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Subimos y al llegar vimos a Luciano con unas lágrimas pasando la aleta de la nariz, provenientes del ángulo interno del ojo; se localizaba hablando con dos doctores a unos cuantos pasos de la habitación de Aideen. Dentro del cuarto de Aideen se localizaba un médico monitoreando las máquinas conectadas a su cuerpo y una enfermera limpiando el cuerpo pálido de ella con una esponja anaranjada, lo hacía tan suave y delicado, como cuando una madre baña por primera vez a su bebé recién nacido. La habitación de Aideen se encontraba casi junto a la de Tony, donde también salía un doctor de aproximadamente unos 60 años, con un estetoscopio sobre su cuello. Inmediatamente, fui tras él, tuve que jalar de su hombro bruscamente para que se detuviera.

— ¿Qué es lo que ocurre? —. El doctor me miró de arriba-abajo y se detuvo justo en mi bata de hospital que aún llevaba. Por otro lado, yo observaba las letras bordadas en un hilo gris que tenía sobre el bolsillo izquierdo de su bata blanca, donde se leía "Dr. Joviel Benestor".

— Perdone Doctor Joviel, soy familiar del chico que acaba de visitar.

— Pero veo que usted también es paciente aquí —. El Doctor Joviel me miraba de arriba para abajo mi bata de hospital y mis jeans colocados a la fuerza.

— Lo se....

— Es primo del paciente, también él resultó herido en aquel accidente y recién despierta. Solo quiere saber como esta, por favor doctor —. Me interrumpió Arely, mientras el Doctor Joviel se miraba pensativo y con un carraspeo continuo.

— Acompañenme —. Mire atrás, el señor Blanco me dio la señal de que él se quedaría con Tony y Luciano.

Seguimos al médico hasta su consultorio, o al menos es lo que parecía, un cuarto pequeño pero con el espacio necesario para contar con unos anaqueles atiborrados de papeles, un escritorio con tres sillas y una placa para mostrar los rayos X. Nos invitó a sentarnos mientras sacaba de las gavetas del escritorio de tono chocolate dos expedientes en hojas color crema, acto seguido se colocó un par de lentes que sacó de su bolsillo.

— Veamos Tony Romagnoli, diagnosticado en coma debido a una gran fractura en su cráneo.

— Pero se va recuperar, ¿no solo vive por esos aparatos infernales?

— Mire señor Romagnoli, seré lo más explicativo posible — tomó una figura de cerebro a escala que se encontraba sobre el escritorio —. El cerebro es un órgano sumamente complejo y delicado, golpes en la cabeza ya sea por una piedra, bala, o al caerse al correr, pueden dar con un sangrado que presiona al cerebro y suprime funciones respiratorias y cardiovasculares.

— Entonces, ¿cúal es el caso de Tony? —. Pregunte precipitadamente.

— Según radiografías él tuvo una caída fuerte que lógicamente ocasiona un sangrado y algunas fisuras, pero no termina con su vida. No se ve pérdida de memoria por el momento. Solo esperamos que regrese de coma y no tenga problemas respiratorios o alguna complicación con funciones cerebrales y cardiovasculares.

— Pero porque él sigue postrado en una cama y yo estoy aquí hablando con usted.

— Señor Romagnoli, usted estuvo en coma por hipotermia, al principio creíamos que era muerte cerebral por su herida en la sien, pero lo descartamos en cuanto su cuerpo comenzó a responder al calor. El hombre ingresó al hospital casi congelado, fue justo a tiempo, antes de que se suprimieran todas sus funciones.

— Y la chica de al lado, Aideen supongo que ella, bueno su dictamen es el peor, por no decir que... — Arely no pudo completar la oración.

— Veo que es muy inteligente señorita. En efecto, la paciente Aideen tiene muerte cerebral.

Dos palabras que caen como cubetazo de agua helada sobre el cuerpo, "muerte cerebral". Es verdad que conocía muy poco a Aideen, pero ella había hecho de esto posible, gracias a ella, yo... yo... yo estaba con vida; tenía el mismo derecho como cualquiera de nosotros, de seguir con sus planes de vida. recordaba haber visto en esos programas sobre hospitales y doctores que pasan a las seis de la tarde todos los domingos por el canal de la Ciencia, que la muerte cerebral es el punto donde una persona deja de ser resucitable, ya no hay existencia alguna de funciones cerebrales y se necesitaba de al menos dos especialistas para declararla, un cuerpo que sigue respirando por aparatos pero la persona jamás regresará hagas lo que hagas.

Mientras me embriagaba en mis recuerdos y estrujaba la pena en mi corazón, suprimiendo lágrimas en mis iris, se escuchó una especie de alarma proveniente del celular del Doctor Joviel.

— Me disculpo, pero tengo que ir con un paciente, pero tengan un folleto sobre la muerte cerebral.

