
Capítulo 16
Hacía varios días desde que Mariano le había entregado el audio a su jefe y aún no tenía novedades por su parte. Estaba realmente preocupado; odiaba desconfiar de él. No obstante, su intuición le decía que algo ocultaba y hacía tiempo que había aprendido a escuchar sus instintos. Solo rogaba que Roberto no estuviese involucrado con la mafia.
Le dolería demasiado y le costaba creer que se ensuciase las manos solo por dinero. Toda su vida había sido un ejemplo para ellos, y su carrera, sin duda, intachable. Necesitaba, para su propia tranquilidad, encontrar cuanto antes algo que demostrase que el pelado seguía siendo el mismo de siempre y que solo actuaba raro debido al estrés de la situación.
A pesar de su clara habilidad en encontrar fallas o vulnerabilidades en los sistemas de seguridad para entrar y obtener información protegida —lo que se conoce comúnmente como hacker—, era consciente de que tardaría demasiado en hacerlo con los servidores de la agencia. Por consiguiente, necesitaba la ayuda de alguien que actualmente se encontrase dentro.
Así fue como, al volver del bar, inmediatamente se puso en contacto con Guillermina Torres. Roberto le había dicho que el equipo de Quique —del cual ella era miembro—, se había hecho cargo de la investigación y sabía que, al igual que él, era muy buena en su trabajo. Además, antes de convertirse en agente de calle, había estado en el área de seguridad informática, por lo que tendría las herramientas necesarias para acceder a las partes más protegidas del sistema.
Se conocían bastante debido a la amistad entre su pareja, Natalia Díaz, y Sebastián, pero más allá de compartir algunos tragos de vez en cuando, jamás habían tenido la oportunidad de trabajar juntos. No obstante, su amigo confiaba en ellas y eso debía bastarle. Tal y como estaban las cosas, en ese momento era la única posibilidad que tenía para intentar descubrir lo que estaba pasando.
Supuso que Guillermina se habría sorprendido al oír su voz ya que la información que se manejaba en la agencia era que él seguía estando desaparecido. Roberto no había hablado, después de todo, y así prefería él que continuase. Era una manera de tener libertad de movimiento sin verse expuesto.
Se apresuró a ponerla al tanto de todo procurando ser escueto en las explicaciones. Le habló sobre el audio que él mismo había recabado y encriptado y que su jefe debía entregarle para que ella lo pudiera analizar. Por último, le pidió que accediera, sin dejar rastro, a la computadora de Roberto en busca de algo irregular o que llamase la atención. Si a ella le extrañó su pedido, en ningún momento lo mencionó y prometiendo llamarlo en cuanto tuviese alguna novedad, se despidió de forma afectuosa.
El lunes finalmente había llegado y comenzaba a desesperarse. ¿Por qué carajo tardaban tanto? Solo con ese audio, podían, al menos, detener al hijo del intendente. No le gustaba nada todo esto y decidió que, si para la tarde no tenía noticias, volvería a llamarla.
Victoria estaba por regresar del trabajo y Facundo se había ido a la casa de su tía quien lo cuidaba siempre en los períodos de receso escolar. De todos modos, faltaba una semana para la navidad y después de eso, había decidido tomarse tres semanas de vacaciones para pasar más tiempo juntos.
Le hubiese encantado que su hijo se quedara en casa con él, pero era fundamental no cambiar las rutinas para no llamar la atención, ni siquiera la de los más cercanos. Por otro lado, necesitaba poder ir y venir cuando fuese necesario sin tener que preocuparse por la seguridad del nene. No se arriesgaría a exponerlo al peligro que lo rodeaba solo por querer estar con él.
Acababa de darse una ducha y estaba terminando de colocarse el vendaje nuevamente cuando su teléfono vibró sobre la mesita de noche. "¡Por fin!", pensó y sintiendo su corazón latir de forma apresurada, atendió la llamada.
—¿Nano? Soy yo, Guille. Perdoná que no te llamé antes, pero estuve complicada.
—Hola, no te preocupes. ¿Tenés novedades?
—Sí, pero mejor lo hablamos en persona. ¿Podrás venir a casa en un rato?
Miró su reloj advirtiendo que aún tenía unas horas hasta que Victoria y Facundo regresaran. No era que quisiera ocultárselo, pero sabía que se preocuparía demasiado y prefería evitarlo.
—Claro. En veinte minutos estoy por ahí —respondió, de pronto, nervioso.
—Perfecto. Nos vemos en un rato —se limitó a decir y cortó.
