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Capítulo Dieciocho

Capítulo dedicado a soulvalery, poco puedo decir a parte de gracias y te chiero jeje 🤭🧡

Mini-Maratón 1/2

(Canción:  Ruin My Life de Zara Larsson)

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Me queda apenas media hora para llegar a mi apartamento y estoy demasiado nerviosa y a la vez estoy entusiasmada por lo que puede suponer esto para nuestra relación. ¿Esto significa que daremos el siguiente paso o seguiremos en ese círculo vicioso dónde no sabemos lo que somos?

«Espero sinceramente que sea la primera opción».

No soportaría estar de nuevo en ese, tira y afloja, aunque sí que quiero ir con calma. Tener nuestras primeras citas, hablar y conocernos. Quiero conocer a la persona que es Enzo ahora, enamorarme de sus virtudes y defectos de ahora, no de los que tenía hace cinco años porque entonces no me gustaría él sino su recuerdo. Aprieto mis dedos alrededor del volante con más fuerza de la que debo ante el pensamiento.

«¿Y si fuese así?»

No, no puede ser. Tengo que calmarme.

Ni siquiera le he mandado un mensaje. No estoy muy segura de lo que quiero hacer. Cuando freno en un semáforo, aprovecho para encender la radio. Rápidamente reconozco la canción que está sonando y no dudo ni un segundo en subir el volumen lo máximo que puedo. Bajo las ventanillas a pesar del frío invernal y dejo que el viento gélido agite mi pelo. La cantante comienza a cantar y yo la imito, aunque de una forma mucho peor y desafinada.

If you make it all wrong, then I'll make it all right, yeah

I want you to ruin my life

You to ruin my life, you to ruin my life

Canto —o grito— a todo pulmón. Menos mal que no hay ningún semáforo en un par de kilómetros porque si no me moría de vergüenza por la escandalera.

I miss you more than I thought that I could

I miss you

I know you missin' me too like you should

I miss you

Estoy a punto de girar hacia la intersección que desemboca en mi calle cuando el pensamiento fugaz de ir directamente al apartamento de Enzo cruza mi cabeza y pego un volantazo un tanto dramático para desviarme de calle. Los nervios que parecían que se habían calmado en el trayecto, resurgen con fuerza renovada. Acaricio una y otra vez el volante intentando concentrar mi atención en eso y en la carretera y no en las ganas que tengo de retorcerme los dedos por los nervios.

Llego al principio de su calle. No sé si soy yo o no, pero me da la sensación de que el coche avanza lentamente hacia abajo. Miro a ambos lados hasta encontrar un hueco libre en un lateral de la acera. Estoy tan concentrada en calmar mis nervios y armarme de valor que no me fijo en si su coche está o no.

Apago la radio. Tarareo la canción mentalmente mientras me acerco al portón de la entrada. Toco el botón del timbre dónde está su apartamento señalado. Sin siquiera preguntar quién, abren la puerta.

«Madre mía».

Ando hasta llegar a la entrada del ascensor y me adentro en él. Pulso para que el pequeño cubículo suba hasta la planta tres. Lo único que interrumpe mi silencio es la musiquita del ascensor y el repiqueteo de mi pie contra el suelo del mismo. Suena un clic antes de que las puertas se abran. Respiro profundamente. Salgo y camino hasta posicionarme en la puerta del apartamento 3-C.

«Tú puedes».

Yo puedo...

Además, no hay nada que perder, ¿no?

«Mi poquita e inexistente dignidad».

En vez de tocar el timbre, aporreo la puerta de madera. Escucho pasos acercándose. El sonido de la cerradura cediendo y el crujir al ser abierta. Sin embargo, en vez de aparecer en el marco de esta el chico de rizos castaños y mirada grisácea, está su amigo de tez oscura y mirada azulada, Mikel.

—¿Inma? —pregunta con incredulidad.

«¿No le ha contado nada?»

Ahora me siento una idiota por haberle escrito a Mar y a Iván profundamente emocionada por todo. Tanto, que les he dicho que posiblemente no fuese hoy al piso a dormir. Se ve que estaba equivocada.

