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Capítulo 14

Mariano aguardaba expectante la respuesta de Victoria. Se sentía extremadamente agotado, le dolía todo el cuerpo y apenas podía sostenerse en pie. No obstante, su mente estaba más que despierta y sus pensamientos, confusos y desordenados, le generaban una sensación de intranquilidad que necesitaba calmar con urgencia. Podía ver la turbación en ella y eso no hacía más que acrecentar su preocupación. De repente, la vio ponerse de pie y comenzar a recoger los platos.

—No entiendo a qué viene esa pregunta —le dijo a la defensiva mientras que se limpió con pésimo disimulo la humedad de sus ojos.

Terminó de recoger todo y abrió la canilla para comenzar a lavar. Estaba de espaldas a él en un claro intento por ocultar su rostro.

Mariano frunció el ceño. No le gustaba su actitud.

—Vicky —la llamó, sin apartar sus ojos de ella.

—Por favor, Mariano. No insistas... —La voz se le quebró antes de terminar la frase.

Terminó de acomodar las cosas que habían usado y luego, se dirigió al living. Mariano comenzó a molestarse por sus evasivas y acotadas réplicas. Se puso de pie con dificultad y la siguió, dispuesto a obtener una respuesta. La encontró sentada en el sofá con sus codos sobre las rodillas y el rostro oculto detrás de sus manos. Se sentó a su lado en silencio. Aunque comenzaba a desesperarse, optó por permanecer callado con la intención de darle tiempo a reunir el valor de decirle lo que él en su interior ya sabía.

Victoria podía sentir su acelerado pulso y el notorio temblor de sus manos. No podía creer lo que estaba pasando. Hacía seis años que se había jurado a sí misma guardar su secreto y desde entonces, se esmeró por olvidarse de él y arrancarlo de su corazón. No obstante, parecía como si el tiempo no hubiese pasado y de repente, todos sus esfuerzos se volvieron insignificantes. Allí estaba él, sentado a su lado, a la espera de una respuesta que le aterraba dar.

La mezcla de emociones que estaba experimentando la confundía y la hacía dudar de aquella decisión tomada tantos años atrás. De pronto, se percató de que, al fin de cuentas, nunca había logrado olvidarlo y su hijo era su más fiel recordatorio. Cada uno de sus gestos, sus gustos por la tecnología, su personalidad, todo, le recordaba a él. Pero donde más lo veía a diario, era en sus dulces y bonitos ojos marrones exactamente iguales a los de su padre.

Alzó la vista hacia Mariano, quien la miraba fijamente con el ceño fruncido. Sintió que no podría contener el llanto en cuanto le dijese lo que él quería saber. Temía su reacción y aunque sabía que nunca había sido violento, no podía anticiparse a cómo tomaría una noticia de ese calibre.

Mariano era la persona más fuerte, atenta y considerada que había conocido en su vida. Desde joven se había hecho cargo de su hermana e intentaba ser un ejemplo para ella. Lo había conocido por accidente una noche en el cine. Ella se encontraba sola debido a que su amiga le había cancelado cuando ya estaba en la puerta con la entrada en la mano. A pesar de que sabía que le daría miedo ver aquella película de terror sin ella, decidió entrar de todos modos. Además, no quería perder el dinero invertido. Tal como sabía que sucedería, había salido espantada de la sala, prácticamente huyendo hacia la salida. En la carrera, no llegó a esquivar a Mariano quien justo atravesaba su camino con un balde de pochoclos en una mano y un vaso de gaseosa en la otra.

El inevitable choque provocó que todo lo que sostenía saliese despedido en el aire desparramándose por todo el piso. Cualquier otra persona, en su lugar, se habría molestado o, mínimo, le hubiese recriminado su torpeza, pero no Mariano. Él ni siquiera se había preocupado por eso. Al ver que ella se había caído hacia atrás debido al fuerte impacto, se inclinó de inmediato para ayudarla a levantarse.

La sincera y cálida sonrisa que le había dedicado cuando le tendió una mano y le preguntó si se encontraba bien, fue lo que hizo que cayera rendida a sus pies. Por supuesto que no se dio cuenta de eso hasta mucho tiempo después. No conforme con eso y consciente de su vergüenza y pena por lo sucedido, la había llevado hasta donde estaba su grupo de amigos esperándolo. Tras asegurarle que era justo lo que necesitaba para quitarse de la cabeza las imágenes de la otra película, le insistió para que los acompañase a ver la comedia que estaba a punto de comenzar. Antes de que pudiese negarse, ya estaba comprando otra entrada y un nuevo combo de pochoclos y gaseosa.

Desde ese día, ya no se separaron y mantuvieron una increíble relación durante casi tres años. Sin embargo, su falta de compromiso y su plena dedicación al trabajo, hicieron que, de un día para el otro, él pusiese fin a su noviazgo. Una semana después, descubrió que estaba embarazada.

