Capítulo 10: El dolor más grande que he sentido
El extraño me observa, buscando un atisbo de engaño, es idiota, es imposible que esté fingiendo o algo por el estilo. Hay algo más que él sabe, es algo grave porque de no ser así, no estuviera cuestionando que no me pienso vengar del jefe. Sé que quiere utilizarme, así que espero que lo que sea que tenga que decir, sea algo realmente grave.
—¿Va hablar de una vez o qué? —inquiero impaciente.
—De verdad no lo sabes. es increíble. Supongo que el dolor no te dejó ver la verdad ante tus ojos.
—Hable de una maldita vez —exploto.
En ese momento, uno de los hombres entra con una computadora, el hombre la abre y se ve un video. Al principio no logro ver nada pues está en pausa y el video parece ser grabado de noche. Cuando la imagen es visible, una lágrima de dolor se desliza por mi mejilla, ante mí tengo la verdad que siempre quise conocer, la culpa más grande que he cargado y que ahora, sentiré mucho más. El video muestra al amor de mi vida, amarrado a una silla como un criminal que nunca fue y todo golpeado, apenas puede respirar o mantener sus ojos abiertos. De un momento a otro, sale el jefe detrás de una pared junto a otro hombre que viene encapuchado y no logro reconocer cual de mis compañeros es y le da un disparo directo a matarlo y es cuestión de segundos para que el hombre de mi vida muera en manos de uno de mis colegas y mi jefe.
—Te fijaste en la persona equivocada —le dice al cuerpo sin vida—. Buen trabajo, misión cumplida, puedes irte. —El encapuchado obedece y el video termina.
Caigo sobre mis rodillas, aprieto mi cuerpo para poder soportar el dolor y la agonía que se apodera de todo mi ser. Siempre lo supe, en el fondo de mi alma sospechaba que el jefe fue quien lo mató. Por eso es que me he culpado durante dos años y lo haré toda la vida. Sabía que era un error enamorarme, pero no pude evitarlo, el corazón no entiende de razones y él me enseñó un mundo de colores que no debí conocer, porque al final, él se fue al cielo y yo vivo en la tierra, pero en el infierno después de perderlo a él.
Fue todo tan maravilloso, que recordarlo duele, y el final que tuvo, duele más todavía. Lo conocí en una de mis misiones. Era un simple transeúnte mientras yo perseguía al objetivo, como en las películas, chocamos y nos perdimos en la mirada del otro, pero yo debía cumplir con mi trabajo y lo dejé, sin embargo, él no se conformó con eso y fue detrás de mí, terminó salvándome y presenciándome como asesinaba a mi rival por salvarlo a él y a mí. No quería saber de él ni mucho menos lo que me hizo experimentar con una mirada, nadie lo había logrado y pensé que todo lo que me repetían en la organización sobre el amor, era real, decían que no existía, que nos volvía débiles y así me sucedió.
Perdí el camino que la organización había trazado para mí al enamorarme de Eduardo. Sentí que mi vida había sido una mierda y que el destino lo había puesto en mi camino como una señal de que debía salir de la organización. Fue por eso que murió, le dije al jefe que quería dejarlo todo, que deseaba iniciar una nueva vida y marcharme, cuando me dijo que sí, me puse feliz, sin embargo, pidió que hiciera una última misión para él.
Dicha misión se complicó más de lo que pensaba y fue la segunda vez que me vi obligada apretar el gatillo, me sentía una basura, Eduardo decía que yo era su ángel salvador y en aquel momento, fui un verdugo. Tardé en completar esa misión una semana y llegué a la organización muy golpeada por los enfrentamientos desiguales.
Cuando llegué a su casa, para darle la buena noticia, quien estaba era su madre, con lágrimas recogiendo todas las cosas de Eduardo. Lo primero que hizo fue virarme la cara de una cachetada, para luego comenzar a recriminarme por la muerte de Eduardo. Decir que me volví loca cuando comprobé que era cierto, se queda corto.
Estuve alrededor de un mes autodestruyendo mi mente, culpándome de no haber estado para defenderlo y de haberlo ensuciado en el mismo mundo donde yo ya estaba manchada. Salí sola de mi dolor, le pedí al jefe volver y me aceptó, me volví una mujer fría, calculadora, violenta y sin remordimientos. Era una bomba peligrosa qué si me tocaban, explotaba y me llevaba a quien fuera por delante. Nada me importaba.
Durante aquellos meses, tomé las misiones más peligrosas y suicidas, pensando que, en alguna de ellas, me iría al infierno donde al menos pudiera ver a Eduardo a lo lejos, sin embargo, no fue así. El mismo Beltrán me había salvado y otros de mis compañeros también, el jefe sabía lo que estaba intentando hacer y no lo permitiría.
Sencillamente me cerré al mundo, a los hombres y a todo. Después de él me quedé vacía, sin nada para ofrecer. Quería dar con mi familia a ver si ellos podían ayudarme a sanar, pero ahora las cosas son diferentes, solo quiero que él sufra lo mismo que yo, aunque no soy una asesina sanguinaria, en el momento de acabar con él seré la peor de todas, me destruyó, me volvió nada.
—¿Quién es el encapuchado? —susurro, levantándome de mi momento de debilidad.
—No lo sé. No se quitó la capa hasta luego de salir y las cámaras de afuera no funcionaban. Puede ser cualquiera de tus compañeros.
—Lo quiero muerto, tal y como dejó al hombre que amaba. No tenía culpa. No merecía morir. Estoy con usted. —La sonrisa victoriosa del hombre me afirma que cumplió su objetivo, me da igual que yo sea el medio para su fin, al final, yo obtendré lo que quiero.
—Perfecto. ¿Y tú, chico?
—A dónde quiera que Angelique vaya, yo estaré con ella. —El hombre asiente—. ¿Tiene alguna otra información que debamos saber? —acota Beltrán. Yo ahora mismo me encuentro en un limbo de dolor donde no puedo pensar bien.
—Así es, tengo información que desconocen, pero lo más importante, es que conozco su más grande debilidad. —Cuando ha dicho esa palabra, mi atención va totalmente a él. Esto si me interesa mucho.
—¿Cuál es esa debilidad? —pregunto.
—Su hija.
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