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Capítulo 20

Yassop había regresado del viaje. Les había tomado algunos días habilitarse, pero al fin, tras varias noches, la tripulación estaba llevando las municiones y preparando condiciones en el barco para dejar tierra firme.

Se irían de Inglaterra.

Los piratas seguían sin asimilar muy bien la ausencia de Adele, pero se habían acostumbrado a la idea de que ella ya no regresaría. Lo que sí no podían soportar era ver a su capitán tan desanimado, fingiendo que todo estaba bien.

El último en subir al barco fue Shanks, cerciorándose de que todo estaba en orden y que tenían todo lo necesario. Divisó a Tino cargando el último barrio, rumbo a la bodega. Solo entonces caminó hasta el centro del barco.

—¡Leven ancla! —ordenó, con voz autoritaria. Cuando sus oficiales asintieron, se dio media vuelta para comenzar a caminar.

En ese pequeño instante todos se miraron, pensando lo mismo. Shanks no estaba bien, extrañaba a Adele incluso más que ellos, pero estaba ahí, sacrificándose por lo que él consideraba correcto.

—¡Oh no! —exclamó uno de los tripulantes, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Dejamos el tesoro en tierra!

Todas las miradas, incluída la del capitán, se posaron en aquel individuo. Entonces la tripulación entendió a la perfección.

—¡Es cierto! —gritó un segundo pirata—. ¡Lo olvidamos!

—¡Tienen razón!

El semblante incrédulo de Shanks se desfiguró lentamente. Su expresión se transformó en un reflejo de la furia.

—¿Están tontos o qué? —inquirió, con voz amenazante—. ¿¡Cómo demonios van a dejar el tesoro en tierra!?

—Shanks... —llamó Benn, colocando una mano sobre le hombro del aludido. Esbozó una sonrisa ladina al tener la mirada de su amigo—. No creo que se refieran al oro y las joyas.

El pelirrojo asimiló esas palabras y, solo cuando las comprendió, le dio una ojeada a la cubierta del barco. Todos le dedicaban una sonrisa cómplice, una que, tras pensarlo dos segundos, él les devolvió.

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La familia real se hayaba reunida en el salón real.

Adele se encontraba ya aceada, vestida y maquillada como una auténtica princesa. Habían pasado dos días desde su llegada al castillo y a petición de la misma Adele, las actividades habían vuelto a la normalidad.

—Vengo a ver a la princesa —dijo un robusto hombre, inclinándose ligeramente—. Supe que había regresado.

Se trataba del duque Abbey. Un hombre de mediana edad, pero apuesto. Alto, elegante, respetuoso y sobre todo, poderoso. Tenía varias tierras y una cantidad de riquezas acumuladas casi tan grande como las de la familia real.

El hombre perfecto.

—¿Cómo te atreves? —inquirió el rey, molesto. Dio dos pasos, posicionándose entre el pretendiente y su hija. Tenía la frente arrugada de tanto fruncir el ceño—. ¡¿Mi hija acaba de regresar de experimentar una traumática experiencia y tú vienes a cortejarla?!

—Nunca dije que esa fuera mi intención, señor —respondió el duque, haciendo una pequeña reverencia.

—¿¡Cómo que-

La pregunta del rey fue cortada por el sutil toque de su hija. Adele colocó su mano sobre el hombro de su padre, cuando el aludido la miró, ella solo negó con su cabeza y esbozó una sonrisa.

—Está bien —murmuró con voz apasible. Pasó por el lado del rey y se dirigió hacia Abbey. Hizo una pequeña reverencia, con los extremos de su vestido alzados hacia los lados—. Es un placer conocerle.

—El placer es todo mío —siseó el hombre, con una sonrisa tonta. Tomó la fina mano de Adele entre la suya y depositó un sutil beso sobre ella—. He añoado este momento durante mucho tiempo.

Adele dibujó una pequeña sonrisa y señaló uno de los grandes portones de cristal que llevaban hacia el jardín real.

—¿Damos un paseo? —cuestionó, dulce. Estaba comprometida con encontrar un esposo, alguien que la amara.

