Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 23

Melina, aún con los ojos cerrados, giró hacia un costado en la cama extendiendo su brazo en busca de lo que sabía, no encontraría. Por alguna extraña razón que ni siquiera ella era capaz de entender, la noche anterior se había dormido con la esperanza de que esa mañana fuese diferente. Sin embargo, nada había cambiado. Al igual que las otras veces, despertaba sin él a su lado. Los besos, caricias, abrazos compartidos por las noches y el intenso fuego que los consumía cada vez que se tocaban, eran simplemente eso, algo de las noches.

¿Cómo podía ser que todo hubiese cambiado tanto en cuestión de días? Luego de la increíble semana que habían vivido en la cabaña, todo se había vuelto raro entre ellos. Estaba segura de que tenía que ver con aquel enfrentamiento en la noche en la que decidió llevarla a su departamento. No hacía falta que se lo confirmase —que no lo había hecho, por cierto—. Podía verlo en sus ojos. Sabía que se sentía responsable por algo que ni siquiera había llegado a ocurrir. Pero nada de lo que le decía parecía confortarlo. Lo único que lograba al hablar del tema era que se cerrase más a ella.

Durante el día, se volvía un completo extraño. La trataba con frialdad, incluso con impaciencia algunas veces y era más que notoria su intención de guardar las distancias. Solía dedicar su tiempo a revisar las carpetas y papeles que le enviaban sus compañeras acerca de la investigación que había estado llevando su hermano hasta el momento de su captura. El resto de las horas, se sentaba frente a la computadora buscando algún indicio que se le hubiese pasado por alto en los diversos informes.

Solo volvía a reconocerlo en la intimidad de la habitación, cuando la cercanía entre ambos le hacía imposible ignorarla y terminaba por buscarla, amarla y satisfacerla como solo él podía. Sabía que no debía permitírselo, que no tendría que dejarlo buscarla a su antojo, pero ella también lo deseaba. Anhelaba sentir sus caricias y la forma en la que se hundía en su interior. En esos momentos, no había barreras entre ellos, nada los separaba y eso la hacía creer que, a pesar de todo, las cosas resultarían bien para ambos.

Apartó las sábanas a un lado con brusquedad y se levantó para ir al cuarto de baño. Necesitaba tomar una ducha antes de enfrentar otro maldito día de su absurda indiferencia. Porque sabía que era eso lo que la esperaba, su distancia, su frialdad. Todo ese tiempo había intentado ser comprensiva y darle espacio, sin presionarlo. Pero ya no podía soportarlo más. No había podido evitar enamorarse de él y su ambigua actitud la estaba destruyendo. Ella no iba a ser una más para que la usara cada vez que le diera la gana. No se merecía que le hiciera eso, mucho menos él.

Con un nudo alojado en su garganta, se metió debajo de la ducha. Sentir el agua sobre su piel solía tener un efecto calmante en ella. Pero esta vez, no lograba serenarla. Se sentía una tonta por haber tenido la ilusión de que también la quería, tal y como le había dicho esa noche en la que fueron atacados. Sin embargo, era evidente que no había sido más que su miedo al verla en peligro lo que había hecho que se lo dijera.

Las lágrimas asomaron por sus ojos y ya no se detuvieron. Lloró por la desilusión que le generaba darse cuenta de que, después de todo, no era más que una ilusa incapaz de diferenciar fantasía de realidad. Lloró por la soledad que la embargaba y la impotencia de no poder alejarse de lo que la estaba lastimando. Lloró por él y la manera en la que lo extrañaba aun teniéndolo a su lado. Y lloró por su hermano y la necesidad imperiosa de verlo. Al día siguiente sería Navidad, la primera que pasaría sin él y la sola idea aumentaba considerablemente su tristeza, sus nervios, su angustia. Más que nunca necesitaba sentirse querida y segura en sus brazos.

Era consciente del peligro que aún los rodeaba, por lo que no iba a cometer la estupidez de volver a su casa, pero debía encontrar la forma de frenar toda esa locura o acabaría hecha pedazos. Hablaría con Sebastián y le exigiría una explicación. Le reclamaría por su conducta inmadura y le diría todo lo que venía guardando en su interior. Después de eso, se alejaría de él. No sabía cómo lo haría ya que, si llamaba a su hermano, él se daría cuenta de su dolor en cuanto la escuchase y no dudaría en exponerse a sí mismo con tal de ir a buscarla. No, jamás se perdonaría que le pasara algo por su culpa.

De pronto, una idea cruzó por su mente. Era extraño como la desesperación la llevaba a actuar de forma impensada. No obstante, era su única opción. Sabía que era la única persona a la que podía recurrir en ese momento. Cerró la ducha y se secó rápidamente. Regresó a la habitación y se vistió con una pollera de jean y una blusa sin mangas, ideal para los días de intenso calor. A continuación, guardó todas sus cosas en la valija. No sabía cómo reaccionaría él o incluso si intentaría detenerla. No obstante, nada la haría cambiar de parecer. La decisión estaba tomada, no se quedaría ni un minuto más a su lado.

