Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 17

El atardecer en el delta los había cautivado desde el primer día que lo vieron. Sebastián y Melina solían sentarse en el sillón de mimbre que se encontraba en la terraza de la cabaña para observarlo. Él la rodeaba con sus brazos a la vez que ella reclinaba la espalda sobre su pecho mientras veían como todo cambiaba de color a su alrededor dándole un toque mágico al lugar. El cielo se tornaba rosado, el verde de la vegetación oscuro y el sol, a lo lejos, se perdía lentamente detrás de los frondosos árboles reflejando sobre el río los últimos rayos de luz.

Hacía una semana que se habían instalado allí y aunque las circunstancias no eran las mejores, irónicamente jamás se habían sentido tan felices. Melina había descubierto que Sebastián tenía una personalidad fuerte, era dominante y controlador, pero a su vez noble, generoso y tierno. Jamás perdía la paciencia con ella cuando le pedía una y otra vez que la dejase hablar con sus amigas a pesar de saber que no debía. Siempre se mostraba comprensivo y tenía un gran sentido del humor.

Desde la primera noche juntos, no había dejado de sorprenderla. Solía tener pequeños detalles, como regalarle una flor del jardín o bien ir al puerto por la mañana solo para comprar un mate y la yerba que a ella le gustaba y así despertarla con el desayuno en la cama. La contenía y animaba cada día brindándole toda su fuerza cuando la encontraba cabizbaja pensando en su hermano, y la hacía olvidarse de todo cada vez que la tocaba.

Melina no pudo evitar abrirle su corazón y dejándose llevar por los fuertes sentimientos que había empezado a sentir por él, le contó cosas de su vida que nadie sabía. Le habló de sus padres, de sus experiencias amorosas, de sus temores y sus sueños, y a pesar de que él aún no lo había hecho, le confesó que lo quería.

Sebastián no se reconocía a sí mismo. Nunca antes había llegado tan lejos con una mujer y a pesar de que hacía poco tiempo que estaba con ella, el sentimiento que lograba despertarle era poderoso, intenso. Lo hacía desearla como a ninguna otra y desde el día en el que había ido a buscarla, no podía evadir el repentino e incontrolable miedo a perderla que lo embargaba.

Se había vuelto adicto a su presencia, a sus caricias, a sus besos. Le gustaba su risa tan fresca y natural, la cual trataba de provocar cada vez que podía solo para oírla. Se sentía atraído por su fuerte y definida personalidad, le gustaba que no fuese capaz de ocultar sus emociones y aunque su impulsividad podía llegar a ser un problema, la consideraba todo un desafío.

Admiraba su increíble imaginación y su capacidad para volcar en palabras todo lo que su inquieta mente creaba. Prueba de eso era la atrapante historia que había comenzado a escribir y que alcanzó a leer sin que se diera cuenta, una vez que se quedó dormida. Disfrutaba escucharla hablar de su infancia y adolescencia junto a su hermano y abrazarla en la noche cuando despertaba llorando, extrañándolo. La consolaba con tiernas palabras, besos y caricias hasta que ella se volvía demandante desatando su propio deseo.

Ahora que estaba a su lado día y noche, no podía entender cómo alguna vez había podido siquiera vivir sin ella y eso comenzaba a asustarlo. Sentía que poco a poco iba perdiendo el control de sus emociones, a la par que crecía su necesidad por ella.

Adoraba la forma en la que se retorcía de placer debajo suyo y el sonido de su nombre pronunciado entre gemidos cuando todo en ella estallaba. Lo volvía loco su sabor y la sensación de completo éxtasis que le provocaba estar en su interior. Amaba sus besos tiernos después del sexo y la timidez que la embargaba nada más terminar. 

Había comenzado a sentirse posesivo con ella. De hecho, la sola idea de pensarla con otro hombre lo desesperaba provocándole ganas de desfigurar a quien se atreviese siquiera a mirarla. ¡Dios! Tenía que controlarse si no quería enamorarse de ella. Eso, suponiendo que aún no lo estaba.

El lunes estaba llegando a su fin y el viento que se había levantado lo volvía más fresco de lo acostumbrado para la época del año. Lo sintió en su piel erizada cuando le acarició los brazos con la punta de los dedos.

—Vayamos adentro —le susurró al oído haciéndola estremecer y con picardía, agregó—: A ver si puedo hacerte entrar en calor.

Ella sonrió y sus mejillas se encendieron provocando que él comenzara a reír. A continuación, le giró el rostro suavemente con un dedo con el fin de acceder a su boca. Se tomó su tiempo para saborear sus suaves y cálidos labios hasta que los mismos se volvieron anhelantes en cuanto profundizó el beso.

