañándome, en mis narices. Literalmente.
Sorprendentemente la voz no me tiembla al contarlo como la primera vez. Sonrío relajada, aunque mi sonrisa desaparece al ver como Teo frunce el ceño.
—¿Y qué te ha hecho el otro?
—¿El otro...?
¿Eh?
«Enzo».
¡Ah!
«Palmada mental».
—Mmh, nada. No me ha hecho nada porque no somos nada y entonces no pasa nada.
«¿Cuántas veces he dicho nada?».
—Inma...
Sé que ahora me va a regañar o me va a hacer ver que no es una actitud muy madura por mi parte, sin embargo, para suerte o desgracia mía una tercera voz lo interrumpe.
—¿Inma? —pregunta una voz grave que conozco a la perfección.
«Va a ser a desgracia».
Maldigo mentalmente al universo o al karma antes de atreverme a hacerle frente. Su pelo rubio oscuro está bien peinado hacia atrás, se ha dejado perilla y parece que en cuatro meses ha madurado de repente. Parece alguien adulto y no el niñato con el que solía salir.
—Edu —saludo dibujando una sonrisa tensa en mi rostro.
—Whoa, estás muy cambiada.
Noto su mirada oscura recorriendo mi cuerpo, o lo que dejo ver porque estoy sentada. Recuerdo que antes cuando hacía eso despertaba distintas sensaciones en mí. Ahora solo me provoca incomodidad.
—Bueno, ¿nosotros no teníamos que irnos? —le pregunto a Teo, mientras me comunico con él a través de mis verdosos ojos.
Él parece captarlo porque coge su café. Se levanta y se engancha su pequeña bolsa al hombro.
—Será mejor que nos vayamos yendo si no queremos llegar tarde —continúa mi mentira.
—Ha sido un placer verte, Inma —dice Edu.
—Igual.
«Absolutamente no».
—¿Podríamos tomar un café un día? —grita mi ex cuando nos ve saliendo por la puerta.
Me encojo de hombros sin saber que responderle, aunque quiero gritarle un sonoro «no». A Teo y a mí nos quedan en realidad media hora todavía para entrar de nuevo en clases. Siento que no haya podido terminar su café con tranquilidad por culpa de mi huida inminente. Abro la boca para disculparme, pero mi amigo de gafas azules se me adelanta.
—Ni se te ocurra disculparte —me regaña divertido.
—No lo iba a hacer, listillo.
—Mientes mucho, Inma. Pero mientes mal.
Y rompe a reír al ver mi cara indignada por su comentario. Le doy un ligero golpe en el hombro, fingiendo estar enfada con él, pero acabo contagiándome de su escandalosa risa. Al final, después de haberla estado evitando por dos semanas acabo entrando a la cafetería del campus. Teo que es más alto que yo —que no es muy difícil— localiza rápidamente a nuestro grupo de amigos, aunque tampoco es tan complicado porque están situados en la esquina del fondo de siempre.
Teo y yo andamos hasta llegar a la altura de ellos. Iván codea a Hugo y ambos nos observan ligeramente sorprendidos. Miri y Lara que estaban hablando de algo se giran para fijar sus miradas en nosotros.
—¡Mirad quién ha decidido venir! —vocifera mi mejor amiga antes de levantarse de su sitio y abrazarme—. Te estaba echando de menos, enana.
—No se nota —digo con la voz ligeramente ahogada por su achuchón.
Me dejo caer en mi lugar de siempre, entre Hugo e Iván. Teo se sienta al lado de la parejita. Un silencio extraño se asienta entre nosotros y no me gusta nada así que lo único que se me ocurre para romperlo es contar lo que ha pasado.
—Me he encontrado a Edu —susurro.
Al sentir la mirada azulada de Lara sé que me ha escuchado perfectamente. Sus cejas se fruncen y sus labios carnosos se dibujan en una línea recta.
—¿Qué Edu? ¿El puerco de tu ex?
—¿Conoces algún otro Edu?
