11. Todo sale a la luz
Capítulo 11:
Todo sale a la luz.
«🔸»
Era sábado, y desde aquel día que íbamos a ver la película y tuvo que irse, no había vuelto a pisar mi casa. Sin embargo, no lo había visto en los últimos días, desde que me dejó junto a su madre en la puerta de mi hogar. No hacía falta mencionar quién era.
Con Dany, en cambio, todo era un enigma. Nuestra amistad se había mantenido sólida, pero sentía que ninguno de nosotros daba señales de querer algo más. Ahora estábamos sentados en las gradas, observando su entrenamiento de baloncesto.
—¿Crees que es suficiente? —pregunté, mientras le ofrecía un trozo de chocolate.
—Si, ¿no crees que tanto chocolate altere nuestro sistema? —respondió con una sonrisa.
Nos encontrábamos compartiendo chocolates.
Dany me extendió la mitad de una barra de chocolate blanco que se asemejaba a aquellos que aparecían en ‹Charlie y la fábrica de chocolate›. Habíamos visto esa película un día antes, aprovechando que un maestro de química había faltado; era en la clase que unía a ambos salones, así que decidimos ver la película.
—Creo que Aksel y Cris hacen una gran pareja —mencionó Dany de repente.
—Harían, si mi mejor amigo fuera más valiente —respondí, sonriendo ante la cobardía de Cris, a quien le había instado a confesar sus sentimientos.
—No, hacen.
Me quedé en completo silencio, mirándolo con asombro. No sabía de qué hablaba; ellos no estaban juntos.
—Pensé que lo sabías —dijo, reflexionando—. Cris es tu mejor amigo, pensé que ya te lo había dicho.
—¿Los has visto juntos o cómo sabes tal cosa? Tal vez solo te confundiste.
—No, parecían besándose esta mañana.
Mis ojos se abrieron de par en par, al igual que mis labios, sorprendida por la revelación.
—Todos en mi sección los vimos. Justo estábamos yendo a entrenamiento —concluyó Dany, dejándome entender que no era él única testigo del suceso.
«Parecían» le recalcó a mi cerebro.
Aún no lograba comprender lo que había dicho. Cris jamás me ocultaría algo así. ¿Por qué lo haría? Y Aksel tampoco. Habíamos estado juntos hace poco, ¿por qué me ocultarían algo tan importante?
¿Acaso todos lo sabían menos yo? ¿Tengo cara de estúpida? Estuvieron conmigo en el desayuno y habían ido a mi casa para recoger el trabajo del maestro de anatomía. Como delegada, me tocaba repartir los trabajos y asignar los grupos.
«¡No, basta! No puedo actuar por impulso y menos con ellos. Son mis amigos, jamás harían algo malo ante mí.»
Me habían dicho que mañana irían a mi casa. Seguro que estaban ansiosos por ese momento, especialmente porque hoy estaba mi madre y quizás les daba un poco de pena mencionarlo delante de ella. Claro, eso tenía que ser. Tal vez mañana me lo terminen contando.
—¡Chicos, vengan! El entrenamiento va a empezar —escuché a lo lejos al entrenador.
—Espérame aquí —dijo Dany.
Solo asentí. Estaba tan distraída pensando en los dos tontos y su relación que, al levantar la vista, mis ojos se encontraron con los de Tomás. Me miraba desde el campo de baloncesto, al costado del entrenador, pero de inmediato desvió la mirada. Recordé aquel día en que me llevó a casa; estaba muy callado, tal vez se había dado cuenta de mi reacción al ver a su madre entrar en la cafetería.
«¿Se habrá dado cuenta de que aún tengo sentimientos confusos hacia él?»
«Estúpida, estúpida.» Me recriminaba una y otra vez.
Pero ¿a quién engaño? Volví a mirarlo, incapaz de quitarle la vista de encima.
—Chicos, Tomás nos ayudará con el entrenamiento de hoy.
Después de eso, el entrenador se volvió a hablar con él. Tomás era uno de los mejores en el equipo de baloncesto de la escuela, y había destacado tanto que también había formado parte del equipo en España. Según mi hermano, eso le daba ciertas ventajas.
