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Capítulo 9

La tripulación había arribado al barco de los piratas del pelirrojo. Ella y Nicolás eran los únicos que faltaban por hacerlo. Adele miró a su compañero una última vez con una sonrisa, él se la devolvió. Al final subieron juntos.

Sobre la cubierta todos se dedicaban a hacer sus tareas, organizaban condiciones para retomar su viaje y seguir surcando los mares. Algunos trasladaban barriles con suministros, otros aseguraban las cuerdas, Yassop se encargaba de las velas, Benn les daba órdenes a la tripulación. Era un buen trabajo en equipo.

—Disculpen —llamó con voz baja, sobre la escalera que llevaba a la parte superior de la cubierta. Abrazó el libro que traía entre sus manos contra su pecho al ver que nadie la había escuchado.

Nicolás suspiró.

—¡Oigan, panda de inútiles! —gritó el varón, dando fuertes zapatasos contra el suelo.

La acción del navegante llamó la atención de todo el mundo, incluído el Capitan. De repente sobre la cubierta no quedaba ni un solo movimiento. Estuvieran haciendo lo que sea, hasta el que limpiaba la madera con el trapeador se detuvo en seco. La tripulación estaba atenta a lo que tuviera que decir uno de sus más respetados miembros.

Nicolás, al ver que había obtenido lo que quería, miró a Adele con una sonrisa y dio un paso hacia atrás, dejándola a ella delante. Cruzó sus manos en sus espalda y observó paciente lo que la joven dama iba a hacer.

La castaña, abrumada por tener tanta atención sobre ella, se mordió el labio inferior. Generalmente ser el centro de atención no representaba un problema, pero ella estaba consciente de que estaba a punto de hacer una propuesta vergonzosa. Se sopló un largo mechón de su flequillo que caía sobre sus ojos. Se armó de valor y esbozó una sonrisa de lado a lado, divisando con ojos dulces cada miembro de la tripulación.

—Voy a enseñarles a leer y escribir —sentenció, con el mentón en alto y un aura segura de sí misma.

De repente el barco estalló. Algunos reían fuertemente, otros prolongaban carcajadas mientras la apuntaban, y una pequeña cantidad de Piratas susurraba por lo bajo palabras inaudibles para Adele.

Consternada y bastante frustrada, la dama borró su sonrisa, transformándola en una expresión con el ceño fruncido. Casi por instinto buscó con la vista a Shanks, la desconcertó aún más encontrarlo apoyado sobre el barandal, con una sonrisa ladina, esperando impaciente la mirada de la joven solo para mover sus cejas en un divertido baile. Era más que obvio que todos se estaban burlando de sus buenas intenciones.

—¿Qué es tan graciaso? —inquirió, decidida a no permitir que la juguetona acción de un capitán y jocosa reacción de su tripulación impidiera que cumpliera sus objetivos.

Edward se golpeó la frente con la palma de su mano, completamente apenado por la pobre Adele.

—Lo sentimos, señorita Adele —confesó sincero uno de ellos, pero todavía se encontraba riendo.

—Lo que pasa es que eso es algo imposible —completó un segundo, dándole palmadas en la espalda a su amigo para que se logrará incorporar.

—Ustedes surcan los mares, sobreviven a los mayores peligros, ridiculizan a los corsarios y soldados día a día, y lo que es más, disfrutan su vida así —espetó la castaña, dando dos pasos adelante hasta que chocó contra el barandal—. ¿La tripulación del Akagami realmente me está hablando de algo imposible?

Esas declaraciones fueron suficientes para que todo escándalo fuera acallado de golpe. Hasta el más inseguro y burlesco de los piratas tuvo que guardar silencio. Edward sacó su rostro de su mano para alzar la vista impresionado. Benn elevó las comisuras de sus labios, estaba de espaldas a Adele, pero podía imaginar el rostro con el que había dicho aquello. Nicolás dejó escapar una risita por lo bajo, como le gustaba esa mujer precisamente por cosas como esas. Shanks no borró la sonrisa de su boca, pero se inclinó hacia adelante, interesado.

—No lo decimos por mal, es solo que... —se atrevió a decir otro. Tragó en seco, sin desviar su vista de la inquebrantable mirada de Adele—. Ed y Nico ya intentaron enseñarnos y...