—¡Victoria! —la llamó comenzando a perder la paciencia.

Ella se sobresaltó alzando de inmediato la vista hacia él. Sintió que las lágrimas amenazaban, una vez más, con escaparse de sus ojos. Lo conocía lo suficiente como para saber que probablemente, ya lo habría deducido. Estaba segura de que, al igual ella, habría advertido en el breve intercambio que tuvo con Facundo, las innegables semejanzas entre ambos. No obstante, lo que buscaba era su confirmación. Ya no tenía sentido seguir ocultándoselo. Había llegado el momento de decirle la verdad. Inspiró profundamente y se aclaró la garganta para comenzar a hablar.

—Nunca quise que las cosas se dieran así —balbuceó nerviosa—, y quiero que sepas que no planifiqué nada de esto. Cuando supe que estaba embarazada ya nos habíamos separado. Sabía que no querías hijos y tuve mucho miedo de decírtelo. No quería que pensaras que lo había hecho a propósito y me pidieras deshacerme de él. Jamás hubiese podido hacer eso. Amé a nuestro bebé desde el mismo instante en el que supe que crecía dentro de mí. Lo siento, sé que estuve mal, pero en ese momento no supe que más hacer.

El nudo que se había formado en su garganta le impidió continuar. Las palabras habían salido de forma atropellada y las lágrimas comenzaron a caer rápidamente por sus mejillas.

Para Mariano, el tiempo se detuvo en ese preciso instante. Cerró los ojos al oírla y su corazón comenzó a latir con fuerza. Sentía la tensión en todo su cuerpo y comenzó a respirar de forma acelerada. No podía creer lo que Victoria acababa de decirle. ¿Cómo había sido capaz de hacerle una cosa así? Se llevó una mano a la cara y presionó el puente de su nariz con sus dedos índice y pulgar. Miles de preguntas invadieron su mente y tenía ganas de decir tantas cosas. Sin embargo, no lograba articular palabra. No solo lo había impactado la noticia de que tenía un hijo, sino el hecho de que se lo hubiese ocultado por seis años. ¡Seis malditos años!

—Decime algo, por favor —rogó Victoria mientras intentó apoyar su mano sobre el hombro de él.

Mariano se lo impidió incorporándose de pronto. Dio la vuelta para volver a mirarla. Se sentía decepcionado, traicionado.

—¿Cómo pudiste? —preguntó con lágrimas en los ojos.

—No entendés. Tenía mucho miedo.

—¡Miedo las pelotas, Victoria! ¡¿Acaso soy un maldito hijo de puta?!

—¡No, nunca pensé eso!

—¡Sí que lo hiciste! ¡En el preciso momento en el que pensaste que yo te iba a pedir que te hicieras un aborto!

—¿Y qué querías que pensara, Mariano? —preguntó intentando mantener el tono de voz bajo—. ¿Acaso no me dijiste que no querías tener hijos?

—¡Me importa una mierda lo que te haya dicho! ¡Tenía derecho a saber! ¡Me quitaste la posibilidad de elegir!

—¡Está bien, tenés razón! Pero en ese momento no supe qué hacer. Entendeme, por favor —rogó desesperada comenzando a llorar.

—¡No! —gritó, furioso, mientras se golpeó la pierna con la palma de su mano—. ¡No puedo entenderte! ¡No me entra en la cabeza que hayas hecho algo así!

—¡No tenía otra opción! —dijo entre sollozos—. Vos me habías dejado y yo estaba sola. Decidí hacer lo que sentí que era lo correcto en ese momento. Como te dije antes, no iba a obligarte a hacerte cargo de un bebé que no deseabas y tampoco pensaba abortar.

—¡Y dale con eso! ¡Jamás te hubiese pedido que abortaras! ¿Cómo pudiste siquiera pensarlo? Yo te amaba, Victoria. ¡Todavía te amo, mierda! —le dijo con voz quebrada llevándose las manos a la cabeza en un gesto nervioso.

No supo de donde había salido eso, pero una vez dicho en voz alta, sintió como si se hubiese liberado de una opresión en el pecho que ni siquiera sabía que tenía. Aún estaba enojado con ella, enojado y decepcionado, pero el sentimiento no había cambiado. Nada podría hacerlo cambiar, mucho menos ahora. Victoria lo miró, sorprendida. ¿Acaso había dicho...? No, los nervios le estarían jugando una mala pasada.

—¿Qué dijiste? —preguntó, temerosa, sin apartar los ojos de los suyos.

—Que te amo —repitió con seguridad—. Nunca dejé de hacerlo. Fuiste, sos y siempre serás el amor de mi vida.

