Capítulo 19
Mariano no había alcanzado a oír las palabras exactas de su amigo, pero por la expresión que vio en el rostro de Natalia, supo que había habido problemas. Ella pudo anticiparse a su reacción y apartándose antes de que le arrebatara el teléfono de la mano, se alejó para hablar con tranquilidad.
—¿Están bien? —preguntó con ansiedad sin apartar los ojos de su compañero, quien la miraba fijamente al borde de un ataque de nervios.
Podía notar su nerviosismo, pero antes de enfrentarlo, quería ver qué tipo de terreno era el que estaba pisando.
—Sí, sí, pero estuvo cerca, Nati, muy cerca —afirmó, inquieto. Su voz sonaba como si estuviese caminando—. No quiero decir más nada por teléfono. Por favor, vení cuanto antes. Necesito tu ayuda para... bueno, ya sabés para qué y después me voy a la mierda. No la voy a hacer pasar otra noche acá, no es seguro. No voy a estar tranquilo hasta que no estemos en otro lado.
—Está bien, no te preocupes. Arreglo unas cosas acá y voy. Solo dame un par de horas.
—Dale, te espero.
Mariano se acercó a ella en cuanto la vio cortar la comunicación y la acosó a preguntas. Estaba alterado y preocupado por su hermana y no entendía por qué no había querido darle el teléfono.
—¡Melina está bien, Nano! No es conveniente que ahora hables con ellos. Dejanos resolver primero lo más urgente. Hay dos cuerpos que tienen que desaparecer antes de que amanezca. Es importante que la policía no los encuentre cerca de mi propiedad para que no los relacionen con nosotros. En este momento, necesito a Sebastián frío, lúcido y con toda la atención puesta en la tarea que tenemos por delante. Cuando terminemos, te prometo que les voy a contar que escapaste, que estás vivo y que te llamen. Estoy segura de que tienen la misma necesidad que vos de escucharte.
—Entonces, al menos dejame acompañarte —insistió molesto—. Yo podría...
—¡No! Sabés muy bien que no podés hacer nada. Ya los localizaron a ellos, lo que menos necesitamos es que te localicen también a vos. Sos el único que tiene acceso a las pruebas que los incrimina. Es necesario que te tranquilices y pienses de forma objetiva. Lo mejor que podés hacer para ayudar es mantenerte oculto.
—¡Pero mi hermana puede estar en peligro! —exclamó comenzando a caminar de un lado a otro. Empezaba a darse cuenta de que Natalia no iba a ceder fácilmente.
—Nano —intervino Guillermina—. Entiendo tu preocupación, pero Nati tiene razón. El peligro por el momento ya pasó. Seba se hizo cargo de eso y en este momento está protegiendo a tu hermana. Ella no está sola. Es importante que confíes en el resto y dejes todo en nuestras manos. Lo que podés hacer mientras tanto es otra copia de lo que había en ese pendrive y enviármela cuanto antes.
A Mariano le resultaba extremadamente difícil mantenerse al margen. No obstante, sabía que tenían razón. Después de todo, él mismo le había confiado la vida de Melina a su amigo y era consciente de que no había nadie más idóneo para protegerla. Lo único que podía hacer era mantenerse a salvo a sí mismo y, tal como le había dicho Guillermina, realizar una nueva copia del archivo para que después de que ella lo decodificase, Quique pudiese presentarlo como prueba ante la justicia.
—¡Está bien! —exclamó resignado—. Pero que me llamen hoy, Natalia. Si no lo hacen voy a volver a venir y...
—Te doy mi palabra —lo interrumpió con solemnidad.
Sebastián y Melina habían regresado al muelle donde, una semana atrás, se habían encontrado con Natalia. Aguardaban su llegada en el interior de su auto. Él la rodeaba con su brazo de forma protectora y ella, con los ojos cerrados, mantenía la cabeza apoyada en su pecho. La notaba asustada y agotada, como si no quisiera apartarse de él en ningún momento y a pesar de que lo más conveniente hubiese sido que lo esperase en la cabaña, él tampoco estaba dispuesto a perderla de vista. No volvería a cometer el error de dejarla sola. Porque había sido eso, un maldito error por parte suya, un descuido que jamás debería haber tenido.
Melina lo notaba tenso, preocupado. Supuso que, aunque estuviese entrenado y acostumbrado a enfrentar este tipo de situaciones, matar a otra persona no debía ser nunca fácil. A ella, sin duda, la había afectado. No podía borrar la imagen de ese hombre tirado en el piso con el rostro deformado a causa de los golpes y la herida de bala en su frente. Un escalofrío le recorrió la columna al recordarlo una vez más. Sebastián debió haberlo notado ya que en ese momento la abrazó con más fuerza.