El uniforme siempre me había parecido atractivo en cualquier chico, pero en Tomás era simplemente asombroso. Era un placer culposo. La forma en que corría con el balón, botándolo una y otra vez, y cómo miraba la canasta como si fuera su única meta en la vida. Cada vez que encestaba, su sonrisa iluminaba su rostro, y sus músculos se contraían al levantar el balón.
—¿Necesitas un babero? —me interrumpió una voz masculina a mi lado.
Me sobresalté al reconocer a Carlos.
—También me alegro de verte —dijo, mirándome con una sonrisa burlona.
—¿Qué haces aquí? —pregunté confundida, hasta que me di cuenta de su uniforme. Mis labios se abrieron por la sorpresa.
—No te burles.
—¿Estás en baloncesto? ¿No te basta con ser uno de los mejores atletas?
—Nada basta. Además, las chicas últimamente prefieren a los deportistas que a los atletas.
—Ya... ¿quién?
—¿Qué?
—Debes tener un nombre y un apellido, ¿no? —inquirí, arqueando una ceja.
—Sí, pero no lo diré —sonrió, volviendo a prestar atención a los hombres sudados que entrenaban.
Le pinché la mejilla.
—Por favor, no puedes dejarme con la intriga —dije, haciendo un puchero justo cuando me miró.
Llevaba mucho tiempo con esa incertidumbre. Siempre decía que lo diría, pero al final nunca lo hacía.
—¡Ay! Eres exasperante —dijo, rodando los ojos—. Pero te lo contaré.
—Soy toda oídos —respondí, entusiasmada.
—Te lo contaré si me dices por quién babeas tanto. Es obvio, pero quiero escucharlo de tu boca. Suéltalo —hizo un gesto con la mano.
Le lancé una mirada de desdén.
—Vamos, sofí, cuéntame.
Negué brevemente, frustrada.
—¿Por qué te cuesta aceptar que sigues flechada por Tomás? —dijo, y antes de que pudiera negarlo, continuó—. Cuando te das cuenta de que nunca fue una ilusión, sino que realmente estabas sintiendo amor con locura, ¿crees que es el momento de aceptar que quieres a alguien?
Al parecer, la pregunta no era para mí, sino para él mismo.
—¿Qué...?
—No, no estabas. Estás —se tomó el mentón entre el pulgar y el índice, pensativo.
—Ya.
Mis mejillas ardían, aunque no podía verlas, sentía el calor en esa zona.
—Nunca lo olvidaste...
—Carlos— le advierto.
Me estaba enfadando, y mucho.
—Solo lo reemplazaste —susurró, como si hubiera descubierto la respuesta a todas sus preguntas.
Su mirada se dirigió hacia Dany, lo que me enfadó aún más.
—¡Déjame en paz! —grité desde lo más profundo de mi ser.
Estaba hecha una furia. Me levanté de las gradas y caminé directo hacia la salida, donde se encontraban dos autos: uno del entrenador y el otro de Tomás.
«¿Cómo puede creer que Dany es un reemplazo?»
—Estúpido, Tomás —murmuré al aire, minutos después de haber llegado al estacionamiento.
—¿Qué? ¿Yo qué? —me sorprendió la voz de Tomás, parado tras de mí.
—¿No estabas entrenando?
—Ya no. ¿Por qué te fuiste así? ¿Carlos te molestó?
—¿Qué? —respondí, observando cómo se sobaba la nuca con disimulo.
—Te llevo a casa. Danilo no saldrá hasta más tarde; tienen todavía entrenamiento y luego reunión.
—Prefiero esperar. Y no se llama Danilo.
—Créeme, se retrasará. El profesor quiere hacer un partido con ellos. Además, voy a pasar por tu casa.
Ignoro mis palabras sobre el nombre de Dany, él uso un apodo que algunos compañeros le habían dado en tono de burla hace mucho tiempo.
—¿Irás a ver a Nicki?