Ella enmudeció de repente. No podía creer lo que acababa de escuchar. Las lágrimas no tardaron en volver a brotar de sus ojos y con manos temblorosas, intentó quitarlas de su rostro.

—No entiendo —alcanzó a decir.

Mariano exhaló nervioso y se acercó lentamente hacia ella. Con los gritos y movimientos bruscos se había resentido la herida y ahora comenzaba a dolerle de nuevo. Se sentó a su lado y envolviendo sus manos, la miró a los ojos. Él también tenía un secreto que confesar y aunque no era ni de cerca tan importante como el suyo, no dejaba de hacerlo sentir un hipócrita.

—Creo que yo tampoco fui del todo sincero con vos —dijo intentando encontrar las palabras adecuadas. Era un tema sensible para él y no le gustaba hablar de ello—. Como ya sabés, cuando mi papá murió, mi mamá estuvo un tiempo internada por depresión y después decidió irse lejos dejando a mi hermana sola.

Ella asintió sin comprender todavía que era lo que intentaba decirle. No obstante, la seriedad en su rostro le indicaba que era algo importante.

—Por supuesto que, sin dudarlo, me hice cargo de la situación y me volví a casa para quedarme con ella. No me arrepiento, ni mucho menos, pero tampoco fue fácil para mí. Incluso tuve que contratar un abogado ya que quería dejarnos sin nada. Por suerte, pudimos llegar a un arreglo y a cambio de mucho dinero, finalmente la casa quedó a mi nombre. Todo ese proceso fue horrible y desgastante. Mel nunca lo supo, no quería sumarle más sufrimiento y aunque siempre intenté ser fuerte para ella, a mí también me dolió el desinterés y abandono de nuestra madre. Fue en ese momento que decidí no permitir que nadie volviese a lastimarnos. Con mi hermana fui demasiado sobreprotector, lo asumo, y conmigo demasiado duro. Directamente, me convencí de que nunca tendría hijos para que no sufrieran como lo hice yo.

Victoria lo miró, asombrada. Nunca antes le había hablado sobre eso.

—Nano yo... —comenzó a decir, pero él la interrumpió. Era evidente que ahora que había hablado, quería sacarlo todo.

—Pero todo cambió cuando te conocí. Poco a poco me fui enamorando. Vos me hiciste sentir cosas que me había prometido a mí mismo jamás sentir y por primera vez en mi vida, deseé formar una familia a tu lado. Sin embargo, todo ese sentimiento pronto se me volvió en contra. Me hacía sentir expuesto y vulnerable y no supe cómo manejarlo. Entonces cometí el error más grande de mi vida, alejarte de mí. —Hizo una pausa e inspiró profundo para poder continuar—. Todos estos años la pasé mal, muy mal. Te extrañaba tanto que el simple hecho de pensarte dolía. Pero mi orgullo no me permitió llamarte y dejé que pensaras que no te quería. ¡Qué estúpido! —dijo de pronto con una sonrisa de resignación—. Al final, por evitar salir lastimado, sufrí de todas formas. Y lo peor, me perdí seis años de la vida de mi hijo junto a la mujer que amo.

Mariano, con ojos vidriosos, le acariciaba el dorso de sus manos suavemente con los pulgares. Ella también lloraba, esta vez de emoción. En ningún momento había apartado los ojos de los de él por lo que sabía que estaba siendo sincero. Se arrepintió por no haberle dicho nada acerca de Facundo —en verdad lo había privado de la posibilidad de elegir—, y sintiendo un fuerte remordimiento, bajó los ojos, apenada.

—Perdoname —dijo con un hilo de voz—. No sabés cuánto lo siento. Haría lo que fuese por regresar el tiempo atrás y enmendar las cosas.

—Yo también —dijo, de pronto, mientras le alzó el mentón con un dedo—. Nos equivocamos los dos y ahora tenemos que lidiar con las consecuencias. No pretendo que sientas lo mismo que yo. Después de todo el dolor que te causé, no podría pedírtelo. Pero sí me gustaría ver crecer a mi hijo. ¿Me dejarías?

Victoria lo miró por unos instantes sintiendo que su pecho iba a explotar de felicidad. Había soñado con este momento durante tantos años, pero nunca creyó que se haría realidad. Se había quedado sin palabras, por lo que decidió responderle por medio de la acción. Liberó sus manos para sujetarle el rostro y acercándose más a él, lo besó con todo el amor que había guardado dentro suyo. Mariano la rodeó automáticamente con sus brazos y apretándola contra su cuerpo, profundizó el beso.

—Yo también te amo —susurró ella sobre sus labios.

Continuaron besándose con deseo y amor contenidos, entre lágrimas de dolor y felicidad al mismo tiempo. Finalmente, habían encontrado el alivio que tanto necesitaban sus corazones, estar juntos de nuevo.

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