39
— ¿Cómo es que lo has hecho? Yo he intentado abrirlo por lo menos hace más de 15 años. —Se escuchó un tono entre confundido y enojado de parte de Emilio.
— Pues verá solo...
—Un momento ahora lo recuerdo...Romagnoli, uno de los primeros trabajadores del tren Edur — Emilio me interrumpió, tosiendo gravemente.
— Ahora veo que lo de hacer el reportaje es una vil falacia. — Emilio nos miró de una manera desagradable.
— No, no lo entiende. Solo es una confusión. — Arely trataba de calmarlo, de distraerlo.
— ¡Cállate ya!, insolente muchacha. Esto me pone a pensar que ustedes — señalando a Aideen, Luciano y Arely —, han de ser Bocardí y Café. Bocardí con su astucia de siempre y Café bueno, distraído y entrometido hasta el mismo quinto infierno, como son estos hermanos.
— ¿Conoce a mi abuelo? — Aideen apartó a Arely para ver a los ojos negros del señor Emilio.
—Así es señorita Café, es igual de entrometida que él. Yo era quien jugaba poker con ellos todas las tardes mientras mi padre se encargaba de la limpieza del cuarto de control de máquinas al cierre de su turno y ese baúl — tocó con nostalgia la tapa del baúl que bruscamente había cerrado con anterioridad —, es lo único que me quedó de ellos, antes de sus despidos.
— ¿Por qué lo conserva? — Aunque la explicación anterior parecía haber respondido a aquello, Luciano se atrevió a preguntar.
— Lo encontré justo antes de que mandarán a destruir y volver a construir desde cero el caboose de la vieja locomotora, era el lugar donde ellos pasaban la mayor parte del tiempo. Solo era un chamaco, pero pensaba que en él guardaban algo que no era digno de que nadie lo viera, inclusive al final se les negó la entrada a Fabro y Tedesco.
— ¿Fabro?, ¿Tedesco? — Emilio nos miró con desaire y suspiro.
— ¿Que sus parientes, abuelos o lo que sea no tenían estas charlas en navidad, cuando eran pequeños?
— ¡NO! — Vociferamos todos.
— Fabro, Romagnoli, Bocardí y Café fueron los primeros trabajadores del Tren Edur y grandes amigos, hasta aquel día.— La mirada de Emilio se volvió tensa, un escalofrío me recorrió el cuerpo, pude ver su saliva pasar por su gañote.
Recordé las iniciales que estaban inscritas sobre la pieza del caboose, aunque no podían verse todas. «¿Podría ser que esas letras corresponden a los apellidos de cada uno de los trabajadores de los que hablaba Emilio?», de ser así lo que hay dentro del baúl debe ser valioso para todos, para nuestros antepasados.
— ¿Qué pasó? — insistió Arely al ver que Emilio se encontraba con la mirada perdida y mudo. Sacándome de mis pensamientos.
—Nunca supe todos los hechos, pero un día después de la jornada, como siempre los amigos se iban por unas copas...pero había algo extraño aquella noche. Me parece que Fabro y Bocardí habían discutido fuertemente en el transcurso del día.
—¿Sabe usted la razón? —pregunto Aideen entretanto se empinaba a tomar la última gota de su café.
— No, pero era fácil imaginarlo. Todo era culpa de la señorita Tedesco.
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