—No iré a tu casa, solo pasaré por allí.
—¿Ha pasado algo?
—¿Mmh? —pareció desconcertado por un segundo, pero rápidamente esbozó una sonrisa—. Claro que no, todo está bien.
—¿Seguro? —pregunté, escéptica.
—Sigues siendo la misma, Sof, Sof. Igual de curiosa —se acercó burlón y, sin previo aviso, colocó uno de mis mechones detrás de la oreja.
Me espanté al escuchar un sonido proveniente de la garganta. Tomás se giró, fijando la mirada en Dany, que se acercaba con evidente enojo.
—Ya terminó el entrenamiento.
Mi mirada se dirigió directamente a Tomás.
—¿Terminó? —pregunté, levantando una ceja.
Tomás rodeó su auto, quedándose en la puerta.
—¿Nos vamos? —preguntó como si nada.
—No creo que haga falta que me lleves.
Me dirigí hacia Dany.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, visiblemente molesto.
—No ha sido nada, ya sabes cómo es —respondí en un susurro.
Dany miró por encima de mi cabeza, frustrado.
—¿Quieres irte con él?
—¿Qué?
—Dímelo —exigió, alzando un poco la voz.
Ahora me miraba con odio.
—Claro que no, Dany. No harás caso a sus tonterías, ¿verdad?
—Apuesto a que tus amigos prefieren que estés con él.
—¿De qué hablas?
—Carlos y tú estaban mirándolo. Además, Cris jamás me ha pasado y no se acuerdan de cómo él te lastimó, ¿te acuerdas, ¿verdad? El mensaje...
—Sí, lo sé —respondí, sintiendo suficiente vergüenza con ese tema como para que Dany me lo recordara.
Las lágrimas amenazaban con salir. Él tenía razón; Tomás me había lastimado, y yo, como una estúpida, seguía preocupándome por él. Tomé su rostro entre mis manos, tratando de calmarle.
«¿El mensaje?» eso fue lo que dijo.
—¿Cómo sabes del mensaje?
No recordaba haberle contado nada relacionado con eso.
—¿Recuerdas la fiesta que hiciste? Ese día estabas muy triste y Aksel me lo contó.
Mis manos bajaron lentamente, volviendo a su posición inicial.
"—Vamos, sofí, no puedes estar así por ese idiota —dijo Aksel con fastidio.
Jamás lo había escuchado tan enojado. Él era de los que siempre buscaban el lado positivo de las cosas.
—Yo soy la estúpida —dije, limpiando una de las lágrimas que caían en mi rostro.
—Claro que no, solo te enamoraste.
—Por eso.
—Escúchame, déjalo ir. Aún es inmaduro, no sabe lo que hace.
Este sí era el Aksel que conocía.
—¿Has visto el mensaje? — más que una pregunta era como decir lo mucho que me lastimó.
—No hace falta; tuvo que decir algo hiriente para arruinar una de las noches que más planeaste.
—Hace cuatro meses que se fue, justo el día que llegó de vacaciones. Cuando pensé en verlo, me manda un mensaje diciéndome que deje mi estúpido enamoramiento hacia él porque le avergüenzo.
Saqué el teléfono y le mostré el mensaje.
Tomi: Deberías olvidar el estúpido enamoramiento que tienes. ¿No te da un poco de vergüenza?
—¿No le contestaste?
—No tiene caso; tiene toda la razón.
Aksel me dio un abrazo de consuelo mientras seguía malogrando mi maquillaje con las lágrimas.
—No se lo digas a nadie, por favor —dije en un susurro audible, llena de vergüenza.
—Jamás lo haría."
Lo que más recuerdo de ese día es que intenté evitarlo toda la noche. No quería cruzármelo, ni mirarlo. Ese día decidí dar por terminado mi ridículo enamoramiento y volví a hablar con Dany, sin saber que Aksel le había contado. Pensé que de verdad quería hablarme, no porque me tuviera pena. No quería que nadie se enterara de la tristeza que me consumía ni del miedo de que Cris fuera a armarle un pleito a Tomás. Lo que menos quería era que pelearan; no quería aumentar la vergüenza que ya llevaba.
