Capítulo Once
Capítulo dedicado a spiderwoma me alegra tanto que te esté gustanto la historia 🥺❤
(Canción: Goodbye de Cage The Elephant)
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El sol de la mañana se cuela a través de la persiana. Intento girarme al lado contrario cuando noto como un peso encima de mi estómago y mis caderas me lo impide. Abro los ojos precipitadamente y levanto las sábanas negras que me cubren para encontrarme rodeada por un brazo tatuado pegándome al cuerpo de su dueño y una pierna por encima de mis caderas acorralándome del todo. Intento moverme de nuevo y siento como Enzo se pega un poco más a mí.
Me giro sobre mí misma. Su rostro y el mío ahora están muy juntos. Se me atasca la respiración al verlo tan de cerca. Sus rizos castaños y rebeldes caen sobre su frente relajada. Tengo que reunir todo mi autocontrol para no retirárselos del rostro. Sus pestañas largas y negras hacen sombra bajo sus pómulos y tiene los labios entreabiertos. Sonrío divertida ante la imagen. Quién diría que el chico aquí dormido hace que me dé un cortocircuito cada vez está cerca de mí.
Su agarre alrededor de mi cintura se afianza y tengo que echar la cabeza hacia atrás para no acabar besándolo sin querer —queriendo—. Con cuidado e intentando no hacer movimientos bruscos retiro su pierna y brazo de mi cuerpo. En sustitución coloco la almohada que he usado para dormir y Enzo la abraza. Aguanto la risa por miedo a despertarlo.
Miro a mi alrededor en busca de mi disfraz. Lo encuentro hecho una bola azul de licra en una esquina junto a mi sujetador negro. Lo recojo con la intención de cambiarme, pero elimino el pensamiento inmediatamente. El chico con el que dormí sigue respirando acompasadamente. Voy de puntillas alrededor de la habitación con la suerte de no tropezarme con nada en el suelo. Giro el pomo de la puerta y la abro. Esta hace un leve rechinido, pero no es demasiado escandaloso y solo la abro hasta que puedo pasar entre la rendija que he dejado. Decido no cerrarla para evitar hacer más ruido.
Ahora con la luz que se filtra a través de las ventanas del salón me doy cuenta de que tienen el pasillo decorado con matrículas de coches junto a algunas fotos de ellos, aunque no me paro a ver quiénes son los que aparecen. Cuando estoy a punto de llegar a la puerta me doy cuenta de que no he cogido mi móvil ni tampoco los zapatos.
Resignada de no poder siquiera pedir un taxi de vuelta a casa, me doy la vuelta. Vuelvo a entrar sigilosamente en la habitación. Me encuentro mi móvil en la mesilla de noche y los zapatos cada uno en una esquina del cuarto. Vuelvo a salir por el pequeño hueco de la puerta y me encamino hacia la puerta con un poco más de prisa.
Estoy a punto de abrirla cuando escucho como se desbloquea la cerradura desde el otro lado. Alguien abre la puerta y yo me quedo estática en mi lugar. Un chico de tez oscura, pelo azabache hecho rastras por encima de sus hombros con unos impresionantes ojos azules aparece en mi campo de visión. Su mueca confusa se sustituye rápidamente por una sonrisa facilona y observa mi atuendo con diversión.
—Mmh... yo ya me iba —me explico bajo la atenta mirada azulada de Mikel.
—¿Por qué no te quedas a desayunar?
—¿Eh?
—Acabo de llegar del bar, ahora mismo lo único que quiero hacer es comer e irme a dormir. No me vendría mal la compañía —dice sonriendo.
—Mmh, vale.
—¿Me dejas pasar, Inma? —pregunta sin disimular la diversión en el tono de su voz.
—¿Eh? Ah, sí, perdona. —Me hago a un lado de la puerta.
—Te daré una bolsa para eso.
Veo como Mikel se adentra al lugar. Deja su chaqueta mal colocada en el respaldo marrón de su sofá y entra a la cocina a través del arco que hay en la pared. Vuelve minutos después con una bolsa de plástico y me la da. Yo mascullo un «gracias» mientras guardo mi disfraz y mi sujetador en la bolsa avergonzada antes de seguirlo hacia la cocina.
