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Trenzas en el pelo

N/A: Esta historia fue escrita como parte del intercambio navideño / AI del grupo CDLF de Facebook y es un regalo para Luna de acero.

Debo decir que Luna no me fue asignada como Amiga Invisible, pero no pude resistirme a escribir una de sus peticiones.

Espero de verdad que te guste.
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Ya era la tercera vez ese mes que tenía a Haruki en su casa bebiendo cerveza y despotricando del imbécil de su novio. Y apenas estaban a quince de enero.

Por mucho tiempo que hubiera pasado, y muchas cosas que Akihiko le hiciese, Nakayama no era capaz de poner fin a esa relación; y eso de verdad lo desesperaba. ¿Cuánto más tenía que hacer ese tipo para que su amigo abriese los ojos?

Y aún le molestaba más que, siendo Haruki un chico tan inteligente y maduro, se hubiera dejado arrastrar por un novio tóxico como el que tenía, y no se diese cuenta de la cantidad de cosas —y personas— maravillosas que se estaba perdiendo, y lo feliz que podría ser si se apartaba de él.

Para ser justo debía decir que, al principio de la relación, las cosas no fueron tan mal. Durante meses, Kaji se comportó como un hombre nuevo, uno que había cambiado solo por Haruki, tal como le había dicho para convencerle de que aceptase salir con él. ¡Y a Nakayama se le veía tan feliz! Le brillaban los ojos y sonreía sin parar.

Pero después todo cambió. Los indicios fueron apareciendo poco a poco, hasta hacerse tan evidentes que no podían ser ignorados: Akihiko llegando tarde, faltando a citas, cancelando planes, ignorando las necesidades y deseos de su novio... Y Haruki mirando el teléfono cada dos segundos, inventando excusas ante los demás, disculpándose en su nombre, escondiendo su dolor.

De hecho, incluso estando juntos, la interacción que tenían no era la misma. Sobre todo, desde hacía un par de meses.

Y, pese a eso, Haruki se dejaba la vida intentando entender a ese idiota, consintiéndolo, justificándolo, y permitiéndole todo con la esperanza de que regresase el «hombre nuevo» con el que había comenzado a salir dos años atrás. Hasta que cerraba los ojos, acostado en su cama, y las lágrimas nacían en sus ojos y resbalaban por su rostro, porque aquella etapa de luna de miel que habían vivido estaba claro que no iba a volver, y no era capaz de asumirlo.

Y Take sabía eso porque había sido testigo directo de aquellas lágrimas.

Al principio, dejó pasar todas esas señales que veía. No había querido comportarse como el típico amigo que se inmiscuye en las relaciones de los demás, criticando las actitudes de otros, y actuando celoso y protector. Además, para nadie era un secreto que Akihiko no era santo de su devoción, y no quería que sus recelos previos minimizaran las actitudes del rubio, o se malinterpretasen sus apreciaciones camuflándolas como simple envidia. Pero, llegado a un punto, se sentía incapaz de guardar silencio. Sobre todo, después de haber escuchado llorar a su amigo en mitad de la noche tras la última pelea seria que habían tenido y por la que había ido a refugiarse en su casa.

—¿Puedes darme otra cerveza, Take-chan?

—No creo que sea una buena idea. Ya te has tomado tres. —La cara de Haruki denotó molestia, pero no dijo nada. Sin embargo, movió la lata que tenía en su mano y apuró los escasos restos de un trago—. ¿No crees que es hora de dejar de hacer esto?

—Supongo que tienes razón. Debería dejar de beber y marcharme a casa. Lo más probable es que Akihiko me esté esperando y-

—No he querido decir eso. —Le detuvo con rapidez antes de que se pusiese en pie. Y, sobre todo, antes de que tuviera que mentir nuevamente por ese indeseable—. En realidad, me refería a parar con... esto. —Le señaló a él y después a las cervezas—. Con esta espiral de destrucción en la que estás inmerso.

