25
Entré a la casa estilo americana, el sitio me tomó de sorpresa, pude notar el tiempo detenerse en ese lugar... los sillones eran de una especie de tela parecida a la pana color vino, el piso desgastado y de un tono anaranjado opaco, las paredes si hablaran podrían decirme toda la historia del país, tan solo de verlas tan deterioradas y marcadas por el paso del tiempo.
Madame Gurrun, me invitó a sentarme en el comedor de paredes rosadas con una vitrina para copas del techo al suelo y una mesa de cristal con sillas de caoba.
— ¿Ha venido por el problema con aquella chica, estoy en lo correcto? — la gitana me miró fijamente a los ojos.
— Es correcto, pero no se si realmente sepa de esto — me rasque la cabeza, pensando ahora en qué lío más me había metido.
— Es la señorita Bocardí, quiere saber acerca del tipo que anda atrás, que la maltrató. — Me quede helado, nadie en su puto juicio podía saberlo con tan solo verme a la cara, eso despertó mi curiosidad.
— ¿Qué tanto sabe?
— Tanto, como tú quieras saber —. Pensé que esto era una broma, un tipo de pregunta capciosa de algún mal gusto.
Desvié mi mirada al reloj de gato que se encontraba pegado en la pared, era tan aterrador como a la par que se movía alguna manecilla del reloj, los ojos del gato inanimado se movían también. De repente sentí mi boca muy seca, mi lengua pegándose a mi paladar, como si hubiera tragado un puño de arena.
—¿Me podría regalar un vaso de agua?
—Seguro — arqueo las cejas Madame Gurrun y sin más se levantó de la silla con dirección a la cocina.
A los pocos minutos regresó con un vaso de agua en la mano y una baraja de papeles en la otra. Me entrego el vaso de agua y colocó los papeles en blanco sobre la mesa, se acercó al primer cajón de la vitrina para sacar una vela y una pequeña aguja. De nuevo se sentó a mirarme fijamente y me lanzó una sonrisa macabra, entretanto trataba de no atragantarme con el agua.
—Dígame, señor Romagnoli, ¿hasta dónde está dispuesto a ayudar a su dama de abrigo rojo?
—Hasta donde me sea posible —comenté de manera firme —, admito que si es porque me gusta la chica...pero también porque no le deseo a nadie el sentimiento de sentirse inseguro toda su vida.
— ¡Que conmovedor!, señor Romagnoli, pero temo que el siguiente paso no va a ser de su agrado. — ¡Bruja!, pensé.
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