Capítulo 31
Era increíble como los días parecían avanzar más rápido cuando la mente estaba ocupada y distraída. Al menos así le pasaba a Melina quien desde que había vuelto a trabajar, se sentía más activa y con más energía. Luego de una productiva semana, por fin había podido juntarse con sus amigas Mónica y Gabriela, por la noche del viernes. Ambas fueron a su casa a cenar y se quedaron hasta la madrugada conversando y poniéndose al día.
Como su hermano le había advertido antes que no podía contarles nada sobre su trabajo, se limitó a narrar los hechos ocurridos eliminando por completo el tinte mafioso. En lo que sí se explayó fue en la relación que había surgido con Sebastián en medio de todo. Las dos lo conocían de habérselo cruzado en su casa cuando este iba a ver a Mariano y se sorprendieron al enterarse de eso. La escucharon con entusiasmo y también lloraron con ella cuando les relató la triste separación.
Se dio cuenta de que, a pesar de haber pasado casi un mes desde la misma, seguía doliéndole su partida y lo extrañaba demasiado. Ambas coincidieron en que era imposible entender a los hombres y después dedicaron el resto de la noche a criticar a Javier y su extraña propuesta de una amistad entre ellos. Para ninguna era sincero y le suplicaron que reflexionara y rechazara su invitación.
Esa noche se durmió pensando en sus palabras, principalmente las de Mónica que siempre había sido la más extremista y directa. Para ella Javier era un verdadero capullo. Sí, lo había llamado capullo. Aunque vivía en Argentina desde hacía muchos años, era española y cuando se enfadaba, solía usar palabras de su país para maldecir.
Por la mañana del sábado, las dudas no tardaron en comenzar a rondar por su mente. ¿Sería así como ellas decían? ¿Esa salida solo se trataba de un penoso intento por parte de él para volver a seducirla? No podía negar que también lo había pensado en un principio, pero lo descartó con el correr de los días al ver la forma tierna y amable que tenía de comportarse con ella. Incluso había conocido a su hijo una tarde en la tuvo que llevarlo con él a la editorial y le permitió cargarlo en brazos.
Amaba a los niños y cada vez que interactuaba con ellos se sentía maravillada, feliz. El bebé era adorable. Tenía una hermosa carita redonda con boca y nariz diminutas y por lo que se podía apreciar, había heredado los ojos verdes de su padre. Con su mano regordeta, no había dejado de aferrarse en ningún momento a uno de sus dedos sujetándolo con insólita y sorprendente fuerza. Fue en el instante mismo en el que sus miradas se encontraron, que lo vio sonreírle notablemente feliz de verla con su hijo.
Más allá de eso, no había notado nada raro o impropio de su parte. Por el contrario, todo el tiempo se desvivía por hacerla sentir cómoda y se preocupaba por su bienestar. Al menos, eso era lo que siempre demostraba cuando estaban juntos. Con él se sentía querida, valorada. Todo era tan diferente a... ¡No, no iba a nombrarlo! Se había propuesto no volver a pensar en él y por Dios que lo cumpliría.
Aprovechó el día para limpiar con profundidad la casa en un intento por mantener su mente ocupada y no pensar en nada que no fuese lo que estuviera haciendo. Cuando terminó, llenó la bañadera y tras echar en el agua sales aromáticas, se metió dentro. Cerró los ojos al sentir el contacto de la cálida y deliciosa agua sobre su piel y respiró profundo largando de a poco el aire contenido para serenarse y apartar los temores que la salida de esa noche le provocaba.
Para cuando terminó, se dio cuenta de que se le había hecho un poco tarde, por lo que se apresuró a seleccionar la ropa que se pondría. Revolvió el armario buscando algo que no fuese provocativo, pero tampoco demasiado sencillo. Nada le terminaba de gustar, pero pronto se decantó por un vestido con breteles que, aunque elegante y sensual, no mostraba en demasía sus atributos.