—Estás exagerando, Take, yo no-

—Tú sí. —Suspiró abatido, se frotó los ojos bajo las gafas, y se acercó a su amigo—. Haruki, me duele verte así, en serio. Vienes a mi casa, te quejas de ese...imbécil —suavizó el término para no dañar aún más a su amigo—, de lo mal que estáis, de las veces que te deja colgado, de cómo sientes que te ignora, de lo mucho que te duele que te trate de esa manera. ¿Y qué haces después? Bebes, lloras y sales de aquí a lanzarte de nuevo a sus brazos, a mendigar algo de cariño, a rogar porque te ame.

Haruki llevó la vista al suelo, avergonzado. El alcohol que había bebido no era suficiente para ignorar la realidad de la que Yatake hablaba. Y se sentía miserable sabiendo que todo lo que estaba escuchando no era más que la pura y llana verdad. Y, pese a la realidad que cargaban, la dureza de aquellas palabras en boca de su amigo seguía siendo demasiado. Sacudió la cabeza y se tapó los oídos.

Sabía que estaba reaccionando como un niño pequeño, dispuesto a ignorar aquello que no quería oír, creyendo fervientemente que si no podía escucharlo, no era cierto.
Como cuando te tapas con la sábana y piensas que los monstruos que vienen por ti en la noche no podrán acercarse porque tienes un escudo de protección; algo que, para un niño, era garantía de salvaguardar su integridad, y, para un adulto como él, la única posibilidad de resguardar su maltrecho corazón.

—Cállate —pidió en apenas un susurro.

—No lo haré. Hoy no —afirmó con seguridad—. Ya he permanecido en silencio demasiado tiempo, esperando que reaccionases, que enfrentaras la verdad, que te dieras a valer. —Se acercó más y lo tomó por la muñeca, provocando que lo mirase; los ojos destilando confianza en lo que decía.

—Déjame, Take. No sabes de lo que hablas. —Desvió la vista, incapaz de sostenerle la mirada.

En verdad Haruki se sentía patético diciendo aquello, intentando negar la evidencia y ocultar la verdad a quien en realidad ya lo sabía todo, porque era su más fiel amigo y su único confidente. Pero no quería admitirlo, porque si lo hacía sería real. Y eso significaría que debía poner fin a algo que nunca pensó que podría terminar.

—Lo sé. Lo sé muy bien. Llevo observándote mucho tiempo, y lo veo en tu mirada perdida, en tu fingida sonrisa y en tu gesto triste. Incluso lo escucho en tu música, esa que ahora nace apagada de las cuerdas de tu bajo, que transmite más dolor y melancolía de la quisieras transmitir y ha perdido el brillo que antes brotaba a raudales.

Haruki quería marcharse, no quería escuchar nada más, pero sentía como si algo le atara al piso, una fuerza que lo imposibilitaba para poder moverse.

Miró la mano de Take sujetando su muñeca.

No. No era esa mano lo que le impedía irse. Kouji no estaba imprimiendo ni un poco de fuerza en él. Era otra cosa, algo más profundo, nacido de su propio cuerpo, lo que le impedía ponerse en pie y salir.

—¿Por qué le ruegas por algo que te debería dar gustosamente? ¿Por qué pedírselo a alguien que no te quiere lo suficiente? No mereces eso, Haru. Mereces estar con alguien que de verdad te ame. Alguien como... como yo.

Yatake deshizo el agarre sobre la muñeca de Haruki y volvió a sentarse en su lugar, frente a su amigo.

No entendía por qué justo en ese momento había acabado confesando lo que con tanto recelo había guardado durante años. Y, sin embargo, más que experimentar miedo o inquietud, tenía una sensación de profunda liberación.

En realidad, muchas veces se había imaginado revelándole la verdad a Nakayama, pero nunca en un contexto así.