—Solo quiero lo mejor para ti —dijo Aksel, acariciando una de mis mejillas con su mano.
Apenas me fijé en cuán resbaloso se había vuelto mi rostro, empapado de lágrimas.
—Ese día que me hablaste, ¿intentabas que me sintiera mejor?
—Siempre quiero verte bien.
Con eso confirmaba que, aunque había pasado mucho tiempo, seguía sintiendo vergüenza.
Escuché el sonido del motor al encenderse. Al voltear, vi que el auto de Tomás salía del aparcamiento a gran velocidad. Por suerte, no atropelló al hombre que intentaba cruzar la calle.
—¿Vamos?
—Iré a ver a mamá, no te preocupes.
—¿A tu madre? —suspiró con exasperación—. Sabes que, haz lo que quieras. Cuando estés lista para dejar de ser una niña inmadura, me hablas. Siempre trato de hacerte sentir mejor, pero parece que eso no es lo que necesitas. Ni siquiera tus amigos te guardan los secretos como yo lo hago. Además, prefieren a alguien que te lastima a tu lado; creo que eso dice mucho.
—Ahora mismo no estás tratando de hacerme sentir mejor, como tanto dices.
Me di la vuelta y salí, las lágrimas brotando de mis ojos por la rabia que sentía.
Siempre dice que es el único capaz de hacerme sentir bien, hasta el punto de que me lo he creído, pero con la llegada de Tomás y todo lo que está saliendo a la luz, parece que todo lo que creía de él no es exactamente así.
«🔸»
Estaba paseando por el parque donde solía jugar con papá cuando tenía ocho años. Las lágrimas no dejaban de brotar de mis ojos, como si se negaran a extinguirse.
No muy lejos, una pareja jugaba con un pequeño que, al parecer, era su hijo. En ese momento, me invadió la tristeza al recordar que no tenía recuerdos de mis padres jugando juntos con mi hermano y conmigo.
Mi madre siempre estaba ocupada; su prioridad era su trabajo. Primero su trabajo, segundo su trabajo y, al final, también su trabajo. Tras su separación de papá, me impresionó la manera en que ambos se dedicaban a ignorarse más de lo que ya lo hacían estando juntos. Hace un mes que no veía a papá.
Me acerqué a una de las bancas del parque, sintiendo el peso de la tristeza sobre mis hombros. Saqué el celular que me había prestado Nicki. Después de dudarlo un rato, decidí llamar a mi padre, pero no respondió.
Recordaba la última vez que hablé con él. Su respuesta fue cortante, y aún la tengo grabada en mi mente.
"—¡Papi! —dije emocionada.
Estaba lista para contarle sobre un concurso de pintura al que me había apuntado, y quería que él fuera el primero en saberlo, ni siquiera mis amigos lo sabían.
—Hola, pequeña. Ahora mismo ando un poco ocupado. ¿Te parece si te llamo en la noche? —respondió él.
—Claro, no te preocupes —contesté, intentando ocultar mi decepción.
—No te preocupes—repetí para consolarme mientras colgaba."
No volvió a llamar. Intenté contactarlo días después, pero solo escuché el tono de la contestadora. A veces, después de una separación, los padres parecen olvidar a sus hijos. Así es, los olvidan.
Yo creía tanto en mi padre; era mi todo. Lo amaba, pero al final me abandonó, olvidándose de todo lo bonito. Nunca me interpuse en su vida ni en la nueva relación que mencionó haber comenzado. Prefería no tocar el tema, pero tampoco lo maldecía.
Siempre sentí que era el único que valoraba mi amor por el arte. Me apoyaba y me inscribía en concursos y clases de pintura y dibujo. Lo extrañaba demasiado; extrañaba conversar con él, era como un amigo más.
Ese último día que me contestó, ni siquiera preguntó cómo me estaba yendo. No sabía cuándo fue que mi padre cambió tanto y me negaba a aceptarlo. Todos los días esperaba su llamada, aunque a los demás les diga que es mejor que él haga su vida. Yo quería seguir siendo parte de su vida, quería que el siga pendiente de la mía...