—¿Dónde te lo has encontrado?
—En una cafetería del centro.
—¿Qué te ha hecho? —pregunta Lara con el enfado burbujeando en su tono de voz.
—Nada, solo me ha saludado.
—Y le ha dicho de ir a tomar un café con ella —comenta Teo con molestia.
—¿Pero a ese tío que le pasa? Al final va a ser verdad que los porros matan neuronas —vuelve a hablar Lara—. ¿Tú qué le has dicho?
—¿Qué? Yo... Mmh, simplemente me he ido.
—¿Te has ido? ¿Por qué él estaba? ¿Por eso estáis aquí?
Aunque me gustaría negar en respuesta a su pregunta no soy capaz de mentir en ese sentido. La mirada de Lara se incendia con un sentimiento que ya vi florecer la última vez que supe de Edu y no quiero repetir la escenita que le montó antes de que volviésemos a la universidad.
—¿Al final vamos a ir o qué? —cuestiona Iván cambiando de tema drásticamente.
Lo miro confundida sin saber a qué se refiere.
«Los cambios de tema de Iván son increíbles».
—¿Ir a dónde?
—Hay una fiesta esta noche en el apartamento de uno —explica Hugo.
—No sabíamos si ir por no dejarte sola en el piso —continúa Iván.
Miro a ambos con el agradecimiento grabado en mis ojos. Hugo rodea mis hombros e Iván estruja mis mejillas y esta vez no me quejo de que lo haga.
—¿Puedo ir con vosotros? —pregunto dubitativa.
—¿Qué? ¡Pues claro! —exclama Miri observándome sonriente.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —se alarma mi mejor amiga.
—Idiota.
—Yo también te quiero, Inmuqui —dice Lara usando el mote que tanta tirria me provoca.
La fulmino con la mirada y le enseño el dedo corazón. Así de simple parece que se disuelve la incomodidad inicial, volviendo a charlar de tonterías como si tuviésemos todo el tiempo del mundo.
* * *
Había decidido por dejarme mi pelo suelto, pero acabo atándomelo en una coleta para que no me moleste y que, si en algún momento acabo vomitando, no se me llene el cabello de vómito. Y sí, voy a beber. He decidido que está noche voy a dejar en libertad la Inma asalvajada como decía Lara. Bajo ligeramente la falda de cuero, que se ajusta a mis muslos y mi diminuto culo, pero que con esa prenda se aprecia un poco más. Recoloco el escote del top granate que llevo encima y me abrigo con mi chaqueta de cuero al salir del coche de Hugo.
—¡Hoy vamos a arrasar, nena! —vocifera Mar tras enlazar su brazo con el mío.
Nos adentramos en el vestíbulo. El recepcionista levanta su vista del periódico para observarnos con molestia antes de volver a enfocar sus ojos en el papel lleno de tinta. Seguimos nuestro camino hasta llegar al ascensor.
Al llegar a la cuarta planta, a pesar de que el apartamento tiene las puertas cerradas, la música nos llega. No me quiero imaginar entonces cómo se tiene que escuchar desde dentro, aunque no me da mucho tiempo de pensarlo antes de comprobarlo por mí misma.
Puede que el apartamento fuese grande, pero con la cantidad de gente que hay en su interior apenas puedes moverte sin chocar con alguien sin querer. Mar y yo nos dirigimos a la cocina para ir a por una bebida para nosotras. Lara y Miri nos siguen los pasos mientras que Iván, Teo y Hugo parecen desaparecer a través de la multitud.
Las encimeras del lugar están llenas de botellas de alcohol, refrescos y bolsas de patatas.
«Toda una delicatessen».
La botella de jagger que se encuentra llena y en una esquina capta mi atención. Mar parece fijarse también y me mira divertida cuando yo desenrosco la botella y me lleno un vaso antes de bebérmelo de un largo trago. Arrugo la cara y noto como mi garganta arde mientras el líquido baja por mi garganta. Mar me imita y pega un grito eufórico al terminarlo.
