Capítulo 18
Diez largos y desesperantes minutos, le llevó a Sebastián llegar hasta la cabaña. Al acercarse, vio de inmediato una lancha desconocida sobre la orilla. Apretó con fuerza el volante de pura rabia. Tal como había imaginado, la intención siempre había sido distraerlo para poder llegar hasta ella. Maldijo para sus adentros mientras saltó hacia el muelle sin esperar a que la embarcación se detuviese del todo.
Corrió hacia la propiedad mientras deslizó la corredera de su Glock preparándose para lo que pudiese encontrar. En ningún momento dejó de escanear los alrededores. Una vez en la entrada, subió los escalones a gran velocidad. Se encontró con que la puerta estaba a medio abrir. Su corazón latió con fuerza y su estómago se encogió a causa de los nervios de solo pensar que algo le había pasado a Melina.
Ingresó con sigilo y observó cada rincón de la casa. Todas las luces del living se encontraban apagadas lo cual le dificultó la tarea. No obstante, el brillo de la pantalla del televisor y la tenue luz de unas velas ubicadas en el centro de la mesa, le sirvieron de guía. No le pareció ver ningún indicio de lucha; tampoco de presencia alguna. Avanzó rápidamente hacia la habitación sabiendo, incluso antes de comprobarlo, que no encontraría a nadie. El baño también estaba vacío por lo que volvió sobre sus pasos revisando una vez más el lugar.
Su mente se encontraba plenamente activa. Analizaba hechos, evaluaba posibilidades y elaboraba toda clase de teorías. Era evidente que lo habían planificado de forma tal que mientras venían por ella, otro se deshacía de él. Lo que seguramente no habían tenido en cuenta era que él se daría cuenta. Por algún motivo que desconocía, no habían forzado la puerta por lo que supuso que el encuentro se habría llevado a cabo en el exterior. Volvió a bajar las escaleras y caminó alrededor de la cabaña. Se acercó a la piscina rogando que no estuviese allí. Volvió a respirar con normalidad en cuanto advirtió que no había nada extraño.
A pesar de eso, seguía sintiéndose nervioso, incluso un poco más que antes. Sabía que no se la habían llevado porque la lancha aún estaba allí y tampoco podía haberse ido muy lejos. De inmediato, posó los ojos en los árboles que había detrás de la cabaña y entonces finalmente, todo encajó. Ella debía haberse dado cuenta de la presencia de los intrusos antes de que llegaran a la casa y habría corrido hacia el único lugar que quedaba, el bosque.
No le resultaría fácil encontrarla en esa zona, pero lo bueno era que tampoco lo sería para los que la estaban persiguiendo. Corrió hacia allí intentando amortiguar el sonido de sus pasos. Se estaba volviendo loco y en su interior sentía cómo una incontrolable furia crecía a pasos agigantados.
Necesitaba saber, cuanto antes, que no le habían hecho daño o por Dios que los mataría lentamente. Deseó llamarla a gritos, pero eso de seguro la expondría si se encontraba oculta y a salvo. Tendría que valerse de su propia habilidad para seguir el rastro de sus pisadas. En ese momento, a pesar de ser ateo, rezó con todo su ser para encontrarla antes que sus enemigos.
Melina estaba aterrada y la desesperación le dio la energía y fuerza necesarias para avanzar un largo trecho. Corrió a una velocidad impensada y aunque aún lo sentía detrás de ella, había logrado sacarle bastante ventaja —al menos, era lo que pensaba—. No supo a ciencia cierta la distancia recorrida, pero sabía que estaba bastante lejos de la cabaña.
Los árboles le sirvieron como escondite, aunque la oscuridad le dificultaba el avance entre ellos. Menos mal que había tomado la precaución de ponerse la campera antes de salir, de lo contrario, todos sus brazos estarían arañados por las pequeñas y finas ramas de los arbustos más bajos. Se había colocado también un pañuelo alrededor del cuello el cual comenzó a molestarle ya que, entre los nervios y la corrida, parecía cernirse cada vez más alrededor de su cuello. Sin embargo, no se lo quitó para no dejar indicios del camino elegido.
Se detuvo por unos minutos. Sentía que le faltaba el aire y le dolía todo el cuerpo. Necesitaba descansar tan solo un instante antes de seguir. Se resguardó detrás del árbol más ancho que vio y se quedó quieta detrás de él. Aguzó el oído para poder ser capar de escuchar si se acercaba y de esa forma seguir corriendo. No obstante, no escuchó nada más que su propia y agitada respiración y el constante martilleo de su corazón.
Sus ojos, bien abiertos a causa del miedo, recorrían el lugar de un lado al otro en busca de algún movimiento extraño. Sentía muchas ganas de llorar, pero sabía que debía permanecer en silencio. Cualquier error podía costarle la vida. Estaba completamente sola y debía encontrar la forma de defenderse. Intentó recordar los movimientos que su hermano le había enseñado en su adolescencia para que supiera qué hacer en caso de ser atacada en la calle, pero su mente había quedado completamente en blanco.
