Capítulo 12
Adele terminó de acomodarse su vestido antes de abrir la puerta que la llevaría al pasillo. Trató de tomar un poco de aire para tranquilizarse. Su cabeza no dejaba de dar vueltas alrededor de lo que había ocurrido o bueno, lo que no había ocurrido ayer. Quería dejar de pensar en eso, pero simplemente no podía.
Y otra vez, con la mano puesta en el pomo de la puerta y la mirada en el suelo, se perdió en los recuerdos. Estaban tan cerca, y de no ser por la llegada de Benn, posiblemente se hubiesen besado.
Adele llevó un dedo a sus labios y se preguntó qué se sentiría besar a Shanks. Recordó su aliento rozándola, sus profundos ojos, su sonrisa traviesa pero atractiva. Se sonrojó.
—¡Señorita, Adele! —llamó desde el otro lado Yasopp, dando toques en la madera que los separaba. Al juzgar por el tono de su voz, se encontraba entusiasmado—. ¡Señorita, Adele!
La aludida volvió a negar, esbozó una sonrisa y abrió la puerta, sorprendiendo al pirata por la rapidez con la que había acudido al llamado.
—Buenos días, Yasopp —saludó ella, cerrando la puerta a sus espaldas. Divisó al chico con varias botellas entre sus manos y dos o tres más en el piso, las cuales seguramente había tenido que soltar para llamar a la puerta, y decidió ayudarlo tomando algunas—. ¿Qué sucede?
Él sonrió agradecido y comenzó a caminar despacio, esperando a que la joven se colocara su lado. Cuando así fue, la miró de solsayo, ensanchando aún más su sonrisa.
—Hemos llegado a tierra firme —informó Yassop, esquivando a varios piratas que correteaban a lo largo del pasillo emocionados.
Adele abrió sus ojos de par en par, asustada.
—¿A Inglaterra? —preguntó, acercándose demasiado a Yasopp. Por momentos olvidaba el efecto que podía llegar a tener en los del sexo opuesto.
Su compañero retrocedió rápidamente, tratando de recuperar la distancia que existía entre ellos, su sonrojo era ligero pero evidente. Todavía era un hombre, y la que estaba delante de él era una mujer muy hermosa.
—No, por supuesto que no. Inglaterra está lejos todavía—dijo, entre sonoras carcajadas. Abrió grandemente los ojos para recibir al sol cuando salieron a la cubierta.
A diferencia de Yasopp, Adele se sintió azotada por los rayos de luz. Tuvo que cerrar sus orbes y abrirlos lentamente para ir acostumbrándose. Cuando estuvo completamente bien fijó su vista al frente, lugar donde se encontraba una hermosa y pequeña isla, al parecer abandonada.
Por instinto, dejó solo a Yassop para correr hasta llegar a la esquina del barco. Se agarró del barandal con ambas manos y puso en puntillas, solo para sentirse más cerca de aquel maravilloso y hermoso lugar. Nunca había visto nada así.
Aunque hubiese leído en libros de la belleza que la naturaleza tenía para ofrecerle, esto superaba sus expertativas. Las olas rompían en la playa, cubierta de arena blanca. Los árboles eran verdes, pero algunos se encontraban decorados por flores y frutos que se podían ver incluso a lo lejos.
—Los piratas amamos el mar, pero de vez en cuando extrañamos la tierra —comentó Yassop, colocándose al lado de Adele. Admiró el mismo paisaje que ella y elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor—. Haremos un gran banquete en tierra firme y marcaremos esa isla como nuestro territorio.
Adele lo miró confundida. Entonces recordó que en una de sus clases su profesor le había hablado de la manía que tenían los piratas de declarar las islas, mares y países como suyos. Supuestamente eso significaba que nadie podría intervenir en ese lugar sin su autorización, que ellos eran el absoluto gobierno y que todas las riquezas y bienes les pertenecían.
—¡Oye, Yassop, deja de vagear! —exclamó Nicolás, analizando cómo la tripulación colocaba los suministros sobre un pequeño bote. Tenía una libreta en su mano y, a medida que iba asegurándose de que estaba todo, tachaba lo que ya tenían—. ¡¿Quieres apresurarte?!
