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—Te crees muy listo¿no?, pues adivina que... te tengo —. Se escuchó una voz ronca, de esas que se vuelven a causa de tanto tabaco.

Las luces se encendieron, tuve que parpadear varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron a la luz. La voz provenía de mis espaldas, gire en torno a esa dirección para ver a un hombre adulto de unos 60-65 años, con el pelo ya algo canoso en la parte de la coronilla, de tez apiñonada y con arrugas faciales.

Sorprendentemente, el señor tenía una cara entre confundido y admirado, nos miraba detenidamente uno por uno. Pero el silencio seguía abundando en el espacio, se escuchaba con gran facilidad como caían pequeños chorros de agua, proveniente de la gotera de las tuberías de color gris oscuro en la parte trasera. El señor que nos seguía viendo fijamente, realizó una especie de gárgara para escupir saliva por un lado del piso y poder emitir palabra.

— ¿Quiénes son ustedes?, ¡que vinieron a joder todo el plan! — «Me asombro como en una misma oración cambio de un tono angustiado a uno enfadado».

— Disculpe la intromisión señor, solo estamos haciendo un reportaje sobre el Tren Edur. ¿Verdad, chicos? — Arely nos sonrió ampliamente en señal de que le siguiéramos la corriente.

— ¡Claro!, ya ve que este mes se cumple otro aniversario más de Edur — dijo Aideen dándole un codazo a su hermano para que reaccionara.

—¡Es verdad! —su semblanza de enojado paso en un segundo a un tono amistoso —, por ahí hubieran empezado chicos pero… no veo sus identificaciones.

Nos miramos las caras sin saber qué hacer o qué decir. El señor se comenzó a rascarse la barba pensando en nuestra mentira inteligente, cortesía de Arely. En ese momento se me cruzó por la cabeza mi credencial de Editorial Pegaso, la cual desde que me la habían entregado permanecía en el fondo de mi billetera. Saqué de mi pantalón mi vieja cartera de imitación de cuero negro y le entregué mi credencial.

—Como puede ver venimos de la Editorial Pegaso para hacer un reportaje especial sobre toda la historia y funcionamiento de la locomotora blanca. Soy Bruno Romagnoli el encargado de este proyecto y este es mi equipo de trabajo. Si es una molestia, nos retiramos.

— ¡Tonterías! — El señor agito su mano en señal de negación y me entregó mi credencial.

— Pueden quedarse el tiempo que gusten, han pasado más de 20 años desde que alguien vino a hacer un reportaje sobre mi tren Edur. Me siento halagado, cualquier cosa que necesiten solo díganme; soy Emilio.

Emilio jalo una vieja mesa de poker y un par de sillas desplegables, nos invitó a colocarnos. Mientras el continuaba en el rincón del salón, sacando de los deteriorados anaqueles una tetera para hervir agua, anexando un café soluble y azúcar. Se sentó en la silla que quedaba vacía, pasando uno por uno los vasos llenos de agua caliente para la cafeína, le dio un sorbo al suyo expreso y oscuro como la noche, y continuo a mirarnos.

— Bueno muchachos, ¿qué necesitan para su reportaje?

— ¿Usted ha estado aquí desde que lo construyeron? — pregunté con una profunda curiosidad.

— Se podría decir, mi padre era el anterior técnico de este muchacho de vagones. Él era encargado del buen funcionamiento de la locomotora. Yo solo seguí sus pasos y aquí entre nos les diré que aún no planeo retirarme.

— Ya veo señor Emilio, ¿pero si no es indiscreción qué fue lo de hace rato? — Soltó Arely.

— Bueno un par de rufianes han estado acosándome, al principio pensé que eran ratas pero no estos buscan algo más.

— ¿Algo más? — Continuo con la curiosidad Aideen.

— Si lo tengo por seguro. — Emilio sonó muy convencido empuñando su taza de café en la mesa de poker, derramando unas pequeñas gotas.

Un baúl de madera viejo y despintado llamó mi atención al fondo, no pude resistir ir hacia su dirección dejando que Aideen siguiera con sus preguntas de historia y juego de detectives. Tenía una debilidad por las cosas antiguas, otra de las razones por las que amaba a la locomotora blanca.

El baúl era muy antiguo de los años 20 quizás, intente abrirlo pero nada estaba completamente bloqueado estaba apunto de preguntarle al señor Emilio, cuando note que la cerradura tenía la forma de un caboose...esto es ¡imposible!

Saqué de mi bolsillo la pieza que había rescatado del remolque de Aideen. La introduje en la cerradura, no podía creerlo no era solo una pieza sino una simple llave al girarla el baúl se abrió...

— Pero, ¿qué rayos? — la voz de Emilio y su mano llena de arrugas estaba fuertemente empeñada en volver a cerrar el baúl me impidieron ver lo que estaba dentro.

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