—No salió bien —añadió el médico, envuelto en trágicos recuerdos de aquellos días en los que había tenido la osadía de proponerse darle clases a la banda de piratas.

—Ese no será mi caso —aseguró la chica, dibujando una gran sonrisa satisfactoria.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —inquirió el capitan, provocando que toda la atención se volcara hacia él. Pero el pelirrojo solo tenías ojos para desafiar con su expresión a la dama.

Adele no se dejó intimidar. En cambio, llenó de coraje todo su cuerpo. Comenzó a bajar las escaleras hasta quedar en dónde estaban todos. Abrazó nuevamente el libro y le dedicó la más sincera y radiante sonrisa.

—Porque yo tengo paciencia —tajó, zanjando el asunto.

A Shanks no le dio tiempo a contestar, porque antes de poder hacerlo uno de sus piratas cargó a Adele como si fuera una princesa y la llevó dando vueltas hasta el centro de la tripulación.

Entonces Adele fue depositada en el suelo, y mientras recuperaba el equilibrio y trataba de poner su cabeza en orden, fue rodeada por toda la tripulación.

—¡La señorita Adele nos enseñará a leer y escribir!

—¡Confiamos en tí, señorita!

—Si es Adele, estoy seguro de que lo lograremos.

—¡Esto será increíble!

Una ola de aclamaciones positivas cayeron sobre la inocente chica. Quedaba un largo camino por delante, pero Adele sintió que ya estaba felíz.

—¿¡Cuándo comenzamos!? —cuestionó Yassop, abriéndose paso entre la multitud para llegar donde ella.

La castaña le extendió el libro y dejó que él lo capturara entre sus manos.

—En cuánto hayamos dejado el puerto.

Yassop miró el libro y luego a su dueña. Por instinto tuvo que esbozar una sonrisa. Comenzaba a encariñarse con ese gentil rostro.

Durante los siguientes minutos la tripulación estuvo concentrada en sus tareas para poder adentrarse en el océano con éxito. Cada quien desempeñó su papel lo mejor posible y, al finalizar, había un círculo de hombres sentados en el suelo, rodeando a Adele.

La chica echó una rápida ojeada, notando que estaban absolutamente todos, con algunas excepciones. Edward y Nicolás estaba sentados sobre la barra de madera que rodeaba a todo el barco, expertadores a la espera de lo que sucedería. Shanks devoraba una manzana mirando el horizonte.

Adele frunció el ceño al ser testigo de eso último. ¿Por qué no estaba él ahí?

—Shanks... —llamó, sin gritar. Elevar la voz no era lo suyo. Cuando la mirada del aludido se posó sobre la de ella con una ceja arqueada, ella tuvo que tragar en seco—. ¿Qué haces?

El pelirrojo balanceó la manzana en su mano y transformó su expresión de duda en una jocosa—. ¿No es obvio, señorita? Y se supone que tú le darás clases a mi tripulación.

La castaña hizo el ademán de perder los estribos, pero no fue así. Afortunadamente se calmó antes de montar una escena en medio del barco y con todas las vistas sobre ellos. No iba a permitir que Shanks la arrastrara a su juego para, estando en su terreno, ganarle de forma aplastante frente a los piratas.

—No me refería a eso —contestó dulce, después de hacer sus manos puños para contener la frustración que le causaba el carácter juguetón se su salvador—. Solo quería saber qué hacías ahí si la clase estaba por comenzar.

—No lo necesito —respondió rápidamente, dándose la vuelta para seguir en lo suyo. Le dio otra mordida a su manzana y siguió observando el océano.

Adele fue azotada por la incertidumbre. Quiso acercarse para discutir la precipitada y para nada madura decisión del capitán, pero la mano de Yassop se lo impidió. Bajó su mirada hacia el moreno y formó una perfecta "o" con su boca, esperando la explicación a ser detenida.

El tirador negó con su cabeza, sabiendo que el lado terco y orgulloso de Shanks le impediría por todos los medios dejar que alguien le diera clases frente a toda su tripulación. Era más bien un estereotipo que el capitán de un barco pirata debía mantener.

