Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 32

La película no le había gustado ni un poco. Si bien disfrutaba de las de suspenso, odiaba las de terror. No obstante, al parecer eran las favoritas de Javier quien, sin consultarle antes, había comprado las entradas a modo de sorpresa. Le agradecía el gesto. Sin embargo, no le pareció correcto que no le hubiese dado la posibilidad de elegir. 

Durante las dos nefastas horas que estuvo dentro de esa oscura sala, se la pasó con las manos aferradas a los apoyabrazos en un intento por refrenar los gritos y las ganas de salir corriendo. Por supuesto que él, al verla tan asustada, en varias oportunidades le había pasado el brazo sobre sus hombros de forma protectora. Pero eso no la había reconfortado en absoluto. Más bien todo lo contrario ya que debía estar alerta también a cualquier movimiento sospechoso por su parte.

Mientras tanto, ella permanecía inmóvil en su asiento sin inclinarse ni un centímetro hacia él. No quería darle la idea equivocada que tanto parecía estar esperando. Lo peor era cuando al abrazarla, le acariciaba suavemente el hombro con sus dedos. Entonces procuraba moverse con la excusa de tomar un poco de gaseosa o simplemente se acomodaba de forma sutil para que él se apartara.

Para el momento de la cena, las cosas mejoraron un poco y la misma transcurrió de forma tranquila y amena. Javier se dedicó a hablar de su bebé y de las nuevas morisquetas y sonidos que había comenzado a hacer. Eso le permitió olvidarse un poco de la tensión de aquella horrible película. Afuera había comenzado a llover con más intensidad y en varias oportunidades alcanzaron a oír los fuertes y estridentes truenos explotando alrededor. Evidentemente, esa noche no iba a mejorar ya que, con semejante tormenta, estaba segura de que no iba a ser capaz de pegar un ojo.

Al terminar, se excusó para ir al baño y cuando volvió, se encontró con que había pedido dos cafés. Otra cosa más que hacía sin consultarle. ¿Qué le pasaba esa noche? Además, parecía haberse olvidado de que a ella no le gustaba. Para no hacerlo sentir mal, bebió algunos sorbos y se las ingenió para dejar el resto sin que se diera cuenta.

Mientras la llevaba a su casa en el auto, conversaron acerca de su novela y las grandes posibilidades de publicación que tenía. Al parecer, a él le habían designado la tarea de editarla y le estaba comentando lo mucho que le gustaba la misma. Melina se sintió feliz con esa noticia y no pudo evitar comenzar a bombardearlo con preguntas. Javier parecía encantado de responderlas y se explayaba en cada una de sus respuestas. El viaje se le hizo corto y por primera vez en la noche, deseó que la salida durara un poco más.

—¿Por qué no entro y te sigo contando mientras tomamos un café? —sugirió con una sonrisa cuando detuvo el auto en la entrada de su casa.

Se contuvo para no poner sus ojos en blanco ante su insistencia y decidió sincerarse de una vez.

—No me gusta mucho el café —dijo frunciendo la nariz de forma divertida.

—¡Tenés razón! ¡Encima te pedí uno en la cena! —rio avergonzado—. No sé por qué estaba seguro de que sí te gustaba.

—No hay problema —rio también mientras se encogió de hombros.

—Bueno, igual podemos tomar otra cosa si querés —insistió con la clara intención de quedarse.

Melina lo pensó por unos segundos. No le terminaba de convencer la idea. No lo creía apropiado ya que podría hacerlo pensar que le estaba dando luz verde para intentar un acercamiento. Sin embargo, tenía muchas ganas de conocer una opinión profesional sobre su libro.

De pronto, un relámpago los iluminó seguido por un fuerte trueno que estalló con energía provocando que los cristales del auto vibraran.

—¡Dios! —balbuceó ella, estremeciéndose—. Mejor me voy ya.

—Está bien. Te acompaño hasta la puerta así no te mojás tanto.