Primero y obvio, quería olvidar a Shanks de algún modo. Ahora que conocía el amor lo deseaba con más fuerzas. Necesitaba encontrar a una persona para amar, una que estuviera dentro de lo posible, algo que no fuera prohibido. Si era lo antes posible aún mejor, sus deseos de estar con Shanks la ahogaban, necesitaba un reemplazo urgentemente, por mal que se escuchara.

Segundo, sentía que tenía una deuda con sus padres y la familia real. Estuvo mucho tiempo ausente y les había causado demasiados problemas, encontrar un esposo y dedicarse plenamente a sus tareas como princesa era su forma de recompensarlo.

El duque asintió sin ningún problema y pronto ambos comenzaron su viaje hacia los hermosos lirios.

—¿Cómo puede ser que ella tenga más pretendientes de los que tuve yo? —preguntó en voz baja su hermana mayor, cruzándose de brazos—. Soy la princesa heredera.

Generalmente los hombres luchaban por el poder político. Quien estuviera casado con la princesa heredera era casi rey. Por eso Merlina no sé explicaba cómo demonios su hermana se las arreglaba para atraer a los hombres más de lo que ella pudo en su debut.

Adele y Abbey caminaron a la par por los frondosos jardines del castillo. Estaban absortos en una amena conversación que les sacaba risas a ambos.

—Bueno, señorita. Seguramente no será ningún secreto para usted mi evidente interés con desposarla —comentó de la nada el varón, deteniendo su andas bajo la sombra de un hermoso árbol.

Adele también detuvo su paso, quedando justo frente a él. Su gran sonrisa se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta que solo quedó una ligera curvatura. Era un buen partido y había podido cortejar a su hermana en la ardua lucha que se desencadenó en Inglaterra hacía a penas dos años para encontrar al futuro rey, pero Abbey no participó, lo que seguramente indicaba que había estado esperando por ella.

Recordaba que en más de una ocasión el duque fue a verla y a llevarle regalos. Siempre fue un hombre respetuoso y caballeroso, al pendiente de sus necesidades. Pero todo eso la llevaba a hacerse una pregunta.

—¿Por qué yo? —soltó, sin pensarlo mucho—. ¿Por qué me escogiste a mí?

Abbey, se mantuvo callado durante unos instantes. No borraba su sonrisa, pero ciertamente lo había tomado desprevenido aquello.

Adele pensó que era consecuencia de su cuestión, pero al repasarla en su cabeza dos veces, se percató del verdadero problema.

—Oh, lo siento. No era mi intención tratarlo de "tú" y mucho menos ser irrespetuosa —añadió rápidamente, cuando vio que Abbey iba a hablar. Movió sus manos frenéticamente y esbozó una sonrisa nostálgica—. Es que me acostumbré a hacerlo.

—No, no hay problema —dijo veloz el duque, negando con su cabeza. Esbozó una sonrisa de medio lado, escrutándola con la mirada. Era una mujer aún más interesante de cómo la recordaba—. No tengo ningún problema en responder su pregunta tampoco.

Adele soltó una risita por lo bajo y tomó asiento sobre uno de los bancos esculpidos y blancos que habían en el jardín. Lo miró hasta que él hizo lo mismo y luego giró levemente su rostro, esperando esa respuesta.

—Es usted el ser más hermoso que jamás haya visto —comenzó, tomando las manos de la princesa entre las suyas—. Desde la primera vez que la vi supe que usted era la indicada en mi vida, tan bella como una flor. Usted me cautivó por completo con esa hermosa sonrisa.

Adele intentó mantener la misma expresión de entusiasmo que tenía antes de escuchar las palabras de Abbey. Luchó por no mostrarle lo decepcionada que se encontraba tras corroborar que, en efecto, la razón que movía al duque era la misma que movía a todos los hombres que había conocido.

La curiosidad murió en ese instante.

Pasaron toda la tarde juntos, hasta que Abbey abandonó el castillo con la promesa de que regresaría para ver nuevamente a la princesa. Prometía ser el mejor candidato para la futura boda. Los padres se mostraban entusiasmados con esta idea.