Adele comprendió que tal vez perdería el tiempo intentándolo. Aún así había un amargo sentimiento en su pecho que le impidió sentirse satisfecha mientras iba instruyendo a la tripulación. A la persona por la que principalmente había tomado esa decisión no parecía importarle el asunto.

Pero eso no quedaría así. Ella no era de dejarse vencer. Así que, unas horas más tarde, cuando el rojo sol comenzaba a fundirse con el mar y Shanks se encontraba extendiéndole una espada para continuar con su tortura, Adele retomó su posición. Se negó a tomar el arma, provocando un reacción bastante descontenta en el capitán.

Shanks se colocó la espada sobre el hombro y observó con el rostro torcido a la chica.

—¿Por qué no quieres aprender a leer y escribir? —preguntó Adele, cruzándose de brazos.

—Ya te dije que no lo necesito.

—Eso es estúpido. Todos necesitan saber leer y escribir.

—Un pirata no. He pasado toda mi vida sin la necesidad de saber lo que ponen los libros y podré morir con ello.

Adele no respondió, se quedó estática durante unos segundos y trazó una triste expresión. De repente recordó cuando Edward le había contado que Shanks había pasado toda su vida sobre un barco pirata, desde los siete años.

No importa si era su sueño, o si adoraba el mar. Esa era la única vida que Shanks conocía, la única que el destino le había permitido. Posiblemente nunca tuvo un hogar, ni una madre que le mostrara el alfabeto. Ese hombre no había tenido la suerte de contar con personas que le enseñaran todo lo que sabe.

—Shanks... —dijo sutilmente, estiró su mano hacia el aludido. Había un destello de dulzura surcando las luces de sus casi dorados orbes.

Una expresión que ablandó por completo al pelirrojo.

—Capitán —llamó una tercera voz, interrumpiendo.

Shanks y Adele se encontraban en el castillo de popa, bastante alejados de dónde estaba la tripulación, pero al parecer habían ido a buscarlo allí.

La joven bajó su mano rápidamente y miró por encima del hombro del capitán al causante de la intromisión.

—¿Qué sucede, Benn? —cuestionó Shanks, volteándose. No necesitaba verlo para saber que se trataba de él. Conocía las voces de todos sus tripulantes a la perfección.

No hizo falta una respuesta porque ahora, al estar volteados y de frente a la proa, la pareja pudo ver cómo a la distancia se aproximaban velozmente unos nubascones negros que convertían el agradable atardecer en una escena de terror, con relámpagos y horribles lluvias.

—Te salvaste esta vez —comentó el pelirrojo volteándose a ver a Adele una última vez—. Vete a refugiar adentro. Continuaremos mañana.

Y tras esa orden, el capitán comenzó a caminar rumbo al mástil con su vice capitán. Listos ambos para liderar a la tripulación a través de la tormenta que se avecinaba.

Adele estaba nerviosa e inquieta, pero aún así, era incapaz de hacer lo que se le había pedido. Era la primera vez que experimentaba una tormenta en barco. La aterraba, pero de cierto modo era algo que no quería perderse. Había leído en varios libros escenas similares y, ser la protagonista de una de ellas la tenía impaciente.

Caminó hasta colocarse en la cubierta, lugar donde observó atenta cada pequeño paso. Todos parecían saber lo que debían hacer, aún así observaban a Shanks que daba las instrucciones uno por uno.

Se acercaban cada vez más a la tormenta y la lluvia se podía ver próxima, pronto entrarían.

Adele no escuchaba las voces, ni siquiera sabía cuánto tiempo estuvo de pie en el mismo lugar. Cuando volvió a reaccionar ya se encontraba siendo golpeada por torrenciales de agua y fuertes vientos que la querían impulsar lejos. Se aferró a la madera de uno de los mástiles del barco.

Sabía que lo mejor era ir dentro, pero no podía. Un instante fue suficiente para encontrar a Shanks, estaba de pie, cómo si las ventiscas no le afectaran, su capa danzaba entre las ráfagas y su ancha espalda permanecía recta. No se le veía el rostro, seguramente debía tener una expresión sería y determinada.

Adele quería ver eso.