Desde que los presentaron, al inicio del primer año de universidad, habían congeniado muy bien, desarrollando rápidamente una amistad que se convirtió en una fuerte unión en poco tiempo. El carácter dulce de Haruki, su capacidad para apoyar y animar a los demás, y la natural bondad que le caracterizaba, fueron transmutando los sentimientos amistosos de Yatake en algo más.

Y no podía negar lo atractiva que le resultaba esa belleza calmada que poseía.

Cuando le conoció tenía el pelo más corto, aunque después lo dejo crecer por aquel amor no correspondido. Y a él le encantaba Haruki con el cabello largo, pero le fastidiaba en exceso la razón por la que lo llevaba de esa manera.

El día que acudió a su casa para que se lo cortara, y poner así fin —aunque inicialmente fuese solo de manera simbólica— a lo que sentía por Akihiko, Take se sintió contrariado. Por una parte, le alegraba que su amigo decidiese abandonar ese enamoramiento unilateral que le hacía tanto daño; por otro, le costaba renunciar a esa hermosa imagen de su propio amor no correspondido. Pero cualquier cosa que fuese buena para Haruki a él le haría feliz. Era lo que más deseaba.

Y ahora, allí estaba, ante el protagonista de sus anhelos más profundos, que había dejado crecer de nuevo su cabello en honor a ese amor por el que había luchado a diario pero que no conseguía hacerle dichoso, pensando en si volvería a pedirle en algún momento que se lo cortase y poner fin a ese dolor para siempre, o tendría que conformarse con la amistad que tenían, si es que podían mantenerla después de su torpe confesión.

Llevaban ya demasiado rato en silencio, uno incómodo, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a romperlo.

Haruki miraba sus manos, que mantenía entrelazadas, jugando con los pulgares, incapaz de levantar el rostro y enfrentar los ojos del que hasta ahora había considerado solo como su mejor amigo, y que acababa de revelarle que lo amaba.

Yatake tampoco se sentía capaz de decir nada más al respecto. Después de años de guardar todo para sí, había abierto su propia caja de Pandora, exponiendo abiertamente lo que tenía en su corazón y revelando su mayor secreto justo a la persona que menos debía conocerlo. Sin embargo, no quería cerrarla sin mantener en ella lo único que, incluso a aquella primera mujer que desobedeció a los dioses, le quedó: la esperanza.

El tic-tac del reloj de la sala y el ruido del motor de algún coche atravesando la calle eran lo único que rompía aquel abrumador silencio.

Pero no podían estar así siempre.

—¿Conoces la leyenda de la trenza*? —La pregunta de Take sobresaltó a Haruki, que levantó por fin la vista y contempló a su amigo un instante, antes de negar con la cabeza—. Entonces ven aquí y colócate de espaldas a mí —pidió— y te la contaré mientras te hago una.

Haruki aceptó la propuesta. Darle la espalda a Yatake le parecía una maravillosa idea en ese momento. Así evitaría tener que mirarle a los ojos.

Se levantó y caminó unos pasos hacia el lugar donde se encontraba su amigo. Se giró y se sentó en el suelo de espaldas a él, junto al kotatsu, con las piernas cruzadas, y dejó escapar el aire en un pequeño suspiro.

Pronto sintió las manos del otro tocando su cabello, y los dedos inmiscuyéndose entre sus mechones.

—Según dice la leyenda, cuando alguien se siente triste, lo mejor que puede hacer es trenzarse el pelo. De esta manera el dolor quedará atrapado entre los cabellos y no podrá llegar hasta el resto del cuerpo.

Su voz era suave, calmada, y la sensación que producía en Haruki, unida al cuidadoso toque en sus hebras, era de lo más relajante. Al tiempo que hablaba, los habilidosos dedos de Take comenzaron a separar su melena en tres mechones más o menos iguales, y a deslizarlos despacio, entrecruzándolos una y otra vez.

»También, se cuenta que nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, que es fuerte como las raíces de un gran árbol y, al mismo tiempo, suave como la espuma.

