Una visita inesperada.
Luego de las largas y tediosas 5 horas de viaje llegué a mi destino. Todo en Barcelona era como lo recordaba, las calles, la gente, el calor; sin duda una familiaridad un poco incómoda con esa ciudad rural donde pasé los primeros años de mi juventud.
Los cambios visuales, ambientales y hasta sociales cuando pasas de Barcelona a Lechería son impresionantes, la forma de vestir de la gente, de hablar y hasta de caminar. Se nota más educación y hasta ciertos aires de grandeza en esta ciudad.
A mi llegada al lugar me encontré con un viejo conocido, el "Nonno" Paulo Cafiero. Muchas veces estuve en su casa, compartiendo en su mesa y compartiendo con su familia puesto que en mis tiempos de universitario había sido novio de su hija Antonietta, que era estudiante de arquitectura, siguiendo los pasos de su padre y también, por supuesto, me había hecho amigo de sus otros 2 hijos, Stefano y Andrea. De hecho Stefano y yo fuimos compañeros en una materia de ingeniería llamada "Inglés instrumental", clase en la cual él siempre terminaba molesto porque no se le daba y se excusaba diciendo "Non ho bisogno di questa merda, parlo italiano" (yo no necesito esta mierda, yo hablo italiano). Pasamos una tarde amena, recordando cosas de aquellos tiempos, riéndonos de las burlas colegiales que tuvo Andrea por tener nombre de mujer en este país.
Luego de que la "nonna" fue a tomar la siesta la conversación comenzó a tornarse sombría. El "nonno" comenzó a contarme de que voces en su cabeza le atormentaban, de que incluso había visto en sueños cómo su esposa era asesinada con sus propias manos mientras el despertaba agitado en la madrugada, con el corazón acelerado y bañado en un sudor helado que casi atrapaba hasta sus pulmones. Le aconsejé que le prestara la menor atención posible, pero que de seguir siendo recurrente tendría que asistir a un psiquiatra. Así pues terminó mi visita a casa de los "nonnos" con un preocupante ruido en mi cabeza.
Pasaron así 3 semanas hasta que volví a recibir noticias de ellos, y no eran buenas noticias.
La esposa de don Paulo había sido asesinada brutalmente durante la noche anterior. Le habían amarrado de las muñecas y le habían cortado el cuelo con un artefacto filoso, con tal eficacia que se notaba que había sido un solo corte, y que no se había necesitado más que eso para quitarle la vida. La parte superior de su cuerpo estaba bañada en sangre sobre la cama, mientras don Paulo, con cara de confusión y consternación total, intentaba sostener su cabeza con sus manos llenas de la sangre de su amada.
Dentro de toda aquella escena tan triste como tétrica llegó la policía y obviamente la primera acción que tomaron fue llevarse detenido al anciano, cuyas manos estaban repletas de sangre, con sus huellas en todos lados, además de ser la única persona presente en la escena del crimen.
Después de varias horas en la sala de interrogatorios de la policía Paulo se quebró y soltó unas palabras que sorprendieron a todos en el lugar...
—¡Sí, yo soy creyente, pero no he podido evitarlo!— exclamó.
Todos quedaron atónitos, mientras Paulo gimoteaba y botaba una lágrima tras otra mientras continuaba su declaración...
— Yo lo hice, lo sé, lo había soñado tantas veces que esta vez fue real. Las voces en mi cabeza me repetían que lo hiciera, que la matara, que quizás Dios la necesitaba ya en el reino de los cielos, o quizás el diablo, pero ella ya no podía estar aquí.— Dijo.
— La miraba despertar cada mañana con aquella ternura mientras besaba mi mejilla, preparaba el café y luego el desayuno para ambos. Ella era demasiado buena para seguir aquí.— Terminó.
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