Casi no lo logramos las puertas del tren Edur se cerraron de golpe justo cuando logramos pisar la plataforma, temía que me había pellizcado el abrigo. Seguía a Aideen que ya llevaba una buena parte de camino adelantada.

— ¡¿A dónde vamos?! — gritó mientras alcanzaba a tropezones a la chica.

—Con mi hermano, está en casa de mi abuelo.

Nuestro rastro de pisadas eran borradas rápidamente por la nueva nieve que caía con todo lo que podía hacia el pavimento, o lo que alguna vez era pavimento, ahora se encontraba todo blanco, digno de una postal de invierno.

— ¿Tú abuelo? —pregunté con cierta extrañeza.

— Sí, el mismo que viste en la foto.

— ¡Entonces, él sabrá la conexión de todo esto!, ¡también debe estar tu padre o su esposa! — Me sentí aliviado por un momento, sensación que se desvaneció al mirar la expresión negativa de Aideen.

— No lo creo, mi abuelo sufre de demencia, mi abuela hace un año falleció y mi padre, la última vez que lo vi — emitió una leve sonrisa —, ¡ja! había dejado de usar flotadores para meterme a la alberca. Mi hermano se ofreció para cuidar de mi abuelo, aunque a veces mi madre se turna para que pueda hacer... —hizo una leve pausa y me miró de arriba-abajo, movió la cabeza y continuó —, otras cosas personales.

— ¿Entonces para qué vamos?

— ¡¿Tienes un lado más cerca donde ir?!, porque sí, si, soy toda oídos. Me muero de sueño — refunfuño Aideen.

Me mantuve callado el resto del camino, congelándome hasta mis partes nobles. La nieve se soltaba de manera intensa durante la madrugada. Al cabo de unos minutos, llegamos a una casa encantadora en color verde pistache, era de una sola planta, pero cómo decirlo... tenía todo ese aire hogareño.

El hermano de Aideen nos esperaba ya en la puerta, tenía puesto una pants gris holgado y una sudadera negra deslavada. Él era idéntico a ella, tez blanca, mismos ojos marrones y pelo negro, medía aproximadamente 1.70 metros o quizás un poco más.

Entramos a la casa chica pero acogedora, con esas paredes pintadas de blanco con cuadros familiares colgados en ella, tenía una chimenea de fantasía en el fondo, pero vaya que si calentaba. Posteriormente estaba una sala con tres juegos de sofá gris con flores rojas, y unos colchones inflables con un par de mantas en el suelo, supuse que para los intrusos entrometidos de las cuatro de la mañana, seguido de un comedor cuadrado de madera de cuatro sillas, una cocina adornada con cenefas de gansos y un pasillo que se componía de tres recamaras a lo largo.

— Ustedes dormirán en la sala, mañana hablaremos de esto hermanita — mencionó el hermano mientras bostezaba.

— Ya sé, es que...

—Sigilo, lo se, no digas más. Buenas noches — la interrumpió y sin más desapareció tras la primera puerta del pasillo.

—Bueno, escoge el lado que quieras. Mañana nos espera un gran día — dijo Aideen con su carita adormilada.

No se si a propósito o no pero cayó redondita en el lado derecho del colchón.