Koji detuvo un instante su relato, acariciando el pelo de Haruki, disfrutando de su textura y comprobando que esa descripción casaba perfectamente con lo que tenía entre sus dedos. Carraspeó al darse cuenta que se había quedado en silencio más tiempo del que demandaba el momento y continuó

»Pero lo más importante que hay que recordar es que no se debe dejar que la tristeza y la melancolía se metan dentro de uno con el cabello suelto, aunque se tenga el corazón roto, porque entonces estos sentimientos fluirán en cascada por los canales que la luna ha trazado en el cuerpo. Así que, por eso, es necesario trenzar siempre la tristeza.

Take acabó de peinar el cabello de Haruki y lo ató para que no se soltase.

Aun sabiendo que el moreno había acabado su tarea, Nakayama no se giró. Todavía necesitaba unos instantes para calmarse. Esa hermosa historia del trenzado le había tocado el alma, pues sentía aquellas palabras como si hubiesen sido escritas para él.

—Y... —por fin volvió a hablar— ¿Cómo se consigue que el dolor y la tristeza desaparezcan? Porque uno no puede tener trenzado el pelo de por vida.

Yatake dejó escapar el aire que estaba reteniendo en sus pulmones al escuchar de nuevo a Haruki, sabiendo que aquello, al menos, no era el fin de su amistad.

—Pues parece que hay que soltarlo al viento del norte, y dejar que sea él quien se lleve esas dolorosas sensaciones.

—¿Y si no hay viento del norte donde uno está? —preguntó.

—Entonces se va allí donde lo haya.

—Pero puede ser un largo viaje.

—Tranquilo, es un viaje que no harás solo.

Take se atrevió entonces a estirar su mano y apretar con ella el hombro del menor. Éste, transcurridos unos instantes, se dio la vuelta, buscando el consuelo de su amigo que, sin dudar, lo estrechó entre sus brazos y le acarició la espalda, deseoso de no haber visto esa inmensa tristeza que asolaba su rostro.

Haruki decidió en aquel momento emprender el viaje que llevaba tanto tiempo posponiendo; ese que le alejaba irremediablemente de Akihiko, de una relación insalvable y por la que llevaba luchando en solitario meses.

Las palabras de su amigo le habían dado las fuerzas necesarias para hacerlo. Y sabía que contaría con su apoyo para lograrlo, aunque no pudiera corresponder el amor que le tenía.

—.—

Desde ese día, Haruki solía llevar el cabello peinado en una trenza. Algunas veces lo soltaba, pero era raro que, antes de que ese mismo día tocase su fin, no lo hubiese amarrado nuevamente.

Para nadie tenía mayor importancia el cómo llevase Nakayama el cabello. Para nadie, excepto para Take.

Él sabía lo que Haruki estaba pasando. Porque, incluso después de salir de su casa con la decisión tomada, con la idea de enfrentar a Akihiko y acabar instantáneamente con aquella relación que le hacía más mal que bien, incluso así, no consiguió hacerlo de una vez.

Aunque al final lo logró.

Y pasaron días y semanas y meses. Y dolió cada uno de ellos, y, pese a eso, no se echó para atrás en su decisión, porque sabía que era la correcta.

Y no es que no dudase, sino que se dio cuenta de que así no era feliz.

—.—

La segunda semana de septiembre había llegado. La temperatura esos días era agradable; las mañanas y las noches eran frescas, aunque durante el día aún se sentía el calor.

La previsión meteorológica para el fin de semana era buena, así que podrían disfrutar del festival sin problemas.

Haruki se bajó del tren con su bolsa de viaje colgada del hombro.

—Take-chan, ¿podemos ir andando hasta el hotel?

—Sí, queda cerca, así que iremos dando un paseo.