Yassop dejó escapar una carcajada y miró a Adele, todavía sonriendo.
—Están esperando por esto —explicó, señalando con su mentón las botellas que traía en su mano.
La protagonista comprendió y esbozó una sonrisa en respuesta. Entonces ambos se dirigieron hacia donde se encontraba Nicolás. Colocaron las botellas en el bote y chocaron los cinco.
—Muy amiguitos ustedes dos —comentó sarcástico Nicolás, tachando las botellas de la lista—. Estamos completos.
—Eso es genial —dijo Shanks, uniéndose a la conversación y ya de paso sorprendiéndolos a todos. Estaba detrás de los tres sin que ellos se dieran cuenta. Cuando se voltearon a verlo, él se inclinó ligeramente, con su mano en su mentón y examinó el bote con el cargamento. Luego esbozó una gran sonrisa—. Bien, ¡estamos listos!
—¡Ya oyeron al capitán! —gritó Yasopp, emocionado pero autoritario. Comenzó a caminar rumbo al centro del barco para culminar los preparativos y terminar de impartir las órdenes—. Muevánse.
La tripulación dejó escapar un sonido de aprobación mientras levantaban sus manos con sus armas. Entonces las risas inundaron la cubierta mientras preparaban los cuatro botes que los llevarían a ellos.
—Demonios, siempre tan ruidosos —farfulló Nicolás, llevándose una mano a la cabeza. Desde tan temprano ya estaba irritado.
Al escuchar a su amigo quejarse, Adele se vio forsada a apartar la vista de la tripulación y posarla sobre él. Se le escapó una pequeña sonrisa pensando que, no importaba que tan pacífico estuviera el día, Nicolás siempre se las arreglaba para estar amargado.
—¿Te has reído? —cuestionó el navegante, frunciendo tanto el ceño que se veía aterrador.
Adele abrió sus ojos como platos y prolongó una reverencia.
—¡Lo siento mucho! —dijo sincera y avergonzada.
—Algún día tú serás igual de bárbara que todos ellos y tendré que sobrevivir solo entre esta tripulación de idiotas—comentó, con tono cansón.
Adele pestañeó consecutivas veces tras escuchar aquello. Observó cómo Nicolás se revolvía el cabello, cabizbajo, mientras caminaba rumbo al bote más cercano para implantar orden.
Entonces la chica cayó en cuenta de que a su lado todavía se encontraba Shanks y que estaban relativamente solo. Se puso nerviosa pero se negaba a dejárselo saber, para ello evitó mirarlo.
Por desgracia para la fémina, el pelirrojo era alguien muy inteligente pese a su comportamiento, y se había percatado de todo. Sonrió de forma ladina al ver el efecto que tenía en ella y, cuando se dispuso a hablarle, alguien lo interrumpió.
—¡Vamos, señorita Adele! —exclamó uno de los miembros de la tripulación, tomado a la joven en brazos. Sonrió al ver que ella se aferraba por instinto a sus hombros y la colocó sobre una de las barcas—. ¡Usted también venga con nosotros.
Para su suerte o desgracia, Adele había caído en uno de los barcos en los que no estaba Shanks. Eso la tranquilizó un poco y logró calmar sus acelerados latidos.
Unos minutos más tarde ya se encontraban remando para llegar a tierra firme. Atrás habían dejado el gran navío anclado porque, debido a la baja profundidad del agua, sería todo un rollo llevarlo con ellos y luego ponerlo en el mar de nuevo, para esas ocasiones tenían los botes.
De todos, el último en llegar fue en el que se encontraba Adele. Para ese entonces casi toda la tripulación estaba en tierra firme, sacando los suministros y colocándolos sobre la arena mientras bromeaban y charlaban amenamente.
Adele iba delante, así que era la primera que debía bajar, pero cuando el bote se detuvo y todos se quedaron mirándola, ella se encontraba perdida. Se quedó quieta, de pie, vislumbrando la arena y las olas chocando en ella, provocando espuma blanca. Nunca en su vida las había visto y mucho menos senitdo.
Fue tanta la demora que, hasta los que se encontraban ya abajo voltearon a verla, con un semblante curioso.