No sabía cuánto tiempo pasé observando a la familia jugar cuando noté una sombra a mi costado con el rabillo del ojo.
—¿Estás bien? —preguntó Tomás.
Me limpié las lágrimas con rapidez.
—¿Qué haces aquí? —mi mirada seguía fija en aquel pequeño.
—Te he visto al pasar —respondió, sentándose a mi lado.
—Estoy bien.
Tomás me rodeó con su brazo, apoyando su cabeza en mi hombro.
—Sé que no.
—¿Y tú? —intenté observarlo, pero él miraba hacia el pequeño que antes me había cautivado.
—Estoy bien —suspiró con cansancio.
«Claro que no lo estaba».
Nos quedamos en esa posición, observando a la pequeña familia jugar.
—Me gustaría tener una familia así de bonita en el futuro —rompió el silencio Tomás, logrando que una sonrisa se dibujara en mi rostro.
—Ese pequeño se ve tan feliz... —murmuré, casi en un susurro.
Era increíble cómo esa familia se miraba con tanto amor.
Cuando estaba a punto de expresar la ternura que me inspiraba el niño, sonó el timbre de un teléfono. Tomás se enderezó de inmediato, sacando el móvil de su bolsillo y cortando la llamada. Justo cuando volvía a apoyar su cabeza en mi hombro, el teléfono volvió a sonar y él lo volvió a cortar.
—¿No vas a contestar? —pregunté, sintiéndome incómoda.
Después de un momento de silencio, finalmente giró su rostro hacia mí.
—No es nadie importante, Sof.
—Deberías darle una oportunidad.
Sabía que era su padre; no hacía falta que lo dijera. Con la simple e irritada mirada que le dio al celular, comprendí quien lo llamaba con insistencia.
—Él perdió el derecho de llamarse padre cuando... —de pronto, se quedó en silencio y concluyó—. No se merece nada.
—Pero se ve que te afecta.
—No sabes nada de lo que pasó, Sofía. No quiero hablar de eso.
Ese "Sofía" sonó cargado de desdén, pero yo lo conocía bien.
—¿Por qué no me cuentas? Sé que no te gusta hablar de eso ni con Nicki, pero no mereces sufrir solo.
Era consciente de que no era mi lugar, pero sabía lo que era sentirse sola, incluso rodeada de personas que deseaban ayudarte.
—Es complicado —dijo, evitando mi mirada.
—Oye —tomé su mentón para obligarlo a mirarme—, confía en mí.
Sus ojos se tornaron un poco vidriosos. Sin poder contenerme, le di un breve pero fuerte abrazo, queriendo hacerle saber que estaba ahí para apoyarlo, si él lo permitía.
Al separarnos, nos quedamos a escasos centímetros, nuestras narices casi rozándose. Noté la mirada que le dedicaba a mis labios, y, como un acto reflejo, respondí de la misma manera.
Sentí que todos los sentimientos que alguna vez creí suspendidos o extinguidos volvían a la vida, dándome cuenta de cuánto lo extrañaba.
Sin previo aviso, lo besé.
No era un beso que se daba porque tal vez otras personas nos veían, como en la fiesta; por nuestra falsa relación. Este era un beso real. Se sentía real.
En ese instante, recuperé la conciencia y me separé rápidamente. Apenas había sido un roce, y aunque deseaba más, sabía que no estaba bien.
—Pe-perdón. Eso fue una estupidez. Perdón, yo...
Esta vez, Tomás tomó mi mentón, negándome la oportunidad de apartar la mirada.
—No pidas perdón.
Volvió a unir nuestros labios, pero esta vez ya no fue un simple roce.
Me estaba besando. Tomás realmente me estaba besando.
—No pidas perdón por algo que ambos queríamos.
Apenas me había dejado respirar, y de inmediato regresamos al compás privado y lleno de cariño en el que nuestros labios danzaban. Nos olvidamos de todo a nuestro alrededor, especialmente de que estábamos en un parque familiar.