Los dos chicos salieron de la estación en dirección al alojamiento que habían reservado en Sendai. Ese fin de semana se celebraba el Festival de Jazz Callejero de Jozenji* y estaban ansiosos por disfrutar de todos los eventos de música al aire libre de la ciudad, ya que no solo se centraba en el jazz, como insinuaba su nombre, sino que otros muchos estilos musicales se daban la mano en aquel festival de longeva tradición.

Y de todos ellos, el que más ilusión les hacía a ambos era el concierto vespertino en el parque Kotadai, que estaba programado para aquel mismo día.

Habían organizado el viaje con mucho tiempo, cuadrando fechas en el trabajo y con sus respectivas bandas para tener libre ese fin de semana. Habían leído los folletos y tenían un planning claro de lo que les gustaría ver y hacer durante aquellos tres días. Querían aprovecharlo al máximo.

Haruki se sentía mucho mejor. Habían pasado varios meses desde su ruptura con Akihiko y la paz había regresado a su vida y a su corazón.

Contempló a Yatake, que miraba el mapa en su mano para ubicarse y tomar la dirección adecuada hacia el hospedaje, y sonrió. Le encantaba ese gesto tan suyo de acomodarse las gafas una y otra vez cuando estaba concentrado.

Últimamente, y quizá demasiado a menudo, se había sorprendido observando detenidamente a su amigo. Y, aunque sabía lo que eso significaba, tenía miedo.

Miedo de hacerle a Yatake lo que Kaji le había hecho a él. Miedo de no haber olvidado realmente a Akihiko, como Akihiko nunca había conseguido olvidar del todo a Ugetsu Murata. Miedo de empezar de nuevo una relación condenada al fracaso desde el inicio.

Porque odiaría hacerle eso a la persona más buena y leal que había conocido, porque no podría soportar la idea de dañarle.

Pero entonces miraba a los ojos de Take y todos esos miedos parecían desvanecerse, en las volutas del humo de aquellos cigarrillos mentolados que había empezado a fumar, o en las ondas sonoras de su contagiosa risa, o envueltos por el brillo de su mirada bajo las lentes rectangulares que solía llevar.

O tal vez era sólo su percepción.

Porque Haruki era consciente de que ya no le miraba como lo hacía antes, que la etiqueta de «mejor amigo» se le había quedado pequeña y ahora tenía un montón de acotaciones después.

Pero, ¿cómo regresar a ese momento en que le había confesado lo que sentía y no dejarlo pasar como lo había hecho, sin darle siquiera una respuesta?

Yatake no había vuelto a decirle una palabra respecto a sus sentimientos. Y tal vez fuese porque ya no quedaba nada de aquellos, pero le gustaba pensar que era porque quería darle tiempo. Eso le pegaba mucho, la verdad.

—Ya sé por dónde tenemos que ir. —La voz de Kouji sacó a Haruki de sus enrevesados pensamientos—. Vamos.

Nakayama se colocó a su lado y, juntos, emprendieron el camino hacia el hotel en el que se hospedarían.

Después de dejar sus cosas en la habitación que iban a compartir esos días y con el mapa nuevamente en las manos, comenzaron su ruta por la cuidad. Disfrutaron de varios espectáculos musicales callejeros, visitaron un par de tiendas especializadas y compartieron algo de tonkatsu de un pequeño pero famoso local.

No faltaron las risas, las fotografías de recuerdo y la buena conversación.

Haruki estaba disfrutando como hacía mucho tiempo no lo hacía, y se sentía inmensamente agradecido a Take.

—Creo que deberíamos ir yendo hacia el parque —avisó el moreno consultando su reloj.

El bajista asintió y juntos se encaminaron hacia el lugar del concierto.

Al llegar, y aún con el sol iluminando el lugar, Haruki sacó una tela de su mochila y la extendió en el suelo. Yatake y él se sentaron uno junto al otro encima de ella y conversaron durante un rato.

Poco a poco, el parque se fue llenando de gente que, como ellos, iba a disfrutar del espectáculo.

