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5#: Mentiras

GWEN

No sentía mucho las piernas ni los brazos y la nuca me dolía. Sentía una pequeña punzada que no era capaz de soportar ni siquiera estando acostado cómodamente en mi cama.

Sólo me quedaba ver el techo y pensar en las cosas que había visto hace algunas horas. Eso incluye aquel horror que me hizo vomitar mi desayuno. Y digamos que no era para nada agradable ver cómo tu madre con pene le arrancaba los ojos a alguien con una navaja. Tampoco era lindo que un desconocido que te pone la piel de gallina se considere a sí mismo una especie de guardián para luego desaparecer dejándome con dudas y un revuelto de emociones.

—¿Al final Jules no se enteró de nada?

Emociones reprimidas, obviamente. Considerando que tenía a mis dos mejores y únicos amigos en la casa. Me era imposible mentirles sobre mi estado y, cuando le contesté el móvil a Sidney con la voz media entrecortada, tener a los dos en la puerta de mi casa fue lo mínimo.

Gracias al cielo me dejaron tiempo para ducharme y lavarme los dientes, por lo menos.

—Nada de nada —contesté, mirándolo.

Neige ladeó la cabeza desde el puff azulado que se hallaba a metros de mi cama. Llevaba su típica ropa hipster casi dos talles más grande, consecuencia de su miedo a verse gordo o feo. Lo contrario que era, teniendo como referencia a que era un modelo famoso y muy buscado. Además de la persona más bonita que conocí.

—¿Te sientes mejor? —preguntó con una sonrisa—. ¿Quieres mimos y besitos?

Noté la preocupación detrás de su sonrisa. Detestaba no saber mentir y ser un libro abierto. Debía hacer mi mejor esfuerzo, sin embargo. Por ellos. Por su seguridad.

—Estoy bien. Sólo fue un pequeño bajón.

Sus ojos grises se pegaron a los míos. Sentí vergüenza sólo por haberle mentido. ¿Por qué no sólo era hipócrita como mamá y ya? Él asesinaba y ni siquiera se inmutaba al mentirnos dónde estaba.

—¿Es por la fecha?

—¿A qué te refie...?

Cerré la boca de inmediato. Era obvio. La fecha en la que papá falleció. O mejor dicho, desapareció. La había olvidado por completo. El ver aquella escena repugnante me hizo olvidar el verdadero objetivo de haber seguido a Jules: averiguar sobre el paradero de mi padre. Y ni siquiera logré eso.

Era débil. Un maldito débil.

No lograba mantener mis emociones controladas ni mis acciones. Tampoco mis pensamientos. Sólo faltaba que no supiera respirar.

Neige se puso de pie, sentándose al borde de mi cama. Me esforcé en no mirarlo fijamente, puesto que podrían ocurrir dos cosas innecesarias:

Uno, me leería.

Dos, sus labios. Rojizos y rellenos. Necesitaba despegar la vista de ellos para no largarme a llorar por lo confuso que estaba. Dudar de mi sexualidad y mi shipp me romperían el alma. Quería que Sidney y él estuvieran juntos. No tenía porqué imaginar besarle o algo así. ¿Era el estrés acumulado? ¿O por fin mis hormonas habían actuado mostrando mi verdadera naturaleza sexual?

Es decir, si era bisexual u homosexual estaba bien. No había problema. Estoy en un año y época donde aquello era más que aceptado. El serlo no era problema, sino... el contexto.

Mis manos no paraban de sudar pese a que mi cabello seguía un poco húmedo por la ducha reciente. Esperaba no tener un resfrío más tarde.

—Ya, calma. Está todo bien, ¿sí? No tienes que esconder tu tristeza. Estamos aquí para que puedas sentirte mejor, Gwendy. No importa qué haya pasado —comentó.

Su voz era tranquila. Tomó mi mano y algo en mí casi se quebró.

No me quedó otra que seguir mirándolo, callado, como si no me pasara nada. Como si mi familia no estuviera rota o mi mamá fuera un asesino. Como si no hubiera vomitado en un callejón luego de querer investigar sobre si mi padre estaba vivo o no.

Me senté en la cama y apreté su mano, para darle confianza. Aún cuando fuese falsa.

—Es solo un bajón —mentí. Usé la mejor de mis sonrisas—. Ya sabes, soy un poco sensible. Lloré con aquel comercial de gatitos, ¿recuerdas?

Descubrí que la mentira funcionó cuando escuché su risa.

—Sí, aunque eres un poco orgulloso en ocasiones.

Iba a reclamarle, pero otra voz en el marco de la puerta me hizo callar. Traté de no ver mal a Sidney, sin embargo... aquello ya me era rutina.

Sabía que se había duchado en mi casa ya que me había pedido permiso antes. El estar desnudo sólo con una toalla no era parte del plan. ¡Ni siquiera se había secado bien! Podía notar las pequeñas gotas en su cuerpo trabajado y las puntas de su cabello liso despeinado.

Realmente lo envidiaba. Mientras él podía tener un cuerpo con ravioles, espalda ancha y brazos marcados, mi cuerpo seguía pareciendo de una chica atlética. Aunque aquello era algo bueno para mi hobbie, en ocasiones me molestaba.

—Eh, deja al pobre chico. Nadie me gana en orgullo —declaró él, sonriendo—. ¿Por qué me miras así? ¿No eras hetero?