Y sin más el Doctor Joviel nos sacó a empujones de su oficina y desapareció por la baldosas verdes y la alargada pared blanca. Sentí los delicados brazos de mi dama de rojo rodearme la espalda, su cabeza inclinándose sobre mi pecho, logrando percibir un olor no tan perfumado o rico como ella acostumbraba, señal de que tal vez ella en ningún segundo se despegó de mí, mientras esperaba mi recuperación.

Me quedé en esa posición un buen rato, no puedo decir si fueron minutos u horas. Lágrimas adheridas a mi córnea empezaban a rodar sobre mis mejillas. Fue un espacio del tiempo en el que solo eran dos almas en penas sin capas visibles, compartiendo momentos crudos y reales, siendo los ojos los desagües que vierten agua salada a causa de inundaciones inevitables en el corazón.

Después de un tiempo y de limpiar nuestras lágrimas con las huellas dactilares de cada uno, nos encaminamos rumbo a la persona que debe estar en el ojo de un gran huracán, moviéndose sin consolación alguna... Luciano.

Llegamos al cuarto de Aideen, afuera se encontraban ya familiares como al que pude reconocer como su abuelo por fotos que Aideen me había mostrado en su remolque y supuse que la mujer de aspecto desaliñado pero muy guapa, de unos 55 años con gran parecido a Lucino, era su madre. Dentro de la habitación de cortinas azules, al pie de un cuerpo gélido en una sillita de plástico, estaba Luciano limpiando con sus palmas el líquido originario de las glándulas lagrimales, susurrando palabras al oído de ella. Nos acercamos hasta él

— Te pondré en una bonita urna, al lado de donde está la de la abuela... de acuerdo hermanita — musitó Luciano tiernamente, mientras depositaba un beso en su frente.

— Hey, estamos aquí para todo — coloque mi palma sobre su hombro, estrujandolo, como si de alguna manera pudiera darle las fuerzas que necesitaba —. Lo siento mucho.

— Gracias Bruno — Luciano se aclaró la garganta y con una voz entrecortada empezó a testicular palabras —. Sabes ella no dudo ni un segundo en entregar su vida por Sigilo, le encantaban todos los casos misteriosos y peligrosos de la rama oculta del gobierno, sin importar que yo siempre le recordaba que era demasiado arriesgado, ella me daba un apretón en mi nariz y decía: "siempre estaré cuidándote la espalda hermano, en cualquier plano". Ella fue feliz y sabía perfectamente en lo que se metía, por lo que no culpó a nadie.

— Todos somos en parte responsable, pero sigo sin creer que no haya esperanza alguna... todo esto empezó por mí —. Arely se soltó en llanto, escondida entre mi costillar y mi brazo. Tony se levantó de su silla y se acercó a Arely.

— Linda, descuida era su trabajo... nadie aquí te culpa —. Luciano levantó la vista y pudo observar un colibrí revoloteando por la ventana de la habitación, el ave favorita de su hermana —. Ella ahora es más libre que nunca y está aquí en nuestros corazones, por eso he decidido junto con mi madre que es tiempo de desconectarla.

Pasamos un tiempo en silencio a lado de Luciano, para después acompañarlo a cada papeleo y proceso para la defunción de Aideen. El momento más duro sin duda fue cuando llegaron a desconectarla de esos aparatos infernales, en el monitor que emitía la vibraciones de vida, en donde líneas en picos significaba la vida; estas pasaron en un santiamén a ser una línea recta con un sonido horrible, comunicando el cese de la existencia terrenal. Todos los que se encontraban en la habitación rompieron en un llanto terrible, Tony, su madre, su familia, colegas de Aideen, mi bella dama de rojo.

Salí de la habitación y me recargué sobre la pared con enormes ventanales, sobre el pasillo del hospital, cerré los ojos por un momento. Muchos dirán que estoy loco y es probable, pero en ese momento, escuche el tono vocal de Aideen muy claro y bajo en el interior de mis oídos. Ella balbuceaba lo que debía hacer con los viñedos Uva y Lavanda, la situación de Tony mejoraría y que por favor cuidara de su hermano en su ausencia temprana y le encontrara una maldita chica de una vez por todas. No pude evitar sonreír ante aquellas últimas palabras y acto seguido como un bebé, solté un plañido profundo.

Al finalizar el día me encontraba ya dado de alta del hospital, al igual que Luciano que llevaba un cabestrillo sobre su brazo izquierdo. Arely bajó a comer algo a la cafetería del hospital para cubrirme después, en el cuidado de Tony, mientras nos preparábamos para la despedida formal de Aideen. Solo recordaba las palabras de Aideen y sabía con exactitud lo que pasaría, solo tenía que esperar un poco más. No existía en este plano terrenal, pero aún podía sentirla cerca, como siempre ayudándome.