A sorpresa mía, la cocina está mucho más ordenada que el salón. No hay ni un solo resto de comida en la encimera y todo parece estar limpio. Mikel abre y cierra la nevera sacando distintos productos. No se molesta en reducir el ruido que hace al sacar una sartén o abrir un cajón y remover los utensilios de cocina hasta encontrar el deseado. Me recuerda a mi madre los fines de semana cuando mi hermana y yo solíamos dormir hasta tarde o hasta que el ruido que formaba mi madre en la cocina nos despertase.
—¿Qué te gusta?
—Todo lo que no sea un animal —bromeo.
—¿Eres vegana?
—Vegetariana. No puedo vivir sin la tortilla de patatas, ¿tú?
—Vegano. ¿Unos huevos revueltos, entonces?
—Mmh. Pero puedo cocinarlos yo o tomar otra cosa, no te molestes.
—De eso nada. Ahora eres mi invitada así que siéntate en ese taburete o quédate aquí quieta y dame tema de conversación —ordena determinante y parece mi padre cuándo intento llevarle la contraria.
Sonrío divertida y me coloco a su lado en frente de los fogones. Mikel los enciende y echa aceite en la sartén. Mientras el aceite se calienta se va en busca de algo en la nevera y vuelve con varias piezas de frutas que empieza a trocear en el entretiempo.
—¿Qué estudias?
—Turismo. Segundo año.
—Los de segundo son feúchos, ¿no? —bromea.
—Algunos, pero como en cualquier curso, ¿y tú?, ¿qué estudias?
«Enzo está en último curso, ¿por qué será?».
—Hice una FP de Farmacia que terminé el año pasado y ya estaba trabajando en ese bar así que ahora trabajo y busco empleo en el sector farmacéutico.
—¿Me regalarás paracetamol gratis cuando trabajes en una farmacia? —bromeo.
—Se iría el negocio a pique, preciosa —responde con sorna.
Hago un puchero y él niega con la cabeza, divertido antes de romper ambos a reír. Bruscamente nos callamos al darnos cuenta de la hora que es y de que tanto Enzo como su otro compañero de piso están dormidos.
—Tus huevos —dice, antes de ofrecerme el plato con los huevos revueltos junto a un tenedor. Mikel lleva un bol de frutas en la mano junto a un vaso de agua—. Las damas primero.
Salgo de la cocina a través del arco y me dejo caer en el sofá marrón de antes. Mikel se sienta a mi lado y retira hacia una esquina la porquería que hay en la mesa.
—Como odio cuándo dejan la mierda y no la recogen —se queja.
Cuando parece satisfecho con la nueva distribución de la mesa estira sus piernas y enciende la tele mientras come de su bol. Lo imito y comienzo a comer mi desayuno. Mikel y yo hablamos un poco de todo, de las clases, de los grupos de música que escuchamos, de los artistas menospreciados y los que están sobrevalorados. También me cuenta una que otra anécdota del bar y promete invitarme a una cerveza la próxima vez que pase por allí. Entonces el sonido de una puerta abriéndose y pasos fuertes y lentos resuenan en el reciente silencio.
—Mikel, ¿has visto a Inma irse? —pregunta Enzo.
Mikel intercambia una sonrisa divertida conmigo antes de hablar.
—Por las mañanas estás más alelado que de costumbre.
—¿Y eso por qué? —dice molesto.
—Buenos días —hablo, llamando la atención del chico de rizos castaños y mirada grisácea.
Me levanto del sofá bajo la atenta mirada de Enzo y me dirijo a la cocina a dejar mi plato. Escucho pasos detrás de mí. Cuando dejo el plato y me doy la vuelta. Me encuentro de frente con su rostro adormilado, su torso desnudo y vestido solo con un pantalón de pijamas que le queda colgado en las caderas dejando entrever la V que se va ocultando bajo la tela.
Una de sus manos se coloca en mi nuca y antes de procesar lo que está ocurriendo noto sus labios tibios pegados a los míos. Rodeo su cuello con mis manos y acerco todo lo que puedo mi rostro al suyo. Su mano libre se cuela bajo mi —su— camiseta y sus dedos ásperos comienzan a acariciar mi piel cálida. Enredo mis dedos en sus rizos mientras que paseo la otra mano a través de su torso desnudo. Siento cómo se le pone la piel de gallina y se tensa ante mi contacto. Un carraspeo a nuestras espaldas provoca que dejemos de besarnos.