—Mhm, Enzo no está, ¿verdad? —respondo de vuelta, intentando disimular la decepción que ha invadido mi cuerpo.

Lo último que me espero es que se eche a reír. Siento cómo mi rostro se acalora y seguramente esté roja de la vergüenza.

—Sois tal para cual —dice cuando termina de reírse—. Pasa. Enzo ha ido a buscarte a tu piso, no tardará en llegar.

Asiento. Mikel me aguanta la puerta y me adentro en el apartamento. En el sofá marrón envejecido hay una manta en uno de los antebrazos y me fijo en que la mesa de madera que está en el centro del salón está despejada excepto por la bandeja que hay con un bol de comida. La televisión está encendida.

—¿Te he pillado en mal momento?

Mikel niega con la cabeza y hace un gesto con la mano, restándole importancia.

—¿Quieres algo para tomar? —me pregunta mientras va y viene de la cocina.

La bandeja deja de estar en la mesa de café y en su lugar hay dos vasos de agua. Ni siquiera me he inmutado cuando ha hecho el cambio.

—Gracias —mascullo, antes de llevarme el vaso a los labios y beber.

El agua me ayuda a desenredar el nudo que tenía en la garganta. Mikel me observa con ambas cejas enarcadas, divertido.

—¿Qué?

—¿Te parece bonito tener al pobre crío en ascuas?

—¿En ascuas? Si no le he dicho nada —contesto, confusa.

—Pues por eso mismo. Si al principio te habla borde es porque estará frustrado.

Ese último comentario logra que se dibuje en mi rostro una pequeña sonrisa. Podría imaginarme el rostro de Enzo en estos momentos. Tendría las cejas muy juntas casi que parecería que solo tiene una, los labios fruncidos en una línea recta y se pasaría una mano a través de sus rizos castaños.

Mi móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón.

IVÁN:

Tu querido Romeo ha venido a hacerte una visitilla.

Como te prometí que no diría nada, no le he podido informar de que su querida Julieta ha tenido la misma idea.

Le sonrío a la pantalla de mi teléfono y niego con la cabeza, divertida. Escucho el ruido que hace la cerradura al ceder y levanto la vista del móvil. Mikel no está por ningún lado y lo último que me faltaba era encontrarme con el otro compañero de piso. Sin embargo, aparece la persona a la que he venido a ver en un primer momento.

Enzo se queda parado en el marco de la puerta todavía con la mano en el pomo. Su cara pasa de la confusión a la sorpresa en pocos segundos. Tiene el pelo revuelto y no necesito nada más para saber qué, cómo había dicho Mikel, estaba frustrado.

Nos quedamos el uno mirando al otro. Parecen que han pasado años desde la última vez que nos vimos cuando es totalmente mentira. No obstante, ahora no nos estamos viendo, sino que nos estamos observando, detenida y minuciosamente. Detallo su rostro y como siempre, el pequeño lunar de su ojo izquierdo capta mi atención antes desviarse a sus labios carnosos porque se han elevado las comisuras en una sonrisa ladeada.

Recojo un mechón ondulado y lo engancho detrás de mi oreja, intentando sosegar la oleada de nerviosismo y ansiedad que azota mi cuerpo.

—Estás... Aquí —suelta jadeando y con estupefacción.

Sus ojos grises hacen un recorrido de pies a cabeza. Siento como se clava su mirada en cada parte de mi cuerpo y experimento un escalofrío que recorre mi espina dorsal. Me muerdo mi labio inferior, replanteándome si debería decir algo o no.

—Hola —saludo con timidez.

—Hola —corresponde con su voz enronquecida.

Enzo comienza a acortar la distancia entre nosotros. Poco a poco, como si tuviese miedo de que me pudiese alejar. Sin embargo, yo también empiezo a hacer desaparecer la distancia entre nosotros hasta que nos encontramos a mitad de camino. Se me atasca la respiración, el corazón acelera sus latidos y tengo que tragar saliva. Levanto la cabeza para no perder el contacto visual con los dos iris grisáceos. Enzo me ofrece una pequeña sonrisa. Uno de sus dedos retira un nuevo mechón ondulado de mi rostro y lo coloca detrás de mi oreja poniéndome la piel de gallina en esa zona.