Adele, por otra parte, suspiraba oculta en las sombras de su habitación. No estaba conforme por alguna razón. El duque era el hombre perfecto, pero no llenaba su corazón, ni la emocionaba, ni la hacía dejar de pensar en Shanks y en todo lo que vivieron juntos.

Atraía por la luz de la luna que se filtraba a través de las blancas cortinas, la joven princesa caminó hacia el ventanal de su cuarto, cruzándolo. La recibió el gran balcón con vistas al jardín. No pudo evitar apoyarse en su mano mientras observaba el mismo banco donde había pasado con Abbey varias horas.

Sus largos cabellos y su vestido de dormir blanco danzaban en el aire. Era una fresca y bonita noche, aunque algo silenciosa.

Adele se acomodó tras varios minutos mirando el mismo lugar, la misma dirección. Su corazón albergaba una pequeña esperanza, pero ni ella sabía de cuál se trataba. Tal vez quería enamorarse del duque y repasaba en su cabeza cada línea con la intención de hacerla aún más interesante de lo que fue, pero al final el resultado era el mismo.

—Buenas noches, Adele.

La mencionada abrió sus ojos de par en par. Se irguió en el lugar, todavía mirando al frente. Le tomó unos segundos girar su rostro para descubrir que, a su lado, sentado sobre el barandal, se encontraba el auténtico dueño de sus pensamientos.

Ella pestañeó consecutivas veces, incapaz de creerse aquello que estaba presenciando. De todas las malas bromas que podía hacerle su cerebro, esta era sin duda la peor.

—¿Sha-Shanks? —balbuceó, en forma de susurro. Se llevó una mano al pecho por puro instinto. No recordaba sus latidos así de acelerados, pensaba que se le iba a parar el corazón por sobrecarga en algún momento.

—En carne y hueso —contestó el pelirrojo, entre sonoras risas por la divertida expresión de la joven.

Adele sintió sus ojos cristalizarse. Todo su mundo dio vueltas, es más, el mundo dejó de existir por completo. Tuvo la osadía de dar dos pasos con dirección a él, quería tocarlo, pero se contuvo.

—¿Qué haces aquí? Pensé que... —Adele tuvo que hacer una pausa para tomar aire. Todo estaba pasando demasiado rápido, ni siquiera se creía que Shanks estuviera ahí—. Pensé que ya habían desembarcado.

—Íbamos a hacerlo, pero resulta que recordé que soy un pirata... —Shanks se impulsó ligeramente hacia atrás para, de un movimiento ágil, caer de pie sobre el balcón. Se posicionó frente a ella y esbozó una sonrisa ladina—. Y los piratas roban lo que quieren.

Adele soltó una pequeña risa nerviosa, se limpió la diminuta lágrima que amenazaba con rodar por su mejilla y miró directamente a los ojos de su amado.

—Sí, Adele, vine por tí —afirmó Shanks, acomodando el cabello de la aludida detrás de su oreja para que no bailará más frente al rostro de la chica y obstruyera su vista—. Estuve a punto de dejar mi mayor tesoro. Yo nunca fui tan buena persona, ni quiero empezar ahora, contigo. Soy egoísta, y creo que también amas esa parte de mí.

—¿Por qué yo? —repitió ella, por segunda vez en el día. Sabía que lo había tomado por sorpresa y que la pregunta no era una respuesta a la clara insinuación que había hecho Shanks de llevársela del castillo. Pero necesitaba esa contestación de él, necesitaba escucharlo de sus labios, con sus palabras—. ¿Por qué me escogiste a mí? Tómalo como una recompensa por lo maleducado que fusite los últimos días.

Shanks frunció ligeramente el ceño, pero no borró su sonrisa. Colocó su mano sobre la mejilla de la joven y, con su dedo anular, comenzó a acariciarla.

—Porque tú eres todo lo que yo no soy. Eres delicadeza, eres dulzura, eres fragilidad, eres franqueza —comenzó, acercándose a ella hasta que sus pechos chocaron—. Nunca había conocido a nadie como tú, y no tenerte me está volviendo loco.

