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— ¿Señorita ? — fruncí el ceño. 

«Hasta donde tenía entendido solo eran hombres los que trabajaban en la locomotora blanca y más en aquellas épocas».

— ¿Tedesco? — me acompletó Luciano quién empezaba a agarrar el hilo del asunto.

—Una muchacha de pelo castaño, ojos muy grandes color avellana, piel de tono dorado quemado, muy guapa. Si tan solo hubiera tenido unos cuantos más en esos ayeres. — Emilio suspiro.

— Sin ofender en este mundo machista que inclusive hoy en día lo es un poco, ¿que hacía la señorita?— interrumpí las fantasías de Emilio.

— Brissa Tedesco era la única nieta del que proveía carbón a la locomotora, el señor Adolfo Tedesco. Adolfo Tedesco y Gastón Edur llegaron a un trato. Edur dejaría estar a Brissa a bordo a cambio de que Tedesco le proveyera carbón para la locomotora a un precio demasiado bajo por todo un año. Inclusive fue Adolfo Tedesco quien murmuraba que se lo dejo gratis con tal de callar la boca de su nieta, que tanto insistía en trabajar en la locomotora blanca.

—Y ahí conocieron a nuestros abuelos —. Aideen golpeó con el puño cerrado la palma de su mano izquierda.

— Sí, el señor Bocardí y el señor Fabro estaban profundamente enamorados de ella. Hasta que Brissa eligió a Fabro, desde entonces estar en el tren Edur fue como estar en el mismo infierno. El señor Romagnoli y Café trataron de calmar las cosas pero fue inútil.

— Pero aún no entiendo qué tiene que ver esto con qué Arely haya estado en peligro —. Me senté de nuevo y le di un último sorbo a mi café, que yacía frío sobre la mesa de poker.

— ¿Y el baúl por qué carajos es tan importante? — apuntó Luciano.

— Yo se los explicaré —. Se escuchó una voz entonada proveniente de la entrada con pasos dirigiéndose a nosotros, pude divisar una cazadora negra, demasiado larga que le cubría hasta las rodillas.

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