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Capítulo 36

Al salir del hospital, pasaron por el departamento de Sebastián para que recogiera algunas cosas y continuaron su camino hacia la casa de Melina. En cuanto entraron, la obligó a recostarse mientras él se encargaba de preparar algo de comer. El médico le había indicado reposo absoluto durante los primeros días y al parecer, Sebastián se lo estaba tomando al pie de la letra. Ya le había dicho en el viaje que se quedaría en la casa de ella para ayudarla en todo y que no iba a aceptar un "no" por respuesta. De todos modos, tampoco era que ella pensara negarse. De hecho, le gustaba tenerlo allí. Su presencia la calmaba y eso era justamente lo que necesitaba en ese momento.

Mariano sabía que aún estaría agotada y no quería agobiarla, por lo que prefirió llamarla por teléfono en lugar de ir a verla para asegurarse de que estuviese bien. Cuando su amigo le había comentado sus planes de quedarse con ella, se había quedado mucho más tranquilo. Aprovechó el llamado también para pedirle que siguiera las indicaciones médicas las cuales eran fundamentales para su pronta recuperación y le dijo que tratara de no hacerle difícil las cosas a su novio, que ya bastante estresado estaba. Melina rio al escuchar como lo había llamado. Le resultaba extraña esa palabra, aunque a la vez maravillosa. Sin embargo, para ella Sebastián era mucho más que eso.

Desde la cama —porque no tenía permitido levantarse más que para ir al cuarto de baño—, llamó a sus amigas y les contó las novedades. Ambas reaccionaron de la misma manera gritando emocionadas desde el otro lado de la línea. Le prometieron que en cuanto se sintiera mejor la irían a ver y que no dudara en llamarlas ante cualquier cosa que necesitara.

Finalmente lo llamó a su jefe para avisarle que no iría a trabajar en las siguientes semanas. Este la felicitó por la buena nueva y le pidió que no se preocupara por el trabajo, que se centrara en recuperarse y que volviera cuando se sintiera bien del todo. A pesar de su comprensión —la cual agradecía—, no estaba segura de que fuera a volver realmente. Esa noche en el hospital apenas había podido dormir y en cambio, se había dedicado a pensar en qué haría con su trabajo. Después de todo lo que había pasado con su ex, no deseaba volver a verlo en su vida y a pesar de que amaba lo que hacía y le resultaba doloroso tener que dejarlo, no estaba dispuesta a compartir el día a día con un loco mentiroso al que no le gustaban los rechazos. Por otro lado, estaba segura de que su novio, tal y como lo había llamado su hermano más temprano, no se sentiría demasiado cómodo con ello.

Esa noche, Sebastián le llevó la cena a la cama temprano. Como sabía que estaba agotada, apagó la luz ni bien terminó y la envolvió en sus brazos para que se relajara. En cuanto sintió que se había quedado dormida, la arropó y tras darle un beso en la frente, llevó la bandeja a la cocina para lavar lo que había usado para cenar. Luego, decidió quedarse en el living y mirar un poco de televisión.

Sin prestar atención a la pantalla, se puso a pensar en todo lo que había pasado hasta ese momento. No podía creer lo estúpido que había sido al pensar que podría vivir sin ella. Ahora, esa idea le parecía ridícula y absurda. Ese mes que estuvieron separados casi había acabado con él y sabía, con certeza, que no quería volver a sentirse así nunca más.

Por otro lado, haberla visto tan mal la noche anterior lo había destrozado. Pocas veces en su vida había sentido tanto miedo y aunque lo peor había pasado, no iba a arriesgarse a perderla. Se encargaría él mismo de cuidarla y mimarla para que tanto ella como el bebé que estaban esperando, se encontraran bien. Jamás se había planteado la posibilidad de tener hijos, pero desde que se había enterado de que Melina estaba embarazada, no podía dejar de sonreír imaginándose cómo sería. Se sentía inmensamente feliz y solo deseaba que se recuperara pronto para que ella también pudiese disfrutar a pleno de esa etapa tan maravillosa.