Cerró los ojos con fuerza para evitar las malditas lágrimas que ya comenzaban a empañarle la vista. Al hacerlo, evocó la imagen de Sebastián sonriéndole, guiñándole un ojo, abrazándola. ¡Cómo deseaba que en ese momento estuviese allí con ella! Pero quizás él también estaba en problemas. Entonces supo lo que tenía que hacer. Regresaría hasta la cabaña y una vez en el muelle, utilizaría la lancha de su perseguidor para ir en su busca. Si tenía suerte, lo encontraría en el camino. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que estuviese muerto.
Inspiró profundamente y se dispuso a volver cuando, de repente, oyó el crujido de unas ramas en el suelo. Estaba demasiado cerca. Si salía corriendo él la vería y no tardaría en alcanzarla. Lo consideró por un momento y concluyó que no le quedaba otra opción. Los pasos se oían cada vez más cerca, por lo que, si quería sobrevivir, debía escapar en ese preciso instante. Armándose de valor, comenzó a correr hacia la cabaña.
—¡Qué hija de puta! —lo oyó exclamar, con fastidio, al verla salir detrás de un árbol justo por donde había pasado hacía unos instantes.
A pesar de emplear todas sus fuerzas, sabía que no serían suficientes, que pronto la atraparía. Podía oír sus fuertes pisadas detrás de ella, su respiración agitada y los insultos que profería. Menos de un minuto después, sintió sus asquerosas manos sobre los hombros y cómo la arrojaba al piso cayendo luego sobre ella. Intentó con desesperación librarse de él, pero no lo consiguió. Era mucho más fuerte y, además, estaba furioso.
—¡Quedate quieta! —ordenó con la respiración agitada, y con una risa que la hizo estremecer, prosiguió—: Ya no vas a ir a ningún lado.
—¡No, por favor! —rogó con angustia.
—Sí, eso es. ¡Me encanta cuando suplican!
Melina tembló ante sus palabras. Era claro que no solo iba a matarla. Se removió lo suficiente como para poder liberar una pierna y en un último intento, lo golpeó con la rodilla en la entrepierna. Lo vio encogerse de dolor mientras lanzaba un gruñido, fastidiado. Aprovechó ese instante para arrastrarse hacia adelante y volver a levantarse. Sin embargo, él también lo hizo y sujetándola del extremo del pañuelo que había quedado colgando hacia atrás, tiró de ella con fuerza.
Cayó de espaldas sobre el piso lo cual provocó que se le cortase la respiración por un momento. Antes de que pudiese siquiera moverse, ya lo tenía encima de nuevo. Sintió que colocaba ambas manos alrededor de su garganta y las cerraba con firmeza, asfixiándola. No pudo evitar recordar el sueño que había tenido la noche en la que Sebastián había ido a buscarla. Con excepción de algunos detalles, la situación era casi la misma.
No pudo evitar toser cuando finalmente la soltó y las lágrimas comenzaron a caer hacia ambos lados de sus enrojecidas mejillas. Todo su cuerpo empezó a temblar al sentirlo colocarse entre sus piernas. Ese hombre la tenía completamente inmovilizada y mientras que con una mano le sujetaba las suyas, con la otra comenzó a manosearla.
—Sí —gimió lamiéndole el rostro desde el mentón hasta la sien—. ¡Cómo voy a disfrutar de esto!
Melina supo lo que vendría a continuación y en ese momento, prefirió estar muerta.
Sebastián encontró rápidamente el rastro de las pisadas de dos personas. Eso confirmaba su teoría de que se trataba de un solo hombre. Comenzó a correr sin pausa. No se quedaría tranquilo hasta no volver a verla. No podía creer lo mucho que se había alejado de la cabaña y apuró el paso. Debía llegar antes de que la lastimase. Todo su cuerpo exudaba ira y desesperación y se juró a sí mismo matar salvajemente a quien fuese que le hiciera daño.
Unos metros más adelante, le pareció oír voces. Se acercó sigilosamente hacia las mismas con el arma lista para disparar. Un fuerte ruido le brindó la ubicación exacta y en tan solo tres zancadas, llegó al lugar.
—¡¡Soltame!! —oyó de repente a Melina gritar entre lágrimas.
Todo su cuerpo reaccionó de inmediato al verla tirada en el piso a punto de ser violada por ese tipo. La furia, que había logrado mantener a raya hasta ese momento, estalló de repente en su pecho saliendo despedida por su garganta a modo de gruñido.
