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A la mañana siguiente anoté la dirección en mi celular y salí con rumbo a la Editorial Pegaso.

Iba ideando un plan en el camino para salir de mi trabajo y poder ir a la casa de la Madame Gurrun, sin que los dos policías que me acechaban a sol y sombra, se percatarían de mi desaparición.

Si fue difícil explicar el porque miraba a una dama como un idiota, peor va ser mi explicación ante mi parada no habitual en casa de una gitana...estoy seguro de que eso buscaban, me creían un cabrón hecho y derecho.

Después de pensarlo varias veces y avecinándose mi hora de salida, lleve a cabo mi plan, era hora de que la ilusión comenzará.

Me dirigí a la plataforma número 9, a tomar el tren Edur, la misma locomotora llena de nieve y noches mágicas. Sabía cómo fue esta semana, uno de los policías me seguía en el tren mientras el otro iba en coche hacia mi apartamento.

Tocó mi parada, al primer pitido me bajé. Caminé hacia mi departamento y en un par de minutos ya tenía mi llave sobre la cerradura de mi puerta de entrada. Para los policías era otro día igual, que termine en mi acogedor apartamento.

Aproveché para cambiarme de ropa por una más cómoda, unos jeans y un suéter tipo polo color rojo. Vacíe una lata de atún en el plato de Hunt y lo acaricie un momento. El reloj apuntaba casi las diez, era tiempo de finalizar mi ilusión.

Mi departamento tenía dos salidas. Era  verdad, nada más que una solo era para salidas extremadamente de emergencia, cabe mencionar que lo recalcaban en el contrato de arrendamiento.

Bueno, esto para mí era una emergencia, atrapar el infeliz que nos puso en aprietos, devolver la tranquilidad a mi dama de abrigo rojo. Salí por la puerta de emergencia, era una puerta pequeña con cerradura únicamente por dentro del departamento, por fuera parecía simplemente ladrillos.

La salida daba a un angosto pasillo iluminado por lámparas colgantes, al final de este se encontraban unas escaleras que se conectaban al parque trasero que existía detrás de mi apartamento. Es decir la única parte que no podían ver los policías desde su cálido Jetta plateado.

Atravesé el parque iluminado dócilmente por unas cuantas farolas. Al otro lado del parque tomé un taxi en dirección a Madame Gurrún.

Fueron alrededor de 15 a 20 minutos de trayecto, un camino lleno de luces y tráfico abrumador, de verdad extrañaba mi tren Edur, sus paisajes eran únicos.

Paramos en una pequeña casa color amarillo americano, con tejas como techo soportadas por unas vigas de madera pintadas de negro. La puerta era de cristal biselado.

Toque el timbre, después de algunos segundos la señora con atuendo de gitana, la misma que había visto en el tren abrió la puerta, sólo que en esta ocasión traía una falda larga color azul, sin cadenas y un abrigo corto color negro.

— ¡Adelante señor Romagnoli!, lo estaba esperando — mencionó sin siquiera dejarme decir a qué venía, pero parece que me conocía perfectamente.

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