Faltaba menos de media hora para que Javier pasara a buscarla y aun no estaba lista. Se apresuró a peinarse dejando suelto su cabello ya que no tenía tiempo para nada más y se pasó crema por todo el cuerpo. Luego se vistió y buscó los únicos zapatos de taco alto que sabía que tenía guardados en algún rincón de su armario.
Se miró al espejo y le gustó lo que vio. Ahora solo faltaba el maquillaje. Sin embargo, el mismo tenía que ser sutil ya que no quería darle una idea errónea. Debía reconocer que lo que habían dicho sus amigas le había calado y no dejaba de darle vueltas en la cabeza provocando que aumentaran sus ya existentes nervios. Para ella, era solo una salida con un amigo con el que iría a cenar y luego al cine. Solo rogaba que fuese lo mismo para él y no tuviera intenciones ocultas.
De repente, oyó el timbre. Frunció el ceño ya que todavía faltaban unos quince minutos para la hora acordada y Javier no solía ser tan puntual. Aún con los pies descalzos, bajó corriendo las escaleras y deteniéndose frente a la puerta, preguntó quién era.
—Soy yo Mel, Victoria.
La abrió de inmediato al oírla y la dejó pasar.
—¿Qué estás haciendo acá? ¿Pasó algo? —indagó, preocupada.
—No, no, tranquila. Solo vine a traerte esta ropa que te olvidaste en casa y quizás podrías llegar a necesitar.
—¡Gracias! Pero no hacía falta que vinieras hasta acá. Me hubieses dicho y la pasaba a buscar yo.
—No es problema, igual teníamos que dejar a Facu en lo de mi hermana que lo invitó a pasar la noche allá y tu casa nos quedaba de camino.
—¿Ellos vinieron también?
—Sí, pero me están esperando en el auto. Si bajábamos todos, después tu sobrino no iba a querer irse. —Ambas rieron—. ¿Llego en mal momento? —le preguntó al advertir su atuendo.
—No, solo me estaba preparando para salir. En unos minutos me pasan a buscar y todavía no me maquillé. Es que no me decido cómo hacerlo.
—Si querés puedo ayudarte —le dijo, al notarla nerviosa.
—¿En serio? Sí, claro —respondió con una sonrisa.
Subieron a la planta alta y se dirigieron a su habitación. Victoria la hizo sentarse y esparció los cosméticos sobre la cama. Con manos habilidosas y absoluta paciencia, procedió a delinearle los ojos y remarcar sus pestañas con máscara negra. Luego, colocó una suave sombra encima de sus párpados y coloreó sus mejillas con un poco de rubor realzando así su belleza natural. Por último, le aplicó un suave brillo en los labios.
—Solo falta... —dijo mientras revolvió entre sus alhajas hasta encontrar un par de aritos brillantes—. Listo, ahora sí. Estás hermosa.
Melina se miró al espejo y sonrió ante su trabajo. Lo mejor era que lo había hecho todo en menos de cinco minutos. ¡Increíble!
—Gracias, Vicky. ¡Me encanta! Es justo lo que quería. Algo suave sin exagerar demasiado. No quisiera que Javier piense que... —Se interrumpió al darse cuenta lo que estaba a punto de decir.
—¿Javier? ¿Es con tu ex con quien vas a salir? —preguntó extrañada.
Melina suspiró, resignada. Su cuñada acababa de poner la misma expresión que sus amigas la noche anterior.
—Sí, pero no es lo que parece. Solo somos amigos.
—¿Y él lo sabe? —presionó.
—¡Claro! De hecho, fue su idea, justo después del beso que...
¡Dios! Debía aprender a callarse a tiempo. Victoria alzó las cejas, sorprendida.
—Mel, por favor no tomes a mal lo que voy a decirte. Realmente creo en la amistad entre el hombre y la mujer, pero no me parece que este sea el caso. Yo te voy a apoyar en lo que sea que vos quieras hacer. Sin embargo, no me gustaría que hicieras algo de lo que pudieras arrepentirte después. Vos misma me acabás de decir que se besaron. ¿Querés volver con él?
Melina negó con su cabeza.
—Ambos acordamos que seríamos amigos.