—Te he echado de menos —susurra, consiguiendo que su voz suene más ronca de lo normal.

—¿Has necesitado que nos choquemos en la uni para darte cuenta? —intento bromear, aunque me tiembla ligeramente la voz por los nervios.

Enzo amplía su sonrisa y niega con la cabeza, divertido.

—Te he echado de menos desde que fui tan idiota para decirte que solo éramos amigos cuándo yo estaba colándome por ti, de nuevo.

Sin darnos cuenta hemos comenzado a acercar nuestros rostros. Tanto que he sentido su aliento cálido chocando contra las comisuras de mis labios mientras hablaba. Vuelvo a tragar saliva. Mi mirada vacila entre sus ojos grisáceos y sus labios rosados. Él parece estar batallando la misma guerra. Nuestras narices se rozan y entreabro mi boca por la sorpresa.

Solo hay que acercarnos un poco más para besarnos.

Solo. Un. Poco...

—Yo me tengo que ir a trabajar y el colega se fue a casa de una. No arméis mucho jaleo que no quiero quejas de los vecinos —dice Mikel, andando en dirección a la puerta—. Me alegro de que lo hayáis arreglado. —Nos guiña un ojo antes de cerrar la puerta detrás de él.

Siento cómo todo mi cuerpo está acalorado y seguramente mis mejillas estén sonrojadas. Enzo se pasa una mano por el pelo y su ceño está ligeramente fruncido. Suelta un suspiro antes de volver a mirarme.

—¿Quieres algo para beber o...?

Niego con la cabeza. Me pongo de puntillas y agarro las solapas de su chaqueta acortando la distancia que había aparecido entre nosotros. Mi boca choca contra la suya. Solamente es el sutil contacto de mis labios contra los suyos o bueno, lo era. De repente siento sus manos recorriendo mi cuerpo hasta colocarse detrás de mis muslos. Enzo me alza y de forma automática rodeo su cintura con mis piernas. Sonrío con mi boca todavía pegada a la suya.

Mis manos van subiendo a través de sus brazos y hombros mediante caricias hasta acabar enredándose en sus rizos castaños. Su boca se entreabre y sus dientes muerden mi labio inferior antes de tirar de él. Entierro mis dedos en su pelo y lo beso de vuelta. Sus manos dejan de agarrar mis muslos para subir y acabar rodeando mi culo.

Un calor intenso comienza a invadir mi cuerpo y empieza a expandirse en lugares donde hace unos momentos ni siquiera era consciente de su existencia. Mi boca y la suya se mueven en sincronía mientras nuestras lenguas se alejan y se reencuentran. Las mariposas se agitan con violencia en mi estómago junto al cosquilleo extraño que reside en las puntas de mis pies y que empieza a subir por todo mi cuerpo.

Escucho el crujir de una puerta y cómo está se abre con violencia. Estoy tan centrada en la cercanía de nuestros cuerpos que ni siquiera soy consciente de que nos hemos movido. Enzo se sienta y mis rodillas chocan contra el mullido colchón. Me quita la chaqueta al igual que yo le quito su abrigo. Cortamos el beso para tomar aire. Tengo la respiración acelerada e irregular y el corazón embravecido.

Tengo muchas emociones encontradas. Una más arrolladora que la anterior. Quiero hablar las cosas, pero también quiero perderme en sus besos y caricias. Quiero conocerlo y a la vez tengo la sensación de que nos conocemos mejor de lo que nos pensamos.

Sus manos se cuelan bajo mi jersey. Me tenso al principio para relajarme al instante. Mi boca y la suya se vuelven a encontrar. Mis dedos dejan de enredarse en su pelo para hacer un recorrido a través de su cuerpo hasta acabar en el dobladillo de su camiseta. Enzo parece leerme la mente porque se separa de mí para quitársela de un solo movimiento.

Observo con curiosidad la tinta que decora su piel. Dibujo las formas de tinta sobre su tez clara. Siento bajo la yema de mis dedos como se tensa ante el simple contacto.