Pronto se vieron rodeados por murmullos, voces y ritmos sorprendentes que surgían de grupos donde algunos de los asistentes, que habían llevado sus propios instrumentos, se habían puesto a tocar improvisadamente con otros, creando conjuntos dispares y muy interesantes musicalmente hablando. Un ambiente que resultaba emocionante al tiempo que acogedor.

—Esto es maravilloso —comentó Haruki emocionado—. Creo que deberíamos venir todos los años.

Kouji bajó la vista al suelo y suspiró levemente.

—Me... encantaría. —La voz de Take dejó entrever cierta vacilación, que no pasó desapercibida a oídos de Haruki. Y de pronto un temor algo irracional lo asaltó. ¿Qué tal si Yatake estaba pensando en alejarse? Tal vez no le estaba dando tiempo como había supuesto, sino que de verdad había dejado atrás sus sentimientos por él y aquel plan a futuro lo incomodaba más que ilusionarlo. El corazón se le encogió en un instante. Pero entonces, el chico clavó sus orbes oscuros en los suyos y confesó—: Hacer cosas contigo me hace verdaderamente feliz.

La sonrisa sincera que acompañó aquella frase fue suficiente para alejar las dudas de Haruki.

—Pues hagámoslo, Take-chan. —El carmín adornaba el rostro de Nakayama—. Vengamos cada año a disfrutar del festival juntos.

¡Por todos los dioses! ¡Tanta ternura lo iba a volver loco!

Kouji hubiera querido abalanzarse en ese momento hacia su amigo, estrecharlo con fuerza entre sus brazos y decirle que nada lo haría más dichoso que acompañarlo siempre, hasta el fin del mundo si era necesario. O, al menos, le hubiera gustado poder contestar siquiera con un sí.

Pero el destino tenía otros planes y, justo en ese instante, un sonido creciente de aplausos, silbidos y vítores inundaron el lugar, al hacer acto de presencia la banda sobre el escenario.

Los primeros acordes de la melodía partieron de un solo de saxofón que rasgó el aire y silenció automáticamente todas las voces que habían copado el ambiente hasta ese momento. En pocos segundos fue acompañado por el vibrar rítmico de las cuerdas del contrabajo y el golpeteo dulce de las teclas del piano.

Haruki podía jurar que las sensaciones que experimentaba iban más allá de lo auditivo y se habían convertido en táctiles.

Durante un tiempo la atmósfera de aquel parque les envolvió, consiguiendo que la música fluyera desde el escenario hasta su interior al tiempo que sus emociones brotaban desde su cuerpo hacia el exterior.

Los ritmos fueron cambiando, de un punto con más swing, donde algunas personas se animaron incluso a bailar, hasta la parte más cercana al blues, melancólica y personal.

El clima que se había generado a su alrededor se volvió más íntimo. Un pequeño cruce de miradas, una dulce sonrisa en los labios de Kouji, un ligero sonrojo en las mejillas de Nakayama.

Sentados en la hierba, con música de jazz suave de fondo, el ocaso a punto de culminar y las pequeñas lamparillas de papel —repartidas alrededor del espacio— encendidas, Take estiró su mano y abrazó con sus dedos la mano de Haruki.

Una cálida sensación colmó el pecho del bajista que, sin dirigirle aún la mirada a su acompañante, se dejó abrigar por ese toque y después entrelazó sus dedos con los del moreno.

—Gracias por traerme hasta aquí. —Las palabras de Haru sonaron seguras.

—Yo no te traje. Viniste por ti mismo.