Después de todo, no era la única que deseaba ese beso.
—Jóvenes, deberían ir a hacer sus cosas a otro lugar y no en un espacio de niños —interrumpió una voz chillona, la de la señora que vendía globos inflables de Mickey Mouse.
Nos separamos al instante, con el pulso acelerado y las manos sudorosas, en un estado de shock.
«Besé a mi crush, besé a mi crush. Mi crush me besó, mi crush me besó».
Todo se repetía una y otra vez en mi mente, mientras trataba de procesar la escena que acabábamos de vivir. Era tan perfecto que parecía un sueño.
—Vamos.
La voz de Tomás me saca de mi estado de shock. Asiento ante su petición y tomo su mano para levantarme sin caer.
Lo sigo sin saber a dónde, pero con el deseo urgente de salir de ese lugar. Me subo al auto, en el asiento del copiloto.
—¿Estás bien? —pregunta él.
—Eso creo, ¿y tú?
—Más que bien.
Debería preguntarle, hace poco, parecía que no nos soportábamos y ahora estábamos así; juntos, en un coche. Así es, así. Porque ni siquiera sé cómo llamar a esto que está pasando.
—Deberían ir a hacer sus cosas a otro lugar —imita Tomás la voz chillona de la mujer que nos interrumpió.
—Ay, no. ¡Shh!—me tapo el rostro con el dorso de la mano, sonrojándome al recordar el comentario de la señora.
—Déjame ver tus mejillas rojitas.
—No —me escondo aún más entre mis largos dedos—. Si sigues, bajaré del auto.
Me observa unos breves momentos, sopesando lo que digo, mientras arranca el motor para salir del lugar.
—Si dejaras de taparte, podríamos tener una conversación normal, ¿no crees? —su sonrisa burlona se mantiene, pero estoy segura de que se aguanta la risa ante mi mirada de horror—. La señora no sabía lo que decía; estaba delirando.
—Ya... No parecía.
—¿Qué estás tratando de...?
—Nada —siento cómo mis mejillas arden un poco más que hace unos segundos.
Él me dedica una última mirada antes de poner toda su atención en la carretera. Su sonrisa, con un pequeño hoyuelo que aparece en su mejilla, me roba una pequeña sonrisa.
—Hace mucho que no veía esto.
Estiro el brazo y le pincho la mejilla con el dedo índice.
—Solo tú provocas eso.
Me regala una sonrisa amplia, permitiéndome observar mejor el hoyuelo tan característico en él.
De pronto, me doy cuenta de que estoy en su auto y no reconozco la calle por la que vamos.
—¿A dónde vamos?
—Somos un reino —tararea con entusiasmo.
—Que decía —tarareo junto a él.
—¡Sí! —exclamamos al unísono.
No sé a quién se le ocurrió esa estúpida canción, pero juro que hace años parecía muy emotiva.
Recuerdo la feria a la que íbamos cuando teníamos solo diez años. Jugábamos, reíamos y comíamos mucho chocolate. Mi parte favorita era el juego de los bolos.
—¿Iremos a jugar bolos? — le pregunté.
—Ya no podrás ganarme— dice con convicción.
—¿Quién lo dice?
—¡Pues yo! —guiña uno de sus ojos en mi dirección.
—Ya quisieras.
Así pasamos por varias calles y algunos descampados.
—¿Te acuerdas de Bard?
De pronto, su nombre hace eco en mi mente.
—¿El ex de Anna? —pregunto, frunciendo el ceño.
—Ese. Está aquí.
Esto tendría que contárselo a mi mejor amiga.
—Siempre viene por vacaciones, pero aún no estamos en vacaciones.
—Dicen que se inscribirá en apoyo en la escuela. Está que busca hacer buenas cosas para su bachiller. Además, dicen que tiene muy altas notas.
—¿Bard? —asiento, procesando la información.