No sabía qué podía ser, o si sería malo, pero, de seguro, era importante. De lo contrario, algo le hubiese adelantado por teléfono. Por un instante, su lado lógico y precavido le indicó que podía llegar a ser una trampa, pero de inmediato lo descartó. De cualquier forma, debía arriesgarse si quería obtener respuestas. Se vistió rápidamente asegurándose de llevar consigo una de las armas que les había quitado a los delincuentes cuando logró escapar. Si bien no era la suya, con la cual se sentía más cómodo, le serviría para defenderse si era necesario.
La casa de Guillermina y Natalia se encontraba en uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad de Buenos Aires, cerca de una conocida y arbolada zona turística. Los padres de ambas eran empresarios adinerados por lo que siempre habían tenido un buen pasar. Por lo que podía apreciarse desde afuera, la misma era bastante grande; tenía dos plantas, una cochera y un parque con piscina del lado izquierdo.
Tocó el timbre y aguardó impaciente. Se había asegurado de que nadie lo siguiese. Sin embargo, continuó mirando a su alrededor, atento a cualquier movimiento extraño. Un minuto después, una mujer morocha de cabello largo y ondulado, abrió la puerta. Era bastante atractiva y sus movimientos, un tanto masculinos, denotaban seguridad en sí misma. Sus ojos oscuros se posaron en él antes de avanzar en su dirección. Miró a ambos lados al abrir la reja que bordeaba la propiedad y le hizo una seña para que pasara.
—Hola, Nano. Me alegro de que estés bien —le dijo palmeándole el hombro suavemente—. Pasá por favor. Nati está adentro.
Mariano frunció el ceño y la siguió hasta la cocina. Debía ser en verdad importante para que las dos quisieran hablar con él.
—¡Hola! ¡Qué bueno verte! —exclamó con una sonrisa Natalia envolviéndolo en un fuerte abrazo. Siempre había sido muy demostrativa por lo que no lo tomó por sorpresa.
—Hola, Natalia —respondió sonriendo también. Los nervios no le permitían ser demasiado locuaz.
—¡Sentate! ¿Querés una cerveza? —le preguntó Guillermina mientras abría la heladera esperando su respuesta.
—Vas a necesitarla —agregó su novia.
—Está bien, sí. Gracias.
Los tres se sentaron a la mesa con una botellita de cerveza en la mano cada uno. Hubo un breve silencio en el que parecía que estuviesen evaluando las palabras que emplearían para comenzar a hablar. Finalmente, fue Natalia quien inició la conversación.
—Antes que nada, quería decirte que tu hermana está bien. Sé que debés estar preocupado, pero Sebastián está con ella.
—Sí, Roberto me comentó que estaban juntos —respondió con un leve asentimiento—. La verdad que me deja mucho más tranquilo, pero no saber dónde, no me gusta nada.
—Están en una cabaña que tiene mi familia en el Delta —continuó ella—. Yo misma los llevé hasta allá hace una semana.
Mariano la miró con atención y exhaló el aire contenido en sus pulmones
—Bien pensado —agregó con una sonrisa—. ¿Y cómo la viste a Melina? Ella no sabía nada acerca de lo que yo hago.
—Mirá, mucho no hablamos. Apenas llegamos se encerró en la habitación y no volvió a salir. Creo que se puso un poco celosa —se rio al recordar cómo la había mirado ese día.
—¿Celosa? —preguntó con el ceño fruncido.
Natalia advirtió, de pronto, que Mariano no tenía ni idea de las chispas que había entre aquellos dos y prefirió no ser ella quien lo alertase. "Sebastián va a tener que dar muchas explicaciones cuando todo esto termine", pensó, divertida.
—Nada, no me hagas caso. La cuestión es que están bien y van a estar mucho mejor cuando se enteren de que estás sano y salvo. Después te paso su número así hablás con ellos.
—Gracias. Me encantaría verlos, pero con escucharlos me conformo. Por el momento, es mejor que me mantenga lejos por su propia seguridad.
—Hablando de eso... la cosa está fea, Nano —intervino Guillermina.
Él dio otro sorbo a su bebida antes de posar los ojos en ella.
—Cuando me llamaste no podía decirte nada, pero Quique ya me había pedido que lo investigara.
—¿Cómo?
—Sí, al parecer, hace tiempo que sospechan que anda en algo raro.
—¿Me estás hablando en serio? —replicó, molesto.
Era consciente de que Roberto se había comportado de forma extraña la última vez que lo había visto, pero de ahí a que la agencia lo mandase a investigar, era otra cosa muy distinta.
—Lamentablemente, sí. Sé lo mucho que lo querés y no me gusta darte esta noticia, pero hace unos meses se registraron reiteradas llamadas entrantes a su celular desde un número que pudimos vincular con el cártel que opera con Carlos Ibarrola, hijo de Pedro Ibarrola, el Intendente de...