—Sabes que no me refiero a eso. No hablo de Sendai, sino de este momento. —Nakayama apretó ligeramente sus dedos, consiguiendo que Yatake lo mirase a los ojos—. Si no fuese por ti, probablemente seguiría sin poder sonreír, y me estaría perdiendo vivir. Porque has sido un apoyo para mí todo este tiempo, y me has ayudado a salir de ese oscuro pozo de autodestrucción en el que me encontraba inmerso, porque es gracias a ti que puedo llenar mis pulmones de nuevo sin que me duela el pecho, porque puedo levantar la cabeza y mirarme en el espejo con orgullo, porque he dejado de pensar que tengo que conformarme con lo que me den, aunque no sea eso lo que verdaderamente quiero. —Inspiró profundamente y sonrió. Una lágrima traicionera rodó por su mejilla—. Me gustas, Take. Y no por todo lo que has hecho por mí. No es agradecimiento, es mucho más que eso. Es porque eres tú.

Yatake tenía un nudo en la garganta. No quería llorar, pero la emoción que le embargaba ante lo dicho por Haruki se lo hacía realmente complicado. Había deseado escuchar esas palabras durante tanto tiempo que temía que no fueran más que un producto de su imaginación.

Sin embargo, se obligó a hablar, porque había cosas que necesitaba decir.

Llevó su mano libre al rostro de Nakayama y retiró con el pulgar las saladas gotas que circulaban libres por los sonrojados pómulos. Después lo acarició con ternura.

—Todo eso lo hiciste tú solo, Haruki. Como te he dicho antes, viniste hasta aquí por ti mismo, porque eres fuerte y valiente, solo que durante un tiempo olvidaste que lo eras. —Atrapó un mechón de su cabello y lo deslizó entre sus dedos, después unió su frente a la del castaño—. Te he amado durante años y te he observado lo suficiente para saber lo increíble que eres. Yo no dudé nunca de ti y tú tampoco deberías volver a hacerlo. Puedes hacer cuanto quieras, no lo olvides. Y yo siempre estaré a tu lado, porque lo único que quiero es verte feliz.

Se separó ligeramente, clavando su mirada en los orbes almendrados de Haruki y, despacio, se inclinó sobre su boca.

El bajista cerró sus ojos y sintió el roce suave de los labios de Yatake sobre los suyos, un cosquilleo en su estómago, calidez en su pecho, y un hormigueo en los dedos que le llevaron a elevar la mano y deslizarla entre los mechones oscuros de Kouji.

Notó entonces una caricia delineando su rostro, y un pulgar repasando su mejilla, y cómo la otra mano de Take se ceñía a su talle, acercándolo con suavidad hacia él.

Aquellos dulces labios se movieron lentamente, acomodándose al tacto de esos otros, buscando el tempo adecuado de los que lo recibían.

Haruki inclinó levemente su cabeza hacia un lado, mientras su mano libre se enlazaba en la nuca de Yatake. Los vellos de sus brazos se erizaron al sentir las yemas del moreno rozar un instante la piel desnuda de su cintura, bajo la camiseta, en un contacto discreto pero muy íntimo.

Un leve suspiro nació de los labios de Nakayama ante aquel ligero toque, y fue silenciado por los de Take, que continuaban explorando ese increíble nuevo mundo que eran los besos de su amado.

El menor podía sentir los latidos en su pecho —y en sus oídos— rítmicos, fuertes, ensordecedores. Y de pronto la ausencia de ellos, como si su corazón se detuviese un instante para permitir que sus sentidos se deleitaran en el resto de sensaciones que nacían de aquel contacto. Sonidos y silencios que conformaban una nueva melodía.

La altura de aquella se elevó y descendió a la par que la intensidad de ese primer beso, que fue recuperando la calma al tiempo que lo hacían el acelerado pulso y la agitada respiración.

Cuando sus labios se separaron, ambos chicos volvieron a unir sus frentes, aún con los ojos cerrados, prolongando la placentera sensación unos segundos más.
Haruki suspiró con suavidad tras el beso, dejando escapar el aire entre la sonrisa que se había formado en su rostro.

Y entonces fue consciente de que la música continuaba a su alrededor, así como las pequeñas conversaciones y el movimiento de las personas que pasaban cerca.