Negó con la cabeza y lanzó su vista fuera de ahí. Le sacó una sonrisa observar a Edward tratando de calmar a uno de los piratas que estaba al borde del desmayo. Tuvo que dejar escapar una carcajada al divisar a Nicolás intentando sostener, de forma obstinada y perseverante, un mapa en medio de la cubierta, pese a que el viento había provocado que se estrallara contra su cara en más de una ocasión y el agua había provocado que el papel comenzara a desgarrarse . Se escuchaban gritos por todas partes, todos afrontaban la situación valientemente.

Entonces sucedió.

Cerca de ella, sobre un cordaje de mesana, se encontraba uno de los piratas. Adele había intercambiado con él algunas palabras. El chico debía asegurarse de que las velas estuvieran en buen estado. Nadie le prestaba atención y, en un descuido acompañado de un fuerte viento, fue empujado lejos del barco, provocando que cayera al agua.

Adele sintió la garganta seca y se tensó. Pero a diferencia de como estaba acostumbrada a leer, ella no se quedó tiesa, sin poder moverse. Salió corriendo rápidamente hasta chocar contra la baranda en la zona donde había caído el joven.

El pirata gritaba por ayuda mientras intentaba nadar contra las furiosas aguas para llegar al navío.

Adele miró a los lados agitada y dificultosamente —debido a qué sus largos cabellos y su hermoso vestido eran salvajemente agitados por la ventisca—, intentando encontrar algo que le sirviera de ayuda. Dejó escapar un gemido alegre cuando divisó, atadas a los tubos de madera, unas cuerdas. Rápidamente tomó una y la lanzó lo más lejos que su mano le permitió con dirección al pirata.

—¡Tómala! —avisó, antes de voltearse a pedir ayuda—. ¡Alguien! ¡Por favor!

Tras dejar escapar aquello lo más desesperada posible, Adele volteó nuevamente con dirección al hombre en el agua. Él había logrado sugetar una de las cuerdas, pero seguía estando lejos del barco y peleaba arduamente para poder nadar hasta donde estaba la nave.

Adele vio tensarse la cuerda y se asustó. Rápidamente dirigió su mirada al lugar de origen solo para descubrir que, poco a poco, el nudo se estaba deshaciendo. Había olvidado pedir ayuda o refuerzos. Ahora solo podía pensar que esa vida peligraba.

Intentar acomodar la soga tan rígida era una misión imposible, así que solo le quedó sugetar la cuerda con sus dos manos y comenzar a jalar hacia atrás para ayudar a acompasar el peso mientras veía a aquel hombre dar grandes brazadas, luchando contra el feroz océano.

No le importaba el dolor, mucho menos sentir sus manos desgarrándose. En ese momento, Adele solo podía pensar que se le escapaba de sus escasas fuerzas mantener aquella cuerda que rápidamente se le escurría.

Casi llora cuando vio que el nudo estaba completamente deshecho y dependía absolutamente de ella. No lo iba a conseguir, por mucho que luchara, ella jamás podría más que la naturaleza y el rabioso mar que intentaba tragarse a ese pirata. A poco milímetros de perder la soga, sintió como alguien se colocaba detrás de ella y la rodeaba con su brazos, sugetando la región de la cuerda que se encontraba frente a ella.

Por instinto miró sobre su hombro. Shanks le estaba sonriendo agradecido y seguro mientras tiraba fácilmente de la soga. Escasos instantes después se sumaron Benn y Yassop, haciendo innecesaria la presencia de Adele ahí. Todavía shockeada, la dama se alejó, siempre observando con atención como aquellos tres hombres eran capaces de traer de vuelta al miembro de la tripulación.

Entonces la lluvia disminuyó su intencidad y la protagonista vislumbró como, poco a poco, iban dejando la tormenta detrás, abriendo paso a un hermoso cielo estrellado.

—¡Gracias! —exclamó el joven que había caído al agua. Se lanzó a abrazarla fervientemente.

Adele sintió su corazón derretirse ahí mismo. Aquel chico la sujetaba como nunca nadie había hecho. Repleto de de agradecimiento, cómo si me debiera algo. Ni cuando salvó a aquellas jóvenes, la castaña había sido abrazada de ese modo.