Melina suspiró en cuanto se apartó de ella. Que la besara de esa manera era simplemente como estar en el paraíso. Suave, tierno y a la vez intenso y apasionado. Solo él era capaz de hacerla vibrar provocándole un profundo deseo que solo desaparecía cuando lo sentía dentro suyo.

—Haceme el amor, Sebastián —susurró sobre sus labios.

Él gimió al oírla y poniéndose de pie, siguió besándola mientras caminaron lentamente hacia la habitación. La cena elaborada que habían planificado con anterioridad fue rápidamente olvidada y en su lugar, volvieron a amarse con urgencia y desenfrenada pasión.

Estaban recostados en la cama aún con sus respiraciones agitadas cuando de repente, Melina se quejó de forma lastimosa.

—¡Haría cualquier cosa por una pizza en este momento!

—Mmmmm, suena tentador —ronroneó Sebastián a su lado abriendo los ojos.

Una sonrisa se le dibujó en los labios y se levantó de la cama comenzando a vestirse.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sorprendida.

—Intentar saciar tu deseo, como siempre —le dijo inclinándose sobre ella para darle un beso fugaz.

—No entiendo —confesó con el ceño fruncido.

—Voy a traerte esa pizza —respondió a la vez que le guiño un ojo, divertido.

—¿En serio? ¿A esta hora?

—Todo sea por descubrir esas cosas que tanto estás dispuesta a hacer —dijo al fin con aquella seductora sonrisa que tanto le gustaba. —Terminó de vestirse a una velocidad impensada y se colocó el arma en su espalda procurando que quedase oculta debajo de su remera—. Cerrá con llave. Enseguida vuelvo —le pidió dirigiéndose a la puerta.

Melina no podía dejar de sonreír. Estaba realmente loco y eso, simplemente le encantaba. Se levantó con pereza y luego de hacer lo que le había pedido, se metió en el baño para darse una ducha caliente.

Sebastián navegaba a máxima potencia por el río en dirección a la zona céntrica, cerca del puerto, donde se encontraban los comercios y la mayoría de las viviendas. No era un viaje corto, pero sin duda valía la pena. Tardó poco más de quince minutos en entrar y salir de la pizzería por lo que aprovechó también para comprar helado.

Grandes planes comenzaban a formarse en su mente y se sentía ansioso por llevarlos a cabo. Con entusiasmo, subió una vez más a la lancha y emprendió el camino de vuelta. ¿Quién hubiese pensado que alguna vez recorrería el delta de punta a punta, solo para complacer a una mujer? Negó con su cabeza sin poder evitar sonreír. Después de todo, también obtendría su propia satisfacción.

A unos pocos minutos de llegar a destino, divisó un hombre a bordo de una lancha que le hacía señas con los brazos para que se detuviese. Frunció el ceño ante esa imagen. Era extraño que los lugareños se quedaran varados en medio del río. Estaban acostumbrados a ese tipo de transporte y solían asegurarse de contar con el combustible necesario. Apagó el motor dejando que la inercia lo acercara lentamente mientras aprovechaba para escanear los alrededores. Fijó los ojos en el extraño evaluando también sus gestos y movimientos.

—¡Gracias a Dios! —exclamó con alivio—. Comenzaba a pensar que iba a tener que dormir acá.

—¿Qué pasó? —preguntó intentando ser amable a pesar de que no le terminaba de convencer la situación.

—Me confié con que tenía nafta suficiente, pero ya veo que me equivoqué. Te agradecería muchísimo si me alcanzaras hasta el muelle. Allá tengo unos amigos que podrían ayudarme.

No le gustaba la idea. Todo le resultaba sospechoso, desde el motivo por el cual decía necesitar ayuda hasta su atuendo. La gente de allí no solía vestirse con camperas de cuero y zapatos. De pronto, sus alarmas se encendieron cuando al alzar el brazo para indicarle hacia donde quería que lo llevase, divisó el mango de una pistola debajo de su ropa.

Fueron apenas unos segundos en los que sus miradas se encontraron y el extraño se dio cuenta de su error. De inmediato, llevó una mano a su arma, pero Sebastián fue más rápido y se arrojó hacia su lancha cayendo encima de él. Lo desarmó rápidamente y lo golpeó en el rostro.

—¡¿Qué es lo que estás buscando?! —preguntó sin dejar de golpearlo.

El hombre le dio un fuerte rodillazo que lo hizo retroceder unos pasos y se puso de pie para enfrentarlo. Pero Sebastián, con impresionante destreza, giró sobre sí mismo y lo arrojó al piso de nuevo de una patada.

