23
—¿Ya te vas? —preguntó Rodolfo— ¿Querés que te acompañe hasta tu colmena?
—No, gracias —musitó Leo—. Nosotros podremos ir por nuestra propia cuenta —agregó—. Además necesitas cuidar de la tuya.
—Tenés razón. —concordó Rodolfo.
Leo estaba esperando a que Melanie volviese a tomar los insumos, los cuales estaban en los carritos del Coto, guardados en el armario del lugar. Cuando ella regresó, todos saludaron a Rodolfo, y salieron del Jockey club.
El color anaranjado del cielo iluminaba toda la hilera de edificios de la Avenida 9 de julio, de la cual se podía observar el obelisco a lo lejos, cubierto de una espesa niebla que daba a entender que esa noche sería más fría que la anterior. A los alrededores del monumento, lograron observar, a medida que se acercaban, que la tela de araña gigante ahora llegaba hasta el suelo, y sobre ella se encontraban unas nueve o diez arañas gigantes, las cuales seguían tejiendo por encima del mismo. Leo concordó con el resto del grupo, en que ir por ese camino era una idea muy mala. Se desviaron hacia la calle Libertad, en la cuadra de la plaza con el mismo nombre, y cruzaron por ella. Ahí, en una de las casas notaron una figura sentada en una silla, la cual era de un hombre anciano, tenía una barba poblada como la de Papá Noel, y su cabeza se encontraba calva, pero a su vez algo rojiza ya que estaba abierta. Su mano yacía colgando del posa brazos, y Leo pudo observar que en el suelo, junto a una escopeta, se encontraba una cantidad considerable de colillas de cigarrillos y una cajetilla Chesterfield vacía, dando a entender que dicho hombre se tomó su tiempo en pensar dispararse. Leo, tanto como Sergio y Federico, se sorprendieron, mientras que Melanie se tapó los ojos con las manos.
—Ese hombre debió de estar desesperado. —comentó Sergio.
—Sin duda, debe de ser horrible tener que lidiar con una decisión tan difícil como el quitarse la vida. Él habrá esperado mucho mientras pensaba en su decisión —observó Leo—. Lo digo por las colillas. Si hubiese esperado un poco más, probablemente nos hubiésemos encontrado y se salvaba.
Observando el cadáver, los cuatro caminaron hacia el este, desde la calle Libertad, en la misma dónde se hallaba el teatro Colón, y Petit Colón. Llegaron a la plaza dónde se habían desviado en la diagonal, pero ésta vez la araña ya no se encontraba ahí. Caminaron cerca de un restaurante indio, y en el ínterin lograron observar el cuerpo de un gato, el cual se hallaba partido por la mitad, Leo sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, y a su vez observó que ni a Melanie, ni a Sergio le hacía ni una pizca de gracia la situación.
—Yo me desvío acá. —dijo Federico.
— ¿Tan rápido? ¿Por qué no venís a conocer nuestra colmena? —instó Leo.
—Es que yo —dijo Federico—... Si ustedes me dejan.
—¡Claro! Eres bienvenido —dijo Leo.
Federico volvió a acercarse al grupo, y siguieron por aquella calle, pasando el restaurante. Llegaron a la zona de las joyerías, la cual estaba completamente vacía. Caminaron por la calle hasta su cruce con Sarmiento.
—Es a una cuadra de acá —dijo Sergio—; de seguro te caerán bien los chicos.
—Seguramente —convino Federico—, yo ya conozco a su líder, y sé que elegirá buena gente.
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