Descendió del auto y se apresuró a rodearlo para ayudarla a bajar. Los cubrió a ambos con su chaqueta y corrieron todo el trayecto hacia la entrada. No pudieron evitar reír a carcajadas al sentir el chapoteo del agua debajo de sus pies. Aun reían cuando llegaron a la puerta.

—Gracias por la cena y la película. Fue... interesante —le dijo mientras buscaba las llaves dentro de su pequeña cartera.

—Gracias por haberme acompañado. La próxima la podés elegir vos —respondió con una sonrisa provocando que lo mirara.

Cuando sus ojos se encontraron, extendió su mano hacia su rostro y con el dorso de sus dedos, la acarició con ternura. Aunque la sentía tensa, ya no quería seguir conteniendo las ganas de besarla. Se acercó un poco más y comenzó a inclinarse, pero ella logró esquivarlo.

—Lo siento. No puedo —dijo, apenada.

—¿Por qué? ¿Todavía no me perdonaste? Mis sentimientos son sinceros, Melina.

—Lo sé y te creo. No es por eso. Yo no... —respondió con ojos vidriosos.

—Es por él, ¿verdad? Por el tal Sebastián —recriminó, fastidiado, remarcando el nombre con desprecio.

Ella se sorprendió ante su conjetura. Jamás le había hablado de él. ¿Entonces cómo lo sabía? En ese instante, recordó que el día anterior a la hora del almuerzo le había contado acerca de él a la secretaria de su jefe con quien solía hablar de sus cosas. Si bien no había entrado en detalle, le había hablado de lo sucedido y cómo se sentía al respecto. ¡No podía creer que la hubiese espiado!

—Será mejor que entre. Nos vemos el lunes —le dijo dando la vuelta mientras se apuró a colocar la llave en la cerradura.

Javier la detuvo al sujetarla con brusquedad del brazo y tironeó del mismo para que volviera a quedar frente a él.

—¡No me respondiste! —exclamó mostrándose molesto y agresivo—. ¿Me estás rechazando por un tipo al que no le importás una mierda? ¿Un tipo que se fue y nunca más volvió o te llamó siquiera? ¿Un tipo que solo quería cogerte?

Melina se sorprendió ante su virulencia y trató de zafarse. No obstante, la sujetaba con fuerza impidiéndole apartarse de él.

—¡Me estás lastimando! —le gritó con lágrimas en los ojos sacudiendo su brazo con más ímpetu.

—¡Quedate quieta! —le ordenó apoyando la otra mano sobre su nuca para acercarla más a él.

—¡Basta, Javier! ¡¿Te volviste loco?! ¡¡Soltame!! —gritó comenzando a asustarse.

Por más que intentaba apartarse, no podía contra él, no de la forma en la que la tenía agarrada. Si bien su hermano le había enseñado los movimientos básicos de autodefensa, en ese momento no podía siquiera moverse. Él la mantenía inmovilizada contra la puerta mientras seguía intentando, con insistencia, acceder a su boca. Cerró los ojos y apretó con fuerza sus labios en cuanto sintió el contacto de los suyos. Quiso golpearlo, aunque fuese con sus piernas, pero tampoco podía moverlas.

¡Dios! ¿Acaso no los veían? ¿Por qué nadie la ayudaba? Pensó en lo que podía llegar a hacerle si se metía con ella en su casa y tembló de miedo. El llanto, ya incontenible, le había quitado las fuerzas para luchar y aunque se seguía resistiendo, él ganaba cada vez más terreno. Se lamentó tanto por haber sido tan ingenua. Mariano, Victoria, sus amigas, todos le habían dicho que sus intenciones no eran buenas, pero no los había escuchado y ahora estaba a punto de pagar las consecuencias.

De repente, oyó la fuerte frenada de un auto y el sonido de acelerados pasos acercándose. Un rugido similar a los de un animal atacando a su presa resonó junto a ellos y sintió de inmediato un brusco tirón que la hizo tambalearse por la fuerza de la inercia. Alguien la había ayudado, después de todo. Nerviosa, con la respiración acelerada y el corazón latiéndole a mil, abrió los ojos para ver qué estaba pasando. La sorpresa la hizo retroceder hasta volver a sentir la puerta sobre su espalda. Delante de ella, Sebastián sostenía con una mano a Javier por la garganta y lo mantenía suspendido en el aire tan solo con la fuerza de su brazo. Este intentaba quitárselo de encima con desesperación al sentir que no podía respirar.

