Domingo pasó sin cambio alguno, solo Hunt y yo.

El lunes, tomaba la ducha y mientras me colocaba el shampoo pensando en la chica del abrigo rojo, que cobarde ni siquiera sabía su nombre.

Un chorro color ámbar salió de la botella para después frotarlo en mi cabeza y pasé al jabón corporal, cantando canciones inventadas por mí para aquella dama. A mi parecer eran buenas y originales, si no me creen entrevisten a mi cortina del baño, que con placer me escucha todas las mañanas.

Salí a toda prisa del apartamento, tan pronto como entré al edificio de la Editorial Pegaso, aplaste mi trasero sobre la silla roja deslavada y reviso todos los pendientes acumulados. Era una gran cantidad de columnas y portadas que revisar para tan solo una semana.

Solo pensaba ir a casa, bueno mejor dicho a tomar el tren Edur de las 9 de la noche. La hora por fin llegó, esta vez no me iban a detener iba con todo a decirle mis respectivos pensamientos a tan bella dama. Lucía tan hermosa en sus chinos color caramelo y sus ojos verdes, el abrigo rojo de siempre que le sentaba a la perfección a su figura.

Me encamine a hablarle, estaba solo a unos tres asientos de distancia. Caminaba por el tren Edur, a través de sus tubos de agarre, y el paisaje blanco que brindaba la nieve al exterior.

Estaba tan cerca cuando su celular sonó, balbuceaba algunas palabras que no logre a escuchar, con una sonrisa angelical. Llegamos a la primera parada, yo me baja en la tercera.

Esperaba que colgara el teléfono para decirle, pero sorpresivamente por esa rara ocasión bajo en esa estación, en esa parada.

Ella se cruzó a mi lado, ni siquiera volteó a verme, era un pasajero más de aquella vieja locomotora.