Me reí sarcásticamente. A veces las bromas de ese chico no eran buenas. Menos en estos momentos. ¿No debía desahogarme, según?

—Estás desnudo, Sid —me quejé.

—Tengo una toalla.

—Sidney, ya cámbiate —siguió Neige, riendo—. Deja a Gwen en paz.

Una sonrisa maliciosa de los labios de Sidney me hizo dar escalofríos. Eso no significaba nada bueno.

Y por supuesto que no lo era.

Llevó la mano a la toalla envuelta en su cadera y la desató. No pude ver más, puesto que había girado la cabeza y cerrado los ojos con fuerza antes de poder ver algo.

Imbécil. Era un imbécil. No podía creer lo que había hecho. ¡¿Era en serio?! ¡Estaba en un mal momento como para aguantar sus estupideces! ¡Podía aguantar sus bromas pesadas, pero no era momento para eso!

—¡Sidney, maldito idiota! —grité—. ¡Tápate eso, ya!

—¡Ahora sí estoy desnudo!

—Wow.

Sentí ambas manos de Neige sobre la mía. Eso, en conjunto con su comentario, sólo significaba una cosa:

—¡Neige! ¡¿Por qué tú no te tapas?!

—Como si nunca hubiese visto su pene. La verdad no lo recordaba —contestó entre risas.

Había olvidado aquel pequeño detalle.

—¡Yo no quiero verlo! —me quejé—. ¡Sidney!

Entré en pánico cuando sentí una tercer mano, pero en mi hombro. Oh, dios. Santo y maldito dios. ¡¿No podía tener amigos más normales?! ¡Quisiera sólo uno normal, por favor! ¡¿No podía estar un día llorando como un adolescente común?!

Pegué un grito, saltando de la cama. Sentí cómo las risas de Sid y Neige se intensificaron a tal punto que me contagiaron un poco.

—¡Aléjate! —grité, tratando de no reírme—. ¡Basta, idiotas!

—¡Vamos, yo sé que quieres a la Sidconda! Tienes curiosidad, ¿ver...?

La voz de Sidney se detuvo de inmediato. No entendía a qué se debía. Quizá al idiota se le había encogido a tal punto de ser Sidmaní.

O eso era lo que pensaba, hasta que otra voz se hizo presente:

—¿Qué sucede aquí?

Abrí los ojos y giré para ver al reconocerla. Aiden estaba en el marco de la puerta, donde anteriormente se hallaba Sid. Su mirada no era de curiosidad, sino más bien de extrañeza y enojo. ¿Acaso le parecía raro que tenga amigos o qué?

Sidney lo miraba enojado... en ropa interior. El maldito me había engañado. Debajo de la toalla siempre había tenido un bóxer.

Sólo Neige me devolvió la mirada en esos segundos tensos. Pude leer que decía "perdón" en un pequeño susurro inaudible. Se refería a la pequeña broma que me acababan de hacer.

Suspiré.

—Una fiesta, ¿quieres acompañarnos? —preguntó Sidney, sarcástico. Buscó su ropa para comenzar a vestirse—. ¿No sabes tocar la puerta o qué?

El pelirrojo no le respondió. Era obvio el porqué. Digamos que si la realeza se bajaba a tal punto de un ex alcohólico impulsivo... recibiría un castigo grave.

Sentí escalofríos cuando sus ojos cafés se pegaron a los míos.

—Es urgente. Jules te quiere en el comedor junto con mi padre.

Empalidecí. Las risas que habían provocado Neige y Sidney en mí con aquella broma, se sentían lejanas. Muchas cosas pasaron por mi cabeza, incluyendo el ser descubierto. ¿Acaso... mamá me había visto? No, eso no era posible. Aparte, ¿qué hacía Sebastian aquí?

—¿Está todo bien? —La pregunta de Neige me dejó en qué pensar—. ¿Quieres que vayamos contigo?

—Quédense aquí —contesté.

No sabía realmente qué decirle.

Caminé hacia la puerta, siguiendo a Aiden. Sólo le eché una pequeña mirada de advertencia a mis amigos antes de salir, puesto que los conocía. No quería ser humillado frente a ellos. No porque se burlarían o demás, sino lo contrario. Ellos ya estaban preocupados por mí. Ahora lo que menos quería era empeorar aquella. Ellos eran todo para mí. Necesitaba protegerlos de cualquier cosa, incluso de mi propia familia.

Lo primero que me percaté al llegar al final del pasillo eran los gritos. Jules estaba enfadado. Demasiado. Hacía años que no escuchaba su tono en esa forma. Y no era sólo eso el hecho que me sorprendía, sino a quién se lo dirigía.

Sullivan estaba sentada en el sofá, más pálida de lo normal. Sus labios estaban resecos y llevaba ropa que no parecía suya.

—¡Pudiste haber muerto! —gritaba mamá.

Sebastian se hallaba a un lado, mirando la escena con algo de pena. Me saludó con la mano, pero no pude devolverle el saludo gracias a que los ojos azules de mamá se centraron en mí.

—Tú. ¿Dónde diablos estabas cuando tu hermana pasó por esto?

No entendía a qué iba esa pregunta. ¿En serio él... se había enterado?

—¿Qué?

—Tu hermana fue atacada —contestó—. ¿Dónde diablos estabas?