—Sí, no dejás de decirlo, pero, ¿estás segura de que realmente es así? Me parece que el salir con él es una forma de alentarlo a que crea que puede tener más que eso y quizás, en el fondo, querés que lo piense. Mel, yo que vos andaría con cuidado. Sé que aun sentís cosas por... —Optó por no nombrar a Sebastián al ver la repentina aflicción en su rostro—. Y un clavo no saca a otro clavo. Te lo digo por experiencia personal.
Melina la miró a los ojos, atenta a sus palabras. Se imaginó que eso debió haber sentido durante todos los años en los que estuvo lejos de su hermano y no pudo evitar sentir un poco de envidia por como resultaron las cosas entre ellos. Después de todo, estaban juntos de nuevo.
Victoria siempre había sabido qué decirle, cómo aconsejarle. Sin embargo, en esta oportunidad, se equivocaba. Era cierto que Javier la había besado y le había dicho que aun la quería, pero también había aceptado que fuesen solo amigos. Quizás no estaba siendo justa con él al aceptar su invitación, pero sentía que lo necesitaba. Deseaba volver a sentirse querida, valorada, aunque fuese por alguien con el que no quería involucrarse. Al fin y al cabo, su corazón no estaba disponible.
—Gracias, Vicky, pero está todo bien, de verdad.
Antes de que su cuñada pudiese responder, oyeron la voz de Mariano que llamaba desde abajo. Sin decir nada más, salieron de la habitación para ir a su encuentro.
—¡Tía! —gritó Facundo al verla y corrió hacia ella para envolverla en un fuerte abrazo.
—Facu, mi amor, cuidado. No le ensucies el vestido —intervino su madre.
—No pasa nada —respondió ella mientras lo llenó de besos como era su costumbre—. Hola, piojo.
Mariano la miró de arriba a abajo con el ceño fruncido y se acercó para darle un beso en la mejilla.
—¿Vas a salir? Empezó a llover.
—Hola para vos también, Nano —remarcó—. Sí, voy a salir, pero me pasan a buscar en auto.
—¿Las chicas?
Alzó la vista hacia él, consciente de cuál sería su reacción en cuanto le dijera con quien saldría. Justo en ese momento, como si lo hubiesen invocado, Javier tocó la bocina.
—Lo siento, tengo que irme —dijo despidiéndose de su sobrino que no parecía querer soltarla.
Caminó hacia la puerta a la vez que Mariano lo hizo hacia la ventana. Estaba por abrirla cuando sus palabras la detuvieron.
—¿Ese es el imbécil de tu ex? —gruñó avanzando hacia ella.
—Nano —intervino Victoria.
Pero él la ignoró. Incluso a su hijo que los miraba sin entender nada. Intentó salir, pero Melina lo detuvo haciéndolo retroceder. Victoria entonces, le quitó las llaves del auto de la mano y junto a su hijo, salió para dejarlos a solas.
—¿Qué creés que estás haciendo? —recriminó Melina, enojada.
—Ir a decirle unas cuantas cosas.
—¡No! —gritó interponiéndose de nuevo.
Mariano bajó la mirada hacia ella sintiéndose absolutamente furioso. ¿En qué estaba pensando para volver a salir con ese imbécil? ¿Acaso se había olvidado de todas sus mentiras?
—¿Es en serio, Melina? El tipo está casado y tiene un hijo con otra mujer. ¿Eso querés ser? ¿La otra?
—La verdad que no debería siquiera responderte. Ya soy adulta y no tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer. Sin embargo, voy a contestarte porque sos mi hermano y no quiero que te preocupes por algo que no es como pensás. Javier estaba casado, pero ya no lo está. Se separó. Nosotros solo somos amigos, nada más. Así que, si no te importa, no quisiera hacerlo esperar.
—¡No puedo creerlo! —dijo con los puños apretados—. No me entra en la cabeza que te hayas creído el verso ese de que quiere ser tu amigo. ¡Solo te lo dice para llevarte a la cama! ¿No te das cuenta? Melina, deberías ser un poco más inteligente y pensar mejor con quien te involucrás.
