Capítulo 22
Por más que lo intentó, no fue capaz de despertar a Victoria. Evidentemente, esa última semana en el trabajo estaba resultando ser agotadora para ella por lo que decidió dejarla descansar un rato más. La apartó con cuidado hacia un costado y se levantó de la cama. Volvió a vestirse con la misma ropa y salió de la habitación.
Era demasiado tarde para cocinar algo elaborado por lo que pensó en improvisar con lo que encontrase. Guardó todo lo que había quedado a medio hacer y revisó dentro de la heladera y del frízer qué opciones tenía.
En cuanto vio el paquete de patitas de pollo —una especie de pequeños medallones con forma de patas, rebozados y cocinados previamente listos para poner en el horno o microondas—, supo lo que prepararía. Los chicos amaban esas comidas y a su vez, eran fáciles de hacer. Solo había que calentarlas con un poco de aceite para que quedasen doradas y luego de unos minutos, servirlas. Cortó un tomate en rodajas y lo condimentó con aceite y sal. Sabía que le gustaba porque lo había visto comerlo en otras oportunidades.
En cuanto todo estuvo listo, se dispuso a llamar a Facundo. Estaba un poco nervioso por ese momento a solas que tendrían, pero a su vez, entusiasmado. Era su oportunidad para conversar con él, para conocerlo un poco más y de paso, averiguar cómo había descubierto que era su padre.
Toda esa semana Victoria y él habían tenido la precaución de no hablar delante de él. No para ocultárselo, sino para buscar el momento ideal para decírselo. Era una noticia importante y movilizadora, por lo que no se debía tomar a la ligera. Por esa razón, sabía que no lo había escuchado de ellos. Pero entonces, ¿cómo lo había descubierto? Además, no solo lo sabía, sino que lo aceptaba sin problemas. Prueba de ello había sido la forma tan distendida en la que lo había llamado.
—¡Sí, patitas! —dijo él, de pronto, al aparecer en la cocina.
Se sentó a la mesa con una enorme sonrisa y comenzó a comer con entusiasmo. Rápidamente, Mariano hizo lo mismo.
Pensó en como comenzar la conversación, pero no se le ocurría qué decirle. No creía conveniente preguntarle directamente por qué lo había llamado así, minutos atrás. No obstante, era en lo único en lo que podía pensar, lo cual le dificultaba idear una posible estrategia. Lo miró fijamente y sonrió al encontrar el sorpresivo parecido que tenía con su hermana. Al igual que ella cuando era pequeña, no apartaba sus ojos del plato y no se detenía hasta que el mismo quedase vacío.
Por un instante, se imaginó cómo reaccionaría ella al enterarse de que tenía un sobrino y no dudó en que enloquecería de alegría. A Melina le gustaban los chicos y siempre que se encontraba con uno en alguna reunión, se tiraba al piso para ponerse a jugar como una nena más. Además, sabía cuánto la apreciaba a Victoria y lo mucho que la había extrañado, tras la ruptura. En los tres años que habían estado juntos, habían formado un lazo bastante cercano y solía contarle sus cosas y pedirle todo tipo de consejos. Al ser mayor que ella, la veía como un referente a seguir y cada vez que estaban solas, le contaba acerca de sus desengaños amorosos.
Con eso, se le sumaba otra virtud, su lealtad. Por otro lado, él, sobreprotector como era, muchas veces había intentado convencerla de que le contase acerca de esas conversaciones secretas. Sin embargo, jamás lo había conseguido. Melina podía estar tranquila de que su hermano nunca se iba a enterar de sus confidencias. Caso contrario, en ese momento, habría unos cuantos muchachos menos en el mundo.
Vio cómo Facundo, al terminar, se puso de pie y llevó su plato y su vaso a la pileta para depositarlos en el interior de la misma. Parecía como si fuese algo rutinario para él, por lo que supuso que, al estar solo con su madre, la ayudaba con pequeñas tareas como esas.
—Si querés, en cuanto termine de lavar todo, podríamos jugar un rato con la compu —le dijo con una sonrisa—. O puedo instalarte algún otro juego que quieras.
Vio cómo los ojos le brillaron al oírlo y sonriendo también, asintió varias veces con su cabeza.
—¿Podría ser el FIFA 18? —preguntó con evidente entusiasmo—. Varios de mis amigos lo tienen, pero yo no se lo quise pedir a mamá porque sé que es muy caro.
—¡Pero, claro que sí! Solo dame unos minutos hasta que termine con esto así no lo tiene que hacer ella cuando despierte.
—¡Sí! Mientras voy a encenderla —exclamó a la vez que se alejaba hacia su habitación.
Mariano no podía creer que, siendo tan chico, fuese así de comprensivo y respetuoso. Que tuviese esa consideración hacia su madre le parecía increíble. No solo hablaba bien de él y de su madurez, sino de la excelente forma en la que Victoria lo estaba educando. Que tuviese ese tipo de valores, junto a otros que ya había advertido en él, lo ayudarían ciertamente a convertirse en una buena persona.
