Amada víctima.
Paulo Cafiero es un viejo arquitecto italiano de piel blanca, cabello plateado brillante y ojos azules, aún brillantes como zafiros a pesar de la edad. Llegó al país en los años 60, recién graduado en un máster de arquitectura en la Universidad de Nápoles Federico II.
Llegó a Venezuela en 1963, unos años después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y en un momento en el cuál la economía venezolana era sencillamente espectacular, ya que su moneda nacional "el Bolívar" estaba con un valor por encima del dólar estadounidense, lo que atrajo a muchos extranjeros a establecer e invertir en negocios en tierras venezolanas.
En su llegada a Venezuela, con un título en una universidad europea que lo abalaba el joven Paulo se metió en el bolsillo a muchos empresarios, iba mostrando sus proyectos y trabajos de un lado a otro logrando una gran fama. Con el paso de los años terminó casándose con una joven modelo venezolana y teniendo 3 hijos, los cuales también llevaron estudios universitarios y terminaron emigrando del país cuando la situación llegó a un punto crítico.
Al final, ya jubilado, con un buen fondo monetario conseguido a lo largo de su vida vivía muy tranquilo en la zona residencial de Lechería en el oriente venezolano, una zona caracterizada por ser de gente de grandes casas y de un estatus económico alto. Y junto a él su esposa, Mónica Hernández, la ex-modelo venezolana, quien ya había pasado sus mejores años pero seguía conservando la jovialidad en su dulzura y una mirada cautivadora que no había perdido a pesar de lo duro de los años.
La pareja de ancianos solía ir todos los domingos a la iglesia Nuestra señora de la Chiquinquira que era la más cercana a su localidad, y donde se sentían mejor ya que guardaban grandes recuerdos en aquella parroquia: su boda hace 40 años, bautizo y comuniones de sus hijos entre otras tantas cosas; eran una pareja muy popular en aquél lugar.
El parkinson ya había comenzado a hacerse notar hace algunos años en el "nonno" Paulo, como le llamaban de cariño en el vecindario, los temblores incesantes en su mano derecha ya parecían algo normal, y por muchos tratamientos a los que asistía no había mejoría. Tratar con esto ya era bastante trabajoso para este par de ancianos que habían permitido que sus hijos le abandonaran por un mejor futuro, mientras ellos se quedaban en un hogar que se negaban a abandonar.
Pero dentro de toda esta rutina, dentro de tanto amor y trivialidad había algo que nadie había notado, y es que dentro de la cabeza de Paulo se estaban formando discusiones y conversaciones, pactos y contradicciones. Principios de esquizofrenia en los cuales había comenzado a soñar ya con alarmante frecuencia que mataba a su esposa siempre de la misma tétrica manera; atravesando su cuello con el filo de un gran crucifijo de madera que guardaban desde hace años en su mesa de noche.
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