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Capítulo 35

Sebastián asintió y se puso de pie para seguir a su amigo. Antes de salir, le dirigió una mirada a Melina con la intención de hacerle saber que todo estaría bien. No obstante, no pareció funcionar ya que ella empezó a gritar con más intensidad rogándoles que regresaran.

Mariano avanzó a grandes zancadas sintiendo la furia bullir en su interior. Podía oír las súplicas de su hermana y eso lo enfurecía aún más. Una vez fuera, se volvió para enfrentar a su amigo y cerrando el puño con fuerza, lanzó el primer golpe. Sebastián sabía lo que sucedería y, aun así, se lo permitió. Era consciente de lo mucho que había tardado en reaccionar y al ser él también alguien que solía guardarse las emociones, entendía perfectamente cuán malo podía llegar a ser.

—¡Tenías que protegerla y en lugar de eso, te acostaste con ella! ¡Te fuiste y la dejaste hecha una piltrafa humana! ¡Ahora que volviste, resulta ser que no solo está embarazada, sino que casi lo pierde por el puto estrés que le hiciste pasar!

Los gritos de Nano comenzaron a llamar la atención, pero no le pidió que se detuviese. Sabía que necesitaba descargarse. Con cada acusación lanzada, recibía el empujón de sus manos sobre su pecho con la clara intención de hacerlo caer.

—¿Creés que no sé todo eso? ¿Que no me siento mal por el dolor que le causé? —exclamó con los puños cerrados.

—¡Dijiste que la amabas! ¡Me prometiste que no volverías a herirla! Melina ya estaba embarazada cuando la dejaste. ¡¿Lo sabias?!

Sebastián se sorprendió ante esa pregunta. Entendía que estaba nervioso y que en ese momento no era él mismo el que hablaba sino su enojo, pero eso no le daba derecho a acusarlo de algo semejante, sobre todo conociendo su pasado. No le entraba en la cabeza que lo creyese capaz de algo así.

—Acabo de enterarme —gruñó comenzando a enfadarse.

—Y decime, ¿qué hubieses hecho si lo perdía mientras estabas lejos? ¿Habrías vuelto?

—¡Por supuesto que sí! —gritó, esta vez devolviéndole el empujón.

Mariano no se lo esperaba, por lo que, tambaleándose hacia atrás, cayó sobre el lateral de un auto que estaba estacionado. Sebastián se acercó hecho una furia hasta quedar a pocos centímetros de él.

—¡Me cansaste con tus acusaciones! ¿Tan hijo de puta creés que soy? Y te digo más, el bebé podría ser del imbécil de su ex que me daría igual. De todos modos, estaría con ella. Cometí un error, lo sé, pero creo que ya pagué por ello, ¿no te parece?

Su reacción pareció sacarlo de la neblina en la que se encontraba su mente hasta ese momento permitiéndole reconocer la sinceridad en sus palabras. Lo miró con atención por unos instantes sin saber qué decirle. Sebastián se dio cuenta y respirando profundamente para serenarse, relajó la postura.

—Nano —le dijo de forma pausada clavando sus ojos en los de él—, sé que me porté como el culo y que no merezco estar a su lado, pero de milagro me sigue queriendo. Lo que pasó no lo planificamos, sin embargo, te puedo asegurar que me hace feliz, nos hace felices.

—¿Y le contaste acerca de tu pasado? —preguntó, aún con recelo.

—Sí. Lo sabe todo. Ya no hay secretos entre nosotros, ni los habrá.

—Realmente la amás —afirmó, más que preguntó, sosteniéndole la mirada.

—Sí —dijo mientras se limpió la sangre de su labio con la mano—. Jamás pensé que podría ser capaz de hacerlo, pero Melina se las ingenió para derribar todas y cada una de mis barreras. La amo más que a nada en el mundo. Te doy mi palabra de que no voy a volver a lastimarla y siempre, siempre voy a cuidar de ella y del bebé que lleva en su vientre.

Mariano asintió, ahora sí, conforme. Haberse enterado de que su hermana estaba embarazada después de todo lo que había pasado y verla en ese estado hizo que explotara. No obstante, confiaba en su amigo, siempre lo había hecho, y no pensaba parar ahora. Además, podía notar lo mucho que ella también lo quería y después de todo, tampoco le desagradaba la idea de que estuviesen juntos. Siempre que Melina estuviese bien, él también lo estaría.

