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Capítulo 18

Adele continuaba forcejeando contra su agresor. De sus ojos amenazaban con salir lágrimas, pero ella las retuvo, decidida a no permitirse derrotar por los individuos. Debía salir de aquella bochornosa situación de algún modo.

Se le erizó la piel de la manera más negativa cuando sintió al hombre sobre ella acariciarle la entrepierna con una rodilla. Aquello activó todas sus alarmas. Intentó empujarlo del pecho pero al parecer la acción solo había provocado la ira del tipo y, como consecuencia, la agilización de sus movimientos.

De un momento a otro los gritos desesperados de Luffy se acallaron. Las risas estrepitosas y divertidas dejaron de resonar por cada esquina del granero. El silenció sumió el lugar, un silencio que solo era perturbado por los ruegos de Adele y las asquerosas insinuaciones del abusador.

—Suéltala —exigió una voz.

El hombre, encargado de retener prisionera a la muchacha con una mano mientras que con la otra se sacaba su miembro, sintió el frío metal de una hoja rozarle el cuello. Detuvo sus acciones en seco y, buscando al culpable de semejante orden, encontró la mirada arrolladora de un pirata pelirrojo, el mismo con el que Adele había navegado hasta allí.

Consumido por el miedo, se atrevió a echarle una ojeada al panorama. En el suelo, tendidos e inconscientes, se encontraban sus compañeros y, parado sobre su líder, el pequeño y travieso niño que también lo fulminaba con la mirada.

Las manos le temblaron mientras se fue separando lentamente de Adele. Por un momento se le ocurrió tomarla de rehén, pero la espada se clavó ligeramente en su cuello, provocando que un hilo de sangre manchara su piel.

—Ni se te ocurra.

El pirata pareció leer su mente y, pese a no querer hacerlo, al cazarrecompensas no le quedó más remedio que rendirse, o al menos aparentarlo. Se puso en pie lentamente. Con el rabillo del ojo divisó una pequeña daga que había colocado justo al lado de Adele. De la nada intentó abalanzarse sobre ella para obtener el arma, pero a partir de ese momento, todo se tornó oscuro.

Shanks atravesó con su espada el estómago del hombre, impidiendo que lograra su cometido, fuera cuál hubiese sido.

Adele tardó dos segundos en procesar. Otra vez tenía sangre sobre su cuerpo, pero esa vez no le importó. Se puso en pie como un resorte y se dejó caer en los brazos de su amado, más feliz que nunca por verlo.

—¡Shanks! —exclamó eufórica, aunque traumada por la horrible experiencia que había tenido que experimentar.

Shanks se guardó la espada en la vaina y tardó dos segundos en decidir si abrazarla o no. Al final se decantó por rodearle la cintura y enterrar su rostro en el cabello de Adele, agradecido de haber podido llegar a tiempo. No quería imaginar qué hubiera pasado si él no llega a intervenir.

Aunque no deseaba pensar en aquello, el escenario no dejaba de dar vueltas en su cabeza mientras sostenía a su temblorosa mujer. La idea de que un hombre los haya podido alejar o se hubiera aprovechado de ella lo vino enfadando hasta que reventó y, de un momento a otro la separó, la agarró por la mano y comenzó a caminar velozmente hacia el exterior.

—Gracias por cuidarla, Luffy —le dijo al menor, pasando por su lado.

El pequeño se mordió el labio fuertemente, hasta el punto de sacarse sangre. Él sabía que no había podido protegerla y que, pese al halago de Shanks, se podía ver en su rostro la inconformidad del pelirrojo. Se sintió débil y miserable, pero eso solo le daba fuerzas para seguir entrenando hasta ser el mejor y poder algún día hacer lo que hacia su ejemplo a seguir.

El Akagami siguió caminando por las calles de manera veloz, rumbo al puerto. La fuerza que empleaba sobre la muñeca de Adele y la rapidez con la que se movían estaban incomodando a la joven, pero él estaba tan conmocionado que no le prestó atención a estos asuntos.