—¡Por estar de vuelta! —grita ella alzando su vaso vacío.
Lleno nuestros vasos y también lo alzo.
—¡Una vuelta salvaje!
No hace falta que digamos nada más para volver a terminarnos el vaso de un solo trago. Vuelvo a notar el líquido bajando por mi garganta dejando una quemazón a través de su bajada. Todavía no noto el efecto de la bebida, pero sé que tarda un par de minutos en hacer efecto y que después todo a mi alrededor dará vueltas.
Estoy rellenando por tercera vez nuestros vasos. No dejamos de mirarnos entre nosotras antes de acabar riéndonos por nada y por todo. Voy a volver a bebérmelo como ha hecho Mar cuándo noto una mano apoyada en mi hombro. Me tenso en mi sitio por la anticipación. Siento su pecho cálido pegado a mi espalda. No necesito girarme para saber quién es y toda mi piel se eriza por su presencia.
—¿Hoy me vas a ignorar también? —pregunta su voz enronquecida.
Mis manos tiemblan por las sensaciones acumuladas que despierta simplemente el escuchar su voz. Me giro sobre mi propio eje hasta acabar cara a cara con él. No sé si será porque he estado una semana sin verlo o siempre ha sido así de imponente y no me había dado cuenta, pero su mirada grisácea me desarma tan solo con encontrarse con la mía. Hay un par de mechones en su frente que Enzo aparta de su rostro y que vuelven a caer de forma rebelde dándole un aspecto desenfadado. Su pequeño lunar en el ojo izquierdo sigue ahí y su sonrisa torcida está dibujada en su rostro.
—Yo no he estado ignorando a nadie.
—¡Ah! ¿No? Porque no te he visto en toda la semana.
«Piensa en una mentira. Rápido».
—He estado muy liada con el proyecto. Seguramente tampoco habrás visto a Teo —digo con seguridad, aunque esté lejos de sentirla.
No es del todo mentira.
Hemos estado trabajando en el proyecto.
«Y también lo he evitado».
Pero no pienso darle la razón.
Un músculo de su mandíbula salta por estar apretándola y aunque la sonrisa torcida sigue intacta en su rostro me da la sensación de que ahora mismo es forzada. Su mirada no se despega de la mía y yo, discretamente, retuerzo mis dedos con nerviosismo.
—¿Con Teo? —pregunta desenfadadamente.
—Mmh, es mi compañero de proyecto.
Sus cejas se fruncen ligeramente. Parece que está pensando en que decir cuando su mirada cae en alguien que se encuentra detrás de mí. Intento no ser curiosa, pero cuando veo que sonríe y guiña un ojo a quién sea que está detrás de mí no me controlo y miro por encima de mi hombro.
Siento como toda la sangre se acumula de repente en mis pies y el color desaparece de mi rostro al darme cuenta de que es la chica con la que lo vi en el bar hace una semana. Paseo mi mirada a través de su cuerpo, es delgada y de piernas larga. Lleva un vestido de un color dorado oscuro que acentúa su pequeña figura. Su pelo de color caramelo, —natural, no teñido como el mío— cae en cascadas a su alrededor enmarcando su angelical rostro. Sus ojos azules destacan sobre su piel bronceada y una sonrisa de labios mullidos y rojizos aparece en su rostro.
Siento como un peso extraño aparece en mi estómago. Vuelvo a dirigir mi vista al chico de rizos castaños y mirada grisácea que me observa con ambas cejas enarcadas, intentando disimular la diversión en su rostro, aunque su mirada lo delata.
—¿Qué?
—Nada, nada. Ven, te voy a presentar a un par de personas.
Su brazo rodea mis hombros y siento como me cosquillean las puntas de mis dedos por querer recorrer los diversos tatuajes que hay tintados en su piel que deja ver por tener las mangas arremangadas. Noto como su rostro se acerca al mío mientras seguimos caminando.