Con el correr de los días, los controles salieron bien consiguiendo que el médico la autorizara a levantarse y moverse por la casa con la precaución de no hacer ningún tipo de esfuerzo. Muchas veces tenía que ponerse firme para que Sebastián la dejara al menos cocinar ya que parecía querer mantenerla todo el tiempo en una burbuja de cristal. De todos modos, le gustaba la forma en la que se preocupaba por ella y la cuidaba con dedicación y cariño. Solo la dejaba sola cuando debía ir a trabajar o bien, buscar algo a su departamento, el cual no quedaba demasiado lejos. A pesar de eso y no del todo conforme, la llamaba varias veces al día para chequear que siguiese todo en orden.

Para el final de la segunda semana, Melina finalmente sentía que había recuperado sus fuerzas y eso la hacía sentirse más animada y contenta. Esa tarde, mientras Sebastián aún se encontraba trabajando, sintió que ya no podía seguir dilatando más su conversación con su jefe. Decidió entonces llamarlo para contarle que no iba a regresar a la editorial.

—¡Hola! Estaba justo por llamarte —le dijo él en cuanto oyó su voz—. ¿Cómo te sentís? ¿Estás mejor?

—Sí, mucho mejor, gracias. La verdad que si fuese por mí ya estaría haciendo de todo, pero no me dejan.

—Y lo bien que hacen. Querida, tenés que cuidarte. A mi mujer le pasó lo mismo con nuestro primer hijo y te puedo asegurar que el reposo fue fundamental para que todo saliera bien.

—Sí, ya lo sé, solo que a veces me hacen sentir una inválida.

Su jefe largó una carcajada.

—Ella me decía lo mismo y no sabés cómo se enojaba. Pero después entendió que era lo mejor para el bebé. Tenés que quedarte tranquila y ser paciente. Cuando te quieras acordar, lo vas a tener en brazos y te vas a olvidar de todo lo que tuviste que soportar para que ese momento llegase.

Melina sonrió al imaginar ese día. No obstante, pronto se puso seria. Su jefe siempre había sido bueno con ella y se sentía culpable por decidir renunciar. Era como si lo estuviese traicionando.

—Raúl, yo te llamaba para decirte...

—Que no vas a volver, ¿verdad? —la interrumpió.

—No... bueno sí... es que yo...

—Escuchame, cariño. Soy viejo, pero no tonto y sé que Javier tiene algo que ver en todo esto. No sé qué pasó entre ustedes y tampoco quiero saberlo —se apresuró a aclarar—, pero cuando vi que rechazó tu manuscrito, supe que algo no andaba bien.

Melina escuchó con atención lo que le estaba diciendo. Una vez más, se sintió avergonzada por haberse dejado embaucar por ese imbécil. Pero ya no le interesaba. Después de todo, no volvería a verlo.

—Así que decidí intervenir y revisarlo yo mismo para ver qué era lo que estaba tan mal que hizo que no quisiera publicarlo. Entonces me di cuenta de que no se trataba de eso. Melina, tu historia es increíble. La trama es atrapante, tiene una narrativa impecable y los personajes son únicos. La verdad es que tu libro tiene mucho potencial y sería un idiota si no apostara por él. Si todavía estás interesada, estoy dispuesto a seguir adelante con la publicación.

—¿Es en serio? —preguntó, sorprendida—. ¡Claro que sí, Raúl!

—Perfecto. Vas a ver el éxito que va a tener. Vos tranquila que yo me encargo de todo. Bueno y si algún día querés volver, sabés que las puertas para vos siempre van a estar abiertas.

—Muchas gracias.

—De nada y cuidate mucho. Estamos en contacto.

Cuando Sebastián llegó por la noche, la encontró escuchando música mientras que, sentada en el sofá, leía uno de los tantos libros sobre el embarazo que él le había comprado. Melina, al verlo, le dedicó una enorme sonrisa que automáticamente borró todo rastro de cualquier mierda que hubiese tenido que enfrentar ese día. Ahora entendía a lo que se refería su amigo cada vez que hablaba de la paz que encontraba en su mujer. Eso era precisamente lo que estaba sintiendo él en ese momento.