Mikel está apoyado en el arco de la entrada de la cocina observándonos a los dos, entretenido. Se acerca hasta el fregadero y deja su bol en él.
—Voy a dejaros parejita que tengo que recuperar horas de sueño.
Sale de la cocina, pero antes de escuchar una puerta abriéndose y cerrándose grita: —Espero verte más por aquí, Inma.
Yo rompo a reír. Enzo sonríe y distraídamente retira un par de mechones de mi rostro. Me quedo estática antes su contacto. Sus dedos recorren mi cuello, mandíbula y mejilla antes de bajar a mis labios. Acaricia con su pulgar mi labio inferior con una lentitud abrumadora que logra ponerme de los nervios. Suspiro cuándo deja caer la mano a su costado.
—Tengo que limpiar esto... Mmh... antes de irme —anuncio y me giro dándole la espalda.
Apoyo las manos en el fregadero antes de tomar aire y comenzar a limpiar mi plato y el bol de Mikel. Qué mínimo. En vez de sentir frío por la ausencia de un segundo cuerpo en su lugar percibo el torso de alguien pegado a mi espalda.
Unos labios tibios comienzan a besar la base de mi cuello. Enzo realiza un recorrido de besos cálidos y húmedos hasta llegar a mi oreja. Siento su aliento choca contra la piel sensible y se me ponen los vellos de punta.
—¿Quieres escuchar música? —susurra con la voz ronca.
Sin embargo, parece que me esté preguntando algo totalmente distinto. O soy yo y mis hormonas revolucionadas que no son capaces de captar nada sin segundas intenciones. Asiento con la cabeza. Enzo entrelaza su mano con la mía y me conduce hasta su habitación. Cierra la puerta detrás de mí. Se deja caer en la cama con mi mano todavía enlazada con la suya provocando que acabe encima de él por la fuerza de gravedad.
«Aunque, bendita fuerza de gravedad».
—¿Así es como escuchas música tú? —pregunta divertido. Su voz sigue sonando más ronca de lo habitual y no sé si es algo bueno o malo.
Trago saliva. Desenlazo mi mano de la suya con toda la intención de apartarme de encima de él, pero entonces sus dos manos se colocan en mis caderas anclándome en mi lugar. Frunzo el ceño y lo observo confusa. Enzo me sonríe con esa sonrisa característica suya.
—No me estaba quejando de que estuvieses así. —Para demostrarlo aprieta un poco más su agarre en mi cadera juntando todo lo que puede su cuerpo contra el mío. —Me gusta esta posición.
Me sonrojo completamente.
«Putas hormonas».
Creo que soy yo que lo estoy malinterpretando todo o él es un —muy— capullo que le gusta fastidiarme y ponerme de los nervios. Porque si es así, lo está consiguiendo. Tengo sus dos iris grises clavados en mi rostro sonrojado y me impide pensar con claridad.
—¿Música? —cuestiono con la voz más aguda.
«Palmada mental».
Una de sus manos deja de estar en mi cadera. Sin moverse ni moverme del sitio se estira hacia atrás tensando cada maldito músculo de su anatomía para alcanzar el móvil de la mesilla. Tiene unos hombros anchos que están decorados con tatuajes. En una de las costillas hay también tinta en su piel y está se ondula con sus movimientos. Y en el pectoral izquierdo tiene una frase que no me da tiempo a leer porque él vuelve a tener su atención en mí. Sus ojos brillan con malicia y no hace falta que diga nada para que yo sepa que me ha pillado de lleno observándolo.
Conecta los auriculares al móvil y me ofrece uno. Se remueve en su sitio para ponerse más cómodo mientras yo lo miro horrorizada porque estoy justamente sentada encima de una zona peligrosa y lo último que quiero es ponerme cachonda encima de un tío que no está buscando eso.
