Capítulo 7
Dos minutos después Shanks salió del establo con una yegua blanca, magistralmente bella. Adele quedó impactada porque incluso en un pueblito tan demacrado como ese se podía encontrar un bello animal.
El primero en montar fue el pelirrojo. Colocó un pie en el estribo e impulsado por un ágil movimiento en menos de dos segundos ya se encontraba sobre el asiento. Sujetó las riendas con su mano y se mantuvo estático, con su vista clavada sobre Adele. Esbozó una sonrisa ladina mientras esperaba.
La dama le miró un poco curiosa, luego hizo un mohín al entender que, como siempre, la estaba tratando como a una niña. No la había ayudado a montar porque quería ver el supuesto espectáculo que esto representaría. La estaba subestimando y se lo demostraría.
Ella hizo lo mismo que Shanks, casi que en su mismo tiempo. Desde que tenía nueve años había sido capacitada para estudiar equitación y era el único deporte que se le daba mínimamente bien. Lo que era más, en las carreras que tenía trivialmente con sus hermanos siempre quedaba primera.
Ya sobre su caballo blanco, erguió su espalda y alzó su mentón. Tomó las riendas, dirigiendo al animal en el camino que se extendía a través de todo el pueblo. Le pasó por al lado a Shanks elevando su pecho con orgullo y una expresión seria que, por mucho que lo intentara, no lograba ocultar el orgullo que sentía en esos momentos.
El capitán dejó escapar una pequeña risotada. Él la trataba como una niña, era cierto, pero es que ella no ponía de su parte. Cuando la veía hacer alguna de esas cosas de verdad imaginaba a una cría pequeña que exigía que se le tratara como un adulto. Disfrutaba molestarla un poco.
—Cuídalo bien —dijo él, colocándose a su lado. Clavó sus pies con fuerza en los estribos y se inclinó sobre la montura para acariciar la sien del cabello que se encontraba montando Adele—. Nefasto es mi amigo.
—¿Quién le pone Nefasto a un caballo? —inquirió entre pequeñas risillas ella. Tuvo que taparse la boca una mano.
—Es un nombre salvaje y divertido —siseó Shanks, incorporándose. Giró su rostro para observar el sendero que los estaba llevando a la salida del pueblo, pero por el rabillo del ojo la estaba mirando a ella. Tenía plasmada una sonrisa.
—No, es un nombre bastante feo y raro —sinceró Adele, girando su cara para verlo. Tenía elevadas las comisuras de sus labios a su máximo expendor hasta que lo vio alzar una ceja sin cambiar mucho su semblante. Rápidamente transformó su expresión en una más seria y apenada—. Con el debido respeto, por supuesto.
—Bueno, ¿cómo le hubieras puesto tú? —cuestionó Shanks, ignorando el insulto.
—Yo lo hubiera llamado Rocinante, ese nombre pertenece al caballo del famoso Don Quijote. Según nos cuenta el libro de Miguel de Cervantes, Don Quijote era un hombre que peleó contra las injusticias que existen en España —relató, poniendo los ojos en el hermoso firmamento de estrellas. Aquellas luces se reflejaban en sus orbes, haciéndolos verse más vivos que nunca. Dibujó otra inmensa sonrisa y sintió sus mejillas tomar un rubor ligero al percatarse que estaba teniendo el mayor momento de paz desde que comenzó su travesía. Luego añadió emocionada, volteando a ver nuevamente a Shanks:—. ¡Oh! ¡Tal vez Pegaso! En la mitología griega era el nombre del caballo de Zeus, el dios supremo.
—Lees mucho —tuvo que comentar Shanks, envuelto en risas por las ocurrencias de aquella chica. Lo mejor sin duda era la forma tan directa y feliz que empleaba para hablar de ellas. Adele era una mujer sin tapujos ni vergüenza, eso era algo digno de admirar, aunque precisamente también era lo que la hacía tan inocente.