Al ir hacia la habitación de su hijo, oyó el sonido de la ducha del cuarto de baño. Al parecer, Victoria ya se había despertado. Por un instante, estuvo tentado de irrumpir en el mismo y acompañarla, pero la voz de Facundo llamándolo con ansias, lo hizo volver a la realidad. Sin demorarse ni un minuto más, se dirigió a su encuentro.
Rio al verlo tan emocionado y se sentó en una de las dos sillas ubicadas frente a la pantalla. No tardó en encontrar el juego solicitado y mientras esperaba a que terminase de descargarse, escuchó atentamente cada uno de sus relatos.
Le contó, con extrema seriedad, cómo le molestaba que sus amigos siempre le ganaran y lo mucho que quería aprender a jugar para sorprenderlos la próxima vez que se vieran. Sonrió complacido cuando le dijo que quería saber usar la computadora tan bien como él y que de grande quería ser inventor de juegos.
Le agradó descubrir que compartía su mismo gusto por la tecnología. Sin embargo, hubo algo dentro de todo lo que dijo que no le gustó para nada y fue que, cuando fuese mayor quería tener mucho dinero para que su mamá no tuviera que trabajar tanto y pudiese ser feliz. ¿Acaso no lo era? ¿Qué había observado para llegar a esa conclusión? Pero cuando se disponía a preguntarle al respecto, lo oyó gritar exaltado mientras señalaba con insistencia el monitor. El juego acababa de instalarse.
Después de configurarlo, eligieron los equipos y comenzaron a jugar. Lo sorprendió la rapidez con la que aprendía y cómo seguía al pie de la letra sus explicaciones y los consejos que le daba. Pronto, se encontró a sí mismo esforzándose para contener su ataque.
—¡Menos mal que no sabías jugar! —dijo arqueando las cejas en cuanto le metió su primer gol.
—¡Y no sabía! —respondió él riendo a carcajadas.
—Bueno, al parecer ya aprendiste, campeón. Jugás muy bien para tener solo seis años.
—Tengo casi siete —afirmó, orgulloso de sí mismo, a la vez que cuadró los hombros para parecer aún más grande.
"¿Casi siete? ¡Mierda! ¿En qué momento dejé de contar el tiempo que estuve lejos de ella?", se preguntó, sorprendido. No obstante, ahora que lo pensaba bien, recordó que Victoria había mencionado que los cumpliría ese verano ya que cuando supo que estaba embarazada, se encontraba de tres meses.
—Cierto —dijo apoyándole la mano sobre su hombro—. Debe ser por eso.
Siguieron jugando un rato más hasta que Facundo comenzó a bostezar. A pesar de haber dormido una larga siesta, seguía con sueño, por lo que Mariano le sugirió que se acostara. No quería que su madre terminara por regañarlo si permitía que trasnochase. Después de cierta resistencia por parte suya y negociar que volvieran a jugar al día siguiente, finalmente accedió. Se puso el pijama y se apresuró a meterse en la cama. Él se acercó para despedirse con un beso.
Cuando Victoria despertó, se encontró sola en la habitación. A pesar de eso, aún podía oler el perfume de Mariano en la almohada, en su piel, en todo el ambiente. Inspiró profundamente para llenarse de su aroma y se desperezó con placer. Se sentía completamente relajada. Miró la hora y se sorprendió de todo lo que había dormido. Todavía debía preparar la cena que había quedado a medias y despertar a Facundo que seguiría durmiendo en el sofá.
Se incorporó y seleccionó una nueva muda de ropa interior y un vestido suelto de breteles que solía usar para estar en la casa. Luego se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha. Mientras sentía el agua deslizarse por su cuerpo, recordó cada una de las caricias y besos que Mariano había depositado sobre ella. Cerrando sus ojos, recorrió con la yema de sus dedos cada lugar en el que él había estado y de pronto, se sintió excitada, con ganas de más. Al parecer, esa parte de su vida que había relegado por tanto tiempo, había vuelto a despertar y ahora estaba decidida a acaparar toda su atención.
Una vez que terminó de bañarse, se pasó crema por las piernas y brazos y roció con poco de perfume su cuello y muñecas. Peinó y secó su largo cabello rubio para evitar que el mismo se rizara y finalmente, se vistió.
Caminó por el pasillo con la intención de ir a la cocina, pero se detuvo a mitad de camino. Oyó voces en el interior de la habitación de su hijo. Al parecer, Mariano se había encargado de acostarlo. Se acercó a la puerta que se encontraba entreabierta y la abrió del todo para preguntarle si había comido. Sin embargo, algo la hizo frenar en seco antes de entrar. Se quedó inmóvil, petrificada en el lugar. ¿Su hijo acababa de llamarlo "papá"? ¿Acaso habían hablado mientras ella dormía? ¿Cómo podía ser, si no, que lo supiese?
Mariano estaba a punto de darse la vuelta para salir de la habitación cuando el llamado de Facundo lo hizo detenerse.
—Papá, ¿por qué tardaste tanto?
