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Capítulo 8: Ideando planes

Después de ese pequeño momento en el baño creo que le di a entender cosas que no debí, como el hecho de que no me disgusta tanto su presencia justo ahora. No sé qué cambió, supongo que como hemos dejado la organización la rivalidad ha desaparecido puesto que ahora somos aliados por un mismo objetivo.

No ha sido tan malo estar en esta misión con él, supongo que el motivo sea que no incordié tanto como en otras ocasiones que hacía todo más difícil, muy inmaduro de mi parte, lo admito, pero ahora las cosas han cambiado y no sé si es bueno o malo, lo único que sí tengo claro es que no pienso enredarme la vida con él. Necesito concentración y Ángel tiene pinta de ser bastante intenso. Así que perderá su tiempo conmigo.

Tras comer algo, nos sentamos frente a su mini laptop donde descarga con rapidez los archivos de la laptop para seguir revisando la información puesto que no pudimos verla toda y necesitamos saber cuántos somos en total a los que nos hizo lo mismo. Es cierto que, si hay algunos que son realmente huérfanos, pero son la minoría, podríamos decir que el 75% de los miembros de Fuerzas Letales fueron violentamente arrebatados de sus familias y muchos de ellos no se sabe si fueron o no asesinados. Además, también es bastante raro que los únicos videos que figuran completos son los nuestros. Hay algo en el pasado, algo con nuestras familias y el jefe que nos une.

—Bien, ya lo sabemos todos —arqueo una ceja—, bueno, casi todo, sabemos lo más importante que es que este maldito formó su negocio a partir del sufrimiento de miles de familia. Es un asesino a sangre fría. —Todo lo dicho es cierto, pero algo me dice que queda mucho más por descubrir.

—Tienes razón, ahora debemos pensar que haremos.

—¿Se te ocurre algo?

—Solos no podemos. Somos buenos, pero no magos —asiente, de acuerdo conmigo—, necesitamos a nuestros colegas. Según la información hay compañeros cercanos tanto tuyos como míos, si le enseñamos esto, pueden unirse a nosotros y quedarse allí para pasar información.

—Eso no es una buena idea, Angelique. Allí dentro no se mueve un pelo sin que el jefe lo sepa, lo sabemos. Si intentamos hacer eso los ponemos en peligro a ellos y a nosotros. Si nos captura, no viviremos para contarlo. ¿Lo sabes?

—Lo tuyo es llevarme la contraria —afirmo—. Tu eres el hacker, aquí la mente brillante soy yo. Soy consciente de todo lo que dices, por eso lo haríamos con cuidado. No soy estúpida.

—No lo dudo —Se levanta para acercarse a mí—, ya quisiera comprobar en cuantas cosas eres buena— No le interesa provocarme, creo que lo intenta porque cree que conseguirá algo.

—Tú no tendrás el placer de comprobar en todo lo que soy buena.

—Te crees implacable, impenetrable, pero yo llegaré a donde muchos han querido y quizás ninguno ha podido. —Sé a qué se refiere. Me mira a los ojos, serio y no sé si juega conmigo o habla de verdad. Acaricio su rostro, lo cual le sorprende.

—Es bueno saber que la organización no te hizo mierda los sentimientos. Los míos sí, y me vale madres. Supongo que nunca regresarán.

—Si tu madre está viva quizás eso cambie —acota.

—Yo voy a encontrarlos, ya sea vivos, muertos, con saber que no me abandonaron como pensé, mi corazón se calma. No creo que sienta otra cosa más que eso.

Sin esperármelo, me abraza, suspiro al sentir su calor envolver mi frialdad. Así me siento, fría, sin sentir nada. Por primera vez, no digo nada, no lo aparto y lo dejo que me dé ese consuelo que hace tanto sé que quiere darme. Toda esta mierda me tiene algo sensible y no lo soporto.

Cuando nos separamos, quedamos bastante cerca, solo bastarían algunos centímetros para acabar uniendo nuestras bocas. Veo que sus ojos están dilatados, su vista se dirige a mis labios y yo siento mi boca reseca, por lo tanto, muevo mi lengua para mojarlos un poco, no sé si le estoy dando permiso, pero siento que se acerca en señal de que lo hice, pero un gran ruido de la puerta nos separa.

De un momento a otro, nos veo rodeada por seis hombres. Todos nos apuntan sin perdernos de vista. Estamos perdidos, es todo lo que pienso. Nuestras armas las hemos dejado en el cuarto. Nos confiamos en que este sitio era seguro y nos ha salido el tiro por la culata. Ya todo valió. Estamos en una desventaja numérica muy grande y aunque sabemos defendernos, ellos tienen armas y nosotros no.

—No buscamos hacerles daño —dice el que está más cerca. El susodicho mira alrededor, quizás buscando nuestras armas, al ver que no hay nada a la vista, ordena a todos dejar de apuntarnos.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunto. No son hombres del jefe. Ese no perdona las traiciones y nosotros por la razon que sea lo hemos hecho al romper las reglas. Si estos hombres hubieran venido por su orden, ya estaríamos muertos.

—¿Para quién trabajan? —pregunta ahora Beltrán.

—Sus respuestas las tendrán, pero nosotros no podemos dárselas. Solo deben acompañarnos siguiendo nuestras medidas. —Ambos nos miramos dudosos, no dicen nada y no sabemos que pensar.

—¿Si no accedemos que sucederá? —pregunto.

—Igual los llevaremos, solo que tendríamos que usar la fuerza. No es el objetivo de mi jefe. Con él estarán más a salvo que aquí. Si nosotros pudimos dar con ustedes, quien de verdad los quiere muertos, también lo harán. —Tiene razón en lo que dice, pero me cuesta fiarme.

—Hagámoslo —me susurra Beltrán—. Este lugar ya no es seguro para nosotros y no tenemos a donde ir.

—De acuerdo, iremos con ustedes.

Los hombres hacen lo típico de los mafiosos cuando capturan a alguien. Te vendan los ojos y te atan las manos. Beltrán insistió que amarraran una de nuestras manos juntas. Afirmó que él necesitaba saber que estaba junto a mí, no sé qué pensar de su actitud y la protección que siempre quiere darme por encima de la suya propia.

Tras un largo camino donde todo se mantuvo en silencio llegamos al lugar. Es una mansión gigante y con mucha protección. Beltrán y yo nos miramos extrañados. Esta persona sea quien sea es muy poderosa. Esto está rodeado de guardias, francotiradores, es un maldito bunker impenetrable. Nos dirigen a una oficina y allí nos recibe el dueño de todo esto, que mientras más lo miro, más perdida me siento pues no sé quién diablos es. Miro a Beltrán y él se encuentra en las mismas condiciones que yo.

¿Dónde coño nos hemos metido?

—Bienvenidos a mi hogar.

—¿Quién es usted? —hablo.

—Soy la persona que puede ayudarlos a llegar a su familia.

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