Despegándose de ese auto, finalmente se irguió y en pocos pasos salvó la distancia que había entre ellos. Sin necesidad de más palabras, ambos se fundieron en un efusivo abrazo.

Victoria se había entretenido con una compañera de trabajo a la que no veía desde hacía mucho tiempo y conversando con ella, no se dio cuenta de lo que estaba pasando. Sin embargo, pronto los gritos desaforados de su cuñada la alcanzaron provocándole un estremecimiento. Se excusó con su amiga rápidamente y corrió hacia el interior de los consultorios para ver qué era lo que sucedía. Al entrar, la vio intentando zafarse, con desesperación, de dos enfermeros que la sujetaban con fuerza. Se acercó hasta ponerse en frente y mirándola a los ojos, apoyó ambas manos sobre sus hombros.

—¡Basta, Melina! Vas a lastimarte.

—Vicky —sollozó al verla deteniendo de inmediato el forcejeo.

Victoria la abrazó en cuanto la vio ceder y se apresuró a llevarla de regreso a la cama.

—Estoy acá, Mel. Por favor, tratá de calmarte —le rogó mientras la ayudaba a acostarse.

Les pidió a sus compañeros que se marcharan y ella misma le colocó nuevamente la vía por la cual se le suministraba la medicación.

—Nano vino enojado y Seba se fue con él... ¡Vicky, se van a matar!

—Tranquilizate, por favor, sino van a tener que sedarte y eso no es bueno para el bebé —afirmó terminando de ponerle la cinta que mantenía la aguja adherida a su piel.

—Entonces, ya lo saben —balbuceó mirándola a los ojos.

—Sí, nos lo dijo el doctor que te atendió.

—Por eso Nano se puso así.

—Supongo, ya sabés cómo es cuando se trata de vos. Pero insisto, no tenés que preocuparte por ellos. Lo van a resolver, ya vas a ver. Solo centrate en tu recuperación y en la salud de tu bebé.

—Pero es que no puedo más, Vicky. Estoy harta de que todos me traten como a una nena que no puede tomar sus propias decisiones.

—Tu hermano solo quiere lo mejor para vos —le dijo en un intento por apaciguar las cosas.

—¿Y acaso él sabe lo que es mejor para mí? —cuestionó, exasperada, rompiendo en llanto una vez más.

—Todo va a estar bien, te lo prometo —susurró mientras la abrazó para contenerla.

Justo en ese momento, el médico entró en la habitación y la vio en ese estado. Frunció el ceño, aún más, y con cara de pocos amigos, le pidió a Victoria que saliera un minuto para que pudiese hablar con ella. Tras apretar la mano de su cuñada, se puso de pie y lo siguió hasta afuera.

—¿Qué pasa, Jorge? —preguntó, intrigada.

—Pasa que evidentemente a nadie le importa una mierda lo que yo diga.

Se encogió ante la rudeza de sus palabras. Jamás lo había escuchado decir una grosería y la sorprendió el tono elevado de voz que había empleado al hablarle.

—No entiendo a qué te referís —balbuceó, un poco nerviosa.

—Les pedí que no la alteraran y al parecer, entendieron lo contrario ya que no dejó de llorar ni un minuto desde que ustedes aparecieron. Sobre todo, tu novio —agregó, remarcando la palabra con evidente fastidio—, que no solo entró a los gritos exigiendo información de mala manera, sino que ahora se está peleando afuera con el otro Neanderthal que vino con ella. Haceme el favor de ir y detenerlos ahora mismo o tendré que llamar a seguridad.

A Victoria no le gustó para nada la forma con la que se refirió a Mariano y a Sebastián, tampoco el modo en el que se dirigía hacia ella. Pero si realmente estaban haciendo lo que él decía, debía intervenir antes de que llamaran a la policía.

—Eso no va a hacer falta, Jorge. Ya me encargo yo.

—Perfecto. Y que no vuelvan a entrar hasta que se tranquilicen.

—Está bien —respondió guardándose la bronca en su interior.

A continuación, caminó con rapidez hacia la salida resoplando enojada.