Una vez más le había dicho esa hermosa palabra y de nuevo, su pecho se había inflado de orgullo y felicidad. No obstante, la pregunta que siguió a continuación lo confundió.
—¿Tardado tanto en qué? —le preguntó sentándose en la cama a su lado.
—En venir a buscarnos —aclaró, mientras también él se acomodaba apoyando la espalda contra el respaldo.
Entonces comprendió perfectamente a qué se refería. Sintió que su estómago daba un vuelco y su corazón comenzaba a latir más rápido. No sabía cómo responder a eso, qué decirle. ¿Cómo le diría las razones por las que nunca había ido a verlos sin involucrarlo en problemas de adultos que seguramente escaparían a su comprensión?
—Yo... —balbuceó, sin poder continuar.
—Mamá lloró mucho porque vos no venías —continuó él, con cierto tono de reproche en su voz.
Tragó con dificultad ante lo que le estaba diciendo. De repente, era como si le estuviese clavando miles de puñales con cada una de sus palabras.
—¿Y por qué pensás que era por mí? —logró preguntar con voz quebrada.
—Porque muchas noches la escuché llorar hasta quedarse dormida y cuando después iba a verla, tenía tu foto en la mano, así pegada contra su pecho —indicó imitando la posición que estaba describiendo.
Un imperceptible movimiento a su costado llamó la atención de Mariano quien miró inmediatamente hacia ese lugar. Allí la descubrió a Victoria, de pie junto a la puerta, con ojos vidriosos y una mano sobre su boca. Sus ojos no se apartaban de los de su hijo. Este se había inclinado sobre su mesita de luz y rebuscaba en el interior del pequeño cajón. Finalmente, sacó un cuaderno y del mismo, una foto.
—Mirá, es esta. Un día se la saqué y la escondí acá, entre mis cosas —confesó mientras la extendió hacia él.
La tomó con manos temblorosas. En la imagen se los podía ver abrazados, sentados en el sofá de su propia casa. Se veían felices con amplias sonrisas que iluminaban sus rostros. Se acordó inmediatamente de ese día. Su hermana había sido la que había tomado esa foto en la época en la que quería ser fotógrafa, una de las tantas noches en las que se quedaban con ella. Ni siquiera estaba seguro de que aún la tuviese, pero no podría olvidarse, aunque quisiera, de cómo los perseguía con esa maldita cámara intentando retratar cada momento de sus vidas.
Sintió una opresión en su pecho y con lágrimas en los ojos, buscó con la mirada a Victoria quien ahora se encontraba mirándolo a él.
—Lo siento tanto —dijo él negando con su cabeza.
Lo que acababa de escuchar, sin duda, lo había afectado y más que nunca, se sintió culpable por todo el dolor que le había ocasionado. Si hubiese sabido que estaba embarazada jamás la habría dejado.
Ella se acercó de forma apresurada y sentándose del otro lado de la cama, le apretó la mano para darle fuerzas. Quería demostrarle, con ese simple gesto, que ya todo estaba bien, que el dolor había pasado, que ya no se preocupara por eso. Observó la imagen por unos segundos y luego dirigió su mirada a su hijo.
—¿Por qué lo hiciste, Facu? ¿Sabés cómo busqué esta foto? —le preguntó a través del nudo que se había formado en su garganta—. Deberías haber hablado conmigo, mi amor. Yo te hubiese explicado todo.
—Perdón, mami. Solo pensé que tal vez, si no la veías más, dejarías de llorar —confesó apenado.
Victoria ya no pudo refrenar la angustia que le generó el saber que su hijo había sido testigo de su sufrimiento y se inclinó para abrazarlo.
—¿Y por la foto pensaste que yo era tu papá? —intervino Mariano con voz ronca al sentir la emoción de Victoria.
Facundo se apartó de su madre para mirarlo a los ojos. Se podía advertir una repentina preocupación en ellos.
—Sí, ¿por qué? ¿No lo sos? —preguntó de forma atropellada mientras se limpió la humedad de sus mejillas.
—Sí, sí que lo soy —se apresuró a decirle a la vez que lo sujetó del brazo para tranquilizarlo.
Entonces lo vio saltar hacia él para colgarse de su cuello.
—¡Lo sabía! —exclamó contra su hombro rompiendo en llanto.
—Perdón por haber tardado tanto, hijo —se disculpó apretándolo con fuerza contra su cuerpo—. Pero ya estoy acá.
Oyó el llanto de Victoria ante sus palabras y de inmediato, extendió el brazo hacia ella para acariciar su rostro. La sostuvo del mismo, obligándola a alzar la vista hacia él. Quería mirarla a los ojos para lo que iba a decirle a continuación.
—Cuando todo esto termine, quiero que se muden conmigo. No voy a aceptar un "no" por respuesta, Vicky. Ahora que estamos juntos, no vamos a volver a separarnos. No más.
Ella asintió con ímpetu a la vez que rio entre sollozos. Inmediatamente después, se inclinó hacia él para dejarse envolver también en su abrazo protector. Después de tanto tiempo y de tanto dolor, por fin eran una familia.
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