Capítulo 19
Adele ya no sabía qué más hacer para llamar la atención de Shanks. Había intentado por todos los medios tener una conversación con él, pero el tiempo se acababa.
Aún si el pelirrojo se negaba a hablar con ella, la joven no podía dejar de intentarlo, no quería. No se cansó de llamarlo, incluso si su única respuesta era la indiferencia del capitán.
La noche había caído, quizás fuera de madrugada. Ella no conciliaba el sueño, tal vez estaba viviendo sus últimas horas junto a la tripulación que, durante todo ese tiempo, había sido incapaz de dejarla sola para que se sumiera en la tristeza. La mera posibilidad de que así fuera le rompía el corazón.
Adele era una joven muy terca. Sus pasos la llevaron a colocarse frente a la sala de mapas. Su mano se detuvo al momento de girar el pomo. Ese era el lugar donde había compartido tanto con Shanks, donde seguramente estaría él.
Tomó un poco de aire, dispuesta a encararlo, a no dejarlo escapar esta vez. Ya armada con todo su valor, Adele se dispuso a abrir la puerta, pero antes de que ella completara la acción la sala de mapas se abrió, dejando al otro lado del marco a Shanks.
El pelirrojo abrió ligeramente sus ojos tras encontrar de pie y frente a él a la protagonista.
Ambos se quedaron estáticos durante unos breves segundos, asimilando el fortuito encuentro que acababan de tener. Ninguno estaba preparado.
Al final, quien primero reaccionó fue Shanks, quien devolvió su semblante serio y comenzó a caminar pasándole de lado a Adele.
— Buenas noches, princesa —fue lo único que dijo al observar por el rabillo del ojo como ella hacía el ademán de hablar.
Adele se encogió de hombros y sintió sus ojos cristalizarse tras aquello. Se volteó para observarlo caminar, alejándose cada vez más. Dominada por sus emociones se sacó un zapato y luego, utilizando toda su fuerza, se lo lanzó con desdén.
Shanks sintió como el zapato de Adele le golpeaba la cabeza. Un poco indignado se volteó para encararla y descubrir la razón de semejante acto barbárico.
—Mi nombre es Adele —espetó ella, irguiéndose, orgullosa. Alzó su mentón y se colocó en una posición elegante y firme. Encaró al capitán de igual a igual—. Pero parece que tanto tiempo sin decirlo te hizo olvidarlo.
Shanks frunció el ceño tras escuchar aquello. Incapaz de permitirle a la cordura seguir dominando sus acciones, comenzó a caminar amezanante hacia la joven.
La castaña, al observar cómo el pirata daba zancadas frustradas para cortar la distancia que existía entre ellos, empezó a retrocee por inercia, al menos hasta que la puerta de la sala de mapas se lo permitió. Su espalda chocó contra la madera cerrada, haciéndola presa del cuerpo que se encontraba a escasos milímetros de ella.
Shanks colocó una mano sobre la cabeza de Adele y se inclinó sobre ella, para intimidarla. Su mirada desafiante poco a poco se desvaneció, dejándose engatuzar por los dulces ojos que antes lo miraban con temor, pero ahora lo hacían con anhelo.
Sus respiraciones chocaron, como imanes que se atraían. Ambos comenzaron a acercarse con la intención de concretar un beso que estaban deseando.
Justo cuando sus labios se rozaron y una sensación eléctrica recorrió la espina dorsal de Shanks, el varón fue capaz de recomponerse y alejarse a tiempo. Se separó bruscamente, retrocedió dos pasos y llevó su única mano a su cabello para despeinárselo.
La protagonista, decepcionada y herida, no pudo hacer más que mantenerse en esa posición, asimilando lo que había pasado.
—No puedo, Adele —confesó, rompiendo el incómodo silencio que se había prolongado entre ellos.
—¿Por qué no? —inquirió ella, al borde del llanto. Trató de sonar fuerte, pero su voz salió rota—. Dijiste que si te lo pedía no me dejarías ir.