Sin dejarme ver que canción está poniendo, le da play y los primeros acordes comienzan a sonar. Su mirada no se despega de la mía y yo intento desviarla a otro punto de la habitación, pero no me acaba funcionando muy bien. Así que sin pensármelo dos veces apoyo mi cabeza en su pecho cálido en el lado dónde retumba su corazón acelerado y cierro los ojos.
So many things I want to say to you
So many sleepless nights I prayed for you
My heart's an ashtray and I lost my mind
You bring the smokes, I've got the time.
* * *
Hace cinco años...
Había quedado con Enzo porque según él tenía que decirme algo muy importante. Aunque siempre decía eso y luego resultaba no ser así. Sin embargo, esta vez sí que me preocupó más por la forma en la que lo había dicho. No parecía algo importante en el sentido bueno sino más bien en el malo.
Caminé las tres calles que separaban mi casa del parque dónde solíamos encontrarnos. Entré por la puerta trasera. Rodeé los columpios y el tobogán infantil que había en un lado y caminé a través del sendero que recorría el parque en su totalidad. Había una pequeña torre en el centro de este rodeado por árboles. Una vez cuándo éramos más pequeños —hace dos años nada menos— decidimos adentrarnos en ella pensando que encontraríamos algo interesante y salimos tosiendo por culpa del polvo, con telarañas en cada parte de nuestro cuerpo y con el olor a humedad impregnado en nuestra ropa.
Me fijé en el estanque que había al llegar al fondo del parque que siempre estaba lleno de patos, tortugas y una oca. Si, solo había una. Pero todo el mundo que venía al parque solía hacerle compañía así que no parecía estar muy disgustada por ser la única. Crucé el puente de madera dónde una cascada caía detrás de este y el agua descendía hasta desembocar en el estanque. Subí las escaleras deformadas y rocosas de un lateral de la pequeña colonia hasta que llegué al mirador. Las plantas y los arbustos de alrededor dejaban admirar el paisaje rodeado de naturaleza y supe desde el primer día que descubrí el lugar que se convertiría en mi favorito.
En uno de los bancos había un chico de cabello rizado, vestido con una camiseta de un equipo de baloncesto y unas bermudas vaqueras. Su rodilla no dejaba de moverse de arriba abajo y su mirada estaba clavada en el suelo. Bueno, o lo estuvo hasta que me senté a su lado y se percató de mi presencia.
Unos grandes ojos grises fueron subiendo a través de mi cuerpo hasta llegar a la altura de mi mirada. Sus largas pestañas parecían estar húmedas por haber llorado y su rodilla seguía moviéndose con nerviosismo.
«Vale, era algo muy malo».
Intenté sonreír para tranquilizarlo, pero su rostro pareció entristecerse un poco más. Apoyé mi frente en el hueco de su cuello y entrelacé mi pequeña mano con la suya. Escuché como suspiraba y apoyaba su cabeza encima de la mía. No sé cuánto tiempo nos mantuvimos en silencio, pero no importó. Su pulgar hacía círculos en la palma de mi mano y aquello despertaba sensaciones muy nuevas para mí.
—Me voy —dijo con la voz enronquecida por los sentimientos.
Salí del escondite de su cuello y clavé mis ojos en su rostro, aunque él no me estaba mirando. Tenía sus dos iris grises clavados en nuestras manos enlazadas.
—¿Te vas?
—Con mi padre.
—¡Vaya! Pero eso era lo que querías, ¿no?
—Sí, pero...
—Pero, ¿qué? Enzo, te has tirado dos meses diciendo que querías irte con él —dije. Le di un beso en la mejilla y sonreí ampliamente—. Está superbién.
—No tanto —rebatió con voz apenada.
—¿Qué pasa?
—Quiere que me vaya a vivir con él hasta que termine el instituto.
—Son tres años. Whoa —me interrumpí un momento porque no sabía cómo levantarle el ánimo—. Tu padre quiere recuperar el tiempo perdido, eh.
Vi un atisbo de sonrisa, pero tan rápido cómo se dibujó en su rostro, volvió a desaparecer.
—Mi padre vive en Irlanda, ¿sabes lo que eso significa? —preguntó mirándome directamente a los ojos.
Entonces el peso de sus palabras cayó sobre mí como un cubo de agua fría. Si se iba ese año y no volvía hasta terminar el instituto Enzo tendría dieciocho años y yo dieciséis a su vuelta. Y si volvía, porque en tres años, ¿podías olvidar a alguien? Notaba como los ojos se me llenaban de lágrimas sin derramar y un nudo comenzaba a formarse en mi garganta. Enzo ahueco mi mejilla con la mano que no tenía entrelazada con la mía y retiró las lágrimas que comenzaron a deslizarse a través de mi rostro sin yo ser capaz de detenerlas.
—¿Cuánto te vas? —pregunté sollozando.
Vi como apretaba su mandíbula y desviaba sus ojos de nuevo antes de hablar.
—En dos días.
Dos días, cuarenta y ocho horas, dos mil ochocientos ochenta minutos, ciento setenta y dos mil ochocientos segundos, ese era el tiempo que me quedaba antes de que el chico del que estaba o creía estar enamorada se marchaba de mi vida sin billete de retorno. Las ganas de llorar solo incrementaban. Una sensación de vacío comenzó a invadirme y lo único que quería hacer era marcharme de allí, volver a mi casa, esconderme bajo las sábanas y ahogarme en la lluvia de mis ojos.
Me levanté del banco. Desenlacé mi mano con la de él y retiré las lágrimas que se iban escapando de mis ojos mientras que mi cuerpo seguía temblando. Enzo se levantó e intentó acercarse a mí, pero yo me aparté de él. Vi su mirada dolida y como su mano se caía lánguida junto a su costado, pero ahora mismo necesitaba irme de allí.
Así que eso hice. Bajé las escaleras, corrí a través del camino de tierra y salí del parque, aunque una voz demasiado familiar hizo que frenase mi paso.
—¡No te vayas, por favor! ¡Hablemos! —gritaba Enzo mientras se acercaba a mí.
—¡Tú eres el que se va a ir, yo no!
Enzo frenó en seco por mi acusación y vi como sus manos se volvían puños.
—Solo necesito espacio —le dije y comencé a correr sin mirar atrás.
Era una completa egoísta por hacerle esto.
«Pero él también lo era por hacérmelo a mí».
Al llegar a mi casa subí las escaleras lo más rápido que pude, cerré la puerta de mi habitación y me lancé a la cama. Me hice un ovillo tembloroso mientras las lágrimas seguían escapando de mis ojos y en vez de disminuir la intensidad del llanto este aumentaba. Mi móvil empezó a vibrar por las llamadas y mensajes de Enzo, ignoré cada uno de ellos y en su lugar me puse la única canción que calmaría o aumentaría el estado de tristeza en el que había sucumbido. Le di play a Goodbye de Cage The Elephant y dejé que la melodía llenase el silencio de mi habitación.
I want to scream, I want to laugh, I want to close my eyes
I want to hide somewhere that's hard to find
Stop wasting time trying to shape your life
It's alright, goodbye.
Y lo único que quería hacer era volver a la noche de hace dos años dónde lo conocí. Si hubiese sabido lo que sabía ahora habría aprovechado mejor los momentos a su lado.
I won't cry, I won't cry, I won't cry
Lord knows how hard we tried
Goodbye, goodbye, goodbye.
* * *
Noto mi rostro húmedo por las lágrimas. La canción hace tiempo que dejó de sonar y yo ya no tengo el auricular puesto. Los brazos qué están alrededor de mi cuerpo me abrazan de forma protectora y aquello solo aumenta el llanto.
Intento acompasar mi respiración y retiro las lágrimas que se han escapado de mis ojos. Levanto la cabeza del escondite de su cuello y me encuentro con la mirada torturada y culpable de Enzo. Tiene los ojos aguados por las lágrimas, pero no derrama ninguna. Aclaro mi garganta antes de hablar.
—Perdón — susurro.
Hago el ademán de quitarme de encima de él, pero Enzo tiene otros planes. Rueda conmigo encima a través de la cama hasta acabar siendo él quién está encima de mí. Sus ojos me observan con una intensidad abrumadora. Tiene los brazos apoyados en cada lado de mi cabeza para no aplastarme. Retira con cuidado los mechones húmedos de mi rostro y deja su mano ahuecándolo. Entonces noto sus labios tibios en mis mejillas, mi frente, en mi nariz y en mis labios. Sonrío con su boca pegada a la mía y él acaba contagiándose por mi gesto.
