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28

Bajamos en la siguiente parada, tan solo una antes de la que yo me bajaba, no entendía porqué motivo, pero tampoco es como que haya bajado por voluntad propia, la chica casi me sacó a empujones.

Mi dama de abrigo rojo, la magia de esta noche se cayó ante mis ojos, cuando te abandoné en ese vagón.

La muchacha tenía más fuerza de la que aparentaba, sin duda era como las de esos documentales, jóvenes soldados entrenadas únicamente para cumplir misiones secretas, ella no había dicho nada, solo me arrestaba a lo largo de la plataforma del tren Edur hacia la calle.

Llegamos a una serie de edificios grises donde azotaba el invierno, la nieve llevaba congelándome desde hace varios minutos las entrañas. Entramos por esa calle angosta y oscura, a simple vista sin salida, pero si la recorrían terminas en una especie de condominios de casas-remolques. La chica me introdujo a uno de ellos, se acercioró de que nadie nos siguiera y cerró la puerta de aluminio detrás de ella.

Por dentro el remolque de escaso metros, tenía lo esencial a mi lado izquierdo se encontraba una pequeña cocina, a lado una litera pequeña, un tapete largo color carmín en el suelo a manera de alfombra cubriendo todo el remolque, una puerta de triplay al fondo supuse que era el baño y de lado derecho dos sillones pequeños color azul marino y una mesita chaparra de madera con un libro debajo de una pata, una aberración a la literatura.

La chica me soltó por fin y sacó del mini refrigerador de la cocina dos cervezas frías y me lanzó una, posteriormente fue a sentarse a uno de los viejos y manchados asientos en color azul marino, colocando sus piernas cruzadas y sus botas negras sobre la mesa de madera.

— Soy Aideen, te traje hasta aquí para lo de la chica.

— Bruno Romagnoli, ¿y Tony?

— Es mi superior, pero creo que no sabías nada acerca de Sigilo.

— No... ¿Qué es? — necesitaba recabar toda la información que me sea posible, todo podría ser algo clave.

— Ya te lo dije una rama oculta del gobierno, nos encargamos de casos extraños como el de tu amiga.

—No es mi amiga...es

—Oh perdón tu novia — me interrumpió, decidí no seguir insistiendo, de todas maneras nada ganaba.

—¿De cuando acá, los maltratos son casos extraños?

— Uno aislado puede que no, pero en aumento si lo son. Los secuestros, desapariciones, matanzas de hoy en día, aunque la gente ya se le haga cotidiano, créeme amigo no es para nada normal.

— ¿Qué quieres de mí?

— Sexo no es lo que busco, a menos que tu quieras —. Aideen soltó una carcajada sonora, mientras yo revoloteaba mis manos rápidamente en señal de negación, al ver que se había quitado la chamarra y dejando al descubierto una playera de tirantes, donde se le traslucen los pezones.

— Por dios no, solo quiero saber sobre esos bastardos y su relación con los mendigos mapas de la estación —. No sabía quién era esta lunática, pero necesitaba con urgencia respuestas o que alguien terminara con esta paranoia, lo que ocurra primero.

— ¿Mapas?

— Si, unos mapas de la locomotora, con las inscripciones en un idioma antiguo, en vasco me parece.

—Espera, espera un segundo —. Aideen se levantó de su asiento y buscó debajo del colchón de la cama de la litera de arriba, levanto con frenesí las sábanas de color azul pálido de margaritas y desenvolvió de ellas un cuadrado de tela color crudo, de escasos 80 cm. Me entrego el cuadro de tela, era una caja súper aplastada, pero al ver el contenido en su interior, me quedé sin palabras, estaba seguro ahora...estaba en el lugar correcto.

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