—Porque tú eres una princesa y yo un pirata. ¿No lo entiendes? —soltó Shanks, volteándose de repente. Acercó nuevamente su rostro al de Adele, solo para mostrarle que, muy posiblemente, su decisión le dolía más a él que a ella—. Somos de mundos diferentes.
—Eso no parecía importarte hace dos días —refutó la dama.
—Adele, tu mereces una vida que yo no puedo darte. Tienes una vida en Inglaterra que yo no puedo darte —añadió rápidamente Shanks. Apresó la mejilla de la joven entre su mano y dobló su rostro, endulzado con la miel que desprendía la mirada de la joven—. Tú quieres estabilidad, amor, una boda, hijos, una familia que sea una familia, lograr grandes cosas. Te mereces a alguien que te de todas las cosas que yo no puedo. Tu padre pagaría millones de libras estelinas por mi cabeza. A mi lado solo te depara la huída. Tú no quieres esconderte eternamente, ni abandonar a los que amas, estar conmigo solo te obligaría a eso. Y no puedo renunciar a la vida que tengo por tí, aunque quisiera. Soy un pirata y lo que he echo no se puede borrar, siempre habrían sombras persiguiéndome y eso nos pondría en peligro. Por mucho que nos cueste aceptarlo, yo no puedo darte la vida que siempre has soñado.
Adele comprendió con plenitud esas palabras. Shanks tenía razón, aunque él mañana quisiera dejar de ser pirata, la recompensa sobre su cabeza seguiría, sus enemigos estarían al acecho y en el fondo, ella lo estaría condenando a llevar una vida que muy probablemente él no quería. Lo mismo ocurría con su caso, ella quería lograr grandes cosas, utilizar sus ideas por algo mejor, encontrar un hombre con el que casarse y formar una familia que pudiera reunirse todos los años frente a la chimenea para cantar canciones navideñas. Shanks no podía darle nada de eso, él era un pirata que solicitaba para estar a su lado que ella abandonara toda su vida y familia, incluso su título.
Las cartas estaban sobre la mesa, eran decepcionantes, pero eso era lo que había: Una princesa que anhelaba amor y por fin lo había encontrado en un pirata que solo traería desgracias a la maravillosa y exquisita vida que supuestamente la esperaba en Inglaterra.
Adele quiso contestarle, pero Shanks no se lo permitió. La joven se sintió un poco vacía cuando su amado la soltó y comenzó a caminar para, nuevamente, abandonar la cubierta.
Durante unos segundos se quedó recostada a la puerta, al menos hasta que sus pies perdieron fuerza y la obligaron a deslizarse hasta caer sobre el suelo.
Nicolás, que estaba observando todo desde la distancia, se colocó al lado de Adele, en silencio. Se sentó a su derecha y tocó su hombro, en señal de invitación.
—Puedes llorar —le dijo, con una sonrisa triste.
Ella lo miró con los ojos cristalizados y, al final, escondió su rostro en el hombro de Nicolás. Rompió en llanto, uno bajo y tranquilo, el que estaba conteniendo durante toda la tarde y parte de la noche.
—Yo de verdad quería que él no me soltara —confesó, sabiendo que el único que lo escuchaba era su fiel amigo.
Pasó gran parte de la noche en esa posición, aún cuando su llanto se había apasiguado. Encontró en el hombro de Nicolás un lugar para pasar la noche, esa que, poco a poco, marcaba el final de una Aventura.
El barco se encontraba anclado cerca del muelle. Gran parte de la tripulación estaba en tierra firme. La brisa tranquila mecía todo el puerto, anunciando una despedida.
Después de varios días de travesía, al fin la tripulación del Akagami había arribado a Inglaterra.
Adele trataba de disimular que se encontraba desanimada y bastante triste. Su expresión decaída acompañada de una sonrisa forzada logró conmover a toda la tripulación, quienes, a medida que se iban despidiendo de ella con besos y abrazos, le deseaban lo mejor.
—Voy a extrañarte mucho, señorita Adele —confesó uno, entre sollozos. Sus lagrimones surcaban todo su rostro hasta caer al suelo. Parecía desconsolado.
—¿Ahora quién nos enseñará a leer? —inquirió el siguiente, abrazando a su amigo para llorar con él.
Adele ensanchó ligeramente su sonrisa y los envolvió a ambos con sus finos brazos. Les dio las gracias por todo y luego se separó.
El siguiente fue Edward, probablemente la despedida más difícil.
Ambos se quedaron mirándose durante unos segundos, asimilando que posiblemente esa sería la última vez que se veían. El médico se encogió de hombros sin saber muy bien qué decir o hacer, destrozado por la idea de tener que verla marchar. Adele, a diferencia de él, se lanzó a abrazar a su profundo amigo.
El primero con el que había congeniado, el primero que se había abierto con ella, quien curó sus heridas, quien la atendió en sus peores momentos. Edward había apoyado a Adele en más ocasiones de las que ella pudo contar. Le dolía mucho tener que hacer aquello.
—¿Podemos decirnos "hasta pronto" en vez de "adiós"? —cuestionó el rubio cuando, por primera vez en mucho tiempo, las lágrimas cayeron sobre los cristales de sus lentes nublado su visión.
Adele esbozó una sonrisa ladina, la primera sincera desde el día anterior. Se separó, pero mantuvo sus manos entrelazadas con las de Edward. Lo miró a los ojos y se sintió en sintonía con los sentimientos de su amigo.
—Hasta pronto, Ed —susurró, todavía sonriendo. Lo ayudó a limpiarse las lágrimas y luego rio de las burlas por parte de la tripulación hacia el médico.
Desde la cubierta del barco, la escena era observada por los dos únicos hombres que no se encontraban en tierra firme. Shanks y Benn se mantenían en silencio, vislumbrando fijamente a la joven princesa que se despedía.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó el vicecpatan, colocando una mano sobre el hombro del pelirrojo.
Shanks miró a Benn, luego posó su vista en la joven y, justo en el momento en que Adele le devolvió la mirada, él desvió su atención a la sala de mapas.
—No vuelvas a preguntarme cuando ya sabes la respuesta.
—Y si no estás seguro, me puedes decir por qué carajos lo hacemos.
—Por ella.
Shanks no dijo más, no era capaz de decir más y mantenerse ahí. Sabía que si bajaba a despedirse, a besarla por última vez, a tenerla en sus brazos nuevamente, probablemente terminaría secuestrándola o algo parecido. Así que, como nunca antes en su vida, se comportó como un cobarde.
Se escondió en la sala de mapas. Ya había organizado todo para que Yassop la escolatara hacia el castillo, no debía preocuparse por el asunto.
Se sentó en la gran silla y apoyó su barbilla sobre su mano mientras su codo descansaba en la mesa. Sus ojos divisaron el libro que la joven había comprado para instruir desinteresadamente a la tripulación. Lo tomó y comenzó a ojearlo.
Por cada página había un recuerdo distinto en su mente. Como ella lo enseñó a leer y escribir, las anécdotas que se hacían escondidos del mundo, las risas a la luz de las velas, los chistes, las rabietas de Adele, su sinceridad, su hermosa sonrisa.
Las memorias que con tanto amor y felicidad habían construido se estaban convirtiendo en castillo que se desmoronaba sobre él. Los buenos momentos lo sofocaban, todo lo que habían vivido juntos era torturoso recordarlo y, la hermosa figura de Adele alejándose para siempre era como una flecha clavada en su pecho.
Shanks detuvo el tiempo por un instante solo para cuestionarse:
¿Cómo demonios era posible amar tanto a alguien?
El último en despedir a Adele fue Benn, quien bajó del barco porque, al igual que los demás, quería mucho a la joven. Él le dijo que todo estaría bien y que nadie la iba a olvidar. Le rogó que viviera la vida que quisiera, sin limitaciones.