Porque durante unos instantes, aquellos en los que se había perdido en la dulce boca de Take, en la calidez de sus manos y en el latido rítmico de su corazón, todo había desaparecido.

Así se sentía el amor.

Se sonrojó, ligeramente avergonzado por su propio pensamiento, y de pronto notó cómo Yatake lo acercaba hacia él y le hacía recostar la cabeza sobre su hombro. Después bajó la mano hasta dejarla de nuevo en su cintura. Haruki aceptó gustoso la postura y entrelazó sus dedos con los del moreno.

—Te amo —escuchó susurrar a Take antes de dejar un dulce beso sobre su pelo.

Inspiró con suavidad y sonrió. Le encantaría poder corresponderle con aquellas mismas palabras, pero él aún no-

—Yo también te amo —se oyó decir a sí mismo. Y, aunque antes de expresarlo en voz alta no estaba seguro de que sus sentimientos hubieran evolucionado hasta ese punto, se dio cuenta de que sí. Era totalmente cierto. Amaba a Yatake.

Se separó un poco de él y lo miró. Descubrió una sonrisa indeleble en su rostro y una lágrima bajando por su mejilla, aunque supo inmediatamente que era de felicidad.

Haruki no pudo evitar emocionarse también y dejar un nuevo beso sobre sus labios; corto, dulce, y cargado de nervios. ¿Había vuelto a la adolescencia? Tal vez. Pero no le importaba. Estaba inmensamente feliz por ello.

Se acomodó de nuevo en la postura anterior y sonrió al sentir una ráfaga de viento frío —seguro que del norte— revolviendo su pelo.

—.—

—Haruki-san, ¿vuelves a llevar el cabello suelto? —La pregunta de Uenoyama, por lo inesperada, le hizo reír—. Últimamente siempre lo llevas así.

—Tienes razón. Lo llevo suelto de nuevo —afirmó sonriente, deslizando entre sus dedos un mechón.

—Te queda mejor de esa manera —comentó Mafuyu.

—Estoy de acuerdo —corroboró.

Era innegable que, junto con su pelo suelto, habían regresado el brillo a sus ojos y la alegría a sus notas.

Incluso Akihiko, aunque no había dicho nada al respecto, podía verlo: Haruki era feliz.

Terminaron de recoger y salieron. Nakayama se adelantó al descubrir a su novio parado frente al local de ensayo.

—Hasta el jueves, chicos —se despidió agitando su mano, sin esperar respuesta, y cruzando la calle en pos de aquel que lo esperaba con una espléndida sonrisa.

Yatake le hizo un gesto al resto de componentes de la banda y apagó el cigarrillo.

—Hola, cariño.

Haruki miró a Take y lo besó con dulzura. Sonrió suave, como solo él sabía hacerlo, y acarició su rostro.

—Gracias por venir a buscarme.

Kouji tomó un mechón castaño entre sus dedos y lo colocó detrás de su oreja, admirando la belleza tranquila de Haruki.

—Estás realmente hermoso con el pelo suelto.

Nakayama se sonrojó de nuevo. Y se sintió feliz. Notó una vez más el viento que revolvía sus hebras, y que, seguramente, las acabaría enredando, pero decidió no recogérselo.

Porque le gustaba así, suelto, libre. Porque desde hacía ya mucho tiempo no había vuelto a sentir la necesidad de hacer trenzas con su cabello.

_____________________________

(*) La leyenda de las trenzas a la que se refiere Yatake está extraída del relato "Trenzaré mi tristeza" de la escritora mexicana Paola Klug. En el siguiente enlace se puede leer completo.

https://paolak.wordpress.com/2014/03/04/trenzare-mi-tristeza/

(*) El festival de jazz callejero de Jozenji es un evento que se celebra en Sendai la segunda semana de septiembre (concretamente el segundo fin de semana completo) desde hace treinta años. En el siguiente enlace podéis encontrar más información si os interesa.

https://www.japan.travel/es/spot/1781/

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