En cuanto puso un pie afuera, vio que la situación era por completo diferente a lo que se había imaginado después de lo que le había dicho el médico. Ambos estaban apoyados contra un auto estacionado sonriendo como si nada hubiese pasado. Puso los ojos en blanco ante semejante falta de consideración por parte de ellos hacia Melina, quien hasta hacía unos segundos, había estado al borde de una crisis de ansiedad debido a su pelea. Se acercó a ellos y puso sus manos en jarras ni bien se detuvo.

—¿Ya arreglaron sus diferencias? —preguntó con reproche en la voz.

—Sí, ya todo está bien —respondió Mariano frunciendo el ceño al notar su actitud.

—Bueno, entonces podrían entrar y calmar a Melina. No sé si saben, pero se sacó la vía de la medicación y luchó contra dos de mis compañeros solo para venir a detener lo que fuese que pensó que pasaría entre ustedes. ¿Acaso no se dan cuenta de lo mal que le hace todo esto? Los dos actuaron como cavernícolas sin pensar ni un minuto en ella y en las consecuencias que esto puede traer a su embarazo.

Ambos la miraron, avergonzados. Con la adrenalina, ninguno se había detenido a pensar en nada más que en ese estúpido enfrentamiento.

—Creo que debería ir a hablar con mi hermana antes de irnos.

—Me parece bien —acordó ella—. Nosotros esperaremos en la sala hasta que termines.

Sebastián asintió en conformidad. Deseaba ser él quien entrase en ese momento, pero sabía que ellos se debían una charla.

Cuando Mariano estaba por entrar en la habitación de Melina se cruzó con el médico que salía de revisarla. La sonrisa que mostraba su rostro se desdibujó al momento de verlo y poniéndose serio de inmediato, se interpuso en su camino.

—No voy a tolerar otro comportamiento de esa índole aquí dentro. O se comportan como corresponde o la próxima los saco con la policía. Quedan advertidos.

Mariano entonces, ya sin un ápice de paciencia, miró hacia ambos lados del pasillo para asegurarse de que estaban solos y sujetándolo del cuello de su uniforme, lo acercó hacia él.

—Y yo no voy a tolerar que vuelvas a mirar del modo en el que lo hiciste a Victoria. Que te quede claro, doctorcito, es mi mujer. Quedás advertido —susurró de forma amenazante utilizando adrede sus mismas palabras.

Lo soltó en cuanto lo vio asentir y luego le alisó la ropa con su mano. A continuación, ingresó en la habitación.

—Peque —dijo desde la puerta al verla.

Melina alzó la vista apenas oyó su voz y lo siguió con la mirada mientras se acercaba lentamente hacia ella.

—¿Puedo sentarme? —preguntó señalando el espacio a su lado sobre la cama.

—Sí —respondió con voz quebrada—. ¿Dónde está Sebastián?

—Tranquila. Sigue vivo —dijo a la vez que se sentó.

—¡Nano! No puedo creer que...

—Es una broma, relajate. Está afuera con Vicky esperando a que yo termine para entrar. ¿Vos cómo estás?

—Nerviosa, asustada, cansada. Y ustedes no ayudan en nada peleándose de ese modo.

—Perdoname, Mel. Yo... te vi tan mal que no pude soportarlo y... estallé. Pero sé que no debería haberlo hecho.

—No, no deberías. Nano, sabés que te quiero muchísimo, pero ya no soporto que me trates como a una nena. Ya soy una mujer adulta y como tal, tenés que respetarme. Entiendo que te resulte difícil ya que más que un hermano siempre fuiste un padre para mí, pero es hora de que me sueltes. Necesito hacer mi vida y tomar mis propias decisiones, con aciertos y errores.

—Lo sé. Vicky siempre me lo dice.

—Deberías escucharla más —le dijo con una sonrisa, ya más calmada—. Además, lo que pasó con Sebastián no es solo su responsabilidad. Yo también participé...

—Bueno, ya entendí —la interrumpió antes de que dijese algo que definitivamente prefería no escuchar.

De repente, la vio acariciar su vientre aún plano y no pudo evitar sonreír.

—No puedo creer que vas a ser mamá —le dijo provocando que ella lo mirara a los ojos—. Y aunque no lo parezca, me pone muy contento que sea con Sebastián. Es el mejor amigo que uno pueda tener y sé que va a cuidarte, incluso mejor que yo.