Al final, después de unos minutos, Adele sonrió de par en par. Se quitó los zapatos y los dejó sobre la madera del barco. Entonces, lentamente, colocó el primer pie en la arena. La fría pero agradable sensación la hizo erizarse. Su sonrisa se ensanchó aún más y, al final, tuvo el valor para bajarse por completo.
No le importaba que todos la estuvieran mirando, ella corrió hasta llegar a la parte donde las olas no llegaban. Abrió sus pies y jugueteó con la arena entre sus dedos, se agachó, tomó un puñado y, dejándose caer por completo al suelo, lo miró. Sus orbes se iluminaron.
Parecía una pequeña niña.
Entonces, mientras se pasaba la arena de mano en mano, vio una magnífica ola romper en la orilla. Se puso en pie y fue hacia donde comenzaba el agua, adentrándose hasta que sus tobillos estuvieron completamente sumergidos. Cerró los ojos y dejó que la brisa marina y las olas traviesas mecieran tanto su cabello con su vestido ligeramente mojado. El viento rozando su rostro y el agua en sus pies la hicieron sentirse viva, emocionada, pero sobre todo: libre.
Libre de tener que ser perfecta, hermosa, educada. Libre de tener que encontrar prometido cuando no estaba enamorada de ninguno. Libre de tener que sonreír siempre, de tener que tomar el té a una hora determinada y dormir a otra. Libre de su itinerario. Libre de su apellido. Libre de todo. Sintió que su vida era suya, y no de todos los que la trataban de moldear a su forma.
—Parace que nunca en su vida Adele había visto una playa —comentó Edward en voz alta, acomodándose los lentes. Tenía una ligera sonrisa dibujada en el rostro mientras divisaba a la joven tan feliz.
A todos, sin escepción alguna, les provocó un poco de ternura escuchar aquello. Estaban felices de habérsela podido mostrar. Después de todo, Adele era muy querida en la tripulación.
Entonces la chica, que se encontraba jugueteando, sintió el cantar de una gaviota. Alzó su vista y la vio surcando el cielo. El sentimiento de libertad que tenía en esos momentos la hizo olvidarse de todo y simplemente comenzar a correr a lo largo de toda la playa para perseguirla.
Shanks dio dos pasos, mirando la dirección en la que Adele estaba corriendo. Luego se volteó a ver a su tripulación con una ceja alzada.
—¿Ustedes creen que se meterá en problemas? —cuestionó a sus hombres.
—Sí —contestó Nicolás.
—Por supuesto —continuó Yassop.
—Está claro.
—Es obvio.
—Afirmativo, capitán.
—Es Adele —concluyó Edward, después de que casi todos hubieran asentido con la cabeza o hubieran expuesto su criterio con palabras.
Shanks dejó escapar un suspiro cansado. Cada vez que Adele tenía la oportunidad lo metía en alguna clase de lío. No podía dejarla sola.
—Ustedes encárguense de todo. Voy a buscarla.
Tras la orden del capitán, la tripulación obedeció sin cuestiones. Siguieron bajando la comida y la bebida para el festín. Todos menos Benn, quien se quedó mirando totalmente serio la espalda de Shanks que se alejaba cada vez más.
Tras unos minutos caminando por la orilla de la playa, el pelirrojo pudo vislumbrar a lo lejos la figura de Adele tenidsa en el suelo. Arqueó una ceja mientras cortaba la distancia que los separaba. Se agachó frente a ella y la observó incansablemente, esperando pacientemente a que ella hiciera lo mismo, pero al verla huir intensamente de su mirada con un semblante sospechoso, supo que algo había sucedido.
La castaña no quería mirar a Shanks, tenía las mejillas completamente rojas y el labio inferior empujado hacia adelante. Al final tuvo que confesarle lo que le pasaba porque él era demasiado listo como para dejarla ahí.
Adele alzó ligeramente la punta de su vestido, dejando al descubierto su ensangrentado pie.
—No me jodas.
—Lo siento mucho. No vi el cristal —añadió rápidamente, llevando ambas manos a su rostro, completamente apenada—. Estaba corriendo y había una botella rota y no la ví, y esto ocurrió.