El velorio de Aideen fue en las mismas instancias del hospital, aunque en un edificio lejano al que nos encontrábamos. El señor Blanco se quedo al pendiente de Tony, para que tuviéramos la oportunidad de asearnos antes, fuimos a casa a cambiarnos y le dejé un poco de comida a Hunt que me recibió con un ronroneo acogedor. Me metí a la ducha, el agua con vapor relajaba todo mi cuerpo, lo necesitaba. Y con un traje negro con una camisa blanca y corbata a juego salí con dirección al hospital San Fert.

Estaba de nuevo en la plataforma 9 del Tren Edur, miraba las paredes azul añil y las fotografías sobre los marcos rústicos, pensando si la tierra, el suelo y aire pudiera hablar me susurraría todas las historia aún ocultas no solo en el tren Edur, sino en la cafetería que frecuentan, el aula u oficina donde te sientas todos los días, incluso hasta tu propia vivienda. Sentí una ligeras pisadas encaminarse hacia mi dirección y pararse a mi lado; logrando sacarme de mis pensamientos. Esta vez el abrigo rojo había sido reemplazado por uno color negro con diminutos puntos blancos, pero aún así era mi corazón que palpitaba siempre como aquella primera vez ante aquella mujer.

— Quizás no sea el momento adecuado aún para decirlo, ni mucho menos romántico —, Arely siguió observando las fotografías viejas del Tren Edur mientras tomaba mi mano — pero... estoy enamorada de ti, desde aquel diciembre en que te quedaste dormido en un vagón de la locomotora blanca.

No pude evitar ruborizarme y sorprenderme, sin duda es la mejor confesión de amor que había tenido. Arely también con las mejillas coloradas, se veía nerviosa, no me dirigía la mirada, sus ojos verdes se encontraban pegados a los marcos de esos viejos retratos. Verla así me daban ganas de hablar de ella, de como me hacía sentir y como había sacado facetas de mí, descubriendo juntos nuestra forma de amor... a pesar de aquello me quedé sin palabras, sinceramente no sabía que la chica sabía de mi existencia mucho antes de todo esto, solo pude como idiota pronunciar dos míseras palabras.

— No sabía.

— Aún recuerdo ese día, aunque ambos éramos más jóvenes, hacía un frío de los mil demonios, me había quedado en casa de una amiga la noche anterior, por lo que tuve que aventurarme a subir en una nueva plataforma, la 4 y no la 9 como de costumbre. El tren estaba casi vacío, pero me llamó la atención un muchacho de tez apiñonada, pelo negro, mentón partido, que llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una gruesa chamarra negra con un escudo universitario bordado en el costado derecho, era claro que aún eras estudiante.

Arely sonríe y pasa un mechón rebelde detrás de su oreja, este se había desatado de su improvisada cola de caballo. Aprieto su mano y le acaricio su mejilla delicada. Ella prosigue con su declaración.

— Dormías plácidamente mientras recargabas tu cabeza sobre el cristal de la ventana... me quedé embobada viendote, tan pacífico y lindo que hasta mi parada perdí. Pensé un chico guapo más al que nunca volveré a ver. Esa noche admito que tenía un deseo profundo por tocar tus labios.

— Yo no recuerdo haberte visto de universitario, apenas solo unos meses cuando tomaba la locomotora para ir al trabajo. Entonces, ¿estuviste enamorada de mí todo este tiempo, sabías que te miraba?

— La verdad es que en ese entonces también me encontraba en la universidad pero deserté al poco tiempo, y me dedique a emprender —. Arely soltó un resoplido y murmuró en voz baja algo inentendible —, empecé a tener varios empleos de medio tiempo, por lo que no me alcanzaba ni el dinero ni el día para poder tomar el tren, por lo que aquella vez de joven universitario fue la primera y creía la última vez que te veía.

— El destino te trajo de vuelta a mi, y era justo lo que necesitaba —. Susurre cerca de su oído y le di un tierno beso en la frente.

— Bendito destino —, Arely se recargó sobre mi traje negro, escondiendo su cara roja en mí y con una voz cálida continuó —. Cuando junte suficiente dinero, pude abrir mi tienda especializada en arreglos florales, estaba muy cercana a la plataforma 9 del Tren Edur. Había olvidado por completo de aquel chico, hasta que un día mientras esperaba el tren en la plataforma 9 a las nueve de la noche, creo que ese número es de la suerte para mí.

Todo aquello hacía que las mariposas en mí volarán a cientos de kilómetros, mi corazón latía rápidamente, a la velocidad de un caballo corriendo en el hipódromo. La amaba como jamás podría amar a otra mujer, estaba completamente seguro, a partir de ese momento le pertenecía en cuerpo y alma por una vida que esperaba fuera eterna a su lado.

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