Melina se emocionó al oírlo y se inclinó para apoyar la cabeza sobre su pecho. Mariano la abrazó con fuerza, tal como siempre lo hacía y le besó la frente con cariño. Podía ser una mujer, pero para él, siempre sería su hermanita.

Ya había amanecido cuando Mariano y Victoria regresaron a su casa. Como era domingo y Facundo no volvería hasta la tarde, podrían dormir varias horas. Sin embargo, ninguno era capaz de conciliar el sueño.

—¿Estás bien? —preguntó ella apoyándose sobre sus codos para poder mirarlo a los ojos—. Desde que salimos del hospital que no dijiste nada. Te noto... no sé, como ausente.

Él resopló ante la palabra que había elegido. No podría haber escogido una más acertada.

—Estoy bien, solo que no puedo sacarme de la cabeza la imagen de mi hermana acariciando su vientre. No sé, verla así removió algo dentro de mí.

Acomodándose de costado para poder mirarla también, flexionó su brazo y apoyó su cabeza sobre su mano.

—¿Algo como qué? —preguntó, confusa.

—Vicky, sabés lo mucho que amo a Facu y lo feliz que estoy desde que los tengo a ambos en mi vida.

—Sí, claro... ¿pero? —instó con una sonrisa.

—Bueno, es que es así, ausente, como me siento en relación a cada momento importante en el que no estuve con ustedes: Cuando te enteraste de que estabas embarazada, cuando acariciaste tu panza imaginándote como sería; el momento en el que nació, cuando lo amamantaste por primera vez.

Tuvo que hacer una pausa al sentir la emoción atorada en su garganta. Victoria esperó, paciente, intentando contener las lágrimas que había comenzado a sentir apenas la hizo rememorar esas experiencias. Era verdad que no había estado presente físicamente, pero sí lo había estado en su mente y en su corazón. Cada vez que sostenía a su hijo en brazos o lo veía dormir, le hablaba de lo maravilloso que era su padre y lo mucho que lo amaba.

—No sé —continuó sin dejar de mirarla—, siento que me perdí de muchas cosas que me hubiese gustado tener la oportunidad de vivir.

Extendió su otra mano para limpiar la lágrima que vio escaparse de uno de sus bonitos ojos acariciándole el rostro con delicadeza. En ese momento, Victoria apoyó su mano sobre la de él y se la apretó en señal de afecto.

—Y aún podrías vivirlas, Nano —dijo sorprendiéndolo.

—Eso significa que estarías dispuesta a...

—A mí también me encantaría vivir esos momentos, pero ahora con vos a mi lado.

Ante sus palabras, Mariano la acercó a él y abrazándola con fuerza, la besó con ansia despertando rápidamente la pasión entre ellos. A pesar del cansancio, dieron rienda suelta a su deseo entregándose por completo el uno al otro con absoluta devoción y amor. Cuando terminaron, se sintieron realmente agotados, aunque felices.

—Mañana podría hablar con Jorge y preguntarle qué hacer después de dejar las pastillas.

—¿Qué? —preguntó de pronto, tensionado—. ¿Por qué a él? ¿No hay otro?

—¿Y por qué no? Fue mi obstetra y...

—¡Voy a matarlo! Tendría que haberlo amenazado con el arma también.

—¡¿Lo amenazaste?! —preguntó, indignada.

—Sí, no me gustó nada como te miró.

—Nano, él puede mirarme como se le dé la gana. Pero yo solo tengo ojos para vos y lo sabés. ¿No confiás en mí? —preguntó con esa sonrisa que tanto le gustaba.

—Sí, sí que confío —aseguró recostándose sobre ella—. Pero no en él.

—Está bien, consultaré con otro —consintió.

Finalmente, acunó su rostro con ambas manos y lo besó poniendo fin al asunto.

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¡Espero que les haya gustado!
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Solo queda uno más y el epílogo para terminar esta hermosa historia! ❤
Este capítulo está dedicado a mi amiga MnicaDazOrea Gracias por tu infinita y desinteresada ayuda. Te quiero!!

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¡Hasta el próximo capítulo! 😘

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