—¡¿Estás solo?! —volvió a golpearlo, esta vez en su estómago—. ¡Contestame, pedazo de mierda!

Estaba furioso y necesitaba que le confirmara si había alguien más. Comenzaba a sospechar que había sido enviado como distracción para que otro pudiese llegar hasta Melina. Se sintió un imbécil por haberla dejado sola. No pudo evitar mirar en dirección a la cabaña, la cual se veía como un punto oscuro y diminuto desde esa distancia. Entonces, lo oyó reírse a carcajadas.

—Por más que mires, no podés hacer nada. Llegaste tarde. Si no está muerta, va a querer estarlo pronto —dijo con tono burlón.

La ira lo cegó en cuanto oyó sus palabras y clavó sus ojos azules en ese desperdicio humano. Con absoluta frialdad, sin el más mínimo reparo, lo sujetó del mentón y de la nuca y giró su cabeza con fuerza hasta finalmente quebrarle el cuello.

—¡¡Mierda!! —gritó, enajenado, mientras dejó caer el cuerpo, sin vida, dentro de la lancha.

Inmediatamente después, saltó a la suya y tras encender el motor, se alejó a gran velocidad dejando una estela de agua a su paso.

Melina se encontraba frente al televisor con las luces apagadas mirando una vieja película romántica que había encontrado de casualidad. Después de ducharse, había dejado lista la mesa, para cenar en cuanto Sebastián regresara y la había decorado con velas en el centro dándole un toque romántico al ambiente.

Aún no podía creer que se hubiese ido tan lejos solo para tener más sexo —sabía perfectamente que esa había sido su verdadera intención—. Ese tipo de acciones eran las que más le gustaban de él. A pesar de siempre mostrarse duro e indiferente, realmente se preocupaba por ella y por hacerla sentir bien.

La espera se le estaba haciendo demasiado larga. Ya no le interesaba comer pizza. Solo quería tenerlo a su lado otra vez. Había oscurecido por completo y estar sola en el medio de la nada comenzaba a ponerla nerviosa.

De repente, el sonido de un motor la alertó de su llegada. ¡Sí, por fin había vuelto! Se dirigió a la puerta con la intención de salir a recibirlo. Sin embargo, la fría brisa que entró tan solo al abrir la misma, la hizo tiritar. Decidió entonces que se abrigaría con la campera de algodón negra que había tenido la precaución de llevar. Un minuto después, salió a la terraza con prisa. Bajó con entusiasmo los escalones. Realmente lo había extrañado y pensaba correr hacia él para demostrárselo.

No había hecho siquiera dos pasos cuando advirtió que en la orilla del río no era Sebastián quien bajaba de la lancha. Un hombre, que jamás había visto en su vida, caminaba lentamente hacia la cabaña. Tenía un arma en la mano y miraba alrededor como si se estuviese asegurando de que nadie lo viese. Melina sintió su cuerpo tensarse nada más verlo. Su corazón comenzó a latir, frenético, haciendo que la adrenalina activase rápidamente sus músculos. En ese momento, su cuerpo reaccionaba de la forma más básica preparándose para la lucha o bien, la huida.

A juzgar por la forma en la que aquel extraño se desplazaba y apuntaba con su pistola dispuesto a disparar a quien se cruzase por su camino, era evidente que había ido a buscarla y su intención era matarla. Aun no la había descubierto ahí parada, observándolo aterrada y su mente bullía de ideas horribles imaginando las cosas que podría hacerle. Consideró correr hacia la cabaña de nuevo y encerrarse dentro, aunque sabía que eso no lo detendría.

Miró hacia el río, pero no había rastros de Sebastián. ¿Acaso se había encontrado con él antes y lo había matado? "¡Dios, por favor no!", pensó con lágrimas en los ojos. Retrocedió unos pasos. Había decidido correr hacia el bosque que había detrás de la propiedad para esconderse entre los árboles. Debía hallar la forma de mantenerse a salvo hasta que alguien la ayudara.

Justo en ese momento, coincidieron sus miradas. Lo vio dedicarle una sonrisa llena de lascivia y avanzar hacia ella, decidido. Retrocedió aún más y se apresuró a girar para comenzar a correr lo más rápido que pudo. Se internó en la arboleda en un intento por perderlo. Sin embargo, no tardó en oír sus fuertes y ligeros pasos justo detrás de ella. 

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.

Les recuerdo que pueden seguirme en Instagram donde suelo compartir fragmentos de todas mis historias.
instagram.com/almarianna

También pueden unirse a mi grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! 😘

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro