Recuerdos.
Era 23 de Julio de 1969, un jóven blanco, rubio, de ojos azules y nariz perfilada se relajaba dando un paseo matutino por las playas de Lechería, ciudad a la que se había mudado hacía pocos meses, y con una vida tan ajetreada como la suya pocas veces había tenido el placer de sentir la brisa del mar en su cara desde que dejó su tierra natal.
El jóven Paulo Cafiero llevaba una guayabera azul rey, holgada y desabrochada en las mangas, con un pantalón ancho de color blanco y sus pies descalzos se deslizaban por la arena que pasaba entre sus dedos y le hacía sentir lo caliente de esta superficie en contraste con la mucho más fresca temperatura del agua de un azul cristalino casi transparente, que permitía incluso observar cómo algunos pequeños peces nadaban por los alrededores buscando el retorno a sus respectivos cardúmenes.
Mientras caminaba y usaba su mano como visera para cubrirse del sol, su mirada se encontró con la de una joven de la región, una chica delgada de cabello negro con un cuerpo escultural, se notaba a leguas que sus medidas eran perfectas. Sin pensarlo se dirigió hacia ella, la chica estaba sentada en la mesa de un pequeño bar a escasos metros de la arena, llevaba un traje de baño a dos piezas que permitía ver lo hermosa de su bronceada silueta que brillaba por los granos de arena aún presentes en su piel. La chica parecía aburrida, con ambos brazos recostados de espalda a la barra de los tragos, dónde se podían distinguir una gran variedad de botellas de vodka, wishky, ron y cervezas de varias marcas nacionales y extranjeras.
A Paulo no le llamaba la atención nada de aquello, sus ojos estaban fijos y concentrados en cómo se ondeaba con el viento cuán bandera el cabello negro y lacio de aquella chica, se sentía hipnotizado. Se acercó a ella balbuceando en su peor español:
- Buen... bueno... ¡Oh! ¡Buongiorno bella donna!- Dijo él, saltándose el español.
-Eh, buen día, supongo...- respondió ella, también embelesada y perdida en aquél par de ojos azules.
- Me perdona por il mio cattivo spagnolo, nonostante il tempo no aprendo molto bene tottavía - En una mezcla de español e italiano que hizo carcajearse a la joven modelo, hasta el punto que Paulo estaba sonrojado de vergüenza.
- Bien, basta de burlas, mucho gusto "señor" mi nombre es Mónica, Mónica Hernández- Dijo ella y le tendió su mano, la cuál él tomo con delicadeza y luego de un formal beso se la devolvió diciendo:
- Il piacere è tutto mío bellissima.
Al escuchar el cumplido en italiano Mónica se sonrojó total e inevitablemente, cosa que Paulo no pasó por alto y aprovechó para invitarle un trago. Para él pidió un cuba libre, y para ella un martini, a lo que ella respondió que prefería "una margarita". Y así fueron servidos, y comenzó una amena conversación que ser extendió por unas cuantas horas.
Hablaron de todo, desde los orígenes de Paulo en Nápoles, cuando su padre los llevaba a ver los partidos del Napoli, que había estrenado estadio a justo hacía 10 años en 1959, y le parecía impresionante el nuevo San Paolo. También le contó de las costumbres de su familia y que no le gustaban demasiado las variantes de la pizza, que lo suyo era la tradicional con salsa, salami y mucho queso.
Ella le preguntó que si allá no les gustaba el pepperoni, a lo que él respondió que eso era un insulto, más que un placer, ya que el pepperoni no es más que una variante del salami, pero que viene de Estados Unidos.
Ella le contó que su tierra natal en realidad no era esa, sino que venía de la ciudad de Mérida, en un estado con el mismo nombre, un estado donde se da la curiosidad de que en algunas oportunidades se ve nevar. Pero que ella muy niña se mudó con sus padres a esta ciudad y que era feliz aquí con el calor y el mar y no muriendo de frío.
Y así pasaron el día, hasta que al final de la tarde estaban los dos sentados, dejando sus huellas en la arena mientras miraban el atardecer en un cielo que se tornaba de un color rojizo y pasaba a púrpura mientras más oscurecía y el sol se escondía; una imagen realmente hermosa del día que conoció al amor de su vida.
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