35
Mi bella dama de rojo se sentó a mi lado, el olor a su perfume con tonos frescos me invadía los sentidos, me invitaba a realizar toda una música con su presencia, un difuso brillo imaginario recorriendo mi interior.
—¡¿Arely, qué haces aquí?! — mencionó Aideen cuando recobró la compostura. «Al fin sabía su nombre, Arely Bocardí».
—Me cansé de ser de las que esperaba a que alguien las rescate, como tipo la princesa encerrada en el castillo aguardando por el caballero de resplandeciente armadura —. «Vaya, era una chica independiente y valiente, con tanta confianza en sí misma». Me provocaba la sensación de arrancarle un buen beso de sus labios rosados.
— Creo que a la mayoría de las personas les falta esa actitud — concordó Luciano, limpiando los rastros de baba de antes — pero, las órdenes de Tony...
— Como se lo mencione a Tony, no quiero que me rescaten o estar escondida por el resto de mi vida. Les agradezco aquel día en la estación de policía pero en definitiva tengo que ser parte de esto, son una clave en ello. —Arely le interrumpió, su adrenalina estaba llegando al máximo, podía ver recorrer su sangre a través de su piel tan blanca como Edur.
—Sí, es verdad pero la que corre más peligro aquí es usted —. Luciano le replicaba intentado persuadirla, en vano. Entretanto Aideen se encontraba masticando un chicle, analizando la situación.
—Lo sé perfectamente y decido unirme de todos modos a la aventura —. Miraba en silencio, de verdad se notaba a leguas que el pobre iluso sin información era yo, «¡Tonny, cabrón!», gritaba para mis adentros.
—Déjala hermano, está bien, como bien menciono es parte de esto le guste o no —. Aideen recargo sus manos sobre su cabeza y en un parpadeo parece haberse envuelto en un sueño profundo.
—Perfecto, entonces podemos llevar un viaje tranquilo hasta el lugar de destino —mencionó más relajada mi bella dama de abrigo rojo.
Después de un rato de trayecto Arely suspiró y buscó entre los bolsillos de su pantalón para una especie de brazalete de fantasía, el cual besó y volvió a dejar en los bolsillos de su abrigo rojo. El paisaje de verla tan cerca, de sentir sus latidos, era más valorado y hermoso que la nieve que caía sobre el techo del tren Edur.
Después de un rato en silencio, mi bella dama comprobó que tanto como Aideen y Luciano habían caído dormidos y me miró fijamente, era la primera vez que lo hacía en todo el transcurso del camino, y ya habían pasado unos 15 minutos de trayecto. Ella volteó hacia mi dirección para mirarme, me sonrojé de vergüenza al pensar que mi baba ya le había llegado y esa era la razón. Sus ojos color verdes tan hermosos, podían reflejar los anhelos de su alma, de una transparencia tal y como las gotas de nieve que caían este día.
— ¿Aún me recuerda? — Pude detectar un poco de brillo en sus ojos. «Como no recordarla si es la dueña de mis sueños y fantasías a diario».
— Sí, vagamente. — Mentí un poco, no quería de verdad sonar como un acosador.
— Ya veo, pero sabe que el vagón que compartimos ese día no es lo único que nos conecta, ¿lo sabe verdad?, ¿usted también lo siente... esta sensación perturbable?
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