Miré a Sullivan con sorpresa. ¿Atacada? Eso no era posible. Sully era la persona más paranoica que conocía. Incluso revisaba los tipos de sangre de nuestros compañeros por curiosidad. Ella no podía haber sido atacada tan fácilmente. Mucho menos... con aquel brillo en sus ojos.

No voy a mentirles. Mi hermana era la persona más difícil de leer del mundo. Lo contrario a mí. Sin embargo, habíamos compartido el útero. Eso significaba algo, ¿no? Más aún cuando podía saber cuándo tenía ese brillo.

Ella sabía algo que nosotros no. Estaba ocultándolo con enojo e ira. ¿Qué era?

—En... la escuela —mentí—. ¿Qué sucedió?

—Está dramatizando. Sólo fui testigo de un ataque terrorista a una universidad, es todo —respondió ella—. Huí y pude esconderme. Me herí en la explosión.

Jules ni siquiera dudó de mis palabras. Agradecí que estuviera tan loco con Sully. Eso significaba que yo estaba libre. Él no sabía nada sobre mi seguimiento.

Aunque, maldita sea. ¿Una explosión? ¿Esto era en serio? Con razón a mamá estaba a punto de darle un paro cardíaco.

Me detuve a ver la discusión, sin saber qué decir realmente. Ya me era extraño que hubiese pasado tiempo sin ser un espectador de sus pleitos.

—¡Patrañas! ¡Estabas a menos de diez metros de la puta explosión y te salió positivo en hipnóticos en los estudios de sangre! ¡Explica eso!

—¡No me grites! Tomé pastillas para dormir ayer. Luego hoy fui a ver la estúpida universidad y ya. ¿Por qué haces tanto escándalo? ¿O te olvidaste dónde y qué quiero estudiar, acaso?

—¡¿Justo a esa ala que está prohibida incluso para alumnos de primeros años?! ¡Ni siquiera la policía pudo explicar por qué estabas allí!

—¡El decano me estaba explicando!

—¡¿Y dónde está él?!

—¡Muerto!

Mamá gruñó. La vena de su cuello estaba resaltando. Quise buscar ayuda con la mirada para que alguien pudiera calmarlo, pero todos estábamos en la misma situación de fantasma.

Me sentí realmente preocupado por Sully. Había metido la pata gravemente. Se notaba que estaba herida por su posición, además. ¿No estaba grande ya como para meterse en estos tipos de problemas?

—Tu arma no está, Sullivan. ¡Te di una maldita arma y no está! ¡¿Quién te la quitó?!

Olvidé de respirar unos segundos hasta que mi cuerpo se adueñó y tosí para recuperar el oxígeno. Esto... era grave. Muy grave. El que Sullivan perdiera su pistola y no quisiera contestar significaba que algo malo había pasado. Esto no se trataba de terroristas. ¿Qué había ocurrido como para que estuviera mintiendo de esa forma a Jules?

¿Ella... sabía que mamá era un asesino? No, no creo. Su actitud siempre fue así.

Sebastian y Aiden no agregaron comentario alguno, puesto que no sabían la gravedad de eso como Sully, Jules y yo.

Mi hermana dejó que el silencio inundara la habitación, sin bajar la vista. Mantenía la frente en alto, orgullosa de aquel acto de rebeldía. Era obvio que no iba a hablar. Ella nunca había respetado a Jules, mucho menos cuando él le hablaba de esa forma.

—¿No hablarás? —preguntó.

Mientras yo temblé por aquel tono de voz, ella ni siquiera se inmutó. Era la diferencia que nos marcó de por vida. Mis límites eran conocidos. Siempre le había hecho caso a mamá y papá. Ahora debería hacerlo el doble viendo que literalmente era un asesino hipócrita.

—Así será, entonces —siguió—. Están castigados. Ambos. No saldrán de esta casa más que para ir a la escuela. Todas las visitas a la casa serán supervisadas. Cuando saquen un pie de este lugar, tendrán tres guardaespaldas cada uno para que los acompañen en el trayecto.

Me quedé perplejo. ¿Ambos? ¿Él... había dicho ambos? No, no. Eso no era posible.

Primero, me jodía toda la investigación. Segundo, el estar encerrado no era lo mío. Tercero, ¡¿quién se creía como para hacerme eso?!

—¡Eso no es justo! —grité—. ¡Yo no he hecho nada!

—¡Es por su seguridad!

Negué con la cabeza. Imposible. ¿Seguridad? ¡¿De qué hablaba?! Yo no necesitaba seguridad. Menos de alguien que era un maldito asesino. Tampoco me merecía estar encerrado o vigilado. ¿A qué venía eso? Era una idiotez.

¿Cómo tendría una vida normal bajo a esas circunstancias?

—¡No es mi culpa que tu hija sea una loca e hipócrita como tú! —me quejé, apretando los puños—. ¡Ni siquiera me gusta estar en esta casa y, ¿ahora debo permanecer encerrado en ella por su culpa?!

Se acercó a mí y sentí mi corazón palpitar con fuerza. Podía ver sus manos con sangre, pese a que estuvieran limpias. Quise encogerme en el lugar, arrepentido de haber sido impulsivo.

—¿Qué dijiste? —preguntó, dirigiéndose hacia mí—. Repite lo que dijiste, Gwendolyne.

Miré a Sully de reojo. Ella aún mantenía la frente en alto, sin expresión alguna. ¿Por qué no podía ser como ella? No le importaba mentirle a mamá. Seguro ni se sentía culpable al respecto. Tampoco le importaba gritarle.