—Estás guapa siempre, pero hoy estás increíble —susurra muy cerca de mi oreja sintiendo su aliento cálido contra mi piel.
Muerdo mi labio inferior intentando reprimir las ganas de coger su rostro y plantarle un beso. Entonces el recuerdo del bar se revive en mi memoria y las ganas se quedan disueltas.
—Gracias —mascullo.
—Espera, ¿qué? —Frena nuestros pasos antes de seguir hablando—. ¿Inma agradeciendo algo? —Se acerca a mí y coloca la palma de su mano en mi frente—. ¿Tienes fiebre o qué?
Le quito la mano de malas formas. Aunque en un primer momento solo es para quitarme su palma cálida de mi frente Enzo tiene otros planes porque entrelaza sus dedos con los míos antes de guiñarme un ojo.
Con las manos enlazadas nos acercamos a un grupo de personas dónde la chica del bar está ahí. Enzo carraspea advirtiéndolos de nuestra presencia. Suelto un suspiro de alivio cuándo me encuentro con la mirada azulada y las rastras azabaches de Mikel. Este me sonríe divertido antes de abrazarme ladeadamente porque Enzo no suelta mi mano.
—¡Ey, chicos! Ella es Inma, una amiga —me presenta.
«A-m-i-g-a».
No sabía que podía odiar la palabra amiga hasta este momento. Mikel nos observa a ambos ligeramente confundido. Sus ojos azules se clavan en mí mientras voy saludando a todos lo que conforman el grupo, incluyendo a la chica del bar. Quién también es su amiga, una muy buena amiga, palabras textuales de Enzo.
Un escozor incómodo y molesto recorre mi cuerpo entero. El tacto de su mano entrelazada con la mía me quema. Trago saliva con incomodidad. La chica del vestido dorado llamada Candela está muy cerca de Enzo. Veo como apoya su mano en su brazo y esté le sonríe en respuesta. Aquello solo incrementa dicho escozor. Creo que lo hace de forma inconsciente, pero su pulgar dibuja círculos en la palma de mi mano. En otro momento hubiese sonreído ante tal simple caricia, pero ahora mismo lo único que tengo en mente es que yo soy su amiga.
No, muy buena amiga como Candela.
Soy amiga. Sin más.
Desenlazo mis dedos de los suyos captando su atención. Sus ojos grises se fijan en mí con la confusión pintada en ellos. Sonrío de forma tensa. Si él lo nota no hace nada por mostrarlo.
—Voy a ir al baño —le digo en voz baja.
—¿Quieres que te acompañe?
—Estoy bien. Quédate con tus amigos. —Sin querer hago demasiado énfasis en la última palabra.
Me separo de su lado. Camino a través del apartamento en busca de mis amigos. No necesitaba ir al baño, era una simple excusa para intentar sosegarme y liberar el nudo incómodo en mi estómago. He dado varias vueltas alrededor de los cuerpos danzantes y no soy capaz de localizarlos. Observo las esquinas oscurecidas del lugar en busca de la parejita acaramelada que forman mi mejor amiga y Miri, pero tampoco están.
Vuelvo a andar en dirección a la cocina cuándo los veo. Candela está rodeando su cuello. Su rostro bronceado está muy cerca del de Enzo. No están solos, pero el resto de sus amigos no les prestan atención cómo si fuese lo más normal. Incluso Mikel los observa con indiferencia, aunque tiene su ceño ligeramente fruncido.
Entonces las ganas de llorar vuelven a aparecer. El apartamento no me parece lo suficiente grande para poder escapar de la sensación de asfixia que me embarga. Ahora busco con más ímpetu la puerta de la entrada para poder marcharme de aquí. Mi teléfono vibra justo cuando estoy a punto de marcharme. No me molesto en ver qué —o quién— es. Directamente abro la puerta y salgo de ahí.
Me apoyo en la madera de la puerta intentando sosegarme.
«Así que esa es la diferencia entre buena amiga y amiga».