Se acercó a ella lentamente y se sentó a su lado. La atrajo hasta sentarla sobre su regazo y la besó como hacía horas que deseaba hacerlo. Sus besos eran como una especie de droga para él y sabía que jamás se cansaría de ellos. Se detuvo justo antes de que lo que solía desencadenar en él tan solo con sentirla cerca, le nublara por completo el juicio. El médico les había advertido lo peligroso que podía llegar a ser tener intimidad antes de tiempo y aunque tuviese que esperar unos meses más, no pensaba arriesgarse.

—Hablé con mi jefe hoy —susurró ella en cuanto se apartó—. Y le dije que no iba a volver.

Él abrió los ojos, asombrado. Sabía que no había sido una decisión fácil para ella y si bien lo alegraba, no quería que se sintiera mal. Sin embargo, sus hermosos ojos marrones parecían resplandecer de felicidad por lo que supuso que tenía algo más que contarle.

—Me comentó que Javier rechazó mi manuscrito, tal como me había dicho que haría.

—Voy a matarlo —gruño entre dientes tensándose al instante.

—Tranquilo, al parecer Raúl se dio cuenta de que algo raro pasaba y decidió leerlo también. Y bueno, resulta que le gustó y lo va a publicar. ¡Van a publicar mi libro! —exclamó con una sonrisa que lo sosegó al instante.

Él sonrió en respuesta y la abrazó con fuerza.

—¡Qué bueno, amor! Me cae bien tu jefe —le dijo provocando que ella riera—. Te dije que eras una excelente escritora. Estoy muy orgulloso de vos.

—Gracias —respondió, aún sonriente—. ¿Y a vos cómo te fue en la agencia?

—Bien, todo tranquilo —mintió. No era que hubiese tenido algún problema en particular, pero su trabajo en sí mismo era intenso, por no llamarlo de otra manera—. Mañana tengo una reunión con los directores, por eso vine más tarde. Tuve que pasar por mi departamento para buscar un traje ya que tengo que ir vestido formal.

—Pero no es nada malo, ¿no?

—No, Mel. Tranquila. Suelen citarnos para hacer devoluciones de nuestros informes.

—Está bien —le dijo mientras se acurrucó en sus brazos hasta apoyar la cabeza sobre su hombro.

Él la rodeó automáticamente con los suyos. Permanecieron así, en silencio, por varios minutos. Lo único que se oía era la música de fondo que Melina había conectado desde su celular. Sebastián sonrió al reconocer las canciones. Eran las mismas que solía poner en la cabaña del delta cuando tuvieron que ocultarse allí durante una semana.

Cerró los ojos al recordar los momentos compartidos a su lado desde que había ido a buscarla aquella tormentosa noche con el objetivo de ponerla a salvo y cumplir así la promesa que le había hecho a su amigo. Las comisuras de sus labios se elevaron levemente al recordar el momento exacto en el que entró al cuarto de baño y la descubrió tocándose. ¡Qué hermosa y deliciosa imagen! Evocó el primer beso que se dieron y que ella misma le había pedido, como así también la primera vez que durmieron juntos, luego de ese peligroso y tentador juego de seducción que ella había hecho nadando semidesnuda en la pileta de la cabaña.

No lo sabía en ese momento, pero allí fue donde se terminó de enamorar. Ahora, ya no se imaginaba la vida sin ella. Prueba de eso había sido la inesperada y extraña sensación que lo había embargado minutos antes cuando pasó por su departamento. Nada más entrar, había sentido que todo era diferente. Ya no lo sentía su hogar y se dio cuenta de que este no tenía que ver con un lugar específico, sino más bien con una persona y para él esa era Melina. Ella era su hogar.

Como si el destino intentara decirle algo, "Feels like home" de Chantal Kreviazuk comenzó a sonar. Era una de las canciones que a ella más le gustaba. La había descubierto en una escena de una película romántica hacía varios años y desde entonces, la escuchaba con frecuencia. Cuando él lo hizo por primera vez, le había parecido de lo más cursi. Sin embargo, ya no pensaba igual. Sabía lo suficiente de inglés como para entender la letra y de pronto, un escalofrío le recorrió la columna al descubrir que aquellas palabras parecían referirse a sus sentimientos hacia ella. Cuando llegó el estribillo, sin siquiera pensarlo, comenzó a cantarle al oído mientras le acariciaba el cabello con ternura.