—¡Por supuesto! —exclamó la joven, contenta de que el pirata se haya percatado de aquello—. Tanto que mi padre comenzó a prohibírmelo porque me distraían de mis tareas y metían en mi cabeza ideas indebidas.
—¿Cómo cuáles?
—Pues...
En ese momento el caballo de Adele intentó colocarse en dos patas al ver que ya estaban llegando al bosque. Afortunadamente Shanks fue más veloz y sostuvo por las sogas al animal, impidiendo que ella cayera el suelo. La fémina, reaccionando de forma también bastante rápida, se agarró de las riendas fuertemente con una mano, con la otra comenzó a acariciar la crin del cuadrúpedo
—Tranquilo, todo está bien. ¿Estás asustado? —El animal se relajó con aquello, complacido con el dulce tacto de esa afable mujer. Fue suficiente para que el pelirrojo los soltara y se concentrara en mantener su propio equilibrio.
—A Nefasto no le gusta el bosque, pero parece que tú le gustas más de lo que le desagrada el bosque —confesó Shanks, bastante impactado con el hecho de que Adele hubiera podido domar al caballo. Bastaron dos palabras y tres caricias para hacer que el mamífero se adaptara a la idea de adentrarse en aquella arboleda.
—¿Por qué no le gusta el bosque? —cuestionó interesada la dama, doblando su rostro mientras esperaba impaciente una respuesta.
A Shanks se le ocurrió una idea divertida y, sin poder ocultar su travieso plan, su cara se convirtió en el reflejo del más juguetón de los niños.
—Porque hay espíritus malos —bromeó, pero con tono serio.
Adele tragó en seco, haciendo un panorama con su vista de todo el bosque. Estaba oscuro debido a que los árboles eran tan grandes que sus ramas opacaban la hermosa luz de la luna, ni siquiera sus aces se colaban por entre las hojas a causa a lo frondosa que era la vegetación.
—Los fantasmas no existen —refutó, divisándolo decidida a no vacilar y, mucho menos, demostrarle que aquello la había hecho cambiar de idea y ahora quería regresar aún más que el caballo.
—¿Entonces por qué tiemblas? —preguntó socarrón el pelirrojo. Soltó una risa por lo alto al ver que la crédula muchacha había agachado su rostro para comprobar que sus manos no se encontraran tiritando. Sin previo aviso se lanzó a galopar con su yegua y, cuando estuvo lo suficientemente lejos miró a la más que molesta Adele por encima del hombro—. ¡Te reto a una carrera!
Adele se retorció en el lugar, ahora todavía más irritada—. ¡Eso es trampa!
Sin darse a esperar, la castaña también emprendió su paso. Intentó alcanzar a Shanks por entre los árboles del, increíblemente, bello bosque. Desgraciadamente lo máximo que pudo hacer fue acercarse.
En algún momento había dejado de competir y se dedicó plenamente a disfrutar del viento rozar en su rostro. Su semblante molesto se convirtió en la más sincera y despreocupada sonrisa que jamás hubiera esbozado. Un reto personal llegó cuando tuvo que comenzar a esquivar piedras, ramas bajas de árboles y arbustos. Adele se descubrió de la forma más salvaje que pudo imaginar.
Frenó su caballo al ver como Shanks hacía lo mismo unos metros por delante.
Habían detenido su carrera cerca de un estanque natural. Estaba rodeado de árboles que dejaban caer lianas sobre el agua, lugar donde también se podían ver algunos nenúfares blancos. Rodeado de rocas con diversos tamaños.
Adele bajó veloz de su caballo, con respiración entrecortada pero una imborrable sonrisa. Se colocó junto a Shanks mientras este llevaba a la yegua a beber un poco de la clara agua.
—Eso fue injusto —reclamó la castaña.
—No que va —negó rápidamente Shanks, mirándola de solsayo.