Sebastián había repasado en su mente una y otra vez lo sucedido días atrás en el bosque. No podía olvidar el error que había cometido. Para un agente con sus conocimientos, habilidades y experiencia, era simplemente imperdonable. Sabía que había dejado pasar una excelente oportunidad para conseguir información de aquel hombre, aunque hubiese tenido que torturarlo. Después de todo, no hubiera sido la primera vez. Pero en lugar de eso, lo había matado directamente dejándose llevar por la inmensa ira que se había apoderado de él al ver a Melina en ese estado.

Aunque al final todo había salido bien, sus emociones hacia ella y el fuerte temor de que alguien le hiciera daño, lo habían llevado a actuar de forma impulsiva y poco profesional. No podía permitir que eso continuara así. Había estado muy cerca de perderla, demasiado y no estaba dispuesto a volver a arriesgarse. La próxima vez, todo podría salir mal y las consecuencias serían devastadoras.

Debía volver a comportarse como el agente especializado que era, frío, implacable, para protegerla de la manera en la que había sido entrenado. Esta vez estaría preparado para cualquier imprevisto. Los que estaban tras ella no eran simples delincuentes, era la mafia misma y por esa razón, la única opción viable era no seguir involucrado con ella.

A pesar de su fuerte determinación, el llevarlo a cabo estaba siendo más difícil de lo que había previsto. Durante el día, se las arreglaba para mantenerse lejos y evitar así cualquier tipo de contacto, incluso visual. No obstante, en ningún momento dejaba de sentirla a su alrededor. Solo bastaba oler el fresco aroma de su perfume para que todos sus sentidos se activaran haciéndolo dudar de su propia decisión.

Melina lo enceguecía, lo obnubilaba, le quitaba la capacidad de centrarse en otra cosa que no fuese ella. Estaba permanentemente atento a cada uno de sus movimientos. Cuando se duchaba en las mañanas apenas despertaba, al sentarse en el sofá y escribir en su notebook abstrayéndose por completo del exterior; cada vez que fijaba sus ojos en él obligándolo a luchar contra su propio deseo de rodearla con sus brazos y besarla hasta quedarse sin aire.

La habitación era el único lugar en el que era absolutamente incapaz de ignorarla. Era insoportable tenerla a su lado y no besarla, tocarla, hacerla suya. No sabía qué era lo que le sucedía, nunca antes se había sentido así con ninguna mujer. Con ella, todo era demasiado intenso y las emociones lo desbordaban al punto de escapar de su control.

No importaba cuánto se esforzase. Cuando la noche llegaba, perdía por completo su voluntad sucumbiendo inevitablemente a su necesidad por ella. Por otro lado, la forma en la que le respondía, tan anhelante, deseosa, como si él fuese agua en medio de un maldito desierto, destruía su armadura provocando que la deseara aún más y le hiciera el amor con ansia, casi con desesperación.

Esa mañana, al igual que las anteriores, se había marchado antes de que despertara y como cada una de esas veces, se sintió una mierda. Estaba enojado consigo mismo y sabía que su comportamiento contradictorio no hacía más que confundirla, lastimarla. Hasta él se daba cuenta de eso. No obstante, no podía evitarlo. Era incapaz de controlarse cuando la tenía tan cerca, cuando el calor de su piel le quemaba. Tenía que empezar a mantener sus manos lejos de ella de una buena vez. No podía seguir haciéndole daño.

Se dirigió a la cocina para prepararse un café. Realmente lo necesitaba para arrancar el día. Sin embargo, se encontró con el frasco vacío. Maldijo en voz baja. Tendría que ir al supermercado. Para su fortuna, el mismo quedaba a unas pocas cuadras. Decidió que aprovecharía para comprar otras cosas que también hacían falta y se apresuró a dejar una nota para Melina. En ella le indicaba que no tardaría demasiado y que por favor no se moviera del departamento hasta que él regresara. Sabía que no lo haría, pero creyó conveniente recordárselo. Agarró las llaves y salió con prisa. Cuanto antes se fuese, más rápido volvería

Melina inspiró profundamente para darse valor y salió de la habitación con la valija en la mano. Sus manos le temblaban, pero no podía seguir dilatando la confrontación. Alzó la vista esperando encontrarlo en la cocina, pero no estaba allí. Miró alrededor y tampoco lo vio en el living. Sabía que tampoco estaba en la habitación ni en el baño. ¿Dónde se había metido? Entonces, advirtió un papel doblado delante de la cafetera y se acercó rápidamente al mismo.