Shanks se revolvió el cabello. Se movió ligeramente y tomó el pie de la chica entre su mano. Examinó la herida y se fijó si todavía quedan rastros de vidrios por ahí.
—Puedo caminar, solo estoy esperando a que se pase el dolor. Además, no es nada grave. Está bien, Shanks. Regresa —decía y decía, con una sonrisa forzada. No quería molestarlo así que, cuando se sintiera un poco mejor, reuniría todas sus fuerzas y regresaría con la tripulación.
—Vaya que eres frágil. Es solo un rasguño —dijo él, ignorándola. Esbozó una sonrisa al comprobar que, efectivamente, la herida no era tan profunda.
—Perdón —murmuró avergonzada.
—Esto podría dolerte. Tendrás que aguantar—advirtió a la joven y, cuando ella asintió decidido, devolvió su vista a la herida.
Shanks colocó el pie de la chica sobre su rodilla y con cuidado sacó un pedazo de cristal que todavía estaba encajado en su piel. La herida no era tan profunda y no estaba soltando demasiada sangre, aún así la vendó con la cinta que traía en su cintura. Por un momento se le escapó una risa pensando en la vez que tuvo que hacer lo mismo porque un pez piedra la había picada. La miró y pensó en todos las dificultades que le había dado hasta ese momento.
Era la mujer más problemática que había conocido en su vida. Siempre lo tenía ocupado.
—Gracias... —susurró Adele, recogiendo su pie. Todavía estaba roja como un tomate, por eso quería acabar con esa tortura. De forma torpe intentó ponerse en pie, pero terminó cayendo a la arena nuevamente tras enrollarse con su vestido.
Shanks la observaba con una sonrisa, porque pese a caer, la obstidana chico intentó nuevamente levantarse. Esta vez puso los ojos en el cielo al verla quejarse internamente del dolor. Entonces no le quedó más remedio. Se colocó arrodillado, de espaldas a ella.
—¿Qué? —preguntó Adele, mirándolo confundida.
—Anda, monta. Si esperamos a que llegues tú sola, a todos nos saldrán canas —comentó jocoso, mirándola por encima del hombro con una sonrisa juguetona.
Adele sintió sus mejillas arder aún más y negó rotundamente com su cabeza.
—Puedo hacerlo sola.
—Adele, no me hagas enfadar.
La mencionada tragó en seco y decidió obedecer. Se colocó frente a su espalda y estuvo unos segundos examinándola. No podía creer que estuviera a punto de hacerlo. Al final rodeó su cuello con sus manos y su cintura con sus pies, escondió la cabeza en el hombro de Shanks y trató de aferrarse con fuerza mientras él se ponía en pie.
El pelirrojo tenía una sola mano, pero con esa parecía ser suficiente para sujetarla fácilmente, cosa que le facilitó el trabajo a la chica.
Ya con el cuerpo estabilizado, Shanks comenzó su andar con dirección al lugar donde se encontraban los demás. Afortunadamente solo tenía que seguir caminando por la playa, no había forma de perderse.
—Gracias —soltó de repente ella.
—Ya me lo dijiste —respondió con sorna el varón.
—No por esto, que también la verdad —susurró, sacando su rostro del hombro de Shanks. Todavía tenía las mejillas sonrojadas, pero esbozó una sonrisa—. Es la primera vez que estoy en una playa.
—Me lo imaginé cuando te ví comportarte de ese modo.
—Si no fuera por tí, mi yo actual no conocería el mundo de este modo —sinceró, recordando el arrecife, la taberna, los duelos de espadas, las vistas al océano, los hermosos atardeceres en el mar, el bosque en la noche y ahora la agradable sensación de la arena—. Siempre estás salvándome y enseñándome nuevos paisajes. Eres la persona más increíble que conozco.
Shanks la miró de solsayo, sonriendo igual que ella.
—No soy tan genial.
—Para mí sí.
Tras aquella confesión, Adele volvió a esconder su rostro en el hombro de Shanks, incapaz de sostenerle la mirada. Al menos había encontrado el valor para decirle lo que pensaba, eso era suficiente para ella.
A los pocos minutos ya se encontraban cerca de los demás. Edward no los dejó llegar, corrió con dirección a la pareja al ver a Adele en la espalda de Shanks, ya se suponía que algo había pasado.