—No fue nada —contestó cálida, dedicándole una sonrisa cuando se habían separado.

—Deberías resguardarte. Ya pasamos la tormenta, pero nunca se sabe que peligros haya —sugirió él.

Adele tenía un huracán de emociones arrasando todo su interior. Ni siquiera miró a los alrededores antes de voltearse para caminar hacia la puerta de la sala de mapas, lugar donde se recostó mirando sus manos. Las heridas que se había hecho en su anterior travesía habían sanado ya, pero estás seguramente dejarían marcas. Tenía las palmas raspadas a tal punto que sangraban, bordeando las heridas estaba inflamado y algo violeta.

—Deberías descansar —tajó una voz al frente.

Adele no era consciente de cuál había sido el momento en que Shanks se había colocado a centímetros de ella. Alzó la vista, esperando encontrar algún tipo de mirada preocupada, pero no fue así. Para sorpresa de la joven, el pelirrojo tenía esbozada una sonrisa ligeramente ancha y sus ojos examinaban con cuidado aquellas heridas que eran la marca de que gracias a esa chica Lenar se había salvado. No podía estar preocupado cuando, en todo su ser, solo había espacio para admiración, gratitud y respeto.

—Estoy bien —siseó sincera la castaña, escondiendo sus manos en su espalda. No quería bajo ningún concepto que ese bonito arcoiris que podía leer en la mirada de Shanks se transformara en preocupación. Después de todo lo suyo no era algo de lo que preocuparse.

El pelirrojo se inclinó para buscar una de las manos de Adele con la suya. Cuando la capturó acarició con cuidado las líneas de sangre. La miró a los ojos y luego ensanchó su sonrisa. Comenzó a caminar sin soltarla, siempre con cuidado de no tocar la zona herida.

Adele lo siguió hasta que llegaron al camarote del capitán. Ella pensó que jamás pisaría de vuelta aquel lugar, pero verlo abrir la puerta e invitarla a pasar dentro la hizo renegar de aquella ambigua idea.

Ya dentro se giró sobre su propio eje para verlo.

—Edward vendrá pronto. Puedes dormir aquí —informó el pelirrojo.

Ella asintió—. Esto es muy lindo, pero de verdad estoy bien.

—Gracias —añadió el varón, desde la puerta, ignorando las palabras de Adele—. Mi tripulación es mi familia. Si algo le pasa a alguno de ellos sería agonizante.

La protagonista se dejó caer sobre la cama y sintió sus mejillas arder mientras jugaba con sus manos, tratando de hacer que con el contacto el ardor desapareciera. Se encontraba sentada en la esquina del colchón.

—¿Por qué me agradeces? Al final no pude hacer nada. No fui yo quien lo salvó, fueron uste...

Su voz fue apagándose lentamente mientras lo vislumbraba acercarse. Solo cuando Shanks estuvo justo al frente, inclinado para estar a su altura, la dama calló por completo.

—No haces muchas cosas bien, por lo que... —Le jaló el mechón de flequillo, de forma juguetona—. Cuando hagas algo bien, lo mejor será que te sientas orgullosa, señorita.

Tras lo dicho, Shanks se incorporó y comenzó su andar para dejar el lugar. Según le había dicho Lenar, todavía quedaban asuntos que resolver, por lo que no la sorprendía que el pelirrojo no se quedara más tiempo ahí para jugar con su pobre alma.

Entonces, cuando sintió la puerta cerrarse, Adele se acostó sobre la cama boca arriba. Sujetó con sus dedos el mismo mechón que Shanks usaba para burlarse de ella en ocasiones y sonrió por instinto al recordar todas las veces que le había hecho aquello.

Entonces sintió un alboroto en su pecho tras rememorar sus palabras y el gentil tacto de su piel. Rápidamente negó con la cabeza y se colocó de lado, solo para descubrir que, en una de las mesas del lado de la cama, estaba el libro que había comprado esa mañana para impartir clases. Esa tarde Shanks se lo había arrebatado después de terminar con la tripulación, se lo había dado a alguien, le había susurrado algo al oído a esa persona y la había arrastrado a continuar con su entrenamiento.

Entonces Adele comprendió que, no era para nada una recompensa el camarote, puesto que desde ese entonces, el capitán ya había ordenado llevar el libro. Shanks pensaba dejarla dormir ahí incluso antes del incidente.

Afortunadamente Edward se adentró el la habitación antes de que Adele pudiera darle muchas vueltas al asunto. Pero, mientras el dulce médico le vendaba las heridas, la protagonista no podía parar de pensar en algo que había decidido.

Esa misma noche, un par de horas más tarde, Adele salió del camarote rumbo a la cubierta. La sorprendió ver qué no había casi nadie ahí, salvo uno o dos piratas.

—Oh, señorita Adele —llamó una voz a su espalda—. ¿Qué hace a esta hora despierta?

—Yo, pues... —Adele escondió el libro en sus espalda y esbozó una sonrisa—. ¿Has visto a Shanks?

—El capitán está en la sala de mapas —contestó amable el tripulante, olvidando por completo la anterior pregunta.

—¿Y todos?

—El capitán los mandó a descansar. Dijo que había sido una tarde dura y que la guardia sería por turnos para que todos pudiéramos dormir algo.

—Gracias. —Realizó una reverencia y, cuando se incorporó comenzó a trotar con rumbo a la sala de mapas.

Al abrir la puerta, Adele encontró a Shanks sentado frente a un gran mapa que trazaba el camino hacia Inglaterra. Intentaba dar todo de sí para entender algo mientras daba fugaces tragos a su cerveza, pero aquello sin duda era cosa de Nicolás.

La joven dibujó una sonrisa y colocó el libro sobre el mapa, obstruyendo el paso de la vista del pelirrojo.

El capitán, sorprendido, la miró.

Adele lo ignoró y sacó una silla a su lado, se sentó y abrió el libro en la primera página.

Shanks apoyó el codo sobre la madera y dejó descansar su barbilla en su mano, examinándola con cuidado.

Adele sintió esa penetrante mirada y, al fin, lo observó.

—¿Y bien? —inquirió él, echándole una ojeada al libro.

—Sé que no quieres que te enseñe a leer y escribir delante de tus camaradas por culpa de ese estúpido protocolo que sinceramente no entiendo, así que lo haremos aquí —resumió ella, sonriendo.

Shanks giró su rostro ligeramente, ensanchando su sonrisa.

—¿Y no se supone que para eso debería yo aceptarlo?

Adele dejó escapar un suspiro.

—No voy a rendirme.

—Adele, ¿por qué quieres que aprenda a leer? —cuestionó, bastante interesado en la intencidad del deseo de aquella dama.

—Porque... —la aludida ensanchó su sonrisa y sintió sus mejillas sonrojarse. No fue consciente pero sus ojos soñadores transmitieron muchas emociones con su resplandor—. Shanks, toda mi vida he sido la dama perfecta, y nunca me ha importado. Siempre he estado bien con eso, pero, de algún modo los libros han sido mi escape. Leer era un escape a esa realidad. Leer es conocer distintos mundos desde el tuyo. No me importa el lado cultural, yo solo quiero que aprendas porque, aunque sé que vives esas aventuras, tal vez leer podría ayudarte a conocer estos mundos que quiero compartir contigo. Leer es más que cultura, leer es... Mágico. No puedo permitirme que no puedas vivir esta magia. Y si no te gusta leer, será porque lo decidiste, y no porque no puedas hacerlo. No quiero que nada te detenga.

Adele culminó su pequeño discurso sin dejar de observarlo, sin borrar su sonrisa, con un sincero resplandor en sus orbes, iluminados por las luces de las velas esparcidas que se encargan de mantener brillando el lugar.

—Eres la persona más sincera que he conocido en mi vida —tuvo que confesar el varón, tras dejar escapar una risita.

—¿Eso es bueno o malo?

Por un momento se miraron. Shanks examinó a la impaciente joven que esperaba su respuesta con una sonrisa. Colocó su mano sobre el libro y lo atrajo a hacia ellos, sin dejar mirarla. Había aceptado el hecho de que esa chica iba a enseñarle a leer.

—Bueno —sentenció, todavía con una sonrisa.

Adele le devolvió la expresión, contenta.

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