Adele elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor y abrazó a Shanks, enterrando su cara contra el pecho del pelirrojo. Se aferró con fuerza a él, y se sintió más protegida y querida que nunca cuando él colocó su mano en su espalda para sujetarla y apretarla contra sí mismo.

—No vuelvas a soltarme —exigió la protagonista, alzando la mirada para verlo.

—Que sea una promesa —añadió en tono jocoso Shanks, agachando el rostro.

Fueron acercándose, hasta que sus labios solo eran separados por milímetros. Tenían la intención de besarse, como hacía bastante, pero antes de poder concretar su acción, Adele se separó bruscamente.

—Antes que todo...

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El castillo se encontraba de pies. Los guardias y sirvientes corrían de un lado a otro con las manos en la cabeza. Estaban histéricos, contagiados por la intensidad del rey y la desesperación por haber perdido nuevamente a la princesa.

Existían pocas palabras para expresar la locura a la que estaba sometida la corte de Inglaterra. Los príncipes y princesas no lo podían creer, tuvieron que consolarse mutuamente. Los ministros no daban crédito, en sus cabezas no cabía la posibilidad de que la princesa hubiera vuelto a desaparecer, era como una maldición. El rey iba de un lado a otro, gritándole y exigiéndole al general de la guardia que encontraran y trajeran de nuevo a su hija. Por último estaba la reina, quien se encontraba sentada en su trono, con un papel entre sus manos.

Querida madre:

Ojalá quisiera disculparme por haberme enamorado del pirata que les quita el sueño a ustedes y a la gran mayoría del país, pero confieso que no lo lamento ni quiero hacerlo. Por lo que sí pido perdón es porque posiblemente mi precipitada decisión pueda llegar a quitarle prestigio a la familia o preocuparlos a ustedes, mis padres.

No te preocupes, madre, y dile a padre que tampoco lo haga. Estaré bien y regresaré algún día.

Cómo promesa de ello, dejo mi mayor tesoro en tus manos. Vendré a por él, mientras, por favor cuídalo por mí.

Sé que tú mejor que nadie me entenderá.

Te quiere siempre.

Adele.

La reina esbozó una sonrisa mientras apretaba entre sus manos el colgante que le había regalado a la pequeña Adele en aquellos tiempos en los que su hija estaba llena de inseguridades. Esa gema era una promesa de que el amor no entendía de clases y que a ellos no les importaría cuál fuera su decisión.

Al final Adele tenía razón. Nadie la comprendía cómo su madre porque la reina fue la princesa heredera que, un día —contra viento y marea, en contra de la voluntad de sus padres y la corte del país— contrajo matrimonio con un vendedor de periódicos de quién se había enamorado en una de las visitas tradicionales que se debían hacer al pueblo, mismas visitas en las que, años más tarde, Adele fue raptada.

—Cariño... —llamó la mujer, todavía desde su trono. Le dedicó una sonrisa plena y sincera sonrisa a su esposo—. Démosle unos días de ventaja.

El rey no comprendió muy bien la petición de su mujer ni la razón de aquella sonrisa que le erizó la piel. Lo cierto era que, de algún modo, las palabras de Adele en esa carta parecían haber cambiado la opinión de la reina.

Y a varios kilómetros de ahí un caballo corría a toda velocidad con Adele dirigiendo las riendas mientras Shanks se sujetaba a ella, había sido decisión de la propia protagonista. Los galopes los acercaban cada vez más al muelle y el barco, lugar donde toda la tripulación esperaba a que su capitán trajera de regreso aquello que todos habían perdido.

Cuando él le preguntó hacia donde irían, ella solo apuntó a la línea que divide al cielo y el mar, hacia el horizonte, hacia una aventura impredecible.

Entonces Shanks no pudo evitar pensar que, si existía un tesoro más allá de esa línea para reclamar, un tesoro únicamente para él, ese definitivamente tenía que ser Adele.



The real end.

.

.

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Palabras del autor:

Bien, ¿Qué les pareció?

Hemos llegado al final de esta hermosa aventura.

Agradezco todo el amor que tuvo este finc y les prometo que no será el último de wuan pis. Regresaré en el futuro.

Adele fue en búsqueda de su propia felicidad, se lo merecía.

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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