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Capítulo 21

Mariano se encontraba sentado a la mesa de la cocina con un café en la mano. Mantenía la mirada fija en un punto inespecífico mientras repasaba, una vez más, la conversación que había tenido con su hermana y su amigo la noche anterior.

No podía quitarse de la cabeza la idea de que algo se le había escapado. Quizás era solo su imaginación, pero sentía que Melina no estaba bien. Por supuesto que era consciente de que las circunstancias no eran las mejores. Había vivido en carne propia el peligro que los rodeaba y de seguro, eso la habría afectado. No obstante, advirtió en su tono de voz algo más que simple miedo o preocupación; percibió angustia.

Sabía lo imprevisible que ella podía llegar a ser en ocasiones y la poca estima que tenía hacia su amigo. Solo esperaba que tuviese la madurez suficiente como para dejar eso a un lado y no dificultarle aún más las cosas a Sebastián. A él también lo había notado raro. Cuando le había preguntado cómo lo estaba llevando su hermana sabiendo que no le mentiría, no había sido el amigo en él el que había respondido, sino el agente, frío, conciso, calculador.

Ya de por sí era exigente, sobre todo consigo mismo, y seguramente no se perdonaría el error cometido. Sí, error, porque, aunque no lo fuese, así lo estaría viendo él en ese momento. Odiaba que lo sorprendieran con la guardia baja y por eso siempre procuraba anticiparse a los movimientos de su enemigo.

Mientras se encontraba en una misión, su mente se abstraía por completo de cualquier otro pensamiento que no fuese imprescindible para la tarea y analizaba, con extrema eficacia, hasta el más mínimo detalle. Eso, junto a sus otras habilidades, ciertamente lo había convertido en uno de los mejores agentes de inteligencia.

Tal vez estaba equivocado y solo era su lado sobreprotector el que lo hacía ver cosas donde no las había, ese padre-hermano que siempre estaba preocupado por ella. Sin embargo, en esta oportunidad, estaba seguro de que algo le estaba ocultando y no solo ella. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que lo que fuese que estuviese pasando, los afectaba a ambos en igual medida.

Esa mañana le había entregado finalmente el audio a Guillermina y aunque seguía dudando de la implicación de Roberto, no podía negar la evidencia. La cuenta a su nombre en el exterior existía —él mismo lo había corroborado—, y también las llamadas a su celular. No obstante, seguía teniendo la sensación de que algo no cuadraba. Había sido demasiado fácil.

No dudaba de la capacidad de su compañera, pero sabía, de primera mano, lo difícil que podía llegar a ser hallar ese tipo de información, mucho más de alguien con los conocimientos y la experiencia de su jefe. Era demasiado inteligente como para haber sido tan descuidado. De todos modos, tenía que asegurarse de que el gran cariño que sentía hacia Roberto, no interfiriera de ninguna manera en sus hipótesis y su efectividad al analizar la información.

No veía la hora de que todo terminase, para bien o para mal, pero que llegase de una vez por todas a su fin. Temía que la causa fuese postergada para después de la feria judicial —receso de los tribunales durante todo el mes de enero—, ya que sabía que, aunque siguieran atendiendo lo más urgente, todo se dilataría. Faltaba menos de dos semanas para que la misma comenzara, por lo que esperaba que, aunque fuese en esa oportunidad, la justicia actuara con celeridad. Solo así su vida y la de su hermana volverían a la normalidad y podría cuidar de ella como lo había venido haciendo hasta ahora.

Desde jóvenes se había convertido casi en un padre para ella y no había sido nada fácil. Sin embargo, habían podido salir adelante. Estaba orgulloso de la persona en la que ella se había convertido y, gracias a la misma, en la que hoy era él. Por todo eso, supo que sería un buen padre para Facundo. No había estado en sus primeros años de vida, pero definitivamente lo estaría a partir de ese momento y recuperaría, con creces, el tiempo perdido.