Luego de aquello, Adele fu escoltada por Yassop hasta llegar a una vieja carreta con trigo. El pirata la ayudó a sentarse en el borde y luego se dirigió hacia el frente para poner en marcha el viaje. Él era el cochero que controlaba al cabello.
Con una vista panorámica cada vez mejor del barco y toda la tripulación, Adele alzó su mano para despedirse de ellos. Poco a poco, las figuras fueron desaparecido, al igual que su sonrisa se fue apagando. Pronto solo quedó la compañía de Yassop que, si bien se empeñaba en hacerla reír con chistes, nada podía hacer sentir mejor a la protagonista.
A la espera del regreso de Yassop, a los piratas no les quedó más remedio que pasar la noche en la taberna. Ellos intentaron mantener el mismo humor de siempre, pero la dura ausencia de Adele se los impidió en gran parte. Pese al ambiente alegre que forzaban mantener los músicos y prostitutas al lugar, la gran mayoría solo se limitaba a beber en silencio.
Les costaría adaptarse un poco a la idea de que Adele ya no los regañaría por beber de más.
Benn, el único que parecía mantenerse más a flote, se acercó a una de las risueñas mujeres que estaban en la barra. Colocó una bolsa de dinero delante de ella, mientras le daba una calada a su tabaco.
—El doble si consigues seducir al capitán —ofreció, apuntando con su barbilla al solitario Shanks, que se encontraba sentado sobre una silla, dándole vueltas a su jarra de cerveza sin beber ningún trago.
La prostituta delineó con la mirada al pelirrojo, luego soltó una risotada.
—Lo siento, tigre —contestó, colocando una mano sobre el pecho de Benn—. Varias han tratado ya de llevarlo a la cama y ninguna ha podido. Pero si quieres puedo hacer el doble del trabajo contigo.
Benn dejó escapar un suspiro descontento. Frunció el ceño mientras observaba a su amigo. Su cuello estaba siendo devorado por besos apasionados de aquella mujer, pero él solo tenía cabeza para pensar en lo desgraciado que estaba Shanks.
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El rey y la reina se encontraban sentados sobre sus tronos. A pesar de que la desaparición de su hija había sido hacía ya varios meses, ningún padre podría superar la pérdida de un hijo tan rápido. Seguían afectados y desconsolados, cosa que se notaba en su desempeño. Ambos a penas se mantenían de pie, o sentados. Tenían los ojos secos y rojos de tanto llorar, grandes ojeras que no podían ser disimuladas con maquillaje.
A ellos no les interesaba ocultar su debilidad o mostrar que añoraban la apareción de Adele más que cualquier corona. Dios no podía ser tan injusto con dos personas que lo único que querían era una familia completa.
El silencio dominaba cada rincón del palacio como orden real. La música y las fiestas no regresarían hasta que lo hiciera Adele.
De repente, el silencio en el que estaba zumbida la sala real fue duramente emancillado por el brusco sonido de las grandes puertas abriéndose de par en par.
El rey y la reina miraron con el ceño fruncido al guardia que se había atrevido a intervenir en su eterno luto. Su semblante se ablandó al contemplar la mirada inquieta y esperanzadora de aquel hombre que, al hacerse a un lado, dejó a plena vista la silueta de la princesa de Inglaterra.
Los padres, más que reyes, abandonaron su trono en una carrera desesperada para llegar hacia Adele, quien los recibió con los brazos abiertos justo a mitad de la sala, porque ella también había corrido a su encuentro.
Las lágrimas se desataron como tormenta mientras los tres se aferraban a aquel instante.
Poco después llegaron los hermanos de la familia, informados de la situación. Ellos también se lanzaron al suelo para abrazar a Adele. Y así fue como el abrazo grupal más grande y largo de la historia se convirtió en la alegre melodía de una familia al fin reencontrada.
The end.
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Palabras del autor:
Ok, no. No es el final. No se asusten, queda un cap.
En el finc di varias pistas de que Adele era la princesa, se dieron cuenta?
Comenta como quieres que termine:
A lo romero y Julieta.
O
Final familiar.
Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~
Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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