Tragué saliva. Sólo necesitaba ser más valiente, ¿verdad? Y no pensar.

Levanté la mirada. Por primera vez, pude demostrar el asco que sentí por Jules Stawson. El odio y decepción se adueñaron de mis ojos. No me importó que Sebastian o Aiden lo vieran.

—Que eres un hipócrita —contesté—. Te quejas de que Sullivan mienta y eres igual. Ella aprendió del maldito maestro. ¿Quieres que seamos una familia? Sé un padre como la maldita gente.

—Los estoy protegiendo. ¿Acaso eso no hace un padre?

—¿Protegernos? —espeté. Me reí irónicamente—. ¿Así como lo hiciste con Benjamín?

Fue más rápido de lo que pensé. Tampoco me lo hubiese imaginado. En años.

Sin embargo, había pasado. Mi rostro se había girado hacia la derecha por el impacto de su mano abierta contra mi mejilla. Sólo entendí lo que había pasado al sentir el ardor en ella.

Él me había golpeado.

—No vuelvas a mencionar su nombre de esa manera —comentó.

—¿Gwen...?

No pude girarme. Mi cuerpo se encontraba inmóvil, sin entender. Sentía que pequeñas lágrimas se estaban acumulando en mis ojos. No entendía nada de lo que estaba pasando. Sólo quería tirarme al suelo y llorar. Necesitaba huir y cambiarme el maldito nombre. Dejar todo atrás.

Miré de reojo la cara de horror de Neige y el ceño fruncido de Sidney.

Diablos. Era lo que faltaba. ¿Por qué nunca me hacían caso?

—Largo —les dijo Jules—. Ahora.

No pude hacer nada al respecto, más que volver a erguirme. Sólo escuché algunos susurros entre ellos. Sid regañaba al albino por obvias razones. Pese a ser débil, delgado y bajo, aquel tenía la costumbre de saltar al peligro por mí cuando se trataba de mi familia, mientras que Sidney lo hacía en todo menos en ello. Y lo respetaba. Seguramente él lo había arrastrado hasta la salida.

He aquí mi yo debilucho. Era la primera vez que no lograba llorar pese a lo mal que me sentía. Sullivan me había contagiado.

—¿Puedes mandar a los mejores? —preguntó mamá, dirigiéndose a Sebastian.

Él asintió.

—Los mejores serán.

Ni siquiera volvió a vernos a Sullivan o a mí. Respondió una llamada en el móvil, yendo hacia fuera de la casa, seguido por mi casi tío pelirrojo. Sólo quedamos Aiden, mi hermana y yo.

Sólo quedaron ellos, los mentirosos y deshonestos. Los que incluso se atrevían a mentirme a mí a la cara con la información de mi padre. Ya estaba cansado de todo eso. No podía ser que todos supieran las cosas menos yo. Era ridículo. Las únicas personas que no me mentían —Sid y Neige— ni siquiera me habían conocido de pequeño. No sabían lo que sufrí.

—Eso fue totalmente estúpido de tu parte —comentó Sullivan.

No me sorprendían sus palabras. Era obvio que me echaría la culpa.

—¿Dónde está tu arma, Sully? —pregunté. Mi voz ya sonaba agotada—. ¿Qué está sucediendo?

—Estamos involucrados en algo más grande que nosotros, ¿verdad? —Aiden interrumpió, sentándose en una de las sillas de la mini barra—. Y sin embargo no podemos trabajar en equipo.

Traté de no reírme. "Equipo". ¿Qué era ese vocablo que usaba? Ellos nunca habían trabajado en equipo. Ni siquiera eran honestos. ¿Cómo querían que trabajáramos así?

—¿Algún día van a dejar de mentirme? —espeté, ya riéndome.

No me contestaron. Les di segundos. Minutos. Y no me respondieron. Sólo desviaron la mirada, como si les avergonzara mi presencia. Era el colmo. Ellos tiraban la idea de que era un estúpido y que no trabajaba en equipo, para luego dejarme solo.

¡Genial! ¿Alguien más quería mentirme?

Sullivan se levantó en silencio, sosteniéndose de los muebles. Fue la primera en abandonar el comedor, yéndose hacia su habitación.

Aiden pareció tenerme pena de nuevo. Quería salir de allí, pero adivinen qué: estaba castigado. Y no sólo eso. Mi cuerpo ni siquiera me respondía. No podía hacer más que respirar tranquilo para no tirarme al suelo y rezar para que el techo me cayera encima. ¿Qué más podía hacer?

—Gwen —me llamó Aiden.

No quise verlo. Ya estaba harto. Hoy era el aniversario de papá y no podría visitarlo gracias al castigo. Aunque qué servía, ¿no? Si su tumba estaba vacía.

—Sólo queremos protegerte, por favor —siguió—. Trata de comprender.

"Protegerme". Con diecisiete años. Jules no me había enseñado tantas artes marciales para nada. Tampoco me había enseñado a usar armas de fuego o incluso a tener la mía propia como lo era un palo extensible.

Entendí poco después a lo que estaba refiriéndose. La pregunta salió de mis labios, aunque ya supiera la respuesta:

—¿Es porque soy débil?

—Es porque te queremos sano y a salvo. No se trata de debilidad.

—¿Por qué estás aquí, Aiden?