De pronto, una conocida melodía acaparó por completo su atención. Victoria, que se encontraba preparando la cena, acababa de subir el volumen de la radio para comenzar a cantar "Crazy" de Aerosmith. Sonrió al reconocer la canción que, como fanática de esa banda, tanto escuchaba en la época en la que habían estado juntos.

Alzó la vista para deleitarse con semejante visión. Sus ojos se deslizaron automáticamente hacia sus caderas al verla contonearse de forma sensual al ritmo de la música. Ni siquiera era consciente de que lo hacía. Simplemente, se movía provocativamente sin dejar de cocinar y eso despertó en él una vorágine de emociones ya imposibles de refrenar.

Siempre le había parecido increíblemente hermosa, aun desde el día en el que había chocado con ella en aquel cine. A medida que la fue conociendo más, descubrió otras cualidades que la volvieron especial ante sus ojos, única, provocando que no pudiese evitar enamorase perdidamente de ella. Ahora lo sabía.

Victoria era una mujer inteligente, generosa, dulce y compañera y sin importar las circunstancias en las que se encontrara o lo mal que él estuviese, siempre lograba transmitirle paz, serenidad. A su lado, se sentía en casa y desde que había vuelto a encontrarla, se moría por besarla y tocarla sin restricciones. Ansiaba dar rienda suelta a su deseo, uno que se había mantenido reprimido por muchos años y que ninguna otra mujer había podido sosegar, aun a pesar de haberlo intentado. ¡Qué ciego había estado todo este tiempo! ¿Por qué había tenido que estar en peligro de muerte para darse cuenta de lo importante que era ella?

Sabía que, a pesar de que no lo dejase acercarse demasiado por temor a que sus lesiones se resintieran, lo deseaba con la misma intensidad que él. Podía notarlo en la forma en la que reaccionaba cuando lo sentía cerca, en la manera en la que su piel se estremecía cada vez que la tocaba y en la forma en la que su cuerpo temblaba con cada uno de sus besos.

Comprendió que, después de todo, él no era el único que se estaba conteniendo y decidió que eso terminaría en ese preciso instante. Anhelaba sentirla desnuda entre sus brazos, saborearla mientras se hundía lentamente en su interior. Así tuviese que romperse de nuevo la costilla, no se contendría de nuevo. La espera había sido demasiado larga.

Dejó la taza sobre la mesa y se puso de pie. Caminó lentamente hacia ella hasta detenerse a unos pocos centímetros. Con una mano, le apartó suavemente el cabello e inclinándose hacia abajo, apoyó los labios sobre su cuello. La sintió estremecerse a la vez que ladeó su cabeza para darle espacio. Cerró los ojos para inhalar el dulce aroma de su piel y la sujetó de las caderas acercándola más a él. Comenzó a balancearse junto a ella mientras besaba su cuello con suavidad. Al llegar a su oreja, atrapó el lóbulo entre sus labios y succionó con delicadeza provocando que exhalara el aire contenido.

—A mí me volvés loco —le susurró al oído en sincronía con la letra de la canción.

Victoria no pudo evitar soltar lo que tenía en la mano al oírlo y jadeó en cuanto sintió sus manos deslizarse por su cuerpo atrayéndola más a él. Tembló de deseo al advertir su notoria excitación sobre la parte baja de su espalda y se estremeció al sentir sus cálidos labios y la humedad de su lengua sobre su piel.

En ese momento, fue como si el tiempo no hubiese pasado. El sentimiento que la unía a él y la intensa necesidad que sentía, era igual, o incluso más fuerte, que antes. Había perdido por completo la capacidad del habla y en lo único en lo que podía concentrarse era en las deliciosas sensaciones que le estaba provocando. Debía frenarlo o la situación se saldría de control. Pero, ¿cómo? Si se estaba derritiendo entre sus brazos.

Mariano la giró, con menos suavidad, para que quedase de frente. Sujetándola de la nuca, descendió hasta su boca y se apoderó de ella. La besó con ansia, con ardor, con absoluta pasión, dejando salir por completo todo lo que venía guardando dentro suyo. La sintió gemir contra sus labios y profundizó el beso. La invadió con su lengua acariciando la suya con movimientos lentos, aunque intensos y gimió, ahora él, en su desesperación por hacerla suya.