—Shanks... —llamaba la protagonista una y otra vez, tratando de seguirle el paso al mencionado. De vez en cuando se le enredaban los pies y casi tropezaba. Le dolía ligeramente la mano. El hombre que amaba se comportaba extraño y todavía tenía los recuerdos desagradables rondándole la cabeza. Una serie de factores la hizo comenzar a llorar.

Al llegar al barco, Adele ya se encontraba limpiándose las lágrimas con su mano libre. Se recompuso al ver a toda la tripulación dejar de hacer sus tareas para mirarlos. Fue en el momento en que Shanks la soltó y comenzó a dar vueltas por la cubierta despeinándose, que la joven encontró el valor para hablarle.

—¿Shanks? —inquirió, acercándose para tocar su hombro. No le importaba que la estuvieran viendo.

—¡Joder, Adele! —exclamó el aludido, volteándose bruscamente para encararla—. ¿Cómo se te ocurre salir sola? Esta vez te has pasado.

—Lo siento mucho —sinceró la castaña, encogiéndose de hombros. Sus labios temblaron mientras ella buscaba la fuerza para no dar un berrinche como una niña chiquita. Tenía muchas ganas de llorar.

—No. Esta vez un lo siento no me vale, no es suficiente —negó el pelirrojo, dándose la vuelta nuevamente. Se sobó el puente de la nariz y terminó por pegarle una patada a un barril que había tenía cerca—. ¿Sabes lo que hubiera pasado sí yo no hubiera llegado?

—Pero no pasó —contestó Adele, todavía con la mirada gacha y las lágrimas bañando la cubierta del barco—. Tú me salvaste, gra...

—No, Adele, tampoco me vale un gracias —cortó rápidamente él, colocando una mano sobre el hombro de la chica. Luego desplazó su extremidad hasta su mentón y la obligó a alzarlo bruscamente—. ¿Tienes idea de lo terriblemente mal que me siento con la sola idea de lo que pudiera haberte pasado?

—Ya te dije que lo siento —espetó la castaña, apartándose de golpe. Retrocedió dos pasos y apretó las telas de su vestido. Alzó la mirada solo para encararlo—. ¿Recuerdas que soy yo a la que casi toma?

—¡Se llama violación!

—¡Me da igual cómo se llame!

La discusión se estaba acalorando. Aquellos dos jóvenes que, si bien habían tenido sus diferencias desde el comienzo, hasta el momento nunca tuvieron tal desajuste. Ellos siempre tuvieron ideologías y formas de pensar distintas, lo que los había llevado a alguna que otra disputa graciosa, pero eso se les estaba yendo de las manos.

La tripulación se encontraba tensa. Sentían que sobraban en ese lugar y que no debían estar presenciando aquello. Después de todo, las cosas de pareja son de dos.

—¡Es a mí a la que casi emancillan! ¡No tienes derecho a ser la víctima.

—¿¡De qué carajos me estás hablando!? —preguntó Shanks, frunciendo el ceño. Dio dos pasos hasta colocarse frente a Adele y se agachó ligeramente para estar a su altura—. ¿Acaso sabes la agonía que existía en mí por pensar que alguien podría hacerte daño? ¡Me importa más un cabello tuyo que mi maldita vida!

—¡Pues demuéstralo abrazándome porque estoy aquí contigo!

—¡No puedo cuando por culpa de tu inocencia y torpeza casi te pierdo! —tajó, apuntando al suelo de barco varias veces.

—¡Él no quería violarme! ¡No era su intención! ¡Agradece que estoy aquí! —espetó ella, sin cortarse ni un poco. Pese a tener las mejillas mojadas, no iba a permitirse ser inferior a él.

—¿¡De qué me estás hablando!? ¿¡Que demonios quería!?

—¡Quería llevarme a Inglaterra!

—¡¿Y para qué?! —gritó con furia Shanks, colocando su frente contra la de Adele.

—¡Para cobrar la recompensa por llevar a casa a la princesa!

En ese instante el bullicio que existía en el barco se acalló. A más de uno se le cayó lo que traía en las manos, las mandíbulas llegaban al piso. Todos se miraron incrédulos.

Shanks retrocedió por inercia y frunció el ceño como nunca antes en su vida. Existía una mezcla de sentimientos en su interior que no podía definir con exactitud.