—Seré uno de tus guardaespaldas.

—¿Es en serio? —Me reí—. Vaya. Mínimo fuiste honesto con algo. ¿Me seguirás a todos lados como un perrito ahora o qué? ¿Se supone que eres más fuerte que yo?

Una respuesta sincera de cien. Algo era algo. Aún cuando fuera la peor noticia que podría haber recibido. Aiden, un estúpido príncipe, mi "guardaespaldas". ¿Estaba en una novela turca? ¿Esto era real?

Necesitaba a Sidney para que me cacheteara.

—Jules solo quiere que te sientas cómodo mientras te protegen. Con Sully es distinto. Ella debe desconocer a las personas para no manipularlas —contestó—. Y sí, te seguiré a donde pueda menos a los baños o pasillos de la escuela. Eso sería raro. Aparte, ahora tienes una imagen que cuidar, ¿no? ¿El del chico popular rico y hetero?

—Perdona por tratar de hacer mi vida. ¿Estás celoso de que tenga amigos y tú no?

—Gwen, ellos no saben lo que es tener tu vida. No saben la presión que sentimos. Nunca podrían imaginar lo que pasa en nuestras familias.

Familias. Lo había dicho en plural. ¿Él ya no se consideraba de la nuestra, entonces?

—¿Por qué... Sebastian está aquí? —dudé—. ¿Dónde está tu madre?

—Sigue en Escocia. Nosotros... recibimos una advertencia. Como dije, esto va más allá de lo que tres adolescentes puedan hacer.

—¿Es sobre la mafia? ¿El legado de Jack y George?

Su mirada me lo dijo todo. Sí se debía a mi familia. Por eso Sullivan no había querido decir nada. Ella ya sabía lo que estaba pasando con Jules. ¿Y desde hace cuánto tiempo? ¿Cuánto me estuvieron ocultando todo, como para que ahora explotara y tuvieran que llamar a Sebastian, que estaba al otro lado del mundo para "protección"?

Aiden se puso de pie, caminando hacia la habitación de huéspedes. Supuse que iba a quedarse con nosotros por el "trabajo" que mamá le había dado. Sólo se detuvo para comentar algo sin mirarme:

—Tú... querías una vida normal, ¿no? Estamos tratando de dártela. Mantente fuera del peligro, por favor.

No pude responder, puesto que en parte tenía razón. Siempre había rogado por una vida común y corriente. Y ahora que me la estaban dando, quería involucrarme. Como si fuera mi culpa, igual, el encontrarme a Jules matando a alguien.

Fui a mi habitación luego de unos minutos, cuando mi cuerpo reaccionó.

Ninguno de nosotros cenó esa noche. Y el día siguiente, pareció rutina. Con la gran diferencia de que no pude dormir y que, literalmente en todo el trayecto de pie, tenía a Aiden y otro hombre siguiéndome a metros de distancia. Agradecía que al menos fueran disimulados. Contrarios a los de Sullivan, que yacían a menos de dos metros de ella.

—¿Y cómo estás?

No supe cuánto tiempo había pasado. Sólo sabía que estaba en algún que otro horario de clases, mirando hacia el frente.

—Gwen, ¿y cómo estás? —repitió Neige—. ¿Quieres hablar al respecto?

"Sí, claro. Cómo no", pensé. "Habla con tus amigos sobre lo confundido y mal que estás. Podrías contarles que no dormiste en toda la noche no sólo porque tu mamá te golpeó fuera del entrenamiento y te castigó por algo que no hiciste. Diles que toda tu familia sigue involucrada en la mafia y que nunca van a poder enterarse, porque podrían terminar lastimados o muertos. Sé honesto, como quieres que sean contigo. Grítale a Neige cuánto quieres besarlo todos los días porque crees que es lo más lindo que viste. Pídele un maldito abrazo para que puedas llorar y no sentirte con dolor de pecho. Pídele ayuda para saber sobre tus emociones o gustos".

—Nah, estoy bien. Fue mi error, no tuve que decirle eso —contesté—. En casa las cosas son sensibles estos días y provoqué sin querer a Jules. En ocasiones se me sale lo rebelde. Creo que estoy juntándome mucho con ustedes —bromeé. Señalé a Sidney, un asiento más adelante que el mío—. Mucho más con él.

—Eh, que yo nunca le diría algo así a la abuela —se quejó él—. Una vez me persiguió con el cinturón por la casa por contestarle cuando estaba enojado. Suerte que se cansó antes de marcármelo por la espalda.

Reí al imaginarme la escena. Quizá el ignorar el tema me haría sentir mejor. Aiden, pese a todo, tenía razón. Debía tomar la decisión de si involucrarme en los temas familiares y ser determinado como Sully, o hacer de ignorante y seguir como cualquier niño mimado y rico sería en su último año de preparatoria.

Qué horrible se sentía estar solo en esto. ¿Mi hermana lo lidiaba así? ¿O tenía con quien hablar al respecto?

¿Tan débil era yo como para no aguantar?

Me alegré cuando el silencio volvió al aula gracias a la llegada del profesor. Sin embargo, me desconcentré un poco cuando Sid se giró a verme.

—¿Trajiste el libro de filosofía? —susurró.

Diablos. Perfecto, Gwen. Estabas a punto de quedarte libre y, además, te olvidabas el tonto libro en el casillero por andar dormido. ¿El café no me había hecho efecto o qué?