—Sé perfectamente quien es —gruñó, interrumpiéndola—. Eso no prueba nada y lo sabés bien. ¿O acaso hay alguna grabación que lo comprometa?
—No, no la hay. Sin embargo, ayer encontré un mail en la papelera donde se le informaba que se había efectuado un depósito de dinero en una cuenta a su nombre.
Estaba por interrumpirla nuevamente para decirle que no veía realmente lo extraño de eso cuando Natalia lo tocó en el hombro llamando su atención.
—Dejala hablar, Nano —le pidió con tranquilidad apretando su agarre para reforzar su solicitud.
—Es una cuenta Offshore abierta en Panamá y creo que no hace falta que te diga lo que eso significa.
Mariano se había quedado sin habla. Tal como había dicho Guillermina, no hacía falta que le dijese lo que eso sugería. En su trabajo estaba acostumbrado a encontrarse con este tipo de cuentas. Las mismas eran creadas en países con ventajas fiscales, usualmente por colaboradores de narcotraficantes y demás mafiosos, para cometer irregularidades como evadir impuestos, financiar el crimen organizado o facilitar la corrupción.
—No puede ser —negó con su cabeza.
—Sabíamos lo mucho que te afectaría enterarte de todo esto, pero creemos que es necesario que lo sepas.
—¿Sabíamos? ¿Creemos?
—Lo siento, Nano. Mi jefe nos escuchó hablar a Nati y a mí acerca de tu llamado y no tuve más remedio que decírselo. No obstante, está de nuestro lado.
—¿A qué te referís?
—Roberto nunca le dio ningún pendrive ni a él ni al juzgado interviniente.
Mariano se quedó sin habla durante unos minutos. Luego se incorporó y comenzó a caminar de un lado a otro, nervioso. No podía creer lo que le estaban diciendo. Se negaba a aceptar que Roberto, el que era como un padre para él, lo hubiese traicionado de esa manera. Si eso era cierto, lo convertía en el responsable directo de la muerte de sus compañeros y casi la suya, y del peligro al que ahora estaban expuestos tanto él como su hermana.
—¡No! —gritó golpeando la mesa con el puño—. Tiene que haber otra explicación.
—Me temo que no la hay; realmente lo lamento. La agencia está al tanto de todo y Quique ya le presentó al juez toda la información recabada. Esperemos que sea suficiente para detenerlo o, mínimo, levantarle un sumario.
—¡Por eso quería saber si era la única copia! —dijo de pronto, comenzando a atar cabos.
—¿Y lo es? —preguntó Guillermina, claramente interesada.
—Si tenés otra copia podemos hacerlos caer a todos. Es una gran oportunidad —agregó Natalia.
—La tengo —se limitó a decir mientras sacó su teléfono y comenzó a marcar—. Pero antes, quiero escucharlo por mí mismo.
Las dos mujeres se miraron a la vez.
—Hola, Nano. ¿Todo bien? —le preguntó Roberto, con desgano, luego del segundo tono. Se oía distraído.
—Sí, ¿vos? —Intentó disimular su ansiedad.
—Fusilado. Estoy con algunos problemas y me estoy quedando hasta tarde en la oficina. Ah, por cierto, ya le entregué eso a Quique. En teoría, esta semana su chica lo tendrá listo. Iba a esperar su confirmación para avisarte.
Mariano apretó los puños de pura frustración. Su jefe no parecía estar mintiéndole. Tanto el tono de su voz como la forma en la que hablaba eran normales. ¿Acaso los golpes le habían quitado la capacidad para reconocer una mentira? ¿O tendría que ver con que se trataba de él? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
—Está bien, no te preocupes. Aguardo tu llamado, entonces.
—Sí, sí. Tranquilo, todo se va a resolver pronto. Cuidate.
—Siempre —respondió y cortó la comunicación.
Había quedado más confundido que antes. Seguía sin cerrarle. Algo se le estaba escapando, pero no podía identificar qué era. Por otro lado, temía que su fuerte deseo por no verlo como culpable le estuviese nublando el juicio.
De repente, el sonido del teléfono de Natalia llenó el silencio que se había instalado entre los tres. La vio sacarlo de su bolsillo y fruncir el ceño al ver la pantalla.
—¿Qué pasa? ¿Quién es? —le preguntó Guillermina.
—Seba —respondió a la vez que saludó al atender.
—¡Natalia! ¿Qué mierda está pasando? —exclamó de manera tal que todos fueron capaces de oírlo. Respiraba agitado.
—¿A qué te referís? —dijo, preocupada.
—¡Acabo de matar a dos tipos! Necesito que vengas cuanto antes. De alguna forma, descubrieron donde estamos.
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