28
Leo se despidió de Juan; Sergio, Melanie, Federico y Diego —quien quiso ir también— le siguieron. Cada uno llevó una espada de utilería, que aunque no estaban tan afiladas, podían servir para defenderse y huir; además de una mochila. Cerró la puerta del Café de Marco. Vislumbró la elegancia de aquél lugar, el cual en un pasado era recurrido por mucha gente, y terminó siendo la sede de un grupo de supervivientes a un apocalipsis, algo de lo que su origen se desconocía por completo. Leo se alejó un poco, y sintió una ansiedad que le recorría la espina dorsal; él temía que en algún momento, al regresar, la colmena no estuviese más. Quizás no era tan realista de su parte pensar que de forma tan repentina eso iba a ocurrir, pero nadie podía asegurar que no podría entrar ninguna de esas arañas.
El grupo caminó hacia la calle libertad, y de ahí nuevamente fueron hasta Petit Colón, dónde Federico iba a cambiar su rumbo para volver a su colmena. En la puerta del mismo había tres personas, dos hombres y una mujer.
—Muy bien —dijo Federico—, acá es dónde yo me separo. —añadió.
—¿Tan rápido? —preguntó Leo.
—Sí, aunque voy a hacerles un favor —replicó Federico—, voy a otorgarles a dos coleguitas míos de nuestra colmena, así tienen más gente en el grupo expedicionario en ésta salida. Sobre todo, así tenemos miembros incluidos en un evento tan importante como lo es encontrar el origen de todo este problema. Así que espérenme que ahora vuelvo —agregó.
Federico empujó la puerta del local, y entró. Leo logró observar a detalle los edificios de la cuadra, una arquitectura muy al estilo neogótico, mezclado con algo de art nouveau. Pensó en el momento en el que se habrían construido dichos edificios, ya que eran algo antiguos. Petit Colón se encontraba justo a una cuadra del Teatro Colón, famosísimo en la época anterior al apocalipsis, pero siempre se vio igual de elegante.
—Regresé —anunció Federico. Él había vuelto a salir junto a un hombre y una mujer—, Felipe Taglianni y Sara D'angelo. Formaron parte de la sociedad italiana de nuestra ciudad, y fueron de un comité de superiores del Teatro Colón. Seguramente te serán de ayuda como lo fueron para nosotros.
Ambos individuos eran un hombre caucásico de peinado moreno, y degradado, junto a una mujer con tez similar, y con cabello cuadrado, de color oscuro, que aparentaba treintaicinco años. Sus facciones eran típicas de descendientes italianos.
—Encantado. —dijo Felipe.
—¡Un gusto! —exclamó Sara.
Leo los saludó de regreso.
—Muy bien, compa —dijo Leo—, fue un gusto. Muchas gracias por ayudarnos —agradeció.
—De nada —dijo Federico—, muchas gracias a ustedes, por permitirme entrar a su colmena.
—Serás bienvenido cuándo quieras. —alegó Leo.
—¡Hasta pronto! —saludó Federico—, y no olviden de pasarse por acá antes de volver a su colmena. Me preocuparía si a alguno de ustedes le pasa algo.
—Tranquilo —dijo Leo—, daremos una vuelta por acá al volver.
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