—Iré a buscarlo —contesté.

Por primera vez, el profesor no me regañó por pedir salir del aula. Quizá el tener ojeras era lo mejor que me había pasado hasta ahora. Tus compañeros no te molestaban con fotos, preguntas o comentarios y tus amigos no hacían un interrogatorio incómodo que terminaría mal.

Bien, la decisión estaba tomada, ¿no? La rutina era lo mío. Lo sencillo como abrir un casillero para buscar un libro y... encontrar algo que no estaba antes.

Tomé aquella fotografía en mi mano. Era de una cámara polaroid instantánea. Eso se notaba a leguas. Los bordes blancos eran recientes, pero la tinta no se iba a mis dedos. Tampoco estaba tibia, como para decir que alguien la había puesto hace poco. No tenía huellas. Y los pasillos estaban vacíos por ser hora de clase.

Girarla fue lo que más miedo me dio.

Sentí que lo de ayer fue lo menos peor que me había pasado. Mi estado físico no era bueno gracias al sueño y desayuno ligero por falta de hambre. Y mi psiquis, no... no estaba en su mejor momento.

Las náuseas se apoderaron de mí. Esto era un vil truco. Tenía que serlo. Hoy en día podían editarse incluso estas cosas, ¿verdad?

Sin embargo, aquello se veía muy real. Y era papá. Lo era.

Estaba en una camilla, junto con un monitor para marcar las pulsaciones y esas cosas. Marcaba la fecha de ayer. En la imagen podía verse su rostro pálido con los ojos cerrados con un respirador. No podía reconocer el lugar debido a la calidad de la imagen, pero eso significaba una cosa: papá estaba vivo. Y alguien quería darme esa pista.

Una tormenta de emociones positivas me invadieron, hasta que vi algo más, sobre una de las mesas donde ponían esos tontos instrumentos.

El arma desaparecida de Sullivan.

La fotografía se arrugó en mi mano, inconscientemente.

Eso era lo que ella había ocultado. Lo sabía todo este tiempo. Sabía que papá estaba vivo. Lo había visitado. ¿Acaso por eso fue la explosión? ¿Intentaban atacar a ambos y ella perdió su arma al tratar de defenderlo?

Cerré mi casillero, caminando al primer baño que se me cruzó. Mi respiración estaba agitada y mi cabeza dolía. No sólo era horrible el estar solo en ello y saber que todo el maldito mundo te mentía. ¿Ahora también se trataba de una traición de parte de mi propia familia? Maldito asco. No podía creer que había tenido compasión y preocupación por ella, cuando ni siquiera se preocupó con decirme que la razón por la que nuestra familia estaba rota... no existía. Nunca hubo una muerte. Nunca hubo una tumba para llorar.

Sentía que el oxígeno no iba a mis pulmones. Mi pecho comenzó a doler más y más, obligándome a sujetarme del lavamanos para no caerme.

Mi reflejo daba asco. Las lágrimas ya caían por mis mejillas, sin parar. Incluso mi hermana, la persona con la que había crecido y compartido hasta cama y pesadillas, me creía débil y anormal. Y cómo no, considerando que mis ojos ya yacían rojos. No era de esas personas que se veían lindas incluso llorando.

Maldita sea. Proteger mis  bolas.

Me sobresalté al escuchar un ruido hacia mi costado. Me impulsé a limpiarme la cara con rapidez, mirando un poco asustado a la persona que había arruinado mi único desahogo en estos días. Por favor, Universo. Sólo quería un maldito día de paz. ¿Y me mandas al único chico que me caía mal en todo el instituto?

¿En serio no había otra opción? ¿Esto era una prueba para demostrar si era débil o no?

Vamos, Gwen. Tú puedes. Sólo no entres en un maldito pánico. Llorar era normal. A muchos les pasaba. El que fueras un llorón de pequeño no te convertía en uno ahora. No eres tu pasado.

—Thompson —bufé, mirándolo. Se estaba lavando las manos como si nada—, ¿no deberías estar en clases o con tu novio?

Diablos. Palabras incorrectas. Me era imposible mantener la compostura cuando literalmente me estaba apoyando en el grifo para no caerme hacia un costado. Y digamos que una pelea con un castaño de casi dos metros no estaba en mi agenda. Mucho menos cuando debía sorber mis mocos cada dos segundos para que no se cayeran.

Me miró sorprendido. Quizá se estaba aguantando la risa.

—No seas tan formal conmigo —espetó—. ¿Y qué? ¿No puedo ir al baño? Puedo volver a clases o ir con mi "novio" después.

"Vida normal", pensé. Había elegido eso. Era mi opción. Debía hablar de temas normales y mantener mi imagen. Tenía resolver un problema a la vez.

Aunque, al diablo. Vete a la mierda, Sullivan. Vete al carajo, Aiden. Vete al demonio, mamá. 

Iba a hacer lo que se me antojara. ¿Y saben lo que se me antojaba luego de esa fotografía? ¡Hacer ambas cosas a la vez! Si Sully podía fingir que no era una maldita arpía, yo podía fingir que mi vida era normal y que mis problemas eran comunes.

¿Pero cómo... iba a hacer para que este chico que había puesto como mi rival de popularidad desde el primer día, pensara que mi llanto era de un idiota normal?

Traté de no mirarlo mal, sin éxito. Incluso un estúpido tan común podía complicarme la vida.