Colocando su pistola rápidamente en su espalda, se abalanzó sobre él. Lo sujetó de la ropa para quitárselo de encima y con fuerza descomunal, lo arrojó contra un árbol. Advirtió cómo Melina se arrastraba hasta apoyar la espalda sobre un tronco y abrazando sus piernas, lloraba con intensidad. Sin embargo, en ese momento no podía consolarla, ni siquiera mirarla. Sus ojos no se apartarían ni un segundo de aquel delincuente que ya se había vuelto a poner de pie y lo miraba con odio.
Avanzó hacia él dispuesto a destrozarlo. La ira lo gobernaba por completo y a pesar de que sabía que no debía, no se sentía capaz de detenerse. En el momento en el que lo vio sacar su arma para dispararle, le golpeó el brazo con una mano y con la otra lo sujetó para hacerlo girar en el aire.
En cuanto cayó al piso, le torció la muñeca llevándole el brazo hacia atrás en una posición forzada y sin dubitación, tiró con fuerza hasta escuchar el crujido del hueso al romperse. Ni siquiera los gritos de dolor lo hicieron parar y completamente alterado, continuó golpeándolo una y otra vez. Vio cómo el rostro comenzó a sangrarle y los rasgos se le desdibujaban a causa de la inmediata y creciente hinchazón.
Por un instante, intentó serenarse y dejar de actuar como un loco. Sin embargo, no podía quitarse de la mente la imagen de sus manos sobre el cuerpo de Melina. Lo miró con desprecio y sin apartarse de su lado, lo apuntó con su arma a la cabeza.
—¡¿Cómo supieron que estábamos acá?! —gritó furioso—. ¡¿Quién les está pasando información?!
—¡Morite, puto! —exclamó el sicario tras escupir sangre mientras sacó un revolver de su bota con la mano de su brazo sano. Sebastián reaccionó de inmediato, sin siquiera pensar y apretando el gatillo, le disparó entre los ojos. Inmediatamente después, su rostro cayó hacia un costado.
Melina alzó la vista al oír el disparo. Vio al hombre muerto tirado en el piso con un pequeño agujero en la frente y una gota de sangre que brotaba del mismo. La recorrió un escalofrío al recordar, una vez más, la espeluznante similitud con su sueño. Pero, para su suerte, en esta oportunidad era el malo quien moría. Sebastián caminó rápidamente hacia ella y se arrodilló a su lado. Notó su mirada fija en la escoria que acababa de matar.
—¿Estás bien, Mel? —le preguntó, sintiéndose de pronto cansado.
Ella lo miró con lágrimas en los ojos y pronunciando su nombre, se arrojó a sus brazos. La abrazó con fuerza para calmarla cuando la sintió temblar aferrándose a él con desesperación.
—Shhhh, tranquila, todo va a estar bien.
—Él iba a...
—Lo sé, amor, lo sé —le dijo apretándola aún más contra su cuerpo—. Ya estoy acá. Estás a salvo.
El alivio de finalmente tenerla entre sus brazos lo había dejado sin fuerzas. Pensó en lo cerca que había estado de perderla y lo mucho que lo había afectado esa inquietante posibilidad. Se dio cuenta de que lo que sentía por ella no era simplemente deseo, atracción o cariño por ser la hermana de su amigo. No, sus sentimientos eran más fuertes, más profundos.
La quería de verdad, como nunca antes había querido a nadie. Asimismo, sabía que ella también lo hacía. Recordó el momento exacto en el que, a punto de quedarse dormida, lo había murmurado contra su pecho. Lo había sorprendido tanto que, como un idiota, se había quedado callado y para que no se sintiera mal con su falta de palabras, le había vuelto a hacer el amor. Sin embargo, ahora lo sabía, ya no tenía dudas y no iba a esperar ni un minuto más para decírselo.
Se apartó solo un poco hasta que sus ojos volvieron a encontrarse y limpió suavemente las últimas lágrimas que aún rodaban por sus mejillas.
—Casi muero al pensar que no llegaría a tiempo. Si algo te hubiese pasado, no me lo habría perdonado nunca. Te quiero, Mel.
Ella sonrió emocionada ante sus palabras y entre lágrimas renovadas, lo besó con ternura. Permanecieron abrazados durante varios minutos. Ambos lo necesitaban.
Una vez de regreso en la cabaña, le pidió que lo esperase adentro mientras él se encargaba de la situación. Bajó nuevamente los escalones y acercándose a la orilla del río, sacó el celular del bolsillo de su pantalón. Con su mirada atenta al lugar donde aún estaría la lancha con el otro cuerpo, esperó impaciente a que respondieran del otro lado.
—Seba —oyó decir a su amiga con sorpresa en la voz.
—¡Natalia! ¿Qué mierda está pasando? —exclamó nervioso. Podía sentir su propia respiración agitada.
—¿A qué te referís? —respondió, claramente preocupada.
—¡Acabo de matar a dos tipos! Necesito que vengas cuanto antes. De alguna forma, descubrieron donde estamos.
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