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Epílogo

Ha pasado un año y meses desde aquel suceso que marcó la vida de todos, uno de los tantos que convierte al Tren Edur en leyenda y nos muestra los distintos tonos del paisaje lleno de colores grises tenues y oscuros, pero estos también se ubican a lado de colores radiantes y llenos de luz.

Pienso todo esto mientras estoy parado en un traje que compré de última hora en la tienda de vestidos para noche y algo más de mi barrio, veo sentado cerca de mí a Luciano con la joven y atractiva chica con la que lleva saliendo apenas unos dos meses, se le ve feliz y lleno de vida, justo como le prometí a ella. Al igual que que los Campos de Vino y Lavanda, la idea de convertirlo en reserva natural hotel, de hecho estaba ahí parado en un enorme prado con lavandas por doquier, un montón de sillas en color plateado, adornado en tela blanca y cereza, ocupados por personas con rostros felices.

En medio de ellos, a lo lejos pisaba los pétalos de rosa pálida, mi bella dama de abrigo rojo, que hoy lucía un gran vestido color blanco que la hacía ver tan magnifica como un ángel, ella caminaba en dirección mía. Al mismo tiempo pensaba en todas las aventuras y el Tren Edur que nos unió, volvería a pasar por todo si llego a este momento y con la mujer que hoy camina hacia mí, pues me encuentro muy enamorado de ella. Entrelazamos nuestras manos para ponernos una fina argolla en el dedo y sellar la ceremonia con un beso.

A lo lejos se escuchaba el grito ensordecedor de Tony.

— ¡No acepto devoluciones, una vez salida la mercancía, eh Arely! — Brotarón risas de cada uno de los invitados.

Ver a Tony tan bromista y detallista como siempre me indicaba cuánto había cambiado. Había dejado la policía y se había convertido en el administrador principal de nuestro hotel "Aideen" en los campos y viñedos Uva y Lavanda. En el cual contábamos con todas las hectáreas que nos correspondian a cada uno, a Romagnoli, Bocardi, Café, Fabro, Tedesco y pasaban a ser nuestro hogar y nuestro negocio más importante, una herencia de generación tras generación. Tuvimos que trabajar de manera constante día y noche por un año para poder ofrecer a la gente todo lo que hoy vemos en los nuevos campos de Uva y Lavanda.

Todos acordamos dejar nuestros empleos como Tony quien era sin saberlo bueno para los números y organizar todo el dinero que salía y entraba del hotel Aideen. Luciano dejando al descubierto su pasión y amor por la cocina, le dejamos el área del restaurante del hotel, el muy condenado se tenía guardado que poseía de un título universitario en gastronomía, fue como anillo al dedo para colocarlo de jefe de cocina del hotel.

En cuanto al señor Blanco y nuestro amigo Emilio, bueno ellos dos se reúnen todas las tardes a jugar poker en la pequeña cabaña en las últimas hectáreas, que él mismo había mandado a construir. Era si pequeña, con arbustos y rosales alrededor, pero dejen digo nada rustica, la pequeña cabaña, si eso se le puede llamar, era una pequeña casa blanca con ventanales enormes por todo el área, un techo de tejas pintadas en color azul añil, si lo ves detenidamente sin duda te recuerda al Tren Edur.

En la parte interior de su morada, se apreciaban todas las comodidades, hasta un sistema de calefacción para los duros inviernos de la ciudad. El piso era laminado de color miel, las paredes de ladrillos perfectamente unidos y retocados sobre pintura en color hueso, sobre dichas paredes colgaban retratos de paisajes a los que el señor Blanco había visitado en sus años dorados y juveniles, no digan que les conté que era viejo, porque aunque ahora es mi tío político, me cuelga de los árboles frutales de los campos y viñedos Uva y Lavanda.

Mi querida bella dama de abrigo rojo, le costó demasiado la decisión de vender su florería, pero sabía que el nuevo proyecto del hotel Aiden y los campos y viñedos Uva y Lavanda, era un buen cambio y su presencia era más que requerida en tiempo completo. Lo que no se esperaba es que semanas antes de su decisión final, yo ya tenía los planos de construcción de una pequeña área para la conservación de flora y fauna, dentro de las mismas instalaciones de los campos y viñedos Uva y Lavanda.

Sabiá muy bien todo lo que había pasado por tener aquella florería en la plataforma 9 del Tren Edur, que la naturaleza, era su pasión, Arely estudiaba a diario en libros, documentales nuevas especies de plantas, flores e inclusive de animales, me decía que era como una bocanada de energía cada vez que lo realizaba. Por lo que tomar su decisión de cerrar su florería no iba dejar que acabara con su energía.

Cuando llegó Arely a la nueva puerta de los campos de Uva y Lavando, unas puertas de cinco metros de altura, forjadas en herrería pura y pintadas de color café arena. Pasabas sobre ella transportándote en otra época y en un descanso seguro, un camino de árboles de par en par te conducía al hotel Aideen, hecho con enormes ventanales y columnas al estilo griego o romano, según la perspectiva de cada quién.

Justo donde terminaba el hotel, se encontraba una piscina natural, la llamamos así debido a que en el fondo se encontraba una cascada pegada a la tina subterránea decorada en mosaicos azules y blancos, de buenos metros de profundidad. La cascada no era fabricada por el hombre, la habíamos encontrado tal cual cuando iniciamos el proceso de construcción del hotel, de modo que empleamos un método para que tanto la cascada como la piscina estuvieran conectadas y fuera una corriente suave y fluyente de manera constante.

Al terminar el área de nadado se asomaban varios senderos que te conducían a partes diferentes. El primero te llevaba a los famosos viñedos, los cuales no habíamos tocado en nada, solo mantenimiento. El segundo te conducía al pequeño museo que habíamos recreado en honor a todos esos primeros trabajadores de la locomotora blanca, en donde contamos no solo la historia de ellos, sino toda la trayectoria del Tren Edur. El tercer camino te conduce al pequeño huerto de Luciano, donde todas las mañanas levanta sus alimentos y se va directo a la cocina a generar nuevas delicias culinarias para el restaurante. Y el cuarto y último camino a la Reserva Madre, el rinconcito de Arely.

La Reserva Madre era una especie de invernadero, donde se podía observar y cuidar toda especie de plantas y flores. A escasos metros se encontraban también réplicas de los hábitats especiales de las tortugas, conejos, caballos, entre otros animales, un zoológico sin rejas y totalmente libre, claro con un poco de protección a lo lejos, no queríamos que los caballos anduvieran después sobre las vías del tren Edur.

Pero lo lleno de vida tanto para mí como a la bella dama de abrigo rojo, era el invernadero, donde era un gran hectárea llena de sembradíos de diferentes plantas desde la más pálida hasta la más viva. Arely tomaba una respiración profunda al entrar ahí, sus pulmones se llenaban de aire puro y yo de vida al ver esa sonrisa tan hermosa en su rostro. Su sonrisa tan similar como la que veo en estos segundos de frente, para tomar mi mano y dar por terminada la ceremonia que dará unión a nuestras vidas de forma formal...en el fondo sé que nuestros lazos, se unieron desde antes de nuestro nacimiento.

Como en cada celebración, no debe faltar el baile y festejo por todo el lugar, el hotel Aideen junto con los campos y viñedos Uva y Lavanda, el sueño de todos siendo festejado al grito del amor.

— Te tengo una sorpresa —. Susurre cuando acabamos nuestro baile de recién casados y nos dirigimos a nuestra mesa.

— ¿Qué es?

— Lo sabrás pronto, sino no sería sorpresa mi reina.

Tomé a mi esposa de la mano y la conduje a unos arcos hechos de plantas y flores a lo lejos de la fiesta, debajo de ellos una silla amplia de madera con una mesa de mantel blanco y una vela, acompañados de pétalos esparcidos en el pasto nos esperaba. Nos sentamos en la silla, mientras las estrellas iluminaban el cielo y aplaudían para que nos sirvieran la cena.

— ¿Qué es esto? — Mencionó sumamente feliz Arely.

— Tu sorpresa, tendremos nuestra cena privada.

— ¿Pero los invitados?

— Tranquila, está todo arreglado. Tu disfruta, eres todo lo que necesito —. Tome un mechón caramelo que cayó sobre su rostro y me acerque a sus labios rosados, sentía el calor recorrerme, reactivar de nuevo cada fibra de mi ser.

— Esperaba tanto por este momento el hecho de tener ahora aquí brindando cariño, amor y soporte a la chica de mis sueños, la intrigante chica de abrigo rojo, de nombre Arely, todos mis suspiro a través del cristal de la locomotora blanca con un poco de acción lograron hacerse realidad —. Sonreí.

— Te amo Bruno Romagnoli.

La besé como si no hubiera mañana, le acaricié su suave y ruborizada mejilla, mientras su perfume fresco y frutal me cautivaba el sentido del olfato. Ahí bajo el manto de estrellas le declaró amor eterno, solo quería verla tan sonriente como hoy, con esos dientes perlas que deja al descubierto cada vez que pasa el tiempo en la reserva observando la vida floral, o también esa sonrisa cálida que me da después de un día arduo de trabajo, la sonrisa que le da a los huéspedes del hotel cuando piden la visita guiada por la Reserva Madre, esa sonrisa que puede todo.

Después de un día tan lleno de risas y cálidos apapachos, de un año de trabajar sin descansar, de una psicópata tras nuestro pellejo, necesitaba alejarme un tiempo, unas pequeñas vacaciones, y es más que un regalo, un placer de la vida llevarlas acabo con mi bella dama de abrigo rojo, que en este momento lanza un bostezo al cristal de la locomotora blanca, y se escucha sus ruedas tocar las vías en dirección a un lugar desconocido. Recargo mi cabeza sobre mi mano derecha, entretanto la vida me regala esta bella postal, a mi amada a mi lado en la locomotora blanca.

Es así mis amigos como les escribo esta carta, esta historia desde los vagones del Tren Edur, mientras Arely se recarga en mi hombro y observa los bosques frondosos y llenos de nieve que dejamos atrás en el trayecto. No sabemos con certeza a dónde nos dirigimos, ni cuál será la última parada y mucho menos cuando regresamos, pero podemos asegurar que estando en la locomotora blanca, siempre serán mágicas las noches del Tren Edur y sobre todo si hay un poco de nieve en ellas.

Con todo mi amor profundo Bruno Romagnoli

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