—Bien... —susurré como pude. Dije lo primero que se me vino a la mente—: Sólo, eh... ¿cómo supiste que te gustaba tu mejor amigo?

Tragué saliva. Esperaba que se lo creyera. Es decir, bueno, era una mentira a medias. No lloraba por el hecho de que podría gustarme Neige, pero era uno de los factores que se me estaban acumulando minuto a minuto.

Me mordí el labio, casi temblando. Estaba teniendo demasiada ansiedad.

Me miró incrédulo, como si fuera un payaso. Podía ver que la pregunta lo había hecho enojar. Y aún así, había algo más en su mirada. Me tenía pena.

—¿Por qué la pregunta? —contestó—. Ni siquiera eres capaz de devolverme el saludo pero sí preguntarme algo de lo que ni siquiera estás seguro de que sea verdad.

No entendí a lo que se refería hasta que recordé que me había saludado hipócrita-mente en el pasillo. Oh, por favor, Nicholas. Convivo con mentirosos desde que tengo memoria. ¿Nadie podía ser honesto una vez en su maldita vida? ¿Tanto costaba?

Aparte, como si no fuera obvio. Ese chico se la pasaba viendo a su mejor amigo. Era casi un yo menos disimulado y con menos problemas familiares.

Esperen. Eso significaba...

—Creía que ya te le habías declarado —seguí, sorprendido—. No soy ciego, es obvia la verdad. Aunque, wow. ¿Tú tampoco sabes de tus emociones? Entonces... tampoco podría preguntarte algo considerando que no sabes disimular nada.

Miré mi reflejo de reojo. Las lágrimas seguían cayendo y mi garganta seguía asfixiándome. ¿No podía irse y ya?

Quizá esto me estaba sirviendo para distraerme, pero también acababa con mi tiempo y paciencia. Me ponía más nervioso aún ver a un idiota como él.

—A ver, no me gusta. Y no sé quién eres para estar afirmando eso. Sé que me tienes manía y demás, pero no por eso debes decir una mentira tan... rara —agregó.

Traté de no reírme. ¿Manía? ¿Había dicho manía?

Esto era increíble. Estaba en mis peores momentos y este idiota que a duras penas sabía de sus emociones decía patrañas. ¿No había nada aquí como para darle en la cabeza...?

—¡¿Por qué tengo que encontrarme contigo en el baño?! ¿No podía ser alguien que sepa de sus emociones al menos? —sollocé. Me estaba desesperando—. No estoy mintiendo. Me cansé de las mentiras. Estoy harto de ellas. ¡¿No tienes que irte a clases?!

Siguió observándome cada vez con más confusión.

"Maldita sea, sólo lárgate", pensé.

—¿De qué estás hablando? —Su tono de voz subió un poco—. Y si te estoy mintiendo, ¿por qué te afecta tanto? No somos amigos. Y quiero ir, pero no es como si alguien me estuviese reteniendo haciéndome preguntas extrañas mientras llora.

Sentí mi labio doler al notar que lo estaba mordiendo con fuerza. Los temblores no se detenían. Mis manos estaban resbalando del lavabo y sentía que no llegaría a sostenerme de la pared.

No quería retenerlo. Quería que se fuera. Necesitaba espacio. Necesitaba poder respirar.

Necesitaba a Sid y Neige. Necesitaba que me contengan y me abrazaran. ¿Era esto a lo que se referían todos con ser el más débil?

"Sólo quiero ser alguien normal". Dilo, Gwen, dilo.

—Yo no... No son extrañas. Sólo quiero tener las cosas en control como tú las tienes. Eso es todo. Sin embargo me apresuré en pensar eso pese a que te la pasas mirando al chico rubio todo el tiempo. —Volví a limpiarme, como si aquello funcionara—. ¿Entonces no me vas a dejar solo?

—Sigo sin entender del todo... ¿Por qué metes a Eric en esto? Solo somos amigos, no supongas cosas raras. Y, no sé. Solo no veo correcto dejar a una persona llorando desconsoladamente en un baño, pese a que me esté interrogando con cosas turbias y personales.

Perfecto. El chico con el que había peleado todo el transcurso de la preparatoria por la popularidad, me tenía pena. Grandioso.

¿No podía dejarme tirado y ya? Sería lo ideal.

Aunque... Eric. Ese nombre se me hacía conocido. ¿No era el chico con el que Sidney se acostó en la noche de la fiesta? Eso era intenso.

—No recordaba su nombre —comenté. Necesitaba convencerlo de que sólo era un problema estúpido y podía dejarme en paz—. Estoy bien, sólo estoy confundido. Es que, eh... ¿cómo sabes que te puede gustar un chico?

Por fin, mi respiración se había calmado. Sin embargo, toda aquella energía que había acumulado desde la bofetada de Jules, más el café, estaban haciendo efecto.

Sentía que los temblores estaban cediendo de a poco, además.

—¿Por qué preguntas esa clase de cosas? —dudó—. ¿Te gusta un chico? No opinaré si es así. Solo, no quieras ponerme en el mismo saco que tú para sentirte acompañado. Ese es tú problema, no mío, hermano.

Como si ese imbécil supiera lo que es ser mi hermano. ¿Era en serio? Maldito canalla. ¿Hacerle terapia a este tonto me estaba ayudando a controlarme? ¿Su estupidez me estaba salvando?