—If you Knew how lonely my life has been and how long I've been so alone. And if you knew how I wanted someone to come along and change my life the way you've done. It feels like home to me, it feels like home to me. It feels like I'm all the way back where I come from. It feels like home to me, it feels like home to me. It feels like I'm all the way back where I belong.

Melina cerró los ojos al oír aquellas hermosas palabras y su corazón comenzó a latir con fuerza al darse cuenta de lo que las mismas decían. "Si supieras cuán solitaria ha sido mi vida y cuánto tiempo he estado tan solo. Y si supieras cuanto he deseado que alguien llegara y cambiara mi vida de la manera en que lo has hecho. Para mí se siente como el hogar, para mí se siente como el hogar. Se siente como regresar al lugar de donde vengo. Para mí se siente como el hogar, para mí se siente como el hogar. Se siente como regresar al lugar a donde pertenezco".

La canción continuó, pero él calló provocando que ella alzara la vista. Sus ojos brillaron en cuanto se encontraron con los de él y su sonrisa lo desarmó por completo.

—Nunca pensé que sería capaz de enamorarme —confesó mientras le quitó con su dedo una lágrima que había comenzado a deslizarse por su mejilla—, pero lo hice y ya no concibo mi vida sin estar a tu lado. Te amo, Mel. Te amo con toda mi alma y quiero gritarlo para que todos lo sepan. Quiero que seas mía y yo ser tuyo desde ahora y por el resto de nuestras vidas.

—Seba... —balbuceó, nerviosa.

—¿Querés casarte conmigo? —preguntó sin apartar la mirada de ella.

Melina se quedó sin palabras y no se sintió capaz de responderle, pero no por no saber la respuesta, esa la sabía incluso antes de que se lo hubiese preguntado. Era debido a la intensa emoción que la había embargado. No podía creer que finalmente, todo lo que había soñado alguna vez, se estuviese cumpliendo.

Las lágrimas pronto empañaron sus ojos cayendo, una tras otra, por sus mejillas. Incapaz de pronunciar palabra alguna, asintió varias veces con una sonrisa. Él exhaló aliviado y sonriendo también, acunó su rostro entre sus manos para volver a besarla. En ese beso, sin duda intenso, no solo había deseo, sino amor y una inmensa y arrolladora felicidad.

En cuanto se separaron para poder recobrar el aliento, Melina le acarició el cabello de su frente y lo miró a los ojos fijamente perdiéndose por completo en su mirada azul.

—Desde que te conocí supe que eras a quien quería a mi lado. Soy tuya desde que tengo memoria y siempre, siempre lo seré. También te amo y sí, quiero casarme con vos.

En ese momento, Sebastián apoyó una mano sobre su vientre y lo acarició con dulzura.

—Sé que va a sonar demasiado cursi, aunque creo que nada superará el haberte cantado esa canción —bromeó provocando que ambos rieran—, pero vos y el bebé son todo para mí y voy a protegerlos, amarlos y hacerlos tan felices como ustedes me hacen a mí.

—Ya nos estás haciendo felices —respondió ella entre sollozos de emoción—. Y, para que sepas, me gusta lo cursi.

Ambos se acercaron hasta sentir que sus frentes se tocaron y cerraron los ojos.

Una vez en la cama, abrazados y a punto de dormirse, Melina le preguntó si tenía alguna preferencia en cuanto al sexo del bebé. A pesar de ser consciente de que sería todo un desafío, sobre todo por lo sobreprotector que sabía, podía llegar a ser, Sebastián reconoció que le encantaría que fuese una nena.

—Estaba pensando que podríamos llamarla Lucía, como tu mamá —dijo, sorprendiéndolo—. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?

—Me encanta —declaró con los ojos llenos de lágrimas. Ella sonrió, satisfecha—. Sos increíble. Gracias, amor.

—De nada —respondió antes de besarlo, una vez más.

—Quizás deberíamos elegir uno de varón también, solo por si acaso —agregó él, pensativo.

Entonces, ambos pensaron lo mismo.

—Mariano —dijeron al unísono y comenzaron a reír.

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¡Espero que les haya gustado!
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¡Solo falta el epílogo y esta historia se termina! 😘
En la parte multimedia está la canción que Seba le canta a Mel ❤

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¡Hasta el próximo capítulo! 😘

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