Adele, al comprender que había confesado lo que durante tanto tiempo había estado guardando, llevó ambas manos a su boca y la topó. Abrió los ojos de par en par y sintió sus latidos acelerarse. De repente, todo lo que había sucedido anteriormente quedó eclipasado, porque acababa de confesarle a la tripulación que le dio un lugar que ella era la princesa de Inglaterra y que no les había contado.

—Adele... —llamó por lo bajo Shanks, desconcertado y bastante decepcionado—. Llevas más de dos meses en este maldito barco y, ¡¿no se te ocurrió decirme en algún momento que eras la princesa del mayor imperio del mundo?!

—¡No podía contárselo a unos piratas!

Tras aquella contesta cegada por la ira, Adele volvió a llevarse las manos a la boca, todavía más arrepentida por decir aquello que por confesar lo anterior. Por inercia sus ojos vagaron por toda la cubierta, solo para descubrir a una desanimada tripulación herida por sus crueles palabras.

Shanks se quedó quieto durante unos segundos, pensando cuál sería su siguente paso. Después de mucho debatirlo mentalmente, optó por la solución más obvia.

—Lo sien-

Antes de que Adele pudiera completar su línea carcomida por la culpa, Shanks se dio media vuelta, dándole la espalda.

—Llegaremos a Inglaterra mañana en la mañana, princesa —concluyó, justo antes de comenzar a caminar.

Adele sintió que aquellas líneas atravesaban su corazón con fuerza. Ella no sabía si quería quedarse o si quería irse, pero lo único que sí tenía claro era que no deseaba que su relación con Shanks terminara así. Intentó trotar en su dirección para alcanzarlo antes de que el hombre subiera las escaleras, pero al ser consciente de que había sido su error se detuvo.

El pelirrojo miró a Benn, previo a abrir la puerta de la sala del capitán. Le dedicó una sonrisa torcida y un semblante apagado.

—Tenías razón —confesó, antes de clavar sus ojos adelante. Justo cuando sus pasos ya lo habían llevado hacia adentro, terminó con un: —. Siempre la tienes.

Benn se sacó el tabaco de la boca y caminó hasta el barandal, lugar donde se apoyó para vislumbrar a la decaída Adele que no se había movido ni un centímetro.

—Yo quería que ustedes me demostraran que estaba equivocado —murmuró, bastante descontento con la situación.

Adele se quedó tiesa, paralizada. No sabía en qué momento las cosas se habían torcido de ese modo, ni en qué momento se había dejado llevar por el calor. De todas formas Shanks y los demás tenían enterarse tarde o temprano, lastimosamente tocó tarde, y habiendo ella faltado a su confianza.

No tenía vergüenza ni para alzar la vista.

La tripulación, quienes todavía se sentían fuera de lugar, comenzaron a caminar para rodearla. El primero en romper las distancias fue Edward, que la abrazó y dejó que ella llorara en su pecho.

—Yo no pienso que ustedes sean "unos piratas" —soltó la protagonista, entre suspiros contra el pecho de su amigo—. Ustedes son la familia que yo escogí.

—Lo sabemos —aseguró Yassop, cepillando con su mano los largos cabellos de Adele.

La tripulación la adoraba y, aunque los puso triste descubrir aquello de la peor manera, nada quitaba que Adele les había ensañado a leer y escribir, que había reído con ellos, que había sido motivo de risas. Ella se sentía parte de la familia, y la familia está para apoyarse aún cuando cometen errores.

Así que todos se tragaron el dolor y consolaron a la joven por su traumática experiencia. De uno en uno intentaron animarla, contando chistes, estando en silencio. La tarde transcurrió en aquel precioso momento que Adele valoraría más que todas las joyas de la corona.

Ella no era una mujer de arrepentirse, pero lo cierto es que, si pudiera viajar en el tiempo al momento en que abordó el barco, seguramente cambiaría muchas cosas, entre ellas la poca confianza que depositó en la tripulación.

Después de tal momento de acercarmiento, la protagonista decidió intentar hacer las cosas bien y hablar con Shanks. Le fue imposible en todos los sentidos, él la ignoraba de forma olímpica y siempre terminaba por llamarla "princesa".

Las cosas no pintaban bien.

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