Bard era de la misma edad que mi amiga, pero en mi año. Sus abuelos viven aquí, así que siempre lo hemos visto en vacaciones, lo que complicó la relación que tenía con Anna.
—Llegamos.
Esa palabra me saca de mi estado de shock, devolviendo mi cerebro a la realidad. Apenas habíamos llegado y ya quería ir a la parte de los bolos. Antes era adicta a ese juego, no sé cuándo dejé de serlo.
—¿Quieres un algodón de azúcar?
Asiento con entusiasmo.
—¡Sí, sí!
Tomás se acerca al vendedor de dulces, donde hay algodón de azúcar, manzanas acarameladas, manzanas de chocolate y gaseosas. Logra comprar un algodón de azúcar rosa y otro azul, como en los viejos tiempos. Aunque, en esos días, quienes lo compraban eran nuestras madres. Cuando lo veía como a un amigo y no como a mi crush que paso a serlo años después.
—¿Todavía tienes comunicación con Bard?
Quería saber de él. Siempre fue un buen chico, y supongo que el tiempo y la distancia no les favorecieron en su momento con Anna. Una relación a distancia es complicada.
—Sí, el día que Anna lo terminó llegó a mi casa. Necesitaba un amigo y eso es lo que hice: apoyarlo.
—¿Te gusta ser el sanador de los corazones rotos o algo así?
—En efecto... —susurra—. Pero no siempre.
Lo miro confundida, sin entender a qué se refiere.
—¿A qué te refieres con no siempre?
—Contigo fue porque realmente me preocupé y no quería verte sufrir, al menos no sola. Solo quería ser el hombro en el que llorarás.
—Y te lo agradezco; me ayudaste mucho. Cumpliste el rol de hermano.
Golpeo su hombro con una risa nerviosa.
Qué feo sonaba eso, pero era lo único que Tomás buscaba en ese momento o incluso ahora. Estaba confundida por el beso, pero no quería malograr este momento.
—En realidad, no.
—¿Eh?
—En ese tiempo, me gustabas...
—Pero tú en la fiesta...
—Estuve con Tina —concluye por mí—. Lo sé, pero fue una estupidez.
—No te creo.
—Me llegó tu mensaje y no sabía cómo desquitarme de ese sentimiento de enojo. Entonces te vi junto a él, y Tina estaba a mi lado... Yo sé que eso no justifica mis actos, pero en ese tiempo era mucho más inmaduro que ahora.
—¡Falso! Tomás, yo te había dicho mis sentimientos en la fiesta.
—¿De qué hablas?
—Cuando estábamos hablando de que te ibas a España.
—Para eso ya me habías mandado el mensaje. Estaba enojado porque cantabas la de Tini mirando a Dany.
—"Miénteme", así se llama. Y no, no era para él; lo miraba porque me daba ánimos para seguir haciéndolo... Te lo cantaba a ti —lo último salió como un susurro apenas audible.
Era raro hablar sobre este tema, mucho más raro hacerlo con el protagonista de esos sucesos por el que lloré días sin parar.
—Pero... quieres decir que... —parece pensarlo por un momento—. ¿Y el mensaje? Sí, el mensaje que me enviaste.
—¿Qué mensaje? No te envié ninguno.
—Me mandaste uno que decía lo mucho que te gustaba Dany, y pensé que tal vez era una explicación ante tu falsa declaración y canto hacia mí. Ya sabes, querías darle celos y ya me lo habías advertido.
—¿Eres tonto? Te estoy diciendo que no mandé nada.
—Ya extrañaba que me digas tonto.
—¡Tomás, céntrate!
—Sí, el mensaje. ¿Entonces quién lo mandó?
La única persona que me entregó el celular ese día fue Cris. Recuerdo que lo había encontrado sobre la mesa llena de bocaditos, los cuales estaba comiendo minutos antes de dirigirme al baño. Pero era imposible; jamás le mandaría un mensaje sin mi consentimiento. Encima, diciendo que Dany me gustaba... Si Cris odia a Dany. En ese momento no tanto como ahora, pero nunca le cayó bien.
«Aquí hay gato encerrado»
—Debe de existir un malentendido. Es imposible que te haya escrito ese mensaje cuando tú eras quien realmente me gustaba.
Cuando mi mirada choca con la suya, me doy cuenta de la gran sonrisa que lleva.
«Oh, no. Acabo de decir que...»
—Olvídalo, no digas nada —pronuncio con vergüenza.
—¿Que lo olvide? ¿Estás bromeando? En ese tiempo también me gustabas, Sof.
Mi boca se abre formando una "O" muy grande.
Pero todo esto no tiene ningún sentido...
—El mensaje que me mandaste el día de la fiesta de bienvenida...
Estaba pensando en voz alta, y me doy cuenta gracias a que Tomás se impacienta en responder.
—Espera, ¿qué? —menciona con la frente levemente arrugada.
Asiento, dándole espacio para que responda.
—¿De qué mensaje hablas? — pregunta con confusión.
«Un poco más, y me lo creo»
—Déjate las bromas para otro día, Tomás.
—Santo cielo, sofí. ¿Crees que bromearía con algo así?
Se pone a pensar en la situación, para luego terminar diciendo entre susurros, con la mirada perdida.
—Hemos sido engañados...
—No tiene sentido.
—Claro que sí, no ves todo eso de los mensajes. Es muy raro, Sof.
—Pero ¿por quién? ¿Quién jugaría con mis... nuestros sentimientos?
—Tengo que averiguarlo, pero por ahora no te preocupes. Lo bueno es que ya arreglamos ese tema.
Era muy raro todo. ¿Quién querría hacernos pensar eso? ¿Quién estaría detrás de todo esto?
«Tomás estuvo enamorado de mi al mismo tiempo que yo de él»
El día transcurrió tranquilo. Él hizo que me divirtiera y, hasta el momento, todo estaba increíble. Mucho más porque iba ganando en el juego de los bolos.
—Juguemos a otra cosa —se acerca Tomás con frustración tras la pérdida de su nueva ronda.
—¿Acaso estás siendo una gallinita?
Se ríe abiertamente.
—Claro que no, solo dejo que ganes.
—Ajá. Haré como que te creo, ¿te parece?
—Me parece si me das un beso, ¿te parece?
—Me parece bastante justo.
Me acerco a rodear su cuello con mis brazos, dándole un beso corto, ya que una llamada nos logra separar. Gracias a Dios que fue así, porque no quería dar otro espectáculo aquí.
Gracias a Dios que Nicki me prestó el celular que ya no usaba para mantenerme comunicada hoy.
Contesto ni bien logro zafarme de los brazos de Tomás.
—Hola, cariño. ¿Qué tal el reemplazo de tu celular?
—Hola, mami. Creo que es mejor a nada.
Había perdido todos mis contactos, pero al menos mamá no me había castigado por haber perdido el anterior.
—Eso suena a que está bien —ríe sin contenerse—. Antes que me olvide, necesito que compres mantequilla y, por favor, no te hagas tan tarde.
—Está bien, mamá. No te preocupes.
Corto la llamada y regreso hacia Tomás.
—Era mi madre.
—¿Pasó algo?
—Quiere que compre mantequilla y que no me haga tarde.
—Deberíamos ir en busca de la mantequilla y llevarte a casa.
—Un chico bueno que hace caso, eh.
—Por algo soy el favorito de tu madre —guiña uno de sus ojos con superioridad.
—Creído. Además, el favorito de mi madre se debate entre Cris, Anna, Carlos y Aksel.
—Estoy en total desacuerdo. Se debate entre los cuatro. Por cierto, ¿qué tal el móvil?
—Peor es nada. Perdí todo en el anterior...
—Lo siento.
—Es mi culpa por pasarme con el alcohol, pero ¿tú no sabes nada?
—¿Podemos hablar mañana? Iré a tu casa. Confírmale a tu madre que iré a almorzar.
—Es mejor que se lo digas a Nicki. Sería muy raro que yo le tenga que decir eso.
—Tienes razón, de aquí llamo a Nicolás.
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