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Capítulo 12

El viaje hasta el muelle ida y vuelta le estaba llevando más tiempo del que había pensado. No podía dejar de pensar en el asqueroso policía corrupto que había vendido a sus compañeros. Y no era uno de los oficiales nuevos, trabajaba en la comisaría desde hacía varios años por lo que seguramente no operaba solo. No obstante, las pruebas solo lo implicaban a él. La información que le había brindado Natalia era confiable. Ella, junto a su pareja y otros compañeros que apenas conocía, pertenecía al grupo de tareas que había sido asignado para investigar la falla en el operativo de Mariano por lo que era cien por ciento confiable. 

Además, siempre había podido contar con ella. Cuando le había enviado el mensaje la noche anterior para pedirle ayuda, no dudó siquiera un segundo. Y hacía un rato, cuando la llevó hasta donde estaba su auto para que pudiese regresar a su casa, volvió a prometerle que no le diría a nadie de su paradero.

Ambos coincidían en que alguien de la agencia estaba detrás de todo por lo cual, cuantas menos personas estuviesen involucradas, mejor para su seguridad. Le hubiese gustado poder hablar con su jefe. Roberto siempre había sido como un padre para ellos, pero si su intuición no le fallaba, su teléfono posiblemente estuviese intervenido. Por consiguiente, sería estúpido de su parte alertarlos de su ubicación por culpa de una llamada.

Pensó en Melina y sintió un fuerte cosquilleo en el estómago. Ese día se había estado comportando rara con Natalia, como si le cayera mal. La realidad era que entre ellos había una relación particular y a pesar de que era consciente de que, a la vista de todos, podía interpretarse de otra manera, jamás le había interesado demasiado las opiniones ajenas. Sin embargo, no quería que ella pensara que estaban juntos.

Rio ante esa imagen; era simplemente imposible, pero solo los que la conocían podían saberlo. Como ese no era el caso de Melina, se esforzaría por demostrarle que entre ellos no había nada más que una gran amistad. Si tan solo supiera lo que su amiga le había dicho de ella, se moriría de vergüenza. Sonrió ante ese recuerdo y un poco más aliviado al tener una teoría del motivo de su reacción, aceleró para regresar cuanto antes a su lado. Ansiaba aclarar cualquier confusión.

Melina se sentía inquieta. Hacía un rato había terminado de bañarse y se encontraba en la cocina comiendo una manzana. En otras circunstancias, prepararía algo para comer en cuanto Sebastián regresara, pero estaba demasiado furiosa con él. Entendía que no podía contarle nada de la investigación ya que, en su trabajo, la confidencialidad era esencial, pero se trataba de su hermano y al menos, podría hacer una excepción.

Reflexionó sobre todo lo acontecido entre ellos y cómo, enseguida, se había culpado a sí misma por haberse hecho ilusiones. Sin embargo, ahora que lo pensaba con más frialdad, él también era responsable. No solo la había besado, sino que lo había hecho con ganas, con pasión. Eso era algo que los hombres difícilmente podían disimular. No obstante, era consciente de que, para ellos, sexo y amor no siempre iban de la mano.

A pesar de no estar segura de poder lidiar con eso, el que se comportara como si no la hubiese besado antes y anduviera a los abrazos —y quien sabía qué más—, con otra mujer delante de ella, no iba a tolerarlo. Lo peor de todo era que, por lo que había escuchado, Natalia tenía novio o marido, pero al parecer, a ninguno de los dos les importaba. Decidió que no se haría problema por nada más que no fuese su hermano y arrojando el corazón de la manzana a la basura, se giró para regresar a la habitación. Ignoraría a Sebastián de la misma forma que él lo había hecho con ella, horas antes.

Al pasar por el living, miró hacia afuera y vio, a través de la ventana, la hermosa pileta de agua cristalina. A pesar de haberse bañado no hacía mucho tiempo, el calor y la humedad volvía a ser agobiante. Sin dudarlo, corrió hasta la habitación dispuesta a no dejar que el día se arruinase por completo.

"Oh no", se lamentó al recordar que no había llevado ningún traje de baño. ¡Maldito Sebastián por no decirle adonde irían! Pero entonces, sonrió triunfante ante la idea que había comenzado a formarse en su mente. Tomó un libro y sus anteojos de sol y con la misma toalla que había utilizado para bañarse, bajó las escaleras. Afuera estaba increíble.

Caminó hacia la pileta y sentándose en el borde, sumergió los pies en el agua. Estaba realmente helada, pero de igual modo se metería. Ella también podía ser sexy si se lo proponía y Sebastián iba a arrepentirse de haberla ignorado. Se quitó la remera y el pantalón hasta quedar en ropa interior. Miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviese mirándola y prosiguió a deshacerse también del corpiño. No obstante, se dejaría la tanga ya que su coraje tenía un límite. Poco a poco, comenzó a sumergirse.