Suelto un suspiro tembloroso antes de despegarme de la puerta y adentrarme al ascensor. Abro y cierro las manos intentando disolver la sensación de temblor que habían adquirido anteriormente. Siento cómo el móvil vuelve a vibrar en el bolsillo de mi chaqueta, pero el sonido estridente que hace por una llamada entrante es opacado por los latidos desenfrenados de mi corazón.
Las puertas del ascensor se abren y salgo escopeteada hacia el exterior. Mascullo buenas noches al recepcionista antes de dejar que la puerta acristalada se cierre detrás de mí. Subo la cremallera de mi chaqueta y comienzo a caminar sin rumbo fijo. No sé dónde me encuentro, pero ahora mismo es lo último que me importa. Mi teléfono ha dejado de vibrar.
Deambulo por las calles de la ciudad. Disfrutando del silencio a altas horas de la noche. El viento ruge con fiereza y agradezco haberme hecho una coleta antes. El alcohol poco a poco ha ido desapareciendo de mi cuerpo y no estoy dispuesta a permitirlo. Empiezo a buscar algún bar que haya cerca.
«Voy a empezar a creer que me odias universo».
El primer bar en el que me fijo es dónde trabaja Mikel, aunque hoy no está porque lo he visto en la fiesta. Tras dudarlo un segundo decido entrar en él. Las luces tenues le dan un aire relajado al lugar. Las mesas están casi vacías a excepción de las que están más cerca del escenario. En él se encuentra un chico de piel tostada y pelo negro que tiene recogido por una diadema. Tiene los ojos cerrados y la frente ligeramente arrugada por la concentración. A pesar de ser invierno va vestido con una camiseta de tirantes que deja a la vista cada uno de sus tatuajes. A su lado hay una chica con un aspecto similar al de él, aunque su pelo es rojizo y tiene el rostro más relajado.
La chica coge el micrófono con el sonrojo en sus mejillas. Mira una última vez al chico de los tatuajes que está tocando una guitarra. Este centra su atención en ella y observo los ojos más oscuros que he visto en mi vida. No sé si de cerca se podrá diferenciar, pero desde el lugar en el que yo me encuentro no soy capaz de saber dónde empieza su iris y dónde acaba su pupila. Un atisbo de sonrisa aparece en su rostro para rápidamente volver a la seriedad de antes.
—Desde la barra se ve mejor —me recomienda un camarero a mis espaldas.
Me guiña un ojo antes de atender una de las mesas y sin saber muy por qué, sigo su consejo.
Apoyo mis brazos en la barra. Giro ligeramente mi cabeza para ver a la chica de cabellos rojizos que ha comenzado a cantar. El guitarrista vuelve a tener los ojos cerrados mientras rasguea la guitarra. Aunque tiene una felpa que le evita que los mechones oculten su rostro, él mismo se encarga de ocultarlo al agachar la cabeza en concentración. La voz aguda y melódica de la cantante inunda el lugar.
I'd like to say we gave it a try
I'd like to blame it all on life
Maybe we just weren't right,
But that's a lie, that's a lie.
Siento como cada estrofa se clava en mí. Escuchando la canción me doy cuenta de que es en el lugar donde debía estar. El nudo en mi garganta se afianza y necesito quitarme esa sensación de encima.
—¿Qué vas a tomar, chica perdida?
—Cuatro chupitos de jagger —suelto con la voz ronca por el cúmulo de emociones que se están desatando en mi interior.
El camarero me observa con una ceja enarcada antes de servirme cuatro vasos pequeños delante e ir rellenándolos poco a poco con precisión.
—¿Salud? —pregunta él, divertido.
—Salud.
Entonces me tomo el primer chupito, por haber evitado a Enzo durante una semana y no haberle hecho frente. Bebo el segundo con más rapidez por el encuentro con el estúpido de mi ex. El tercero es en honor a mi orgullo dañado, por haberme sentido una mierda y estar resentida. El cuarto es únicamente para ser capaz de olvidar, quedarme en blanco y apagar cualquier sentimiento. Dejo el vaso con un poco más de fuerza de la cuenta y sonrió de forma coqueta al chico delante de mí.