—No debí irme —confiesa.
Entonces recuerdo que fui yo quien le enseñó esa canción. Fue el último mensaje que le envié.
INMA:
Escúchala cuándo me eches de menos en Irlanda. Yo lo haré.
«Cinco años y la sigue escuchando».
Agarro su rostro con mis manos. Su barba incipiente me hace cosquillas en las palmas de estas. Apoyo mi frente con la suya y suelto un suspiro.
—Hiciste lo que era mejor para ti.
—Sí y jodí lo nuestro y te jodí a ti —dice con voz torturada.
—Daños colaterales —intento bromear.
Hago lo mismo que hizo él antes conmigo. Beso sus mejillas, su frente, su nariz para acabar besando su boca y noto como la tensión de su cuerpo va desapareciendo. Voy a retirar mis labios de los suyos, pero rápidamente Enzo toma el mando y su boca y la mía se unen. Nuestras lenguas se reencuentran con familiaridad. Muerdo su labio inferior y tiro de él hacia mí consiguiendo un gruñido de su parte. Su mano libre comienza a acariciar la sección de piel descubierta que deja la camiseta antes de colarla por debajo. No es hasta ese momento en que caigo en la cuenta de que no tengo sujetador y enrojezco en mi lugar. Una sonrisa maliciosa se forma en su rostro.
—¿Qué pasa?
—No tengo sujetador —murmuro.
La sonrisa se amplía y sé que me ha escuchado perfectamente, pero parece que disfruta cuando me avergüenzo de algo.
—¿Qué haces sin sujetador, Inma?
—Para dormir las chicas nos lo quitamos. ¿Sabes lo incómodo qué es?
—¿Seguro que no es por otra cosa?
—¿Y por qué va a ser? —pregunto nerviosa.
Siento como su mano escala a través de mi torso. Sus dedos comienzan a dibujar círculos en la zona de mis costillas mientras siguen ascendiendo y yo noto como se me atasca la respiración. Entonces su mano ahueca uno de mis pechos y suelto un jadeo.
Su boca vuelve a encontrarse con la mía mientras su mano acaricia mi pecho con lentitud. Deja caer todo su cuerpo sobre mí y soy capaz de sentir su bulto justamente en mi entrepierna. Levanto ligeramente la cadera para rozarme con él y cuando Enzo suelta un gruñido por ello sé cómo va a acabar esto. Mis manos viajan a través de su ancha espalda hasta llegar a su baja espalda y lo empujo para que esté más cerca de mi cuerpo.
Sus dedos siguen masajeando mi seno. Arqueo mi espalda para captar aún más su caricia y siento como sus comisuras se elevan. Mis manos recorren su torso hasta frenarse en la zona de sus oblicuos. Jugueteo con la cinturilla de su pantalón y ahora es él quien jadea en respuesta. Voy a colar mi mano en su pantalón cuando el aporreo de una puerta desvía mi atención.
—¡Enzo, tu padre no deja de llamar al fijo! Dice que no le coges el teléfono —dice Mikel tras el otro lado de la puerta.
—¡Estoy ocupado, idiota!
—¿Sigue Inma contigo? —pregunta, burlón.
Al escuchar mi nombre me sonrojo por completo y me aparto de Enzo abochornada.
—Sigo aquí —me escucho decir.
—Yo voy a hacer la compra y el otro no está así que podéis hacer el ruido que queráis — y tras decir eso, se oyen como los pasos van alejándose.
Me coloco bien la camiseta y observo por el rabillo del ojo como Enzo se remueve incómodo en su lugar.
—Creo que me voy a ir a dar una ducha muy fría. Luego si quieres puedes ducharte tú, te puedo prestar otra cosa. Total, te queda mejor a ti que a mí.
Besa de forma superficial mis labios antes de desaparecer a través de la puerta del baño. Al cerrarla soy capaz de escucharlo maldecir y yo rompo a reír a carcajada limpia.
—¡Reírse de las desgracias ajenas es de mala persona! —grita.
—¡Ser un capullo también!
«Pero este capullo me gusta».
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