De repente, las luces de un auto los iluminó por un instante para luego desplazarse hacia la derecha. Sebastián la soltó y sin decir nada, abrió la puerta para bajar del vehículo. Iba armado y no relajó la postura hasta que vio a Natalia descender del auto que acababa de detenerse justo al lado del suyo. Esta vez no hubo saludo efusivo. Las caras serias y la evidente tensión en el ambiente era lo único que se podía percibir entre ellos. Melina bajó al oír su nombre y tras saludar a la mujer con un asentimiento, los tres se dirigieron de nuevo hacia donde habían dejado la lancha.
En el camino, Sebastián le relató lo sucedido con lujo de detalles. Cómo había sido el encuentro con el primer hombre, qué fue lo que lo había delatado y cómo se había librado de él para regresar a gran velocidad a la cabaña.
En ese momento, Melina sintió un fuerte deseo de taparse los oídos. No quería seguir escuchando el repaso de tan desagradable experiencia. Aún podía oír el horrible sonido del hueso quebrándose cuando Sebastián la salvó del ataque de ese hombre. A pesar de eso, siguió escuchando cada una de sus palabras. Le sorprendió percibir en su voz, cierto tono de reproche. Era como si se estuviese culpando a sí mismo de todo lo que había pasado. Decidió que hablaría con él cuando volviesen a estar solos.
La lancha estaba en el mismo lugar en el que la había dejado. Para su fortuna, nadie había descubierto aún el cadáver en su interior. De lo contrario, la policía de la zona ya se habría hecho presente. Sebastián desaceleró hasta detenerse junto a la misma permitiéndole a Natalia saltar hasta ella.
Sin perder tiempo, corrió el cuerpo para poder ubicarse en el asiento del conductor. Al hacerlo, pudo ver con claridad su rostro. Aún tenía los ojos abiertos y aunque sus pupilas estaban dilatadas, fue capaz de notar el color de su iris. Le llamó la atención de inmediato lo diferente que eran, uno azul y el otro marrón. Conocía esa anomalía, la había buscado en internet varios años atrás cuando se la había visto a una nena cerca de su casa. Aunque después también la reconoció en varias personas más, nunca dejaba de sorprenderla ya que no era una característica muy habitual.
Frunció el ceño ante la sensación de deja vú que la invadió. Lo observó por un instante intentando descubrir porqué su rostro le parecía tan familiar. Sin embargo, no fue capaz de identificarlo. Seguramente, solo tenía que ver con esa extraña combinación en sus ojos.
Avanzó hacia el asiento y se apresuró a poner en marcha el motor. El mismo arrancó a la primera, por lo que la falta de combustible había sido una mentira más dentro de la trampa tendida a su amigo. Aceleró a fondo, seguida de cerca por Sebastián. El tiempo apremiaba y aún faltaba buscar el cuerpo del otro matón.
Al llegar al pequeño muelle donde se encontraba la cabaña, ataron las lanchas rápidamente a los troncos y descendieron de las mismas.
—¿Juntaron todas sus cosas ya? —le preguntó mientras comenzaron a caminar hacia la propiedad—. Después de lo que pasó, sería conveniente que volvieran esta misma noche.
—Lo sé y sí, ya está todo listo. En cuanto terminemos acá, nos vamos a mi departamento. Creo que no van a pensar siquiera en esa posibilidad y eso nos da un respiro.
Natalia lo miró sorprendida. Jamás se le hubiese ocurrido esa opción, lo cual lo convertía en el sitio perfecto para seguir ocultándose.
—¿Y vos cómo estás? —preguntó, de repente, posando los ojos en Melina.
—Estoy bien, gracias —respondió en forma automática.
En realidad, se sentía pésimo, pero no quería cargarlo a Sebastián con más preocupaciones de las que ya tenía. Natalia se dio cuenta de lo que estaba haciendo y asintió a la vez que esbozó una sonrisa.
Los observó por unos momentos notando la forma en la que él la sujetaba de la mano. La sorprendió lo mucho que había cambiado su amigo en tan solo una semana. Le había conocido infinitud de mujeres y con ninguna de ellas se había comportado así tan... ¿posesivo? Sí, era como si no pudiese evitar mantenerla pegada a él.
Ella por su parte, lo seguía en silencio y aunque por momentos lo miraba con el ceño fruncido, no lo contradijo ni una sola vez. Le gustó su actitud. Otra, en su lugar, ya estaría en medio de un ataque de ansiedad dificultándoles el trabajo pendiente.
Notó en su rostro, un leve parecido a Mariano y eso la hizo sonreír. Sabía lo celoso que era con su hermana y, a juzgar por lo territorial que se estaba mostrando Sebastián, supo que se avecinaban problemas.
Volvió a mirar a su amigo. Su expresión era seria y lo notaba en absoluta tensión. Cualquiera podría pensar que se debía a la situación, pero no ella. No era la primera vez que debían hacer eso en su trabajo y lo conocía lo suficiente como para saber que jamás le remordía la consciencia deshacerse de esas lacras —como solían llamar a ese tipo de delincuentes—. Algo más inquietaba su mente y supo, con seguridad, que tenía que ver con la hermosa mujer que se encontraba a su lado.
—¿Por qué no nos esperás acá mientras nosotros...? —dijo de pronto, con la intención de tener un momento a solas con Sebastián. Pero se calló de inmediato al verlo negar con su cabeza.