—¿Otra ronda? —cuestiono en voz alta.
Él asiente divertido y me sirve cuatro vasitos de chupitos más.
—¿Te quieres unir? —Le señalo uno de los vasos.
—Mi turno termina en una hora. Si todavía sigues aquí, soy todo tuyo.
—Espero que cumplas con tu palabra —digo antes de beberme de nuevo el jagger de un largo trago.
La guitarra y la voz de la cantante inundan el silencio del lugar. Escucho con cautela cada uno de los acordes. La chica la vuelve suya y el guitarrista se acopla a la perfección, pareciendo casi una canción totalmente distinta.
So close to being in love
If I would have known that you wanted me
The way that i wanted you
Then maybe we wouldn't be two worlds apart
But right here in each other arms.
Estoy a punto de terminarme el último chupito cuando freno mi gesto en el acto. La voz aguda de la cantante deja de sonar y en su lugar una voz rota y grave la sustituye. Los acordes de guitarra siguen sonando, pero resulta que el guitarrista es igual de bueno en los dos ámbitos. No soy la única que se queda atónita ante el descubrimiento.
If I could change the world overnight
There'd be no such thing as goodbye
You'll be standing right where you were
And we'd get the chance we deserve.
La canción termina. La chica se presenta como Alicia y nombra al guitarrista de voz rota como su hermano, pero sin dar su nombre. No sé cuánto tiempo ha transcurrido. Lo único de lo que tengo certeza es que mi alrededor se ve ligeramente borroso y estoy experimentando una sensación de relajación y adormecimiento que agradezco.
—Acabo de terminar. Soy Bruno —se presenta.
Me levanto como puedo del taburete tambaleándome un poco al final, aunque Bruno se encarga de hacer de apoyo para que no pierda el equilibrio del todo.
—Inma —digo arrastrando las palabras. —¿Qué quieres hacer?
—Yo no sé, pero tú deberías volver a casa.
—No me quiero ir a casa. No quiero estar ahí, no sin él.
—¿Sin él? —pregunta con confusión.
Sin darme cuenta Bruno ha comenzado a caminar conmigo a su lado.
—Él seguirá con ella. Seguramente la esté besando cómo me besaba a mí —murmuro con las lágrimas a punto de salir de mis ojos.
El sonido de mi móvil no deja de sonar. Lo saco con intención de tirarlo al suelo para que se silencie, pero me lo pienso mejor porque no tengo dinero para estar comprándome otro. En su lugar, se lo doy a Bruno y este observa la situación, ligeramente divertido.
—¿Puedes apagarlo? Me da dolor de cabeza.
Bruno asiente. Desliza el dedo por la pantalla hasta ver que ha colgado la llamada. El silencio vuelve a inundar las calles. Por lo menos un par de segundos antes de que mi móvil suene de nuevo.
—Debe ser importante —comenta él.
—Cógelo, entonces.
Me apoyo en la fachada del local. Bruno descuelga la llamada bajo mi nefasta supervisión. Ahora mismo podría salir corriendo con mi móvil que yo no podría hacer nada por impedirlo.
—¿Hola? —dice Bruno al descolgar—. Está conmigo, ¿pasa algo?
Bruno no se ha distanciado de mí. Está apoyado a mi lado mirándome de vez en cuándo de reojo. Soy capaz de entender un «¡A la mierda!» de parte de la persona que está en la otra línea, pero no ubico la voz. Bruno aparta el móvil confuso de su oreja. La pantalla vuelve a estar bloqueada porque quién sea que ha llamado, acaba de colgar.
—¿Quién era?
—No sé, no me ha dicho su nombre, pero parecía enfadado.
—Sí, últimamente parece que enfado a todo el mundo con el simple hecho de respirar.