Lo abrió para leer lo que decía. No solo era breve, sino autoritario. Prácticamente le ordenaba que no se moviera de allí, como si fuese tan estúpida como para arriesgarse de esa manera. Eso, sin mencionar que en ningún momento le había dedicado siquiera una palabra dulce después de la increíble noche compartida.

Lanzó un grito, exasperada, mientras cerró su mano alrededor del papel arrugándolo. Comenzó a caminar de un lado a otro. Sintió la respiración acelerada y su corazón se había disparado, frenético. La visión se le nubló y las manos comenzaron a sudarle. Nunca le había pasado antes, pero estaba segura de que se trataba de un ataque de ansiedad. Intentó respirar hondo para calmarse, pero no parecía estar funcionando. De pronto, se sintió encerrada, como si las paredes se cernieran sobre ella. Se dirigió a la puerta sin saber lo que haría, solo necesitaba salir de allí.

En ese momento, el sonido de una vibración acaparó su atención. Sobre la mesa, debajo de unos papeles, se encontraba el celular de Sebastián. Le resultó extraño que lo hubiese dejado y se acercó al mismo. Miró la pantalla y leyó el nombre de quien había pensado minutos antes. No dudó en atender.

—Hola —dijo con voz temblorosa.

—¿Melina? —preguntó del otro lado con preocupación en la voz—. ¿Está todo bien? ¿Dónde está Sebastián?

—Por favor, Natalia, necesito salir de acá. ¡No aguanto más! —exclamó de repente, rompiendo a llorar.

—Tranquila, preciosa. No estoy lejos. En cinco minutos estoy ahí —prometió calmándola al instante.

Tal y como había dicho, en pocos minutos Natalia llegó al departamento. Melina se arrojó a sus brazos en cuanto la vio entrar. Temblaba como una hoja y el llanto le dificultaba expresarse con claridad. Sin embargo, no hacía falta que dijera nada. Era claro que tenía que ver con Sebastián.

—¿Qué pasa, linda? ¿Por qué estás así? —preguntó abrazándola con fuerza mientras le acarició el cabello con ternura para transmitirle calma.

—No quiero estar más acá. ¡Llevame con mi hermano, por favor! —imploró contra su hombro.

—Tranquilizate un poco —le dijo mientras le indicó que se sentase—. Necesito saber qué pasó para poder ayudarte. ¿A dónde fue Sebastián?

Melina le entregó el bollo de papel. La vio fruncir el ceño ante él y alisarlo para poder leerlo.

—Fue a comprar su estúpido café —dijo con los dientes apretados—. Parece que sin él no puede estar.

Natalia fijó sus ojos en los de ella y la observó por un instante. Era claro que el problema ahí pasaba por otro lado.

—Melina, creo que deberías hablar con Seba antes.

—Por favor, Nati —rogó, con voz quebrada—. Necesito salir de acá.

—Vamos a hacer una cosa —se apresuró a decir al ver que su nerviosismo aumentaba cada vez más—. No sé dónde está Nano así que por más que quiera, no puedo llevarte con él. Pero podemos dar una vuelta en mi auto para que tomes un poco de aire. ¿Te parece?

Se decepcionó al oírla decir lo de su hermano. No obstante, asintió ante su propuesta. Quizás estaba en lo cierto y solo necesitaba despejarse un poco. Se puso de pie y la siguió hacia la puerta saliendo, por fin, de su pequeña prisión.

Sebastián había tardado más de lo previsto en el supermercado, por lo que apuró el paso al regresar. Desde lo de la última noche en la cabaña, no le gustaba dejarla sola tanto tiempo. Además, no quería preocuparla innecesariamente. Al abrir la puerta lo primero que vio fue su valija en medio del living. "¿Qué mierda?", se preguntó con el ceño fruncido mientras la buscó con la mirada.

Estaba a punto de llamarla cuando su celular vibró avisándole de la llegada de un mensaje. Se apresuró a dejar las bolsas sobre la mesa y agarró el teléfono para leer lo que Natalia le había enviado: "Melina está conmigo. No sé qué mierda le hiciste, pero más te vale arreglarlo. Creo que no hace falta que te recuerde que es la hermana de tu mejor amigo. Vas a terminar perdiéndolos a ambos, Seba. Está demasiado angustiada, la llevo a la noche."

—¡Mierda! —gritó golpeando la mesa con el puño.

A continuación, arrojó todas las carpetas y papeles que había desplegados sobre la misma. Estaba furioso y se sentía completamente impotente. Su amiga tenía razón, debía hacer algo ya mismo para remediar la situación. No podía seguir postergándolo. Se daría una ducha fría para serenarse y después de dos tazas de café, llamaría a Mariano.

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.

Les recuerdo que pueden seguirme en Instagram donde suelo compartir fragmentos de todas mis historias.
instagram.com/almarianna

También pueden unirse a mi grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! 😘

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro