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Sexta parte: Final

Al día siguiente los cuerpos de Elaida y Naún fueron encontrados bajo la sombra de un árbol por unos excursionistas. La gente del pueblo se estremeció por el aberrante hallazgo.

El coronel había decapitado a su esposa, tal vez con el fin de liberarla del cáncer terminal que padecía, su machete militar con sus huellas así lo demostraba. En cuanto a la muerte de él, la causa fue un infarto, los análisis forenses revelaron que su corazón había explotado. Los galenos no pudieron explicar el extraño evento.

Aquellas muertes estuvieron rodeadas de diversas conjeturas. Pero nadie se acercó a los verdaderos sucesos. Lejos estaban todos ellos de conocer la verdad.

Días después Ismael retornó al rancho para el entierro de sus padres. El traslado desde el cuartel militar a su casa fue un tanto dificultoso, debido al brazo escayolado y la muleta que debía usar para movilizarse hasta que estuviese repuesto. Gracias a Dios los efectos secundarios de su caída no resultaron ser graves como pensó en un principio. No obstante, fue razón suficiente para recibir la baja en el ejército, y también por su reciente pérdida familiar.

Cuando llegó la noticia al batallón, un día después de lo ocurrido, Ismael se sintió devastado, sobre todo al saber las condiciones en las que fueran encontrados sus padres. Estaba consciente de que la muerte de su madre era inevitable debido al agresivo cáncer de huesos que sufría, pero de todas formas el perderla le dolió bastante. Sin embargo con su padre no ocurrió lo mismo. Qué Dios lo perdonara si era un mal hijo, pero no sintió su deceso. Era como si hubiera muerto el padre de alguien más y no el suyo.

Mientras presenciaba el entierro y a medida que la tierra cubría los cuerpos, observó una pareja con túnicas níveas en medio de los asistentes vestidos de negro. La mujer de cabellos oscuros y ojos azules muy parecidos a los suyos, le sonrió con dulzura. A lado de ella estaba un hombre de cabello castaño y rizado que lo miraba con calidez. Ambos se veían muy felices y aquella felicidad se instaló en su corazón. Él les sonrió a la vez. Luego se tomaron de la mano y se marcharon por el sendero empedrado del camposanto, desapareciendo con cada paso.

La voz de un invitado que le daba las condolencias desvió su atención. Cuando volvió la mirada al sendero, no había más que hojas secas arrastradas por el viento. Se preguntó si lo habría soñado tal como le sucedió con su madre estando en el hospital. Sueño o no, se sentía agradecido, porque aquellas ensoñaciones lo habían hecho muy feliz.

Ismael continuó recriminándose durante todo el trayecto a casa. Pensó en el coronel y las nulas emociones ante su muerte. ¿Qué le sucedía? Mientras reflexionaba sobre su falta de sensibilidad en el portal de la residencia, escuchó el sonido de unos cascos de caballo. Se trataba del doctor Mendoza, el abogado de la familia. Después de darle el pésame, le entregó una carta que su madre había solicitado le fuera entregada con prontitud. Después se marchó a realizar otras diligencias.

Al quedarse solo, Ismael procedió a revisar el contenido. Lo primero que encontró fue una fotografía de Elaida en su juventud, retratada con un hombre igual de joven. Frunció el entrecejo. El cabello de ese hombre se parecía al estilo que él tuvo antes de habérselo cortado como requisito para ingresar al ejército. Colocó la foto a un lado y empezó a leer la carta.

Ahora comprendía esa ausencia de emociones. El coronel Naún Lamar no era su verdadero progenitor. La noticia en lugar de entristecerlo lo alegró. Un inmenso alivio recorrió cada parte de su ser al enterarse de que no existía parentesco con ese despreciable hombre. El individuo de la foto era su verdadero padre, el hombre al que su madre había amado durante toda su vida.

Se enteró de su historia de amor y de cómo terminó casada con el coronel. En las últimas líneas su madre le pedía perdón por haberle ocultado la verdad. Le pedía que no la odiara. Una lágrima solitaria resbaló por la mejilla, ¿cómo podría odiarla? Ella había conocido la felicidad en una etapa de su vida, y supo que esa dicha continuaría en el más allá. Comprendió entonces que la pareja que vislumbró en el camposanto eran sus padres.

Elevó la vista hacia el bosque de guayacán, de fulgores amarillos, símbolo de la ciudad. Deseó gritar al viento lo que descubrió, para que este llevase su voz más allá de los confines del bosque, para que todos supieran que no era hijo de un ser tan malvado. Mas sabía que no podía hacerlo. No permitiría que la gente del pueblo, a través de comentarios maliciosos, mancillaran la memoria de su madre. En su lugar, dejaría de usar el apellido del que creyó su padre.

De ahora en adelante sería conocido por el apelativo que el coronel le dio: Ismael Martínez, él y todos sus descendientes.





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Muchísimas gracias por leer esta historia. Todos mis protagonistas en la tierra, en el más allá y mi persona se los agradecemos bastante.

~Ada~

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