Una vez aclimatada a la fría temperatura del agua, la sintió deliciosa. Nadó por varios minutos hasta sentir la necesidad de proteger sus ojos del intenso reflejo. Volvió a ponerse los anteojos oscuros y se secó las manos para abrir el libro. Apoyó los brazos en el borde de madera y con su cuerpo aún dentro del agua, comenzó la lectura.

Sebastián detuvo la lancha en el pequeño muelle y la ató a uno de los troncos de madera. Subió los escalones, de dos en dos, y caminó hacia la cabaña. Había tomado la decisión de contarle a Melina lo que sabía hasta el momento, pero sin entrar demasiado en detalles. También procuraría que entendiera que no tenía nada sentimental con su amiga. No sabía por qué eso le preocupaba tanto, pero sentía la necesidad de dejar las cosas claras.

De pronto, una imagen a lo lejos acaparó por completo su atención. Como la propiedad estaba elevada del suelo por unos metros, podía ver con claridad la parte trasera donde se encontraba la pileta. Allí la vio, de espaldas a él, con gran parte de su cuerpo sumergido en el agua. Se acercó lentamente sintiendo como todo su cuerpo reaccionaba ante esa imagen. Si la simple visión de su espalda desnuda le provocaba semejante deseo de tocarla, no quería pensar lo que sentiría cuando se diera la vuelta.

Melina estaba tan compenetrada en la lectura que no había oído el ruido de la lancha. No obstante, de pronto tuvo la sensación de estar siendo observada. Apartó los ojos del libro y giró, con cautela, su rostro hacia la silueta que se encontraba de pie al borde de la pileta. Era Sebastián y en su rostro se evidenciaba claramente su sorpresa. Sin darse la vuelta del todo, lo miró a los ojos fijamente. Sí, ahí estaba lo que ella tanto deseaba generarle, deseo.

Dejó el libro a un costado y sumergiéndose hasta los hombros, giró del todo para comenzar a nadar hacia él con lentitud. Notó cómo la seguía con la mirada con expresión seria. Al llegar al borde opuesto, salió solo lo suficiente para apoyar los codos en la madera. Deslizando los anteojos hacia la parte superior de su cabeza, lo miró de forma seductora. Su cara atónita la hizo querer comenzar a dar saltos de alegría. ¡Lo había logrado! Sin embargo, tenía que mantenerse en su papel de mujer fatal ya que evidentemente, era el tipo que a él le gustaba. Una vez despertada su lujuria, lo dejaría con las ganas.

Sebastián tragó con dificultad al verla nadar hacia él. Era la imagen más sexy que había visto en su vida y tuvo que hacer un esfuerzo por no tirarse a la pileta y saciar el intenso deseo que había comenzado a torturarlo. Creyó volverse loco al verla quitarse los lentes y mirarlo con esa expresión sensual que nunca antes le había visto.

La noche se aproximaba por lo que el cielo había comenzado a oscurecer. Solo una parte del agua, justo detrás de ella, aún reflejaba un poco de luz envolviéndola con un aura brillante. Le vio la piel de gallina y cómo algunas gotas se deslizaban lentamente desde su cuello a lo largo de su pecho para desaparecer en el agua donde se encontraban ocultos sus senos. Se dio cuenta de que estaba paralizado como un idiota mirándola y se dispuso a decirle algo. Sin embargo, ella giró de nuevo en ese momento para regresar al lugar donde estaban sus cosas.

La vio salir con cuidado permitiéndole ver la totalidad de su espalda desnuda y la única prenda que tenía: una tanga negra que apenas lograba cubrirle la cola. Observó cómo se envolvía con la toalla y tras recoger sus cosas, se marchaba hacia la cabaña en silencio. Sintió que el deseo comenzaba a consumirlo eliminando a su paso todas y cada una de las barreras que él mismo había alzado para no tocarla. "A la mierda con todo", pensó decidido mientras la siguió. Necesitaba besarla y sentirla de una vez por todas entre sus brazos o por Dios que enloquecería.

Melina se dio cuenta del efecto que había tenido en Sebastián su juego de seducción y a pesar de que la complació, ahora estaba muerta de miedo. Por el modo en el que la había mirado y luego caminó tras ella, sabía que esta vez no se contendría y aunque también lo deseaba, antes necesitaba respuestas.

—Melina —la llamó con voz firme antes de que pudiese encerrarse en la habitación.

Ella se detuvo al oírlo y giró para enfrentarlo.

—No te acerques más —le dijo alzando la mano en ademán de detenerlo.