—Nano... —balbuceó al sentir que se apartaba apenas para tomar aire.

Pero él volvió a cubrir sus labios acallándola nuevamente. Sabía lo que le pediría y no estaba dispuesto a detenerse. Su mente, su cuerpo, todo su ser, la deseaba con ímpetu y no pensaba refrenarse otra vez.

Sabía que su hijo se había quedado dormido en el sofá mirando la televisión por lo que no despertaría por un buen rato. Eso le daba tiempo más que suficiente para lo que tenía en mente. Se dedicó a recorrerla con sus manos acariciando sus pechos sobre la ropa con exigencia. La sintió colgarse de su cuello y devolverle el beso con la misma vehemencia.

Haciendo caso omiso a la leve puntada que sintió sobre su costado, la sujetó de ambas piernas para alzarla y que lo rodease con ellas. Caminó hacia la habitación sin dejar de besarla. Una vez dentro, cerró la puerta con un pie y siguió avanzando hasta la cama. La recostó sobre la misma y comenzó a quitarle la ropa con prisa. Luego, hizo lo mismo con la suya. Finalmente, se inclinó sobre ella y continuó besándola mientras se acomodaba entre sus piernas.

Victoria no podía creer que por fin estaría con él. Todavía le preocupaba que no se recuperara como debiera, pero ella tampoco podía seguir esperando. Tenerlo a su lado nuevamente y no poder tocarlo era una maldita tortura. Nunca había logrado superar su ruptura y desde entonces, había soñado con ese momento. Ya no tenía fuerzas para seguir reprimiendo lo que realmente quería, a él. Se dejaría llevar por lo que sentía y daría rienda suelta a su pasión. Volvería a hacer el amor con el único hombre al que había amado toda su vida.

Mariano introdujo su lengua y mordió su labio inferior tirando suavemente de él. Pronto abandonó su boca para cubrir uno de sus pechos. Un ronco gemido escapó de lo más profundo de su garganta al sentir el firme y pronunciado pezón. Lo lamió y succionó con ansia mientras que con una mano masajeaba el otro estimulándolo con su pulgar.

Victoria tiró de su cabello al sentir el exquisito tormento de su boca sobre ella y su respiración se tornó acelerada. Una electricidad recorrió su cuerpo hasta su mismo sexo provocándole placenteros latidos que no hicieron más que aumentar su necesidad de sentirlo en su interior. Perfectamente consciente de que toda esa actividad tendría consecuencias en la herida de Mariano, apoyó ambas manos sobre su pecho para que se levantase. No lo dejaría hacer más esfuerzo.

—Por favor, Vicky. No me rechaces más —rogó con la respiración agitada.

—No lo hago, amor —respondió ella empujándolo con suavidad.

Lo hizo acostarse sobre su espalda y se apresuró a colocarse sobre él. Pasó uno de sus brazos por debajo de su cuello y comenzó a besarlo a la vez que acariciaba con la yema de sus dedos la barba ya crecida en su rostro.

Mariano le sujetó el cabello por detrás de su cabeza mientras acariciaba su espalda. Estaba extasiado con la increíble sensación de tenerla encima de él y el roce de sus suaves senos sobre su pecho lo estaba enloqueciendo. Pasó una mano entre sus cuerpos hasta tocarla íntimamente. La encontró húmeda y caliente. Sin detenerse, introdujo con cuidado dos dedos en su interior para comenzar a deslizarlos dentro y fuera con intencionada lentitud.

No tardó en aumentar la intensidad al sentir como ella se removía inquieta contra su mano. Sus sensuales movimientos y el excitante roce de sus senos contra su pecho terminaron por hacerlo flaquear. Decidido a acabar con su agonía, colocó ambas manos en sus caderas y la elevó lo suficiente para poder ubicarla en la posición correcta. No le interesó si se estaba cuidando o no, solo quería hacerla suya, sentirla suya. De un solo movimiento, la bajó sobre su duro y grueso miembro sintiendo cómo la maravillosa calidez de su interior lo envolvía por completo. Acalló, con un beso, el fuerte gemido que ambos profirieron en el preciso instante en el que fueron uno.

Victoria comenzó a moverse lentamente deslizándose una y otra vez alrededor de su erección. Aumentó progresivamente su erótico vaivén hasta sentirse al borde del abismo. Se aferró a su pecho con fuerza sin dejar de moverse mientras balbuceaba su nombre entre gemidos.

Ayudándola con las manos alrededor de sus caderas, Mariano elevaba su pelvis cada vez que ella bajaba para introducirse aún más en su interior. Continuó con ese frenético y enloquecido balanceo hasta sentirla tensarse de repente. Entonces, la apretó más contra él y en tan solo tres embestidas, la hizo alcanzar finalmente el orgasmo a la vez que experimentaba el suyo.

Victoria cayó rendida sobre su pecho, completamente laxa. Lo que acababa de experimentar había sido extraordinario, mucho mejor de lo que recordaba. Mariano seguía siendo su mejor amante, su amigo, su amor. Lo sintió ponerse de costado y se acomodó a su lado. Lo miró a los ojos advirtiendo ese brillo especial que no había vuelto a verle desde el reencuentro. Ahí estaba su Nano, el que la había enamorado tantos años atrás. ¡Lo había extrañado tanto!

Él la miró esbozando una sonrisa al ver la expresión de su rostro. La veía feliz y eso lo llenó de un sentimiento de plenitud, de acogedora calidez. Le acomodó su ahora despeinado cabello hacia atrás y apoyó los labios sobre los suyos con ternura.

—Te amo —susurró contra su boca.

—Yo también te amo —respondió ella con su voz ahogada por la emoción.

Mariano la envolvió entre sus brazos y luego los cubrió a ambos con las sábanas. Cerraron sus ojos y permanecieron abrazados por un rato en un cómodo silencio mientras disfrutaban de tan ansiado momento. Ella descansó la cabeza sobre su pecho deleitándose con sus suaves caricias. Él la sostenía contra su cuerpo como si tuviese miedo de que se escapara. Ninguno de los dos previó que volver a estar juntos los dejaría tan agotados y, sin poder evitarlo, no tardaron en quedarse dormidos.

Mariano se despertó sintiendo el contacto de una pequeña mano sobre su hombro. Parpadeó varias veces hasta posar sus ojos en unos que lo miraban fijamente. Victoria seguía dormida, ajena por completo a la sorpresiva visita. A pesar de encontrarse tapados con la fina tela, hasta un nene pequeño era capaz de darse cuenta de que, por debajo, estaban desnudos. Intentó mantenerse calmo para no alterar a Facundo que lo miraba con una expresión rara en su rostro. Sin embargo, no encontró reproche alguno en sus pequeños ojos pardos, tan parecidos a los suyos.

Lo vio mirar a su mamá frunciendo el ceño y de pronto, volver a fijar la mirada en él. Advirtió que abría la boca para susurrar algo con la clara intención de no despertarla. Solo pronunció tres palabras, pero las mismas bastaron para llevarlo al borde de las lágrimas.

—Tengo hambre, papá —le dijo con inesperada naturalidad.

Sintió la necesidad de aclararse la garganta antes de responderle.

—Enseguida vamos, hijo —se animó a decirle sin dejar de evaluar su reacción.

Notó que asintió esbozando una sonrisa y se dio la vuelta para salir corriendo de la habitación.

Mariano no entendía cómo había llegado a esa conclusión o por qué no parecía afectarle el hecho de verlos así. Pero dejó de importarle en el mismo instante en el que lo había escuchado llamarlo "papá". Después de eso, ya no fue capaz de contener las lágrimas y finalmente, las dejó caer con libertad por sus mejillas.  

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