—Tenías ventaja. Si hubiéramos salido a la misma vez definitivamente hubiera ganado —sentenció, orgullosa.
—Podrías haberlo intentado, pero... —Soltó a la yegua y la dejó continuar bebiendo sola. Dio un giro de siento ochenta grados y quedó frente a Adele. Se inclinó, tomó uno de los mechones de su flequillo y lo jaló hacia abajo—. Todavía te faltan años para alcanzarme.
—Por supuesto que no —refutó ella, dándole pequeños golpecitos a la mano de Shanks con las suyas—. Casi te alcanzo.
—Adele... —El pirata calló en seco al percatarse de la presencia de alguien más. Alzó su cabeza y examinó el terreno viendo que, efectivamente, una serie de sombras se estaba acercando a ellos.
La protagonista esperó ansiosa la respuesta de Shanks para continuar aquella discusión que definitivamente ganaría. La tomó por sorpresa que el pelirrojo se impulsara, suave y sutilmente, de su hombro para cambiarlos de lugar, obligándola a colocarse a escasos pasos de caer al estanque. Otra vez había quedado oculta en la espalda de Shanks.
No sabía que estaba ocurriendo, así que asomó su cabeza por el lado del pirata. Sus ojos se abrieron de par en par al presenciar como una decena de hombres los rodeaba. Casi por instinto se aferró a la capa negra de Shanks y se pegó aún más a su espalda, buscando una protección que, en algún momento después de ser salvada tantas veces por la misma persona, sentía que solo podía tener con él.
—Buenas noches, caballeros —dijo el moreno sin más, con un semblante despreocupado y una sonrisa de lado a lado. Colocó su mano en el mango de la espada que tenía embainada—. ¿Qué se les ofrece?
Los hombres se miraron unos a otros antes de estallar en risas. Ellos si desenfundaron sus armas y apuntaron a la joven pareja con ellas. Comenzaron a caminar con dirección a sus presas. Todos tenían su interés colocado en la damisela que se encontraba oculta en la espalda de aquel pelirrojo.
—Danos todas tus pertenencias y a la mujer en tu espalda —espetó audaz uno de ellos, pasando su lengua a lo largo de toda su larga espada de metal. Fue el primero en colocarse a tan solo unos pasos del pelirrojo—. Entonces tal vez te dejemos vivir.
Shanks ignoró por completo al tipo y volteó su rostro para dedicarle una mirada recriminadora a Adele—. ¿Otra vez estamos en líos por tu culpa?
—Lo siento mucho —sinceró ella, con las mejillas rojas y una expresión de culpabilidad.
Shanks dejó escapar un suspiro.
Justo en ese instante, el ladrón —hastiado de la actitud desentendida de aquel pelirrojo— se lanzó con su espada para darle una estocada en el corazón y matarlo de una vez. Lo tomó desprevenido ver como el tipo tomaba a Adele de la mano y rápidamente los movió a un lado. Trató de mirar en la dirección nueva en la que se encontraban, pero antes de poder hacerlo el pirata ya había noqueado su cabeza usando el manga de su arma, obligándolo a caer al suelo por la insuficiencia de fuerza.
—Esto te costará un aumento —aseguró el Akagami, enfundado su espada. Metió su pie debajo del arma que había soltado el atacante y, sin necesidad de agacharse a tomarla, la lanzó por los aires y la sostuvo. Clavó la espada en el piso, justo frente a Adele y alzó una ceja esperando que ella la tomara por el mango—. ¿Estudiaste esgrima?
La joven asintió decidida, haciendo lo que el pirata esperaba.
—No la uses a menos que sea para defenderte. Déjame a estos a mí. ¿Entendido?
Adele asintió nuevamente. Retrocedió hasta que sintió que sus pies chocaron con las rocas del estanque. Sostuvo con ambas manos la espada que le había dado Shanks mientras lo veía derrotar fácilmente a todos y cada uno de sus enemigos. Cada vez se convencía más de que, bajo esa fachada de hombre juguetón y travieso, se escondía una persona de temer, capaz de estocar y cortar sin ningún problema a todo el que se le pusiera delante.