—¿Ah sí? ¿Y con quien debería hacerlo? ¿Con algún amigo tuyo? —gritó, exasperada.
Mariano apretó la mandíbula al advertir su sarcasmo y no supo que responderle. Clavó sus ojos en los de ella que brillaban a causa de lágrimas contenidas. Se sintió impotente por no poder evitar que cometiera el error de permitirle a ese idiota regresar a su vida. También se sintió molesto por no poder decir nada en defensa de su amigo ya que, después de todo, tenía razón. Él tampoco la había tratado como correspondía. Alzó las manos en señal de rendición y retrocedió unos pasos.
Melina no había apartado sus ojos de los de su hermano ni por un instante. Estaba enojada por verlo reaccionar de esa manera, pero, por otro lado, no quería descargar contra él una bronca que no le pertenecía. Sabía cuánto le habrían dolido sus palabras y se arrepintió de haberlas dicho. Lo vio retroceder con las manos en alto y estaba a punto de disculparse cuando la bocina los interrumpió una vez más, sonando de forma insistente.
—Andá, andá —le dijo como escupiendo las palabras—. No vaya a ser que se moje al tener que bajar para venir a buscarte.
Su comentario había sido claramente incisivo, irónico y eso hizo que se guardara su disculpa. Negó con su cabeza y con lágrimas en los ojos, dio media vuelta. Abrió la puerta y sin molestarse en cerrarla, corrió hacia el vehículo estacionado justo en la entrada.
Mariano se quedó de pie observando cómo se subía al auto y se alejaba con ese tipo. Tuvo que contenerse para no golpear la pared que estaba a su lado. Se sentía completamente furioso y le hubiese gustado ir tras él y amenazarlo para que se alejara de una vez por todas de su hermana. Sin embargo, no serviría de nada. Ella tenía razón, ya era una adulta y como tal, tomaba sus propias decisiones, aunque las mismas no le gustaran.
Cerró la puerta con llave —aún tenía la suya— y giró para dirigirse a su auto. En ese momento, la vibración del teléfono en el bolsillo de su pantalón lo detuvo. Como estaba lloviendo más fuerte, se resguardó debajo del alero de la entrada para atender la llamada. Miró la pantalla y sonrió al ver quien era. No supo por qué, pero ver su nombre lo tranquilizó de alguna manera.
—Espero que esta llamada sea para decirme que estás vivo y volviendo —dijo a modo de saludo.
Sebastián rio al otro lado de la línea. Había extrañado la complicidad entre ellos.
—Llamo por ambas cosas. De hecho, estoy en el auto en este momento. Yo... necesito hablar con ella —confesó, agobiado—. ¿Todavía está con ustedes?
Mariano alzó las cejas sorprendido. Era la primera vez en semanas que mencionaba a su hermana. Si tan solo hubiese llamado unos minutos antes.
—No, regresó a casa.
—Imaginé que terminaría haciendo eso.
—La verdad que me cuesta dejarla sola después de lo que pasó, pero sé que necesita su propio espacio y nosotros también.
—Entiendo. Si no te importa voy a ir a verla. Necesito hablar con ella.
Mariano vaciló por unos instantes pensando en la mejor manera de decir lo siguiente. No había forma de suavizarlo y en el fondo, tampoco quería hacerlo. Después de todo, era en parte responsable del comportamiento de su hermana.
—No está. Salió con el imbécil de su ex. Al parecer la está jugando de amigo.
Hubo un breve silencio del otro lado. La tensión que comenzó a sentir Sebastián en su cuerpo lo había dejado sin palabras.
—Tengo que cortar —se limitó a decirle, incapaz de seguir hablando.
Una intensa y poderosa ira lo invadió por dentro provocando que arrojara el teléfono sobre el asiento del acompañante.
—¡¡Mierda!! —gritó aferrándose al volante con fuerza.
A continuación, pisó el acelerador a fondo rebasando en pocos segundos el límite permitido. Tenía que asegurarse de llegar a su lado antes de que ese hijo de puta le pusiera una mano encima.
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