—¡Hijo de puta! —gruñó, enceguecido por la ira, mientras cerró aún más la mano alrededor de su garganta—. Voy a matarte.

Sebastián había conducido durante toda la maldita noche como un loco rogando no encontrarse con esta situación. Sin embargo, en su interior estaba seguro de que esto pasaría. Conocía a las personas y sabía que los tipos como él no solían quedarse tranquilos. Por otro lado, había considerado también la posibilidad de encontrarla feliz a su lado. Si ese hubiese sido el caso, no habría intervenido. Amaba a Melina y aunque lo desesperaba la sola idea de que estuviese con otro, lo habría aceptado. Lo que más le importaba era su felicidad, aunque tuviera que sacrificar la propia.

¿Pero con que se encontró al llegar? Con ese imbécil intentando besarla a la fuerza y tocándola contra su voluntad. Absolutamente dominado por la ira, se había bajado casi con el auto en movimiento y corrido hacia ellos dispuesto a matarlo. Solo debía ejercer un poco más de presión o hacer un ligero movimiento con su muñeca para acabar definitivamente con ese maldito. No obstante, no lo haría.

Sin apartar sus ojos de los de él, le preguntó a Melina cómo se encontraba.

—¡¿Estás bien?! —repitió, al ver que no le respondía.

—¡Sí, sí! —respondió, por fin, con voz quebrada—. Sebastián, pará, vas a matarlo.

Ante sus palabras, aflojó su agarre y lo empujó hacia atrás haciéndolo trastabillar. Este, de inmediato se llevó ambas manos a su garganta tosiendo desesperado en un intento por tomar un poco de aire.

En ese momento, Sebastián dirigió sus ojos hacia Melina que lo observaba aún aturdida. Ella sintió cómo su corazón traicionero comenzaba a latir enloquecido. El solo verlo la hacía sentirse tan feliz, segura, protegida. Sin embargo, no se olvidaba de todas las lágrimas derramadas por su culpa.

Al parecer él tampoco lo estaba llevando demasiado bien ya que en su rostro se notaba extremo cansancio, furia, dolor. No entendía qué estaba haciendo allí y pronto, una mezcla de emociones la invadió. ¿En serio le había preguntado si estaba bien después de no haberla llamado ni una vez en un mes? ¿Acaso le importaba siquiera?

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Javier se había recuperado y se acercaba a Sebastián con la intención de agarrarlo por sorpresa. Pero él lo había sentido antes de verlo y con un ágil movimiento, esquivó su golpe pegándole una fuerte trompada en la mandíbula que lo dejó atontado. Inmediatamente después, lo volvió a sujetar, esta vez del cuello de su remera, y se dispuso a golpearlo de nuevo.

Melina había podido ver el repentino cambio en sus ojos azules, los cuales dejaron de transmitir preocupación, culpa y dolor para volverse oscuros, fríos, severos. Estaba realmente fuera de sí y por un momento, temió por lo que podría hacerle a Javier. Decidió intervenir, pero no por defenderlo ya que el mismo era un idiota que merecía, sin duda, un escarmiento, sino porque creía que no valía la pena. Solo quería que se fuera de una vez y la dejara tranquila.

—Seba, por favor calmate —le dijo apoyando una mano sobre su brazo para hacerlo volver en sí.

Él lo soltó nada más sentir su contacto.

—Desaparecé antes de que te rompa el cuello. Creéme que soy capaz de eso y mucho más —gruñó, todavía furioso.

Sebastián permaneció entre ambos, en una postura imponente. Con sus hombros erguidos, las piernas separadas y los puños cerrados, le dejaba claro que no iba a permitirle volver a acercarse a ella. Advirtió el instante mismo en el que descubrió su arma ya que abriendo grande sus ojos, busco a Melina con la mirada.