—¿Qué significan?

—Algunos simbolizan cosas para mí y otros simplemente porque quería.

Asiento, embobada con cada uno de sus dibujos. Los tatuajes de su pecho se ondulan debido al movimiento rápido de este por la respiración acelerada.

—No tenemos que hacer nada si no quieres —dice suavemente.

Siento sus manos acariciando mi baja espalda y el halo de calor que deja tras su caricia sin darse cuenta. Trago saliva.

«¿Quiero hacerlo?»

¿Así? ¿Sin hablar las cosas?

«No, la verdad es que no».

Levanto la vista de su piel para centrarla en sus ojos cenizas. Aunque el gris casi ha desaparecido por completo debido a sus pupilas dilatadas. Ahora me siento un poco culpable por lo que estoy a punto de decir. Enrojezco antes de hablar.

—Creo que deberíamos hablar las cosas.

Enzo asiente con la cabeza, pero no aparta sus manos ásperas de mi piel. Se deja caer hacia atrás, conmigo siguiéndole. Rompo a reír ante la sorpresa. Mi pelo cae en forma de cortina sobre su rostro, aunque él se encarga de enganchármelo detrás de la oreja. En esta posición hay ciertas zonas de nuestro cuerpo que están demasiado expuestas la una de la otra y soy capaz de sentir el bulto de su pantalón, aunque si él lo nota, no lo hace saber.

—¿Quieres hablar así? —pregunto con voz aguda.

—Sí, yo estoy muy cómodo, ¿tú?

Pero su tono de voz esconde picardía y solamente me hace falta ver la sonrisa ladeada que se forma en su rostro para confirmarlo.

—Mhm.

Cruzo mis brazos sobre su pecho y apoyo mi barbilla en ellos. Enzo baja ligeramente el rostro para que sus ojos y los míos no dejen de observarse.

—¿Y de qué querías hablar?

Sin embargo, todavía sigo sintiendo sus manos acariciando mi espalda y cómo estás van ascendiendo y descendiendo, consiguiendo que mi piel se erice por su caricia.

—¿Mm?

—Querías hablar...

—¡Ah! Sí, mhm... ¿Cuál es tu color favorito?

Aunque no sé por qué lo pregunto si ya me lo sé o por lo menos el que era hace cinco años.

«El verde».

—¿Verde?

—Si es tu color favorito, no deberías de estar preguntándomelo a mí.

—Es que creo que tú te sabes mejor esa respuesta que yo.

—Podías haber cambiado de color en cinco años.

—No soy de cambiar de gustos —susurra, como si se estuviese refiriendo a otra cosa.

—Pues que yo sepa, no te gustaban las rubias —objeto.

—Me gusta una rubia teñida, eso no cuenta.

Lo miro ofendida. Levanto mi cuerpo y cruzo mis brazos sobre mi pecho.

—¡Claro que cuenta!

—Claro que no.

—Capullo —musito por lo bajo, aunque Enzo es capaz de escucharme.

—¿No se te ocurren motes mejores que capullo e idiota?

—¿Crees que el tuyo es mejor? —pregunto irritada.

—Si.

Enzo se endereza, acabando su rostro y el mío demasiado cerca. Tanto que mis pobres nervios vuelven a estar alterados. La única distancia que hay entre nosotros es el pequeño espacio que hay debido a mis brazos cruzados. Trago saliva.

—¿Cuál?

—Mi novia. —Y sonríe.

«Capullo».

Sin embargo, estoy muy nerviosa ante el comentario. No sé si él es consciente de lo que acaba de dejar caer.

¿Y sabes qué sucede cuando estoy muy nerviosa?

«La relación cerebro-boca, muere».

—Podrías pedirme una cita al menos —respondo, haciendo aspavientos con las manos.

Enzo enarca ambas cejas y acerca aún más mi cuerpo al suyo.

—¿Quieres una cita?

N/A: El capítulo dieciocho continuará... Pero siendo navidad estaría feo que no tuviese un detallito con vosotras así que desliza que está ya la segunda parte jeje.😏


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