—No, ella viene con nosotros.
—Pero, Seba...
—No insistas, Natalia. No voy a volver a dejarla sola.
Esa respuesta a Melina le confirmó sus sospechas. Definitivamente se sentía culpable por lo que había pasado y aunque no estuviese de acuerdo, no le diría nada en ese momento. Era más que evidente que necesitaba recuperar la sensación de control sobre la situación y si para eso necesitaba tenerla cerca, que así fuese.
Tardaron más de lo esperado en traer el cuerpo que se encontraba en medio del bosque ya que debieron camuflar con hojas la tierra impregnada con la sangre.
Una vez de vuelta a bordo de la lancha, lo recostaron junto al otro. Mientras Sebastián y Melina terminaban de recoger sus cosas y cerrar la cabaña, Natalia procedió a revisarlos. Aún seguía con la extraña sensación de haber visto antes al de los ojos de diferente color. Con ese pensamiento en mente, tomó fotos de sus identificaciones y se las envió a Guillermina para que las cotejara con la base de datos de la agencia. Finalmente, limpió las superficies que habían tocado utilizando en todo momento guantes para evitar que quedase rastro de sus huellas.
Unos minutos después, se alejaron río arriba para dejar la lancha con los cuerpos en uno de los ramales menos transitados y de difícil acceso. Después, retomaron el camino de regreso pasando primero por la dársena donde Natalia dejaría su lancha amarrada. Finalmente, caminaron el último trecho hasta donde aguardaban sus vehículos.
—Nati, gracias por tu ayuda —le dijo Sebastián envolviéndola en un fuerte abrazo—. Mañana hablamos.
—De nada —respondió una vez que se separaron—. Antes de que se vayan, tengo algo que decirles. Es sobre Nano.
En ese momento, Melina apretó la mano de Sebastián. Él la rodeó con un brazo de forma automática mientras la pegó a su costado. Era su forma de darle fuerzas en caso de que las noticias no fuesen las que ellos esperaban. Asimismo, intentaba calmar sus propios nervios. Después de todo, Mariano era su mejor amigo.
—Por favor, no me digas que... —comenzó a decir Melina con ojos vidriosos.
—No, no —se apresuró a interrumpirla alzando la mano ante ella y con una sonrisa, afirmó—: Justamente es todo lo contrario. Pudo escapar. Está bien.
—¡No puedo creerlo! —gritó emocionada comenzando a llorar de alegría.
Sebastián exhaló aliviado. A pesar de haber dudado al ver que los días pasaban y no había noticias, siempre había tenido esperanzas de que lo lograría.
De repente, Melina corrió hacia Natalia para colgarse de su cuello. Esto provocó que tuviese que cambiar de posición para evitar caerse. Ambas rieron y luego de unos segundos, se apartaron.
—Perdón por el exabrupto. ¡Es que estoy tan feliz! —dijo avergonzada.
—No te preocupes, no es para menos —respondió divertida.
—¿Y dónde está? ¿Volvió a mi casa?
—No lo creo, pero no me dijo dónde —le respondió con seriedad—. Estaba con él cuando me llamaron y no saben lo que me costó convencerlo de que se quedase.
Melina rio entre lágrimas. Sabía lo testarudo que podía llegar a ser su hermano, más si se trataba de ella.
—¿Cómo está? —preguntó, en esa ocasión, Sebastián.
—Bien. Pero debe seguir escondiéndose. Tenemos una sospecha de quien está detrás de todo esto y es peligroso que se exponga.
—Decime quien es —exigió poniéndose tenso al instante.
—Creo que es mejor que él mismo te lo cuente, Seba —respondió mientras sacó su celular del bolsillo—. Ahí te pasé su número. Está esperando que lo llamen.
—De acuerdo —dijo a regañadientes.
A Sebastián no terminó de gustarle lo que le dijo, sin embargo, prefirió no mencionarlo delante de Melina. La veía contenta por la noticia y ansiosa por volver a hablar con su hermano. Después de todo lo que había vivido esa noche, se merecía un poco de calma.
Se despidieron nuevamente de su amiga y subiéndose al auto, se dirigieron a la autopista que los llevaría hasta su departamento. Esperaría a llegar para llamarlo. Tenían mucho de qué hablar y si lo que le había dicho Natalia era cierto —lo cual no dudaba—, prefería conversar tranquilo tomándose el tiempo necesario para eso.
Miró por un instante a Melina. A pesar del cansancio y el estrés, mantenía sus ojos bien abiertos fijos en el paisaje a su derecha. Sintió la necesidad de posar su mano sobre la de ella lo cual provocó que girara hacia él, al sentirlo. Apretó su agarre mientras le dedicó una sonrisa, la cual fue correspondida de inmediato. Sabía que seguía nerviosa, sin embargo, advirtió la felicidad en sus ojos. Él también estaba contento. Al fin y al cabo, acababan de enterarse de que Mariano estaba vivo.
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