Me separo de la fachada del bar. De repente, siento como distintas gotas de agua chocan contra mi cara. No me había dado cuenta de que habíamos estado apoyados allí porque estaba lloviendo. Las gotas van cayendo y empiezan a chocar también contra mi chaqueta. Noto el agua fría deslizándose por mi rostro. Es... reconfortante. Tengo la sensación de que es como si estuviese llorando, pero sin necesidad de hacerlo.
—¿Vas a seguir andando bajo la lluvia?
Miro por encima de mi hombro. Bruno sigue apoyado en la fachada. No me he dado cuenta de que he impuesto distancia entre nosotros. Estaba más centrada en sentir que estaba llorando sin tener que llorar.
—Puede ser, ¿tú no?
—Te vas a resfriar, Inma —advierte con diversión.
—Gracias, papá —respondo irritada.
—Ven, te llevo casa —dice mientras se separa de la pared y acorta la distancia entre nosotros.
—¡Que no!
«Vuelvo a tener ocho años mentales».
Culparemos al alcohol por ello.
—¡Que sí! Verás cómo me lo agradeces después.
No me molesto en contestarle.
—¿Dónde vives?
—Aquí —respondo, acortando la poca distancia que hay entre los dos.
Antes de comprender por completo que estoy haciendo agarro a Bruno por el cuello de su chaqueta, me pongo de puntillas y planto mi boca contra la suya. No sé qué esperaba al hacer eso, pero no es remotamente ni de lejos con lo que está sucediendo. Sí, siento unos labios tibios contra los míos; sí, siento su aliento cálido entremezclándose con el mío y seguramente si entreabriese los labios su lengua y la mía se moverían en sincronía. Siento todo eso, pero hay algo que me falta. Esa algo que no encuentro en labios de este chico y que si encuentro al besar a...
Bruno corta nuestro beso y se aleja un par pasos de mí.
—Mañana te vas a arrepentir de esto —dice con la voz más grave y el ceño fruncido.
Le sonrío angelicalmente.
—Ya veremos.
—Verás que sí.
Saco mi dedo corazón y se lo enseño. Bruno ignora mi gesto y señala un coche blanco y pequeño que hay aparcado en la entrada del bar. Subo al coche. Bruno arranca y comienzo a indicarle la dirección en la que tiene que conducir para llegar a mi casa. Creo que en medio del trayecto me he quedado dormida. Alguien me zarandea suavemente, despertándome del bonito sueño en el que estaba sumergida. Me encuentro con unos bonitos ojos castaños y el pelo liso y corto que pronto reconozco como Bruno.
—Ya hemos llegado, bella durmiente.
—Gracias —mascullo. Salgo del coche y cierro la puerta detrás de mí.
Voy a irme sin más cuando decido volver a su coche. Toco la ventanilla de la parte del conductor para llamar su atención. Bruno baja dicha ventanilla y apoya un brazo en la puerta observándome intrigado. Le doy un beso en la mejilla antes de sonreír.
—Gracias, de verdad. Podrías haberme secuestrado o algo.
—Tranquila, con un par de horitas he tenido suficiente —bromea. Le vuelvo a enseñar el dedo corazón.
Asiento. Me giro para marcharme cuando su voz me detiene.
—¡Espera!
Doy la vuelta y me acerco de nuevo al coche. Veo que sostiene un bolígrafo.
—Dame tu brazo, por favor —me pide y obedezco con la curiosidad burbujeando en mi interior.
Siento la punta del bolígrafo contra mi piel húmeda. Bruno parece estar muy concentrado en lo que está escribiendo mientras que yo intento no reírme por las cosquillas que me provoca.
—Por si necesitas que te recuerde la nochecita de hoy.
Me despido de él. Me dirijo hacia el edificio en el que vivo con una pequeña sonrisa en mi rostro. Escucho el motor de un coche alejándose.
Freno en seco cuando lo veo. En la puerta acristalada del bloque de mi edificio está él.
Enzo está ahí, bajo el pequeño techo de la entrada con los brazos cruzados sobre su pecho, observándome con mala cara.
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