El capitán colocó a Adele sobre la arena y dejó que el médico se hiciera cargo. Gracias a dios no era tan grave y la herida no estaba infectada. Nada que no se resolviera con un poco de médica verde, algunas vendas y tiempo.
Al final el corte de Adele no impidió que todos se divirtieran un montón. Inclusive la chica había cantado con la tripulación mientras estos tomaban y comían como si no hubiera un mañana. Adele tenía ganas de bailar con ellos, pero no podía debido a su pie, aunque no se le dificultara tanto caminar después de los tratamientos de Edward, lo otro ya era un nivel demasiado superior.
Estuvieron todo el día en esa pequeña isla y, cuando el sol se estaba ocultando y todos estaban más borrachos que nunca en sus vidas, llegó el momento de la despedida. Volvieron a montar en las barcas para ir hacia el navío, no sin antes dejar una bandera clavada en la arena, indicando que ese lugar era territorio de los piratas del pelirrojo.
Esa misma noche, mientras Adele caminaba por la cubierta del barco y los pocos que quedaban de guardia la saludaban, ella miró el mar nuevamente. Recordó la terrible sensación que tuvo esa mañana al pensar que había llegado a Inglaterra y se preguntó qué sería de ella cuando así fuera.
Se había acostumbrado tanto a esos ruidosos hombres, a esas peligrosas pero increíbles aventuras, a Shanks.
Detuvo sus pasos frente a la puerta de la sala de mapas. Sus inseguridades la hicieron dudar si esa noche debía encontrarse con él, aún después de pensar en el futuro que seguramente les depararía.
Abrazó el libro contra su pecho y, como si la entendiera, el cielo comenzó a llorar. Toda la cubierta fue envuelta en una lluvia no tan intensa.
Al final, Adele abrió la puerta. Lo encontró sentado donde siempre. Tenía ambas piernas sobre la mesa, estaba inclinado sobre la silla y tenía un libro sobre su cara. Al sentir a la joven llegar, Shanks se incorporó lentamente sobre la silla, y tomó el libro con su mano.
Adele le sonrió ligeramente y se colocó a su lado sin decir una palabra. Entonces sus ojos se posaron en el libro que tenía Shanks, colocó el de ella en una esquina de la mesa y le arrebató el de él.
—¿Estabas leyendo? —preguntó emocionada.
—Sí, es que tengo una maestra muy exigente —contestó el pelirrojo, mirándola, siempre sonriendo. Esperó a que ella hiciera lo mismo, en cambio Adele ojeó las páginas del libro.
Estaba pasando de él.
—Ahh, nunca lo he leído —comentó, colocando el libro abierto sobre la mesa. Comenzó a pasar las ojas—. ¿Es bueno?
Shanks, un poco irritado por su comportamiento, puso su mano sobre la siguiente página, impidiendo que Adele la pasara. Quería ganarse su mirada y, cuando por fin la obtuvo, le dijo completamente serio:
—Adele, ¿podemos dejar de actuar como si no hubiera pasado nada?
La chica sintió su corazón acelerarse. Apartó la mirada de Shanks y la colocó nuevamente en el libro. Nerviosa, seria y triste, pasó a la página anterior ya que no podía ir a la siguiente.
—No sé de qué hablas.
Shanks cerró bruscamente el libro, y dejó su mano sobre él para que ella no pudiera seguir ojeándolo.
—Enhorabuena, Adele. Acabas de decir tu primera mentira —siseó, sin una pizca de bromas o diversión. El Shanks juguetón había desaparecido, en su lugar había uno mucho más maduro y, para desgracia de ella, atractivo.
Adele sintió sus ojos cristalizarse y ya no pudo más. Se puso en pie bruscamente y retrocedió.
—Es que yo... De verdad no sé.
Fue lo último que dijo antes de abrir la puerta y salir al exterior. No le importaba que la lluvia la mojara. Solo quería huir de Shanks.
Él, por su parte, se negaba a dejarla escapar de ese modo. Así que también se levantó de su asiento y salió.
Esta puñetera vez, nadie iba a interrumpirlo, ni siquiera la propia Adele.
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