Estar ocupada observando cada pequeño movimiento del pelirrojo no le impidió sentir como se aproximaba uno de los ladrones que, inteligentemente, se había escondido de Shanks para poder llegar a ella. Adele no quería seguir siendo una carga, así que se puso en guardia, dispuesta a, por lo menos, derrotar a ese.
El tipo se rio en su cara y, con un ágil movimiento le golpeó la espada. La mano de la jovencita no fue lo suficientemente fuerte para sostenerla, eventualmente terminó perdiendo el arma.
—¿Es en serio? —cuestionó Shanks.
Adele volteó su rostro solo para descubrir que él los estaba mirando mientras empujaba con el pie al único que quedaba del grupo.
—¡Malditos! —exclamó el último consciente, divisando a todo su equipo tendido en el suelo. No habían contado con que ese tipo fuera tan fuerte. Estaba enfadado, así que al menos se llevaría a la joven consigo.
Cegado por la ira y la arrogancia, el ladrón se abalanzó sobre Adele, ya no tenía el objetivo de llevársela consigo para jugar con ella. Había arremetido contra la dama de la forma más salvaje posible, queriendo clavar su daga en el bonito pecho que tenía.
Adele ni siquiera pestañeó. Había leído que, cuando alguien está a punto de morir ve pasar su vida ante sus ojos. Así fue, recordó cada maldito detalle como si fuera en cámara lenta. Recordó a su familia, a sus sirvientes, su aburrida vida antes de ser raptada, toda la ansiedad que había sentido cuando fue secuestrada, y, por último, recordó sus momentos junto a la tripulación.
Eso le sirvió para darse cuenta de que, en las últimas semanas le habían pasado muchas más cosas que en dieciocho años.
Pasó un instante, y al siguiente Adele estaba cubierta de la sangre del ladrón que había intentado asesinarla. Todavía con sus ojos abiertos de par en par examinó la figura de Shanks, quien se encontraba de pie junto al cadáver del tipo, con su espada goteando sangre.
Adele no pudo ver bien que había sucedido, tampoco quiso verlo. Le tembló el labio inferior. Agachó la cabeza y observó su vestido cubierto de sangre, podía con la mugre y la pestilencia, pero lo que si no aguantaba eran esas manchas rojas. Se limpió el rostro con sus manos, esas pequeñas partículas que habían caído sobre su piel. Nerviosa e impactada, sintió que perdía el equilibrio y se desmayaba.
Shanks alzó la cabeza solo para descubrir a la castaña balanceándose de un lado a otro. Iba a atraparla consciente de que aquello definitivamente había sido demasiado para una dama de alta sociedad, pero la chica logró colocarse de rodillas en el suelo sin perder el conocimiento.
Adele se miró en el reflejo del estanque y, perdiendo la compostura, comenzó a echarse agua en el rostro, el pecho y el vestido. Estaba desesperada por quitarse aquel liquido de encima. Sin darse cuenta había comenzado a llorar.
Alguien había muerto frente a ella. Tenía esparcida la sangre de una persona.
Estaba consciente de que posiblemente el tipo se lo merecía, pero ella no estaba preparada para verlo. Había sido demasiado.
—Adele... —Shanks sostuvo la mano de la castaña con la suya, impidiendo que la chica continuara haciendo aquello que no la llevaría a ningún lado. Trataba de calmarla. Ella estaba muy mal.
La aludida se detuvo en seco y volteó a verlo, con los lagrimones surcando sus blancas mejillas. Intentó hablar y decirle que estaba bien, pero no le salían las palabras, tenía un nudo en la garganta. Le temblaban las manos y la barbilla. Había sido tan feliz hacía unos minutos y ahora se encontraba en estado de shock.
—Eres demasiado frágil, señorita —dijo él, sin soltarla, mirando directamente a esos cristalizados orbes color miel.
—L-lo siento —balbuceó la dama, sin ocultar su mirada. Buscando un poco de calma en los tranquilos ojos de su compañero—. Estoy empezando a cansarme de ser así.
Shanks no dijo nada más. Se puso en pie y la jaló de la mano para que ella hiciera lo mismo. En silencio la guio hasta el caballo y esta vez si la ayudó a montar.
De regreso no fueron de prisa. Iban lentamente por los senderos del bosque. Ninguno decía ni una. A Shanks se le escapaban algunas miradas hacia Adele, quien mantenía su vista fija en el sendero.
Al llegar a la taberna muchos se intentaron acercar a ellos, pero la mirada del pelirrojo los detenía, ni siquiera su tripulación podía ver en ese momento a la joven. La sostuvo de la mano y la llevó hacia uno de los pasillos de la posada, no sin antes hacerle una señal a Belle de que los siguiera.
—¿Qué le sucedió? —preguntó curiosa la mujer.
Adele fue a tomar la palabra, pero Shanks se lo impidió.
—Que tome un baño y se ponga un vestido nuevo. Te lo encargo —pidió el pelirrojo, dándole un pequeño empujón a la espalda de la castaña para que fuera con su amiga.
—Por supuesto —contestó Belle, tomando a la chica de la cintura para llevarla a su propia habitación—. Puedes esperarnos en el bar si quieres.
—Estaré aquí.
Adele miró una última vez a Shanks por el rabillo del ojo. Lo vio acomodarse contra la pared, con un pie de base. No sabía cómo agradecerle lo que estaba haciendo por ella, aún si esto definitivamente sería otro aumento.
Belle llevó a la jovencita a tomar un cálido y relajante baño, cosa que logró calmarla. La ayudó a quitarse la suciedad con una esponja y no se atrevió a preguntar nada, había entendido el evidente cambio de conversación que había usado Shanks para no tener que hablar del tema.
Al salir del baño Adele encontró un hermoso vestido amarillo sobre la cama. Era sencillo, pero solo su color hacía que tu vista se desviara hacia él. Miró a Belle y esta asintió. Con la ayuda de la mujer, terminó por ponerse aquella pieza.
Fue la misma Belle la que peinó sus largos cabellos y le obsequió un par de zapatos bajos negros.
Completamente lista, Adele se miró frente al espejo. Estaba cambiada, no era la misma jovencita que vestía las prendas más lujosas de Inglaterra, la que era maquillada y peinada de la forma más extravagante y deliberante hermosa. Se veía simple. Por algún motivo no le desagradaba ese reflejo.
Por último se colocó una gargantilla negra y su collar. Tocó la gema antes de salir y se dirigió, junto a Belle, rumbo al lugar donde habían dejado a Shanks. El pelirrojo permanecía allí, tomándose un tarro de cerveza.
—Aquí está la chica —informó la camarera, mirándola con una sonrisa. Estaba orgullosa de lo increíblemente hermosa que se veía Adele.
—Gracias, Belle —dijo él, con una sonrisa. Había borrado todo rastro del Shanks serio que se había mostrado hacía casi una hora. Posó su vista sobre Adele, mirándola de arriba hacia abajo con descaro. Enmarcó una ceja y ensanchó la curvatura de sus labios—. Vaya, no te queda nada mal.
—Muchas gracias —soltó de repente Adele, ganándose la atención de los otros dos—. Lo único que sé decir no es lo siento. También sé decir gracias.
Shanks colocó su mano sobre la coronilla de la cabeza de Adele y le sonrió sincero—. Vete a descansar. Mañana será un largo día.
La protagonista movió su cabeza en forma de afirmación. Eso haría, tenía que intentar descansar porque mañana sería un largo día...
Espera...
¿Por qué mañana sería un largo día?
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