—A ti también te gusta un chico —inquirí—. No te hagas. ¿Podrías por favor, abrir los ojos? Aún cuando no sea nadie para decírtelo. Imagínate, soy como un enemigo para ti, ¿no? Nos odiamos un poquito mucho. Pregúntate por qué tu enemigo sabe que te gusta ese "Eric".

—No es que lo sepas realmente, solo quieres sentirte identificado. Y precisamente me elegiste a mí porque me odias. No significa que seas sincero por ese motivo.

Perfecto. Había tenido un pequeño ataque de ansiedad y este imbécil cabeza dura me quería dar lecciones sobre sinceridad. Iba a salirme una hernia en cualquier momento.

—No te odio. Y no me quiero sentir identificado, yo no tengo sentimientos por alguien. Sólo quiero saber cómo hacer para entender si me gustan los chicos o no —expliqué. No sabía por qué me gastaba, si era como hablarle a una pared—. Algo que no sea estar viéndole el trasero a uno como alguien hace en medio de los pasillos.

Tal vez podría sacar algo bueno de esto además de tranquilizarme y pensar en frío. Resolver el pequeño problema que me hice en la cabeza desde el lado de vida normal podía ser uno. Haría todo lo contrario a él para quedar bien y ya.

Traté de no reírme al ver que sus mejillas se habían puesto rojas.

Por los cielos. ¿Este chico realmente me había distraído de la mierda que acababa de pasar? ¿Era eso posible?

—¿Puedes dejar de lanzarme indirectas tan directas? —se quejó—. Bien, solo tienes una crisis de identidad, supongo. No soy el adecuado para ayudarte con eso, no sé por lo que pasas, así que lo siento.

¿Una qué? ¿Crisis de identidad? No, no. A mí no iba a ponerme sus malditos problemas encima. ¿Él sentía que no le gustaban los chicos? Mentiras y más mentiras.

¡Oh, pero puedo hacer algo contra las mentiras! Ese iba a ser mi maldito objetivo de vida.

—Si le dices a alguien de esto, te mato —sugerí.

Mi cuerpo se movió solo. Toda aquel estrés que el imbécil me había provocado, se lo devolví en la primer idea que pasó por mi cabeza.

Me puse de puntas de pie —ya que pese a ser bastante alto por mi edad, él me ganaba— y lo tomé de la camiseta. No me importó que mis mejillas siguieran mojadas, puesto a que seguro no las sentiría.

Uní nuestros labios por unos segundos. Ahí tenía su maldita mentira.

Sentí mis mejillas arder en cuanto me percaté que había hecho. No tardé en separarme con brusquedad y darme cuenta de algo: había... dejado de llorar. La sensación de mi pecho había desaparecido.

Y también... traumaticé a Nicholas.

Oh-oh.

—Ah, ok... —susurré, alejándome sin dejar de verlo para buscar el picaporte de la puerta a mis espaldas—. Perdón. P...perdóname. Fue un impulso. Totalmente un impulso.

Me quedé inmóvil al ver que no reaccionaba por algunos segundos. Sus ojos cafés, más lindos que los de Aiden en color, me siguieron en shock. No entendí si lo había asustado, aterrado o asqueado.

Diablos, Gwen. ¿Dónde está tu vida normal? ¿Esto era un cincuenta por ciento de ésta? ¿Besar a un chico que odiabas luego de saber que tu padre estaba vivo?

¿Puse drogas en mi café?

Apoyé la espalda contra la pared al escucharlo hablar. No quería ser golpeado hoy.

—¿Qué...? —No se movió del lugar—. ¡¿Tan mal estabas como para hacer eso?! ¡Me hubieses dicho que estabas tan desesperado!

¿Eh? ¿Desesperado? Bueno, sí lo estaba. Antes. Por otra cosita.

—Yo... eh..., ah... —Mi mente estaba en blanco—¡Olvídate de todo esto! ¡No me has visto ni nada! ¡Voy a recompensarte si te callas, lo juro!

Abrí la puerta y corrí hacia afuera.

Necesitaba irme de allí. Necesitaba encontrar más pistas. Iba a obligar a Aiden a que me las diera. Esa fotografía era una prueba de sus mentiras. Era mucho más que un beso para demostrar la sexualidad oculta de alguien.

Era mi pase a demostrar que era más fuerte de lo que pensaban.

Busqué a ese maldito pelirrojo con la mirada. Sin embargo, encontré algo mucho mejor.

Mi mandíbula dolió de sonreír tanto. La adrenalina del momento aún estaba en sangre y, verla a ella, me daba más que esperanzas. Ella no sabía mentir.

—¡Gwendy! —gritó al verme, como si de una niña pequeña se tratara.

Corrió hacia mí y yo la imité.

Temblé, pero de felicidad. Había logrado detener mis lágrimas por la hipocresía. Y me había decidido. No necesitaría más abrazos para contenerme. Sólo para disfrutarlos, como lo estaba haciendo en ese momento.

Me apretujó contra su cuerpo. Aunque fuera más baja que yo, me levantó demostrando la fuerza que había logrado siendo general en el ejército.

—Tía Moneda —murmuré, riendo—. ¡Te extrañé tanto!



chicxs, ya saben

si están tristes besen personas osiosi

mentira no lo hagan, podrían golpearlas 

les dejo esto que pasó mientras planeábamos

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