Sebastián frenó la marcha sin dejar de mirarla. Sabía perfectamente que lo había hecho con toda la intención de provocarlo —y lo había logrado ya que ardía de deseo—, pero jamás haría nada sin su permiso.

—¿Por qué? —preguntó dando un paso más en su dirección.

—¿Por qué, qué? —dijo, nerviosa, al ver que, aunque más lento, seguía avanzando hacia ella.

—¿Por qué no puedo acercarme?

—¡Porque no! Cuando te tengo cerca no puedo pensar con claridad y estoy enojada por la forma en la que me tratás desde que viniste a buscarme. No soy una nena, pero te empeñas en tratarme como tal. No me decís adónde vamos ni lo que está pasando. Entiendo que es secreto, ¡pero se trata de mi hermano! Me estoy retorciendo por dentro pensando en todas las cosas que pudieron haberle pasado y vos...

—¡Es que no lo sabemos todavía! Mel...

—¡No! ¡Nada de Mel! No necesito tu consuelo, mucho menos tus atenciones. Si querés entretenerte con alguien andá a buscar a tu amiguita, que por lo que pude ver, está bastante dispuesta a complacerte.

Melina no podía creer lo que le había dicho, pero no se disculparía. Se sentía abandonada e impotente. Las carcajadas de Sebastián la enfurecieron aún más. ¿Acaso se estaba burlando de ella?

—¿De qué te reís? ¡Y no te me acerques te dije!

Pero él continuó avanzando y mirándola fijamente a los ojos.

—Te estás equivocando con ella. Es solo una amiga y la relación que tenemos no tiene nada de sexual.

—¡Claro, y por eso los abrazos y los besos! ¡No sabía que a los amigos se los saludaba así! Igual tampoco tenés que darme explicaciones, por mí podés hacer lo que quieras.

—¿Ah sí? —preguntó con una sonrisa divertida—. ¿Y entonces por qué te molesta tanto?

—Me molesta porque... porque... lo que hacen está mal. No creo que al tal Guillermo le guste demasiado enterarse de que su mujer anda colgándose de tu cuello.

Sebastián no pudo evitar reírse. Era evidente que los había oído hablar.

—No es así...

—¡No puedo creer que me vas a decir lo mismo que Javier! —exclamó, interrumpiéndolo.

Sebastián apretó los puños al oír ese nombre y se acercó todavía más. Melina tembló a causa de su cercanía, pero no retrocedió ni un solo paso. Cuando quería, también podía ser bastante orgullosa.

—Primero, no me compares con ese idiota —le dijo con tono frío contra su rostro—. Segundo, realmente no es como vos pensás. A Natalia no le gustan los hombres.

—¿Qué dijiste? —preguntó, absolutamente desorientada.

—Lo que escuchaste. La pareja de Nati no es un hombre, es una mujer y se llama Guillermina.

Melina se quedó pasmada ante lo que escuchó. Jamás en la vida se le habría cruzado por la mente esa posibilidad. La había tratado de forma bastante descortés y ahora se sentía un poco avergonzada por haberla prejuzgado.

—Yo pensé que...

—No te preocupes, es entendible tu conjetura y te juro que voy a contártelo todo, pero antes... —dijo fijando los ojos en sus tentadores labios.

—¿Antes qué? —susurró con la respiración entrecortada.

—Antes quiero demostrarte quien me interesa de verdad —le dijo con voz ronca mientras que, con un dedo, le alzó el rostro para que lo mirase—. Te puedo asegurar que en este momento solo vos estás en mi mente y no puedo parar de imaginar cómo será recorrer con mi lengua cada centímetro de tu piel.

Melina se estremeció ante sus palabras. Sintió que su respiración se volvía cada vez más pesada y su corazón comenzó a latir enloquecido. Solo con oírlo, todo su cuerpo reaccionó; sus pezones se endurecieron y sintió un fuerte cosquilleo en el centro justo de su femineidad.

Sebastián advirtió su respuesta y llevando una mano hacia atrás de su cuello y la otra a su cintura, la pegó contra su cuerpo enfebrecido. Quería que sintiera todo lo que ella era capaz de provocarle. Lentamente, se inclinó hacia su boca y con suavidad, le cubrió los labios con los suyos. A continuación, le acarició el rostro, los hombros y los brazos hasta llegar a rozar el borde de la toalla. Colocando sus dedos sobre el nudo que la mantenía sujeta, lo desprendió con un rápido movimiento haciendo que la misma cayera a sus pies. De pronto, la tuvo totalmente expuesta ante él y le pareció mucho más hermosa de lo que había imaginado.

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Capítulo dedicado a dos de mis lectoras que aclamaban por una reacción en Melina.
VivianaBAceitonVasqu
TaniaTorresCabezas
Espero se lea bien porque tuve muchos problemas para subirlo.

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¡Espero que les haya gustado!
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