—¿En serio vas a dejar que vuelva a tu vida después de todo lo que te hizo sufrir? —recriminó, comenzando a retroceder.

—Eso no es asunto tuyo. Por favor, andate —dijo ella con firmeza.

Javier le dedicó una mirada de desprecio.

—Entonces olvidate de la publicación de tu libro que, por cierto, es una mierda —gritó, alejándose hacia su auto.

Melina se llevó una mano a la boca al oírlo. Sabía que lo decía por bronca, pero no dejaba de dolerle.

—No lo escuches —susurró Sebastián, dándose la vuelta—. La novela es genial y sos una excelente escritora.

Al escuchar sus palabras respiró profundo largando el aire despacio para armarse de valor antes de enfrentarlo. Al alzar la vista hacia él lo encontró mirándola fijamente. Su pecho se movía de forma acelerada debido a la adrenalina y aun lo notaba tenso. La lluvia, que ahora caía sobre ellos con más fuerza, había comenzado a empapar sus ropas y cabellos.

Parecía una maldita escena de una película de Nicholas Sparks. Solo faltaba la confesión de amor y el beso bajo la lluvia. Pero ellos no eran los protagonistas ficticios de un libro romántico y aunque se moría de ganas por estar en sus brazos y volver a sentir sus besos, aún recordaba lo mucho que había sufrido a causa de su abandono.

—No necesitás adularme. ¿Te mandó mi hermano? Si es así, ya podés volver a irte.

—¡No me llamó Nano y no pienso irme! —dijo, molesto por su acusación—. ¿En qué estabas pensando cuando aceptaste volver a ver a ese tipo?

—¿Me estás hablando en serio? —gritó, exasperada—. ¡¿Te importa acaso?!

—¡Claro que me importa!

—¡Qué extraña forma de demostrarlo! —respondió con ironía sin molestarse siquiera en limpiar las lágrimas que caían por su rostro.

—Melina...

—¿Por qué viniste, Sebastián? No, ¿sabés qué? No importa. Sea lo que sea, te agradezco el haberme ayudado y te libero de esa ridícula promesa. Ya no necesito un guardaespaldas.

Él cerró los puños conteniéndose para no responder. Después de todo, sabía que no iba a ser fácil hablar con ella. De pronto, la vio tiritar seguramente a causa de la fría lluvia sobre su piel y avanzó automáticamente hacia ella. Pero Melina se apartó en el acto y comenzó a caminar hacia su casa. Se apresuró a seguirla y una vez la alcanzó, se interpuso en su camino para que lo escuchase.

—Vine porque necesito que hablemos. Hay algo importante que quiero contarte. ¿Puedo pasar?

Ante su comentario, se detuvo y lo miró a los ojos frunciendo el ceño.

—¿No te parece que es un poco tarde para eso? —cuestionó, desafiante, sin apartar su mirada.

—¡Puede que sí lo sea, lo acepto! —exclamó agitando los brazos—. Sé que estuve mal, creéme que no hay un día en el que no piense en eso, pero hay cosas que no sabés y quisiera... Por favor, Mel.

Eso último lo había dicho con apenas un hilo de voz provocando que ella sintiera como propio su pesar. La angustia que vio reflejada en sus ojos la traspasó por completo como si fuera una lanza y se alojó justo en medio de su corazón. Aún estaba enojada, furiosa, dolida, pero también era consciente de que lo amaba con todo su ser.

Verlo así le dolía más que su propio sufrimiento y no pudo evitar sentir el fuerte deseo de abrazarlo y consolarlo. Sin embargo, sabía que no debía hacerlo. Después de todo, tampoco estaba segura de qué era lo que iba a decirle. Quizás ni siquiera intentaría arreglar las cosas entre ellos. Tal vez solo quería cerrar un ciclo. Tras exhalar un largo suspiro, finalmente asintió.

—Está bien, Seba. Entremos.

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.

Les recuerdo que pueden seguirme en Instagram donde suelo compartir fragmentos de todas mis historias.
instagram.com/almarianna

También pueden unirse a mi grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! 😘

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro